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—Con su permiso…

La profesora de matemáticas se volvió.

—Claudio, ¿qué haces aquí tan temprano?

El muchacho no respondió. Ni siquiera la miró.

—Oye, que hoy no te toca a ti. Los que se examinan son… —La docente recogió unas hojas de la mesa y empezó a repasarlas—. Bien, aquí están… Alessi, Anselmo, Bernardi, Bonza, Cardile y Cutrò. A ti te toca pasado mañana.

—¡Lo sé perfectamente! No he venido por eso, he venido por él —le respondió un poco molesto señalando a un hombre bajo que estaba colocando unas fichas en la mesa, al lado de su colega.

—¡Claudio! Pero, bueno, ¿qué modales son esos? ¡Un poco de respeto! Venga, sal de aquí y no importunes al director.

—Tranquila, Carlotta, no pasa nada. Oigamos lo que tiene que decir este joven… —terció amablemente el hombre dirigiéndose a su colega.

Claudio, que se había quedado en la puerta, entró en el aula.

—Usted es el presidente del jurado, ¿verdad?

El hombre asintió.

—He venido a hablar del último alumno que se examina hoy, Alessandro Cutrò.

Hizo una breve pausa y luego prosiguió:

—Verá, en este momento se encuentra en una situación difícil. Hace poco descubrió que su novia tiene una grave enfermedad en el corazón y está pasando los últimos días que le quedan de vida en el hospital. Por eso hoy lo va a pasar muy mal, así que le ruego a usted y a todo el jurado que sean compasivos con él cuando lo examinen. Traten de entenderlo, pronto tendrá que despedirse de su novia, y la sola idea le desgarra el corazón…

El director sonrió ante aquel torpe intento de ayudar a un amigo.

—Tu gesto es muy noble, pero desgraciadamente no podemos tener tratos de favor con nadie. Los exámenes son estatales, por lo que su importancia legal no permite excepciones.

El rostro de Claudio se ensombreció.

—Aun así, te prometo que le pediré al resto del jurado que tenga en cuenta su difícil situación y su fragilidad emotiva, y que por tanto haga la vista gorda ante errores debidos al desconsuelo. ¿De acuerdo?

Claudio sonrió y le estrechó la mano al director.

—Se lo agradezco muchísimo. Para corresponderle le doy permiso para que se desquite conmigo cuando me toque mi turno.

Esa frase arrancó una sonrisa también a la glacial profesora, que se acercó a Claudio y le puso una mano en el hombro.

—A pesar de todo hay algo bueno en ti, ¿verdad, Claudio? Es una pena que lo descubra ahora, aunque mejor tarde que nunca… Y ahora vete, que los chicos no tardarán en llegar y empezaremos con los exámenes. Piensa en estudiar, si me permites un consejo.

Claudio asintió y se volvió para salir de la habitación. En realidad prefería quedarse para ver cómo eran los exámenes de sus compañeros y hacerse una idea de lo que le esperaba, pero no había motivo para informar a la profesora de su preferencia.

—De todas formas, Ale tiene mucha suerte de tener un amigo como tú. No todo el mundo tiene un gesto así.

Tras esas palabras, Claudio se detuvo un instante sin volverse.

¿Ale una persona con mucha suerte? Nadie lo hubiera dicho en ese momento. ¡Más que suerte, lo que Ale necesitaba era un milagro! Suspiró, se despidió y salió del aula.