Este libro no habría sido posible sin la ayuda y el apoyo de muchas personas. Deseo dar las gracias, en primer lugar, a Pietro Boroli y a Gian Luca Pulvirenti, quienes creyeron enseguida en mi proyecto, y a Mirella Mancuso, vicepresidente de la AIDO, por su sincero entusiasmo y por su respaldo. Quiero agradecer especialmente a Federico Moccia por su hermoso prólogo.
Gracias de corazón también a Manuela Pizzo por su valiosa colaboración y por haberme ayudado a dar voz al universo femenino. A Giusy Piediscalzi, que siempre me ha animado en esta breve pero intensa aventura editorial. A todos mis amigos de la infancia, gran fuente de inspiración, y, por último, a mis lectores, sin los cuales no habría llegado hasta aquí.
Quiero mencionar, asimismo, a todos aquellos que como yo han aceptado hacerse donantes de órganos. No siempre se reconoce como tal el obsequio de la vida y se piensa erróneamente que las cosas malas solo pueden ocurrirles a los demás. No nos olvidemos de ayudar a aquellos que realmente lo necesitan, brindándoles una esperanza.