—Esto es una segunda cita en toda regla —dijo Tess.
Connor y ella estaban sentados en un murete de ladrillo con vistas a la playa de Dee Why, tomando chocolate caliente en vasos de usar y tirar. La moto estaba aparcada detrás de ellos, con sus piezas cromadas brillando bajo la luz de la luna. Era una noche fría, pero Tess estaba abrigada con la gran cazadora de cuero que Connor le había prestado.
—Sí, normalmente funciona como un encantamiento —dijo Connor.
—Solo que ya te acostaste conmigo en la primera cita. Conque, ya sabes, no tienes por qué derrochar todas tus armas de seducción.
Le sonó raro, como si hubiera adoptado una personalidad ajena a ella, la de una chica fresca y atrevida. En realidad, era como si estuviera empeñada en ser Felicity y no le saliera demasiado bien. Las intensas sensaciones mágicas que había experimentado en la moto se habían esfumado y, en ese momento, se sentía incómoda. Era demasiado. La luz de la luna, la moto, la cazadora de cuero y el chocolate caliente. Horriblemente romántico. Nunca le habían gustado los momentos románticos. Le provocaban risa.
Connor se volvió a mirarla con expresión seria.
—O sea, estás diciendo que la otra noche fue una primera cita.
Tenía los ojos serios, oscuros. A diferencia de Will, no se reía mucho. Eso realzaba el valor de sus escasas carcajadas. «Lo ves, Will, calidad, no cantidad».
—Oh, bueno —dijo Tess, «¿creería él que estaban saliendo?»—. No lo sé. Quiero decir…
Connor le puso la mano en el brazo.
—Era una broma. Tranquila. Ya te lo dije. Me hace feliz pasar tiempo contigo.
Tess bebió un poco de chocolate y cambió de tema.
—¿Qué has hecho esta tarde después de clase?
Connor frunció el ceño, como si sopesara la respuesta, y luego se encogió de hombros.
—He ido a correr, he tomado café con Ben y su novia y, eh, bueno, he visto a mi loquera. La veo los jueves por la tarde. A las seis. Hay un restaurante indio al lado. Siempre tomo un curry al salir. Terapia y un excelente curry de cordero. No sé por qué sigo hablándote de mi terapia.
—¿Le has hablado de mí a tu psicóloga? —preguntó Tess.
—Por supuesto que no —sonrió.
—Lo has hecho. —Le dio un leve empujón en la pierna con el dedo.
—Está bien. Lo he hecho. Lo siento. Era una noticia. Me gusta hacerme el interesante con ella.
Tess dejó el vaso de chocolate en el suelo junto al murete.
—¿Qué ha dicho?
—Está claro que nunca has ido a una terapia. —La miró de reojo—. No dicen ni palabra. Sueltan cosas como: «¿Cómo te hace sentir eso?». «¿Por qué crees que lo hiciste?».
—Seguro que no le ha parecido bien.
Se vio a través de los ojos de la terapeuta: antigua novia que le partió el corazón hace años reaparece de pronto en su vida cuando se encuentra en plena crisis matrimonial. Tess se sentía a la defensiva. Pero no estoy engañándole. Es un adulto. Además, quizá esto llegue a alguna parte. Es verdad que no había vuelto a pensar en él desde que rompimos, pero tal vez podría enamorarme de él. De hecho, quizá me esté enamorando ya. Sé que está muy confuso por lo de su primera novia asesinada. Pero no voy a romperle el corazón. Soy una buena persona.
¿Acaso no era una buena persona? Le daba un poco de vergüenza cómo había vivido hasta ahora. ¿No había algo cerrado, incluso mezquino, en su forma de apartarse de la gente, escudándose tras el oportuno muro de su timidez, su «fobia social»? Cuando alguien trataba de acercarse amistosamente a ella, le costaba contestar a sus llamadas telefónicas y correos electrónicos, hasta que finalmente la gente desistía y Tess siempre se sentía aliviada. Si hubiera sido mejor madre, más sociable, habría ayudado a Liam a cultivar amistades con otros niños además de Marcus. Pero no, se había quedado con Felicity, riéndose con una copa de vino y despotricando. Felicity y ella no toleraban a los demasiado flacos, demasiado deportistas, demasiado ricos o demasiado intelectuales. Se reían de la gente con entrenadores personales o perros pequeños, la gente que hacía comentarios muy intelectuales o mal escritos en Facebook, la gente que empleaba la frase «Ahora mismo estoy en muy buena posición» y la gente que siempre estaba «liada», la gente como Cecilia Fitzpatrick.
Tess y Felicity se habían situado al margen de la vida, contemplando despectivamente a los demás.
Si Tess tuviera una red social más extensa, quizá Will no se hubiera enamorado de Felicity. O al menos habría tenido una gama más variada de posibles amantes a su disposición.
Cuando su vida se vino abajo, no hubo una sola amiga a quien Tess pudiera llamar. Ni una. Por eso se estaba comportando así con Connor. Necesitaba un amigo.
—¿Encajo en el modelo? —preguntó de pronto Tess—. Sigues eligiendo a las mujeres equivocadas. Yo soy otra mujer equivocada.
—Mmmm —dijo Connor—. Además, no has traído los panecillos de Pascua que habías prometido.
Se llevó el vaso de cartón a la boca y apuró el chocolate caliente. Lo dejó encima del murete y se acercó a ella.
—Te estoy utilizando —confesó Tess—. Soy una mala persona.
Él pasó una cálida mano alrededor de su cuello y la atrajo hacia sí, hasta que pudo oler su aliento a chocolate. Le quitó el vaso de cartón de la mano, sin que ella opusiera resistencia.
—Te estoy utilizando para que me ayudes a no pensar en mi marido —concretó para dejárselo claro.
—Tess, cariño. ¿Crees que no lo sé?
Entonces la besó tan profunda y completamente que ella sintió que estaba cayendo, flotando, en espiral, hacia abajo, abajo, abajo, como Alicia en el País de las Maravillas.