CAPÍTULO CINCUENTA Y CUATRO

Tess se despertó con el sonido de una intensa lluvia. Todavía estaba oscuro y se figuró que serían alrededor de las cinco de la mañana. Will estaba a su lado, tumbado de costado, cara a la pared y roncando débilmente. Su forma, su olor y su tacto eran tan normales y cotidianos que los acontecimientos de la semana pasada parecían inconcebibles.

Podía haber hecho que Will durmiera en el sofá de su madre, pero entonces habría tenido que hacer frente a las preguntas de Liam. Ya había notado que las cosas no eran del todo normales. En la cena de la noche anterior, Tess había advertido cómo les miraba alternativamente a Will y a ella, pendiente de lo que hablaban. Su carita de preocupación le rompía el corazón y la ponía tan furiosa con Will que no podía ni mirarlo.

Se apartó ligeramente del cuerpo de Will, para que no hubiera contacto. Menos mal que tenía su propio secreto de culpabilidad. La ayudaba a volver a respirar con normalidad durante sus repentinos accesos de ira. Él había sido injusto con ella. Ella le había devuelto la injusticia.

¿Habrían padecido ambos una forma de enajenación mental transitoria? Al fin y al cabo, era una eximente en el asesinato, ¿por qué no en las parejas casadas? El matrimonio era una forma de enajenación, el amor revoloteaba permanentemente al borde de los disgustos.

En ese momento, Connor estaría dormido en su ordenado piso con olor a ajo y detergente de lavadora, centrado en dar el paso de olvidarla por segunda vez. ¿Estaría maldiciéndose por haberse vuelto a enamorar de aquella endemoniada mujer de corazón de hielo? ¿Por qué le gustaba tanto verse a sí misma como la protagonista de una canción country? Seguramente, para suavizar e intentar convencerse de que su comportamiento había sido tierno y melancólico en vez de sucio. Tenía la impresión de que a Connor le gustaba la música country, aunque bien podría estar imaginándoselo, confundiéndolo con otro exnovio. En realidad, casi no le conocía.

Will no podía soportar la música country.

Por eso había sido tan bueno el sexo con Connor, porque eran esencialmente extraños. Era su «otro yo» el que hizo que todo: cuerpo, personalidad, sentimientos, parecieran tener contornos más nítidos. No era lógico, pero cuanto más se conocía a alguien, más borroso se hacía. La acumulación de datos los hacía desaparecer. Era más interesante preguntarse si a alguien le gustaba o no la música country que enterarse de un modo u otro.

Will y ella deberían haber hecho el amor, pongamos, ¿unas mil veces? Eso como mínimo. Se puso a calcularlo, pero estaba demasiado cansada. La lluvia arreció, como si alguien hubiera subido el volumen. Liam tendría que buscar los huevos de Pascua con paraguas y botas de agua. Seguramente habría llovido otros domingos de Pascua a lo largo de su vida, pero todos sus recuerdos eran de días soleados y cielos diáfanos, como si aquel fuera el primer Domingo de Pascua triste y lluvioso de su vida.

A Liam la lluvia le traería sin cuidado. Probablemente le encantaría. Will y ella se mirarían y se echarían a reír, y luego apartarían la mirada otra vez, deprisa, y ambos pensarían en Felicity y en lo raro que se hacía que no estuviera. ¿Podrían con ello? ¿Podrían hacer que funcionara por un precioso niño de seis años?

Cerró los ojos y se puso de costado, dando la espalda a Will.

Va a tener razón mi madre, pensó vagamente. Todo es cuestión de egos. Sintió que estaba empezando a comprender algo importante. Podían enamorarse de otra persona o tener el valor y la humildad de despojarse de alguna capa esencial de sí mismos y mostrarse el uno al otro en un nivel totalmente nuevo de «su otro yo», un nivel más profundo que saber el tipo de música que les gustaba. Le pareció que todo el mundo tenía demasiado orgullo autoprotector para desnudar sinceramente sus almas ante sus parejas de toda la vida. Era más fácil fingir que no quedaba nada nuevo por conocer, caer en una cómoda camaradería. Resultaba casi violento intimar sinceramente con el cónyuge: ¿cómo se podía ver resplandecer a alguien y, al instante siguiente, compartir con él tu pasión más honda o el peor de tus temores? Era más fácil hablar de esto antes que tener que usar el cuarto de baño simultáneamente, abrir una cuenta corriente conjunta y discutir por cómo poner el lavaplatos. Pero, después de lo ocurrido, Will y ella no tenían elección, de lo contrario se odiarían mutuamente por lo que estaban sacrificando por Liam.

Quizá hubieran empezado a acercarse cuando la noche pasada se contaron sus temores sobre la calvicie y las reuniones de padres del colegio. Le inspiró tanta ternura como hilaridad pensar en Will boquiabierto cuando la peluquera le puso el espejo para que se viera la nuca.

La brújula que le había regalado su padre estaba en la mesilla. Se preguntó qué les habría sucedido a sus padres si hubieran decidido permanecer juntos por ella. ¿Podrían haberlo conseguido si se lo hubieran propuesto de veras, por amor a ella? Probablemente no. Pero estaba convencida de que en ese momento la felicidad de Liam era la razón más poderosa del mundo para Will y ella.

Se acordó de que Will había dicho que quería aplastar a la araña. Quería matarla.

Quizá no estuviera allí solo por Liam.

Quizá ella tampoco.

El viento aullaba y el cristal de la ventana de su habitación vibró. La temperatura ambiente pareció caer en picado y Tess sintió de pronto mucho frío. Gracias a Dios, Liam llevaba un pijama gordo y ella le había echado otra manta más, para no tener que levantarse con ese frío e ir a ver cómo estaba. Se giró hacia Will y se apretó contra su espalda. El calor fue un alivio exquisito y notó que se iba quedando dormida, pero al mismo tiempo le besó en la nuca, accidentalmente, por un acto reflejo. Notó que Will se ponía tenso y le acariciaba la cadera y, sin mediar decisión ni pregunta de ninguna clase, hicieron el amor. Un amor tranquilo, soñoliento, conyugal, y cada movimiento fue dulce, sencillo y familiar, salvo que ellos no solían gritar habitualmente.