CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE

—¡Feliz Pascua! —deseó Trudy a Rachel mientras recogían la secretaría esa tarde—. Mira, te he traído una cosa.

—¡Oh! —exclamó Rachel emocionada y contrariada porque a ella no se le había ocurrido llevar un regalo a Trudy. Nunca había intercambiado regalos con la anterior directora del colegio y rara vez habían intercambiado cumplidos.

Trudy le alargó un cestillo encantador lleno de deliciosos huevos de Pascua. Parecía un detalle propio de la nuera de Rachel: caro, elegante y apropiado.

—Muchas gracias, Trudy, yo no he… —Agitó la mano en señal de que no tenía ningún regalo.

—No, no. —Trudy le devolvió el gesto para indicarle que no era necesario. Había estado todo el día con el disfraz de conejita y tenía un aspecto, a juicio de Rachel, francamente ridículo—. Solo quería que supieras que valoramos mucho el trabajo que haces, Rachel. Llevas toda la secretaría y me dejas ser… yo misma. —Levantó una de las orejas de conejo y la miró a los ojos—. He tenido secretarias que encontraban mi método de trabajo un tanto insólito.

«No me extraña», pensó Rachel.

—Lo das todo por los niños —dijo Rachel—. Para eso estamos aquí.

—Bueno, que tengas unas buenas vacaciones de Pascua —añadió Trudy—. Disfruta un poco de esa ricura de nieto que tienes.

—Eso haré. ¿Vas… a alguna parte?

Trudy no tenía marido ni hijos ni otros intereses que ella supiera, fuera del colegio. Nunca recibía llamadas telefónicas de tipo personal. Era difícil imaginar cómo iba a pasar las vacaciones de Pascua.

—No, aprovecharé para hacer de todo un poco —comentó—. Leo mucho. Me encantan las novelas de suspense. Me precio de adivinar quién es el asesino…, ¡oh!

Se puso colorada de vergüenza.

—A mí me gusta mucho la novela histórica —se apresuró a decir Rachel, evitando mirarla y fingiendo distraerse con el bolso, el abrigo y el cestillo de Pascua que tenía que recoger.

—Ah —exclamó Trudy sin recobrarse, con los ojos llenos de lágrimas.

La pobre mujer solo tenía cincuenta años, no era mucho mayor de lo que sería Janie ahora. Su estrambótico pelo crespo y canoso la hacía parecer una niña vieja.

—Está bien, Trudy —dijo Rachel suavemente—. No me ha molestado. Está bien.