CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

Liam ganó el segundo premio en el desfile de sombreros de Pascua.

—Mira lo que pasa cuando te acuestas con uno de los jueces —susurró Lucy.

—¡Mamá, shhh! —ordenó Tess, mirando de reojo por si alguien lo hubiera oído.

Además, no quería pensar en Liam relacionándolo con Connor. Eso lo confundía todo. Liam y Connor pertenecían a cajas separadas en estanterías separadas, muy muy alejadas una de otra.

Vio a su hijo arrastrar los pies por la zona de juegos para recoger la copa de oro llena de diminutos huevos de Pascua. El niño se volvió para mirar a Tess y Lucy con una sonrisa entre tímida y emocionada.

Tess no podía esperar para contárselo a Will cuando lo vieran esa misma tarde.

Un momento. No iban a verlo.

Bueno. Le llamarían por teléfono. Tess pondría esa voz fría y animosa que emplean las mujeres cuando hablan con sus exmaridos delante de los hijos. Su propia madre lo había hecho. «¡Liam tiene buenas noticias!», anunciaría a Will, y luego le pasaría el teléfono a Liam y diría: «Cuéntale a tu padre lo que ha pasado hoy». Ya no volvería a decir papá. Sería «tu padre». Tess se sabía la lección. Vaya que si se la sabía.

No tenía sentido intentar salvar su matrimonio por Liam. Qué absurda había sido. Ilusa. Creer que era una mera cuestión de estrategia. A partir de ahora Tess se comportaría con dignidad. Actuaría como si se tratara de una separación normal y corriente, amistosa, que se veía venir desde hacía años. Quizá sí se veía venir.

De otro modo, ¿cómo podía ella haberse comportado como lo hizo anoche? ¿Y cómo podía haberse enamorado Will de Felicity? Tenía que haber problemas en su matrimonio, problemas que habían resultado completamente invisibles para ella, problemas que todavía no sabía nombrar, pero problemas en todo caso.

¿Cuál había sido la última cosa por la que habían discutido Will y ella? Eso le sería útil para identificar los aspectos más negativos de su matrimonio. Hizo esfuerzos por recordar. Su última discusión había sido a propósito de Liam. Por el problema de Marcus. «Quizá habría que pensar en cambiarle de colegio», había dicho Will a raíz de un incidente en el patio del colegio que había dejado a Liam particularmente tocado. Entonces Tess le había soltado: «¡Eso parece un poco dramático!», enredándose a continuación en una acalorada discusión mientras ponían el lavaplatos después de la cena. Tess había cerrado de golpe varios cajones. Will había vuelto a colocar ostentosamente la sartén que ella acababa de poner en el lavaplatos. Ella había acabado diciendo alguna tontería del tipo: «¿Me estás diciendo que no me preocupo de Liam tanto como tú?», y Will había gritado: «¡No seas idiota!».

Pero al cabo de unas horas lo habían resuelto. Se pidieron disculpas mutuamente y no quedó rastro de rencor. Will no era rencoroso. En realidad, se le daba muy bien llegar a compromisos. Y rara vez perdía el sentido del humor o la capacidad de reírse de sí mismo. «¿Has visto cómo he vuelto a colocar la sartén?», dijo. «Un golpe maestro, ¿verdad? ¿A que te ha puesto en tu sitio?».

Durante un instante Tess sintió tambalearse su extraña e inapropiada felicidad. Como si estuviera en equilibrio sobre una estrecha grieta rodeada de abismos de dolor. Un mal pensamiento y se precipitaría al vacío.

No pienses en Will. Piensa en Connor. Piensa en el sexo. Ten pensamientos perversos, terrenales, primitivos. Piensa en el orgasmo que anoche traspasó tu cuerpo purificándote la mente.

Vio a Liam volver con los de su clase. Se puso al lado de una niña que Tess conocía: Polly Fitzpatrick, la hija pequeña de Cecilia Fitzpatrick, que era espectacularmente guapa y parecía una amazona al lado del flacucho de Liam. Polly chocó la mano en alto con Liam, que parecía casi incandescente de felicidad.

Maldita sea. Will estaba en lo cierto. Liam necesitaba cambiar de colegio.

Los ojos de Tess se llenaron de lágrimas y se sintió súbitamente avergonzada.

A qué venía aquella vergüenza, se preguntó mientras sacaba un pañuelo de papel del bolso y se sonaba la nariz.

¿Se debía a que su marido se había enamorado de otra? ¿A que ella no era lo suficientemente encantadora o sexy o lo que fuera como para tener satisfecho al padre de su hijo?

¿O era que se avergonzaba de lo de anoche? Por haber encontrado un modo egoísta de hacer desaparecer el dolor. Por estar deseando en ese preciso momento volver a ver a Connor o, más concretamente, volver a acostarse con él y que su lengua, su cuerpo y sus manos borraran el recuerdo de Will y Felicity sentados uno al lado del otro frente a ella mientras le contaban su horrible secreto. Recordó la sensación de su columna vertebral aplastada contra la tarima del pasillo de Connor. Estaba follándosela, sí, pero en realidad era una manera de joder a los otros dos.

Se escuchó una suave risotada femenina procedente de las atractivas madres parlanchinas sentadas junto a Tess. Madres que tenían sexo conyugal como es debido en el lecho matrimonial. Madres que no estaban pensando en follar mientras veían el desfile de sombreros de Pascua de sus hijos. Tess sentía vergüenza porque no se estaba portando como debería hacerlo una madre abnegada.

O quizá estaba avergonzada porque en el fondo no sentía la más mínima vergüenza.

—¡Muchas gracias por estar hoy con nosotros, mamás y papás, abuelos y abuelas! ¡El desfile de sombreros de Pascua ha terminado! —anunció la directora del colegio por el micrófono. Ladeó la cabeza e hizo como si agarrara una zanahoria imaginaria como el Conejo de la Suerte—. ¡Esto ha sido todo, amigos!

—¿Qué quieres hacer esta tarde? —preguntó Lucy mientras todo el mundo aplaudía y reía.

—Necesito hacer algunas compras.

Tess se levantó, se estiró y miró a su madre en la silla de ruedas. Pudo sentir la mirada de Connor fija en ella desde el otro lado del patio.

Pensó que nunca se había sentido cómoda respecto al divorcio de sus padres. De niña se pasaba las horas imaginando cuánto mejor habría sido su vida si sus padres hubieran seguido juntos. Habría tenido una relación más estrecha con su padre. ¡Las vacaciones habrían sido mucho más divertidas! No habría sido tan tímida (y eso que no sabía cómo era capaz de racionalizar estos pensamientos). Todo en general habría sido mucho mejor. Pero lo cierto era que sus padres habían tenido un divorcio totalmente amistoso y consiguieron llevarse bastante bien. Eso no quitaba que le resultara extraño visitar a su padre un fin de semana sí y otro no. Pero, en realidad, ¿para qué tanto aspaviento? Los matrimonios fracasaban. Los hijos sobrevivían. Tess había sobrevivido. El supuesto «daño» estaba todo en su cabeza.

Saludó a Connor con la mano.

Lencería nueva era lo que necesitaba. Lencería extraordinariamente cara que su marido no vería jamás.