CAPÍTULO NUEVE

Llamaron a la puerta.

—Ni caso. —La madre de Tess no levantó la vista de su libro.

Tess, Liam y su madre estaban sentados en sendas butacas del salón de casa de la madre, leyendo libros y tomando cuencos llenos de pepitas de chocolate de su regazo. Había sido una de las rutinas cotidianas de Tess de pequeña: comer pepitas de chocolate y leer con su madre. Después siempre hacían algunos ejercicios de gimnasia para contrarrestar el chocolate.

—A lo mejor es papá. —Liam dejó el libro.

Tess estaba sorprendida de lo pronto que había aceptado sentarse a leer. Debía de ser por las pepitas de chocolate. Nunca había conseguido que hiciera sus deberes de lectura.

Y ahora, curiosamente, iba a empezar en un nuevo colegio. Así de sencillo. Mañana mismo. Aún le sorprendía cómo aquella rara mujer la había convencido para empezar al día siguiente, con la promesa de una búsqueda de huevos de Pascua.

—Has hablado con tu padre, que está en Melbourne, hace unas horas —le recordó a Liam adoptando un tono neutral. Will y ella habían hablado durante veinte minutos. «Ya hablaré con papá más adelante», le había dicho Liam cuando le alargó el teléfono. Había hablado una vez con Will esa mañana. Nada había cambiado. No quería volver a oír su horrible voz seria. ¿Qué podía decirle? ¿Qué se había encontrado con un exnovio en el Santa Ángela? ¿Preguntarle si estaba celoso?

Connor Whitby. Debían de haber transcurrido más de quince años desde que lo había visto por última vez. Estuvieron saliendo juntos menos de un año. Ni siquiera lo había reconocido cuando entró en la secretaría. Se había quedado completamente calvo y parecía una versión mucho más grande y ancha del hombre que ella recordaba. Todo había sido tan raro. Ya era suficientemente incómodo estar sentada en una mesa frente a una mujer cuya hija había sido asesinada.

—A lo mejor papá ha cogido un avión para darnos una sorpresa —observó Liam.

Golpearon repetidamente la ventana del lado donde estaba Tess.

—¡Sé que estáis todos ahí! —gritó una voz.

—¡Por el amor de Dios! —La madre de Tess cerró el libro de golpe.

Tess se volvió y vio el rostro de su tía pegado a la ventana, haciendo visera con las manos para poder ver el interior.

—¡Te dije que no vinieras, Mary! —La voz de Lucy se disparó varias octavas.

Siempre parecía cuarenta años más joven cuando hablaba con su hermana gemela.

—¡Abre la puerta! —La tía Mary volvió a golpear suavemente en el cristal—. ¡Necesito hablar con Tess!

—¡Tess no quiere hablar contigo! —Lucy levantó la muleta apuntando en dirección a Mary.

—Mamá —dijo Tess.

—¡Es mi sobrina! ¡Tengo derecho! —La tía Mary intentó levantar el marco de madera de la ventana.

—Ella también tiene derechos —resopló la madre de Tess—. Menuda…

—¿Por qué no puede entrar? —Liam arrugó el ceño.

Tess y su madre se miraron. Debían de cuidar mucho lo que hablaban delante de Liam.

—Por supuesto que puede entrar. —Apartó el libro—. La abuela solo estaba bromeando.

—¡Sí, Liam, era una broma tonta! —repitió Lucy.

—¡Déjame entrar, Lucy! ¡Me voy a desmayar! —gritó la tía Mary—. ¡Me voy a desmayar sobre tus preciosas gardenias!

—¡Qué juego tan divertido! —Lucy sonrió como enloquecida.

A Tess la situación le recordó el esfuerzo tan inútil que su madre hizo para mantener el mito de Santa Claus. Era la peor mentirosa del planeta.

—Vamos a dejarla pasar —anunció Tess a Liam. Se volvió hacia la ventana donde estaba la tía Mary y le señaló la puerta de entrada de la casa—. Ya vamos.

La tía Mary pisoteó las flores.

—Deprisita.

—Te voy a dar yo a ti deprisita —murmuró Lucy.

Tess experimentó una aguda sensación de pérdida al pensar que no había sido capaz de compartir con Felicity la historia de sus respectivas madres. Era como si la Felicity de verdad se hubiera esfumado junto con su antiguo cuerpo gordo. ¿Seguiría existiendo? ¿Había existido alguna vez?

—Cariño —saludó Mary cuando Tess abrió la puerta—. Pero, Liam, ¡has vuelto a crecer! ¿Cómo es posible?

—Hola, tío Phil. —Tess iba a besar a su tío en las mejillas, cuando de pronto, para sorpresa suya, la atrajo hacia sí y le dio un tosco abrazo, diciéndole al oído en voz baja:

—Estoy profundamente avergonzado de mi hija. —Luego se irguió y añadió—: Haré compañía a Liam mientras las chicas habláis.

Cuando Liam y el tío Phil se instalaron cómodamente delante del televisor, Mary, Lucy y Tess se sentaron en la mesa de la cocina a tomar el té.

—Te dejé muy claro que no aparecieras por aquí —dijo la madre de Tess, que no estaba tan enfadada con su hermana como para privarse de sus extraordinariamente buenos brownies de chocolate.

Mary puso los ojos en blanco, apoyó los codos en la mesa y tomó la mano de Tess entre las cálidas y gordezuelas palmas de sus manos.

—Cariño, siento mucho lo que te ha sucedido.

—No es algo que le haya sucedido —explotó Lucy.

—La cuestión es que creo que Felicity no pudo evitarlo —dijo Mary.

—¡Oh! ¡No había caído en eso! ¡Pobre Felicity! Le pusieron una pistola en la sien, ¿verdad?

Lucy imitó el gesto de ponerse una pistola en la cabeza. Tess se preguntó cuándo le habrían tomado la tensión a su madre por última vez.

Mary no hizo el menor caso de su hermana y dirigió su conversación a Tess.

—Cariño, tú sabes que Felicity jamás habría querido que pasara esto. Para ella es una tortura. Una tortura.

—¿Es una broma? —Lucy dio un buen mordisco a un brownie—. ¿De veras esperas que Tess sienta pena por Felicity?

—Espero que tu corazón pueda encontrar el perdón para ella.

Mary actuaba como si Lucy no estuviera delante.

—Bueno, ya basta —dijo Lucy—. No quiero oír ni una palabra más de tu boca.

—¡Lucy, a veces el amor arrasa! —Mary aceptó por fin la presencia de su hermana—. ¡Así es! ¡Cuando menos se piensa!

Tess clavó la mirada en la taza de té y lo removió. ¿Había sido repentino o había estado siempre allí, ante sus ojos? Era cosa sabida que Felicity y Will se habían caído bien desde el momento en que se conocieron. «Tu prima es muy divertida», había dicho Will a Tess después de la primera vez que habían salido a cenar los tres juntos. Tess lo tomó como un cumplido, porque Felicity formaba parte de ella. Su animada compañía era una parte más de su ser. Y el hecho de que Will apreciara a Felicity (no todos sus novios anteriores lo habían hecho, a algunos les cayó verdaderamente mal) había sido un punto a su favor.

A Felicity también le había caído bien Will enseguida. «Puedes casarte con este», le dijo a Tess al día siguiente. «Es tu hombre. He dicho».

¿Se había enamorado a primera vista Felicity de Will ya entonces? ¿Era inevitable? ¿O previsible?

Tess recordó la euforia que había sentido al día siguiente de presentar a Will y Felicity. Había tenido la sensación de alcanzar un destino glorioso, la cima de una montaña. «Es perfecto, ¿verdad?», había dicho a Felicity. «Nos causa impresión. Es el primero que nos impresiona de verdad».

Nos impresiona. No me impresiona.

Su madre y su tía seguían hablando, ajenas al hecho de que Tess no decía ni palabra.

Lucy se había tapado los ojos con la mano.

—¡Esto no es una maravillosa historia de amor, Mary! —retiró la mano y sacudió disgustada la cabeza en dirección a su hermana como si fuera una criminal de la peor calaña—. ¿Es que no lo ves? ¿De verdad que no lo ves? Tess y Will están casados. ¿Has olvidado que además hay un niño de por medio, mi nieto?

—Pero fíjate en lo desesperados que están por hacer las cosas bien —dijo Mary a Tess—. Se aman mucho.

—Muy bonito —dijo Tess.

En los últimos diez años Will nunca se había quejado de que Felicity pasara tanto tiempo con ellos. Quizá eso había sido una señal. Una señal de que no le bastaba con Tess. ¿Qué marido normal habría estado dispuesto a que la prima gorda de su mujer se fuera con ellos durante las vacaciones de verano? A menos que estuviera enamorado de ella. Tess había sido una tonta por no verlo. Había disfrutado viendo a Will y Felicity bromear, discutir y tomarse el pelo mutuamente. Nunca se había sentido excluida. Todo era mejor, más vivo, divertido y estimulante cuando Felicity estaba presente. Tess tenía la sensación de que era más ella misma en presencia de Felicity, porque su prima la conocía mejor que nadie. Felicity dejaba que Tess brillara. Felicity era la que más celebraba los chistes de Tess. Contribuía a definir y configurar la personalidad de Tess, de manera que Will pudiera verla tal como era.

Y Tess se sentía más guapa cuando Felicity estaba presente.

Se llevó las frías yemas de los dedos a las ardientes mejillas. Era vergonzoso pero cierto. Nunca había sentido repugnancia por la obesidad de Felicity, sino que se había sentido particularmente esbelta y airosa cuando estaba junto a ella.

Pero, cuando Felicity perdió peso, tampoco cambió nada en la mente de Tess. Jamás se le habría ocurrido que Will mirara a Felicity de modo sexual. Había estado muy segura de su posición en su extraño trío. Tess era el vértice del triángulo. Era a quien más amaba Will. A quien más amaba Felicity. Todo centrado en ella.

—Tess —dijo Mary.

Tess puso la mano en el brazo de su tía.

—Vamos a hablar de otra cosa.

Dos gruesas lágrimas descendieron lentamente por las empolvadas mejillas sonrosadas de Mary, dejando un surco brillante. Se limpió la cara con un pañuelo arrugado.

—Phil no quería que viniera. Decía que iba a causar más mal que bien, pero yo creía que podría encontrar un modo de arreglar las cosas. Me he pasado la mañana mirando fotos de Felicity y de ti de pequeñas. ¡Qué bien lo pasabais juntas! Eso es lo peor de todo. No puedo soportar que os distanciéis.

Tess dio unas palmaditas en el brazo de su tía. Tenía los ojos secos y claros. Su corazón, cerrado como un puño.

—Creo que quizá tendrás que soportarlo —dijo.