Janie estuvo a punto de cambiar de idea cuando se asomó por la ventanilla del tren y vio que John-Paul la esperaba en el andén. Estaba leyendo un libro, con sus largas piernas recogidas; cuando vio que llegaba el tren, se levantó, guardó el libro en el bolsillo de atrás y, con un movimiento repentino, casi furtivo, se alisó el pelo con la palma de la mano. Era guapísimo.
Ella se levantó del asiento, agarrándose a la barra para mantener el equilibrio, y se echó la mochila al hombro.
Era curiosa su forma de alisarse el pelo, un gesto inseguro en un chico como John-Paul. Se diría que estaba nervioso por ver a Janie, preocupado por impresionarla.
«Próxima parada, Asquith, luego parada en todas las estaciones hasta Berowra».
El tren emitió un chirrido metálico al frenar.
Esto fue lo que sucedió. Ella iba a decirle que no podía seguir viéndolo. Podía haberle dado plantón, dejarlo allí esperando, pero no era esa clase de chica. Podía haberle telefoneado, pero tampoco le parecía bien. Y, además, nunca se llamaban el uno al otro. Ambos tenían madres a quienes les gustaba merodear cuando ellos hablaban por teléfono.
(De haber podido enviarle un correo electrónico o un mensaje de texto, todo se habría solucionado, pero los teléfonos móviles e Internet estaban aún en el futuro).
Había pensado que sería un trance desagradable y que quizá John-Paul se sintiera herido en su orgullo y diría algo vengativo como: «La verdad es que tampoco me gustabas tanto», pero hasta que lo vio alisarse el pelo no se le había pasado por la cabeza que pudiera hacerle daño. Se puso enferma solo de pensarlo.
Se apeó del tren y John-Paul levantó una mano y sonrió. Janie lo saludó con la mano y, mientras iba a su encuentro por el andén de la estación, sintió el impacto amargo y fugaz de la revelación de que John-Paul le gustaba más que Connor, muchísimo más. Era una tensión estar con alguien tan guapo, inteligente, divertido y simpático. Estaba deslumbrada por John-Paul como Connor estaba deslumbrado por ella. Y era más divertido deslumbrar. Eran las chicas las que tenían que deslumbrar.
El interés de John-Paul tenía algo de falso. Como si fuera una broma. Porque seguro que pensaba que ella no estaba a su altura. Casi esperaba que apareciera una panda de adolescentes riéndose, burlándose y diciéndole: «¿No creerás de veras que está interesado por ti?». Por eso no había hablado de él con ninguna de sus amigas. Conocían a Connor, por supuesto, pero no a John-Paul Fitzpatrick. Nunca creerían que alguien como él estuviera interesado por ella; ni siquiera ella misma se lo creía.
Pensó en la gran sonrisa bobalicona de Connor en el autobús, cuando ella le dijo que ahora era oficialmente su novio. Para Janie era su amigo. Perder la virginidad con Connor era dulce, divertido y tierno. En cambio, no podía desnudarse delante de John-Paul. Solo de pensarlo se le paraba el corazón. Además, él merecía una chica con un cuerpo acorde con el suyo. Seguramente se reiría si viera su extraño cuerpo blanco y larguirucho. Quizá advirtiera que tenía los brazos desproporcionadamente largos en relación con el cuerpo. Quizá se riera despectivamente de su pecho cóncavo.
—Hola —saludó.
—Hola —respondió él.
Janie contuvo el aliento porque al mirarse ella volvió a tener la misma sensación, la sensación de que entre ellos había algo enorme, algo que no sabía definir bien, algo que a los veinte años habría denominado pasión y a los treinta, con más cinismo, química. Una partícula diminuta de sí misma, una diminuta partícula de la mujer que podría haber llegado a ser, pensó: «Vamos, Janie, estás siendo cobarde. Te gusta más que Connor. Quédate con él. Esto podría ser grande. Esto podría ser enorme. Esto podría ser amor».
Pero su corazón latía tan aceleradamente que era horrible, espantoso y doloroso, apenas podía respirar. Notaba una dolorosa opresión en el centro del pecho, como si alguien estuviera tratando de aplastarlo. Solo quería volver a sentirse normal.
—Necesito hablar contigo de una cosa —dijo, poniendo una voz fría y seca, sellando su destino como un sobre.