CAPÍTULO DIECISIETE

—Connor —dijo Tess—. Estoy echando gasolina.

—Me estás tomando el pelo —aseguró Connor.

Tess tardó un momento en entenderle.

—Me has dado un susto de muerte —afirmó con un toque de petulancia, porque estaba nerviosa—. Pensé que eras un asesino con un hacha.

Tomó la boquilla del surtidor. Connor siguió allí, sin moverse, con el casco bajo el brazo, mirándola como si esperara algo. Vale, de acuerdo, ya habían hablado. Ahora monta en la moto. Lárgate. Tess prefería que las personas de su pasado se quedaran en su pasado. Exnovios, viejas amigas del colegio, antiguos colegas, en realidad, ¿qué sentido tenían? La vida seguía. Tess disfrutaba acordándose de las personas que había conocido en otro tiempo, pero no con ellas. Presionó el gatillo de la manguera, sonriéndole con aprensión, procurando recordar cómo había acabado exactamente su relación. ¿Fue cuando Felicity y ella se trasladaron a Melbourne? Había sido un novio entre otros muchos. Solía romper ella antes de que lo hicieran ellos. Normalmente después de que Felicity se riera de ellos. Siempre había algún chico nuevo para sustituirlos. Lo achacaba a que tenía la dosis justa de atractivo: no demasiado intimidante. Decía que sí a quien le pidiera salir con ella. No se le pasaba por la cabeza decir que no.

Recordó que Connor siempre había estado más enamorado que ella; era demasiado mayor y serio, pensó. Fue durante su primer curso en la universidad, no tenía más que diecinueve años y estaba sorprendida por el intenso interés que había despertado en aquel joven mayor y silencioso.

Quizá lo había tratado mal. En la adolescencia no había tenido mucha confianza en sí misma, preocupada siempre por lo que la gente pensara de ella y cómo podían hacerle daño, sin detenerse a pensar en el impacto que ella podía causar en los sentimientos de los demás.

—He estado pensando en ti —dijo Connor—. Después de haberte visto esta mañana en el colegio. Incluso me he preguntado si querrías, eh, quedar, a tomar un café, tal vez.

—¡Oh! —dijo Tess.

Un café con Connor Whitby. Parecía tan ridículamente fuera de lugar como cuando Liam sugería hacer un puzle cuando ella estaba atascada con el ordenador o con alguna avería de fontanería. ¡Su vida entera acababa de venirse abajo! No iba a tomar café con este cariñoso aunque esencialmente aburrido exnovio de su adolescencia.

¿No sabía que estaba casada? Puso la mano sobre el surtidor de gasolina para que se viera bien la alianza. Todavía se sentía casada a todos los efectos.

Por lo visto volver a casa era como entrar en Facebook, donde exnovios de mediana edad salían de debajo de las piedras como cucarachas, sugiriendo «tomar algo», sacando sus pequeñas antenas en busca de posibles aventuras. ¿Estaba casado Connor? Le miró las manos por ver si llevaba alianza.

—No me refería a una cita, si es eso lo que estás pensando —dijo Connor.

—No estaba pensando eso.

—Ya sé que estás casada, no te preocupes. No sé si te acuerdas de Benjamin, el hijo de mi hermana. Bueno, pues ha terminado la universidad y se quiere dedicar a la publicidad. Esa es tu profesión, ¿verdad? Pensaba explotarte por tus conocimientos profesionales. —Se mordió un carrillo—. Quizá explotarte no sea la palabra adecuada.

—¿Benjamin ha terminado la universidad? —dijo Tess asombrada—. No puede ser…, pero ¡si estaba en Infantil!

Afloraron los recuerdos. Un minuto antes no habría sabido decir el nombre del sobrino de Connor, ni siquiera se acordaba de que lo tuviera. Ahora recordaba perfectamente el color verde pálido de las paredes del dormitorio de Benjamin.

—Estaba en Infantil hace dieciséis años —dijo Connor—. Ahora mide más de metro ochenta, tiene mucho pelo y lleva un código de barras tatuado en el cuello. No es broma. Un código de barras.

—Lo llevamos al zoo —dijo Tess maravillada.

—Es posible.

—Tu hermana estaba profundamente dormida. —Tess recordaba a una mujer de cabellos negros acostada en un sofá—. Estaba enferma. —¿No había sido madre soltera? Tess no le había dado importancia entonces. Debería haberse ofrecido a hacerle la compra—. ¿Cómo está tu hermana?

—Oh, bueno, la perdimos hace años —dijo en tono de disculpa—. Un ataque al corazón. Solo tenía cincuenta años. Rebosante de salud y en plena forma…, de modo que fue un golpe terrible. Soy el tutor de Benjamin.

—Dios, lo siento, Connor. —A Tess se le quebró la voz por lo inesperado de la noticia. El mundo era un lugar desesperadamente triste. ¿No había estado muy unido a su hermana? ¿Cómo se llamaba? Lisa. Se llamaba Lisa.

—Un café sería estupendo —dijo de pronto, impulsivamente—. Puedes aprovechar mi experiencia, si es que te sirve de algo.

No era la única que sufría. La gente perdía a sus seres queridos. Los maridos se enamoraban de otras. Además, un café con alguien sin nada que ver con su vida actual sería la distracción perfecta. Connor Whitby no era repulsivo.

—Sería estupendo. —Connor sonrió.

No recordaba que tuviera una sonrisa tan atractiva.

—Te llamo o te envío un correo —dijo levantando el casco.

—De acuerdo, ¿necesitas mi… —El surtidor emitió un chasquido para indicar que el depósito estaba lleno, Tess extrajo la manguera y la devolvió a su sitio.

—Ahora eres una madre del Santa Ángela —dijo Connor—. Puedo localizarte.

—Oh. Bueno.

Madre del Santa Ángela. Se sintió extrañamente al descubierto. Se volvió para mirarle con las llaves del coche y el billetero en la mano.

—Y también conocer todos tus datos, dicho sea de paso. —Connor levantó la vista, la bajó y sonrió.

—Ya veo —dijo Tess—. Me gusta tu moto. No recuerdo que tuvieras una.

¿No tenía una especie de turismo aburrido?

—Es mi crisis de la edad madura.

—Creo que mi marido se va a comprar una.

—Espero que no te cueste mucho —dijo Connor.

Tess se encogió de hombros. Ja, ja. Volvió a mirar a la moto y dijo:

—Cuando yo tenía diecisiete años, mi madre dijo que me daría quinientos dólares si firmaba un contrato con la promesa de no volver a montar en moto con ningún chico.

—¿Lo firmaste?

—Sí.

—¿Nunca lo incumpliste?

—Pues no.

—Tengo cuarenta y cinco —dijo Connor—. No soy ningún chaval.

Sus miradas se cruzaron. ¿Estaba convirtiéndose la conversación en… flirteo? Recordó la vez que despertó a su lado, en una sencilla habitación blanca que daba a una concurrida autopista. ¿No tenía él un colchón de agua? ¿No se habían partido de risa Felicity y ella por eso? Llevaba una medalla de san Cristóbal que oscilaba sobre la cara de ella cuando hicieron al amor. De pronto sintió náuseas. Fatal. Aquello era un error. Un terrible error.

Connor pareció captar su cambio de estado de ánimo.

—En fin, Tess, te llamo en algún momento para tomar ese café.

Volvió a ponerse el casco. Arrancó la moto, levantó la mano enguantada de negro y se marchó.

Tess lo miró marchar y de repente se estremeció cuando le vino a la cabeza que su primer orgasmo lo había tenido en aquel ridículo colchón de agua. En realidad, ahora que lo pensaba, había habido otros cuantos primeros orgasmos en aquella cama. Plof, plof, hacía el colchón. El sexo, especialmente para una buena chica católica como Tess, había sido muy salvaje, sucio y nuevo por aquel entonces.

Al dirigirse a pagar la gasolina por la profusamente iluminada estación de servicio se vio de reojo en un espejo de seguridad. Se dio cuenta de que tenía el rostro muy sonrosado.