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—¿Señor Cutrò?

—Sí.

Pietro Cutrò, enjugándose las lágrimas, se levantó de la silla.

Las últimas horas habían sido espantosas. No estaba completamente lúcido, seguía esperando que se tratara de una broma cruel o de una horrible pesadilla.

Sí, debía de ser una pesadilla, pero nadie lo iba a despertar. Seguía teniendo delante de los ojos la imagen de Ale. Se miró la camisa, todavía manchada de sangre. Su sangre. Le dieron ganas de gritar.

Vio que algo blanco avanzaba hacia él, andando lentamente y rompiendo, con el ruido de los pasos, el silencio de su corazón.

El médico se le acercó y le puso una mano en el hombro. Se quitó la mascarilla y empezó a rascarse el codo derecho.

—Tengo que hablarle de algo. Comprendo que no es el momento más apropiado, pero es realmente importante.

Pietro Cutrò asintió, sin fuerzas para decir nada.

—El chico que estaba con su hijo en el momento del accidente, el que subió a la ambulancia con Ale…

—Claudio…

—Sí, exactamente, Claudio. Verá, me ha entregado esto.

El médico sacó algo del bolsillo y se lo tendió al hombre que tenía delante.

Pietro alzó un instante la mirada del suelo y la posó sobre la agenda de su hijo. Pero no se atrevió a tocarla.

—Su hijo había decidido hacerse donante de órganos, ¿lo sabía?

Pietro asintió.

—Pues bien, quería hablarle de eso. Desgraciadamente, Claudio no está en condiciones, ya que se encuentra en estado de shock, y nosotros necesitamos despejar dudas sobre cierta situación. Comprenderá que…

—Deme solo un segundo.

—Claro, descuide. Pase a verme a mi despacho cuando se sienta preparado.