—Connor Whitby parece de muy buen humor hoy —observó Samantha Green—. ¿No será que por fin ha conseguido una mujer?
Samantha Green, cuya hija mayor estaba en 6º curso, trabajaba como bibliotecaria del colegio a tiempo parcial. Cobraba por horas y Rachel sospechaba que el Santa Ángela le iba a pagar también el rato que estaba pasando viendo el desfile de sombreros de Pascua con Rachel en el patio. Ese era el problema de tener a una madre trabajando en el colegio. Rachel no podía ir y decirle: «Supongo que descontarás de tu sueldo este rato, ¿no, Samantha?». No hacía ninguna falta que dejara su puesto para ver el desfile, puesto que solo trabajaba allí tres horas. Además, tampoco participaba su hija. Pero, ya puestos, tampoco participaba ninguna hija de Rachel y ella también había dejado de trabajar por ver el desfile. Se sintió quisquillosa y mezquina.
Rachel miró a Connor sentado en la mesa de los jueces, con su enorme capota rosa de bebé. Había algo perverso en un adulto vestido de bebé. Estaba haciendo reír a unos chicos mayores. Pensó en su expresión malvada en el vídeo. La mirada asesina que echaba a Janie. Sí, había sido una mirada asesina. La policía haría que visionara la cinta un psicólogo. O un experto en lectura de rostros. En estos tiempos hay expertos en todo.
—Ya sé que los chicos lo quieren —dijo Samantha, a quien le gustaba agotar un tema antes de pasar a otro—. Y siempre se porta estupendamente con los padres, pero no puedo dejar de pensar que hay algo raro en Connor Whitby. No sé si me explico. ¡Ooh! ¡Mira a la hija pequeña de Cecilia Fitzpatrick! ¡Qué guapa es! Me pregunto a quién habrá salido. El caso es que mi amiga Janet Tyler salió con Connor unas cuantas veces después de divorciarse y decía que Connor era una persona deprimida que aparentaba no serlo. Acabó dejando a Janet.
—Hum —farfulló Rachel.
—Mi madre se acuerda de la suya —comentó Samantha—. Era una alcohólica. No cuidaba a los chicos. Su padre se marchó cuando Connor era un bebé. Dios, ¿quién es ese que lleva una jaula de pájaros en la cabeza? Al pobre chico se le va a caer de un momento a otro.
Rachel se acordaba vagamente de las pocas veces que había visto a Trish Connor en la iglesia. Los hijos eran unos alborotadores. Trish les reñía en voz alta durante la misa y la gente se les quedaba mirando.
—Quiero decir que una infancia así debe de dejar huella en la personalidad. En la de Connor, me refiero.
—Sí —convino Rachel con tal rotundidad que Samantha se sobresaltó.
—Pero esta mañana está de buen humor —insistió Samantha volviendo a la carga—. Antes lo he visto en el aparcamiento, le he preguntado qué tal estaba y me ha contestado: «¡Mejor que nunca!». Eso me suena a hombre enamorado. O al menos a un hombre que ayer por la noche debió de ligar. Debo contárselo a Janet. Bueno, quizá no debería contárselo a la pobre Janet. Creo que le gustaba mucho, pese a todo lo raro que era. ¡Ahí va! La jaula se ha caído. Se veía venir.
¡Mejor que nunca!
Al día siguiente era el aniversario de la muerte de Janie y Connor Whitby se encontraba mejor que nunca.