CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

Cecilia decidió irse pronto del desfile. Necesitaba moverse. Cuando estaba quieta, se ponía a pensar, y eso era peligroso. Polly y Esther ya habían visto que estaba allí, ya solo quedaba el fallo del jurado. Además, sus hijas no iban a ganar porque, la semana pasada (hacía mil años), había hablado con los jueces para asegurarse de que fuera así. La gente se picaba si las hijas de los Fitzpatrick ganaban demasiados premios, sospechaban que era por favoritismo, lo que les quitaba aún más las ganas de ofrecerse como voluntarios en el colegio.

Al acabar el año no volvería a presentarse como presidenta de la Asociación de Padres y Amigos del colegio. La idea le sobrevino con meridiana claridad al agacharse para recoger el bolso al pie de la silla. Era un alivio tener una cosa clara sobre su futuro. Con independencia de lo que ocurriera, incluso si no ocurría nada, no volvería a presentarse. Era sencillamente imposible. Ella ya no era Cecilia Fitzpatrick. Había dejado de existir desde el momento en que había leído la carta.

—Me voy —le dijo a Mahalia.

—Sí, vete a casa a descansar —repuso Mahalia—. Por un momento creí que ibas a desmayarte. Quédate la bufanda. Te sienta bien.

Mientras cruzaba el patio, Cecilia vio a Rachel Crowley contemplando el desfile con Samantha Green desde el balcón de la secretaría del colegio. Estaban mirando para otro lado. Si se daba prisa, pasaría sin que la vieran.

—¡Cecilia! —gritó Samantha.

—¡Hola! —exclamó Cecilia, soltando una ristra de improperios para sus adentros.

Se dirigió hacia ellas con las llaves del coche en la mano, para que vieran que tenía prisa, y se quedó a la máxima distancia que consideró correcta.

—¡A ti te quería yo ver! —gritó Samantha, apoyada en el balcón—. ¿No dijiste que recibiría el pedido de Tupperware antes de Pascua? Es que vamos a hacer un picnic el domingo, si seguimos con tan buen tiempo. Así que he pensado que…

—Por supuesto —le interrumpió Cecilia acercándose a ellas. Normalmente no le pasaban estas cosas. Se había olvidado por completo de los envíos que debía haber hecho ayer—. Lo siento mucho, ha sido una semana… complicada. Esta tarde me paso después de recoger a las chicas.

—Magnífico —dijo Samantha—. Es que me dejaste tan impresionada con el juego de tarteras de picnic que no veo el momento de tenerlo en mis manos. ¿Has ido alguna vez a las reuniones de Tupperware de Cecilia, Rachel? ¡Esta mujer puede vender hielo a los esquimales!

—De hecho, fui a una de sus reuniones anteanoche —repuso Rachel sonriendo a Cecilia—. ¡No tenía ni idea de todos los modelos de Tupperware que me estaba perdiendo!

—La verdad es que puedo traerte tu pedido al mismo tiempo, si quieres —sugirió Cecilia.

—Ah, ¿sí? —se asombró Rachel—. No lo esperaba tan pronto. ¿No tienes que encargarlo?

—Tengo existencias de todo —dijo Cecilia—. Por si acaso.

«¿Por qué estaba haciendo esto?».

—Servicio exprés para VIP, ¿verdad? —bromeó Samantha, que sin duda estaba tomando nota para el futuro.

—No es ninguna molestia —aseguró Cecilia.

Quiso buscar la mirada de Rachel, pero le fue imposible, incluso a aquella distancia. Era una mujer tan encantadora. ¿Sería más fácil de justificar si no lo fuera? Fingió distraerse con que se le caía de los hombros la bufanda de Mahalia.

—Si te viene bien, sería estupendo —dijo Rachel—. Tengo que llevar una tarta pavlova a casa de mi nuera el Domingo de Pascua, de manera que uno de esos recipientes guardalotodo me vendrían muy bien.

Cecilia tenía la certeza de que Rachel no había pedido nada que sirviera para llevar una pavlova. Ya encontraría algo y se lo daría gratis. Vale, John-Paul, he regalado algunos Tupperware a la madre de la chica que asesinaste, así que estamos en paz.

—¡Os veo por la tarde! —se despidió, agitando las llaves con tanto ímpetu que salieron volando.

—Vaya por Dios —exclamó Samantha.