—Hola —saludó Felicity.
Tess le sonrió sin poder evitarlo. Como cuando das las gracias automáticamente a un agente de policía al ponerte una multa por exceso de velocidad, que ni quieres ni puedes costear. Se puso automáticamente contenta de ver a Felicity porque la quería, y estaba muy guapa y le habían pasado muchas cosas en los últimos días y tenía mucho que contarle.
Un momento después recordó, y el dolor y la traición se le presentaron en toda su crudeza. Tess contuvo el deseo de arrojarse sobre Felicity, derribarla, arañarla, darle puñetazos y mordiscos. Pero las mujeres educadas de clase media como Tess no hacían esas cosas, menos aún en presencia de sus impresionables hijos pequeños, de manera que se limitó a pasarse la lengua por los labios para eliminar cualquier resto grasiento de mantequilla de los panecillos de Pascua y se echó hacia delante en la silla, estirándose la parte de arriba del pijama.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó.
—Siento haberme… —dijo en un hilo de voz, carraspeó y prosiguió en un susurro—: presentado así. Sin llamar.
—Sí, habría sido mejor que hubieras llamado —convino Lucy.
Tess sabía que su madre se esforzaba por parecer amenazante, pero en realidad estaba consternada. Por muchas cosas que le hubiera dicho de Felicity, sabía que Lucy quería a su sobrina.
—¿Cómo está tu tobillo? —preguntó Felicity a Lucy.
—¿Va a venir papá también? —intervino Liam.
Tess se puso tensa. Felicity la miró y apartó la vista enseguida. Perfecto. Preguntad a Felicity. Ella sabe cuáles son los planes de Will.
—Vendrá pronto —respondió Felicity—. La verdad es que no voy a quedarme mucho tiempo. Solo quería hablar antes con tu mamá de unas cuantas cosas y luego me iré. Porque voy a irme lejos.
—¿Adónde? —preguntó Liam.
—Me voy a Inglaterra —dijo Felicity—. Voy a hacer un recorrido impresionante. Se llama la ruta de costa a costa. Y luego viajaré a España, América…, bueno, el caso es que voy a estar fuera mucho tiempo.
—¿Vas a ir a Disneylandia? —preguntó Liam.
Tess se había quedado mirando a Felicity.
—No entiendo nada.
¿Iba Will a emprender con ella alguna aventura romántica?
En el cuello de Felicity aparecieron unas fatídicas ronchas rojas.
—¿Podríamos hablar tú y yo?
—Vamos —dijo Tess levantándose.
—Yo también voy —repuso Liam.
—No —dijo Tess.
—Tú te quedas aquí conmigo, cariño —explicó Lucy—. Vamos a comer chocolate.
Tess llevó a Felicity a su antiguo dormitorio. Era la única habitación con llave. Se quedaron al lado de la cama, mirándose. Tess tenía el corazón desbocado. No había caído en la cuenta de que puedes pasar toda la vida mirando de soslayo y con desgana a las personas que quieres, como si pretendieras deliberadamente guardar una imagen borrosa, hasta que, de pronto, ocurre algo así y el mero hecho de mirar a esa persona se vuelve aterrador.
—¿Qué pasa? —preguntó Tess.
—Se ha terminado —dijo Felicity.
—¿Cómo?
—Bueno, en realidad nunca empezó. Nada más iros Liam y tú…
—¿Ya no tenía emoción?
—¿Puedo sentarme? —pidió Felicity—. Me tiemblan las piernas.
También le temblaban las piernas a Tess.
—Claro. Siéntate —dijo encogiéndose de hombros.
No había dónde sentarse más que en el suelo o en la cama. Felicity se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas y la espalda apoyada en la cómoda. Tess también se sentó, con la espalda apoyada en la cama.
—Aún sigue la misma alfombra. —Felicity pasó la mano por la alfombra azul y blanca.
—Sí.
Tess miró las esbeltas piernas y las finas muñecas de Felicity. Pensó en la niña gorda que se había sentado muchas veces en esa misma postura a lo largo de la infancia. Sus bonitos ojos verdes almendrados destacaban en su cara rellenita. Tess siempre había sabido que llevaba dentro una princesa de cuento de hadas. Quizá lo que le había gustado era que estuviera atrapada dentro.
—Qué guapa estás —observó Tess. No venía a cuento, pero era obligado decirlo.
—No digas eso —dijo Felicity.
—No quería cambiar de tema.
—Ya lo sé.
Estuvieron unos momentos en silencio.
—Cuéntame —dijo Tess al fin.
—No está enamorado de mí —empezó Felicity—. Creo que nunca lo ha estado. Era un cuelgue. Patético, en realidad. Me di cuenta inmediatamente. En cuanto Liam y tú os fuisteis, supe que no iba a pasar nada.
—Pero… —Tess levantó las manos sin poder contenerse, en un arrebato de humillación. Los sucesos de la semana pasada le parecían tan estúpidos.
—Para mí no fue un cuelgue —aseguró Felicity levantando la barbilla—. Para mí fue de verdad. Le amo. Le he amado durante años.
—¿Es eso verdad? —preguntó Tess sin ninguna inflexión en la voz, aunque no era ninguna sorpresa. De ninguna manera. Quizá lo había sabido desde siempre, quizá hasta le había gustado el hecho de sentir que Felicity estuviera enamorada de Will, porque eso hacía que él pareciera mucho más deseable y que se sintiera segura. Habría sido imposible que Will se hubiera podido sentir atraído sexualmente por Felicity. ¿Acaso Tess no había visto cómo era su prima? ¿No se había fijado como todo el mundo en la gordura de Felicity?—. Pero haber pasado tanto tiempo con nosotros debe de haber sido horrible —comentó. Era como si hubiera pensado que la gordura de Felicity le impedía tener sentimientos, como si hubiera creído que Felicity debía saber y aceptar que ningún hombre normal podría amarla nunca. Y, sin embargo, Tess habría matado a quien se hubiera atrevido a decirlo en voz alta.
—Es lo que yo sentía. —Felicity empezó a hacer pliegues con el tejido de los vaqueros—. Sabía que él pensaba en mí como una amiga. Sabía que le gustaba. Incluso que me quería, como a una hermana. Me bastaba con pasar tiempo con él.
—Deberías haber… —empezó Tess.
—¿Qué? ¿Habértelo dicho? ¿Qué podías hacer tú salvo tener lástima de mí? Lo que debería haber hecho era marcharme y vivir mi vida, en lugar de ser vuestra fiel y gorda carabina.
—¡Nunca pensé en ti de esa manera! —se ofendió Tess.
—No estoy diciendo que pensaras en mí de esa forma, sino que yo me veía como vuestra carabina. Como si no fuera lo suficientemente atractiva como para tener mi propia vida. Pero luego perdí peso y empecé a observar que los hombres me miraban. Ya sé que, como buenas feministas, no nos debe gustar eso, que nos cosifiquen, pero cuando nunca lo has experimentado es, es como, no sé, la cocaína. Me encantaba. Me hacía sentir poderosa. Como la primera vez que el superhéroe descubre sus poderes en las películas. Y luego pensé, me pregunté si podría conseguir que Will se fijara en mí, como se fijan otros hombres…, y luego, bueno, luego…
Se calló. Se había abstraído contando su historia y había olvidado que no era un relato apropiado para que Tess lo oyera. Tess llevaba unos pocos días sin poder hablar con Felicity, mientras que Felicity llevaba muchos años sin haber podido contar lo más importante que le pasaba.
—Y luego se fijó en ti —terminó Tess—. Probaste tus superpoderes y funcionaron.
Felicity se encogió de hombros como desaprobándose a sí misma. Era curioso cómo habían cambiado todos sus gestos. Tess estaba segura de que no le había visto nunca encogerse de hombros de esa forma, tan francesa y coqueta.
—Creo que Will se sintió tan mal por experimentar, ya sabes, un poco de atracción hacia mí que quiso convencerse de que estaba enamorado de mí —explicó Felicity—. En cuanto Liam y tú os marchasteis, todo cambió. Creo que dejé de interesarle en cuanto saliste por la puerta.
—En cuanto salí por la puerta —repitió Tess.
—Sí.
—Es una gilipollez.
—Es verdad —dijo Felicity levantando la cabeza.
—No lo es.
Parecía como si Felicity estuviera intentando absolver a Will de haber obrado mal, dando a entender que había tenido un simple desliz, como si lo que había sucedido no fuera más que robar un beso en plena borrachera durante una fiesta en la oficina.
Recordó la palidez mortal del rostro de Will el lunes por la noche. No era tan superficial ni estúpido. Sus sentimientos hacia Felicity habían sido lo suficientemente reales como para emprender el camino de desmantelar toda su vida.
Era por Liam, pensó. En cuanto Tess salió por la puerta con Liam, Will comprendió al fin lo que estaba sacrificando. Si no mediara un hijo no estaríamos manteniendo esta conversación. Él quería a Tess, seguro que sí, pero en ese momento estaba enamorado de Felicity y todo el mundo sabía cuál era el sentimiento más intenso. No era una lucha igualada. Era la causa de las rupturas matrimoniales. Era la razón por la que aquel que valoraba su matrimonio levantaba una barricada alrededor de sus pensamientos y sus sentimientos y no permitía que su mirada se posara en nadie. Ni se quedaba a tomar una segunda copa. Ni coqueteaba. Ni se exponía. En algún momento Will había decidido mirar a Felicity con ojos de hombre soltero. Había sido entonces cuando traicionó a Tess.
—No te estoy pidiendo que me perdones, evidentemente —precisó Felicity.
Sí que lo estás, pensó Tess. Pero no lo vas a conseguir.
—Porque podría haberlo hecho —dijo Felicity—. Quiero que lo sepas. No sé por qué, pero es muy importante para mí que comprendas que yo iba en serio. Me sentía fatal, pero no tanto como para no poder haberlo hecho. Lo habría sobrellevado.
Tess no salía de su asombro.
—Quiero ser totalmente sincera contigo —insistió Felicity.
—Gracias, supongo.
Felicity fue la primera en bajar la vista.
—Bueno, me pareció que lo mejor para mí sería irme del país, irme lo más lejos posible. Para que Will y tú podáis resolver la situación. Él quería ser el primero en hablar contigo, pero a mí me pareció mejor si…
—¿Dónde está? —le apremió Tess, furiosa porque Felicity estuviera al corriente del paradero y los planes de Will—. ¿Está en Sydney? ¿Habéis volado juntos?
—Bueno, sí, pero… —empezó Felicity.
—Debe de haber sido muy traumático para ambos. Vuestros últimos momentos juntos. ¿Ibais de la mano en el avión?
El parpadeo de Felicity no dejaba lugar a dudas.
—¿A que sí? —dijo Tess.
Pudo imaginárselo. La agonía. Los desventurados amantes aferrados el uno al otro, preguntándose si deberían seguir adelante, ¡volar a París!, u obrar bien, por aburrido que fuera. Tess era lo aburrido.
—No lo quiero —dijo a Felicity. No podía soportar su papel de esposa aburrida y resignada. Quería que Felicity supiera que Tess O’Leary no era aburrida en absoluto—. Te lo cedo. ¡Quédatelo! Me he acostado con Connor Whitby.
—¿En serio? —dijo Felicity boquiabierta.
—En serio.
Felicity resopló.
—Bueno, Tess, eso es…, no sé. —Miró alrededor en busca de inspiración y volvió a fijar la vista en Tess—. Hace tres días decías que no permitirías que Liam creciera con unos padres divorciados. Decías que querías que volviera tu marido. Hiciste que me sintiera la peor persona del mundo. Y ahora me vienes con que te has lanzado a una aventura con un exnovio, cuando Will y yo nunca… ¡Dios! —Se puso roja de ira, echando chispas por los ojos y dio un puñetazo a la cama de Tess.
La injusticia, o quizás la justicia, de las palabras de Felicity dejaron a Tess sin aliento.
—No te hagas ahora la santurrona. —Dio a Felicity un empujón con todas sus ganas en el largo muslo; como un niño en el autobús con una rabieta infantil. Se sintió extrañamente bien. Repitió, más fuerte—. Pues claro que eres la peor persona del mundo. ¿Crees que habría mirado siquiera a Connor si Will y tú no hubierais anunciado lo vuestro?
—¿Es que tú nunca has tonteado? ¡Maldita sea, deja de pegarme!
Tess le dio un último empujón y volvió a sentarse. Nunca había sentido un deseo tan incontenible de pegar a alguien. Desde luego, nunca había cedido a él. Parecía como si todas las sutilezas que la convertían en una adulta socialmente aceptable hubieran desaparecido. La semana pasada era una madre del colegio y una profesional. Ahora estaba teniendo sexo por los pasillos y pegando a su prima. ¿Qué sería lo siguiente?
Respiró hondo, con el aliento aún jadeante. Era el acaloramiento de la discusión, como suele decirse. Nunca había sido tan consciente de hasta qué punto podía llegar el acaloramiento.
—En cualquier caso, Will quiere arreglar las cosas y yo me voy del país. Así que haced lo que os dé la gana —declaró Felicity.
—Gracias —contestó Tess—. Muchas gracias. Gracias por todo. —Casi podía sentir cómo la rabia salía de su cuerpo dejándola agotada e indiferente.
Hubo un momento de silencio.
—Quiere otro niño —anunció Felicity.
—No me digas lo que quiere.
—Es verdad que quiere otro niño —insistió Felicity.
—Y supongo que a ti te habría gustado dárselo —dijo Tess.
—Sí. Lo siento, así es —respondió con ojos llenos de lágrimas.
—Por el amor de Dios, Felicity, no me hagas sentir mal por ti. No me parece bien. ¿Por qué tuviste que enamorarte de mi marido? ¿Por qué no te enamoraste del marido de otra?
—Pero si nunca veíamos a nadie. —Felicity se rio mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Se limpió la nariz con el dorso de la mano.
Eso era cierto.
—Cree que no puede pedirte que pases por otro embarazo después de los vómitos que tuviste con Liam —continuó—. Pero un segundo embarazo no sería tan malo, ¿verdad? Cada embarazo es diferente. Deberías tener otro niño.
—¿De veras crees que vamos a tener un niño ahora y que seremos felices para siempre? —se asombró Tess—. Un niño no arregla un matrimonio. Y no es que yo pensara que mi matrimonio necesitara arreglo.
—Ya lo sé, solo creía que…
—No es por los vómitos por lo que no quiero tener otro niño —le confesó a Felicity—. Es por la gente.
—¿La gente?
—Las otras madres, las profesoras, la gente en general. No sabía que tener un niño fuera un acto social. Siempre tienes que estar hablando con alguien.
—¿Y qué? —preguntó Felicity perpleja.
—Pues que tengo un trastorno. Hice un test en una revista. Tengo… —Tess bajó la voz— fobia social.
—¡Qué vas a tener! —aseguró Felicity despectivamente.
—¡Sí que la tengo! Hice el test…
—¿No me estarás diciendo en serio que te has diagnosticado a ti misma por el test de una revista?
—Era el Reader’s Digest, no el Cosmopolitan. ¡Y es verdad! No puedo soportar conocer gente nueva. Me pone enferma. Tengo taquicardias. No puedo soportar las fiestas.
—A mucha gente no les gustan las fiestas. Déjate de historias.
Tess estaba desconcertada. Esperaba cierta compasión.
—Eres tímida —señaló Felicity—. No eres una de esas madres extravertidas que no paran de hablar. Pero a la gente le caes bien. A la gente le caes verdaderamente bien. ¿Nunca lo has notado? Quiero decir, Dios, Tess, ¿cómo habrías podido tener tantos novios si de verdad fueras tan tímida y nerviosa? Tuviste unos treinta novios antes de cumplir veinticinco años.
Tess puso los ojos en blanco.
—De eso, nada.
¿Cómo podía explicarle que su angustia era como un extraño y voluble cachorrillo al que debía cuidar? Unas veces estaba tranquilo y apacible, otras, en cambio, excitado, corriendo en círculos, ladrándole al oído. Además, salir con alguien era diferente. El salir con alguien se regía por sus propias reglas. Y ella sabía jugarlas. Una primera cita con un hombre nunca había sido un problema. (Siempre y cuando la petición partiera de él, ella nunca tomaba la iniciativa). La angustia surgía cuando el hombre quería que conociera a su familia y amigos.
—Por cierto, si realmente padeces «fobia social», ¿por qué no me lo dijiste nunca? —preguntó Felicity convencida de que sabía todo cuanto había que saber de Tess.
—Antes no sabía definirla —confesó Tess—. Nunca tuve palabras para describir lo que sentía hasta hace unos meses. —«Y porque tú eras parte de mi identidad encubierta. Porque tú y yo hacíamos como que no nos importaba lo que los demás pensaran de nosotras, fingiendo que éramos superiores al resto del mundo. Si yo te hubiera dicho lo que me pasaba, habría tenido que reconocer no solo que me importaba lo que pensaran los demás, sino que me importaba mucho».
—Pues que sepas que yo empecé mi clase de aerobic llevando una camiseta de la talla 50 —replicó Felicity inclinándose hacia delante y mirándola con dureza—. La gente no se atrevía a mirarme. Vi a una chica dar codazos a su amiga para que me mirara y luego las dos se partieron de la risa. Oí decir a un tipo: «Cuidado con la vaquilla». Conque no me vengas con fobia social, Tess O’Leary.
Aporrearon la puerta.
—¡Mamá! ¡Felicity! —gritó Liam—. ¿Por qué habéis cerrado la puerta con llave? ¡Dejadme pasar!
—¡Vete, Liam! —respondió Tess.
—¡No! ¿Todavía no habéis terminado?
Tess y Felicity se miraron. Felicity esbozó una sonrisa y Tess miró para otro lado.
Llegó la voz de Lucy desde la otra punta de la casa:
—¡Vuelve aquí, Liam! ¡Te he dicho que dejes tranquila a tu madre! —Estaba en desventaja con las muletas.
Felicity se levantó.
—Tengo que irme. Mi vuelo sale a las dos. Papá y mamá me llevarán al aeropuerto. Mamá está desquiciada. Papá no me dirige la palabra.
—¿En serio que te vas hoy? —Tess levantó la vista desde el suelo.
Pensó por un momento en la empresa: en los clientes que tanto se había esforzado en conseguir, la liquidez que tanto les había costado mantener, en el tira y afloja entre pérdidas y ganancias como si fuera una planta delicada, en la hoja de cálculo de Excel con los «proyectos en curso» que estudiaban cada mañana. ¿Era el fin de la agencia de publicidad TWF? Tantos sueños. Tanto material invertido.
—Sí —dijo Felicity—. Es lo que debería haber hecho hace años.
Tess también se levantó.
—No te perdono.
—Tampoco yo me perdono a mí misma.
—¡Mamá! —gritó Liam.
—¡Tranquilo, Liam! —dijo Felicity; agarró a Tess del brazo y le dijo al oído—: No hables a Will de Connor.
Se abrazaron durante un extraño momento y luego Felicity dio media vuelta y abrió la puerta.