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La fiesta pasó rápidamente, entre bailes desenfrenados y vasos apurados de un trago, risas y los discursos de rigor.

—¡Eh, ve despacio! —Ale le quitó con delicadeza a Ylenia el vaso que sostenía en las manos.

—Oye, que no estoy borracha… —respondió ella sin resultar muy convincente.

—Ya, claro… Sentémonos allí, que se está más tranquilo —trató de convencerla Ale cogiéndola de la mano.

—Como quieras, pero créeme si te digo que no estoy borracha…

En el jardín, mientras paseaban, Ale se atrevió por fin a retomar el asunto que tanto le interesaba.

—Me parece que esta noche tenías que darme una explicación, ¿o me equivoco?

Haciéndose la desentendida, Ylenia trató de cambiar de tema.

—Quiero ver el mar, pero estos árboles me lo impiden. Subamos… —Y señaló uno de los balcones de la casa.

—¿Arriba? No sé si podemos.

Ale vacilaba. Había intuido hasta dónde lo quería llevar Ylenia esa noche, pero él no tenía intención de aprovecharse de la situación. No sabía si el nuevo cambio repentino era fruto del alcohol o de otra cosa.

—Claro que se puede. Hace poco he visto que Claudio y Gilda han subido por las escaleras. ¡Ánimo, venga, hagamos lo mismo!

—Vale, vale. ¿Estás segura de que quieres?

—Por supuesto… ¡Ya te he dicho que no estoy borracha! ¿Vienes o no?

Ylenia se encaminó decidida, haciéndole un gesto para que la siguiera. Cuando llegaron a la planta de arriba se encontraron en un pasillo lleno de puertas.

—¿Y ahora? ¿Cómo sabemos cuál es? —preguntó Ale mirando alrededor.

—¡Muy fácil! Las abrimos todas…

Y así empezaron esa cómica búsqueda, compitiendo para ver quién la encontraba antes. Sin embargo, muchas puertas estaban cerradas con llave por dentro, se les habían adelantado. Ale se paró un momento. Una melodía romántica se mecía en el aire y no salía de los altavoces del dj. Al parecer, Claudio había seguido su consejo y había elegido las notas de Midge Ure para aquella noche con Gilda. Ale sonrió, feliz por su amigo, feliz por sí mismo y por el mundo entero. Nada ni nadie podrían jamás estropear aquel momento mágico.

Después de abrir muchas puertas, Ylenia encontró por fin la habitación que buscaba.

—¡Ale! ¡Ven rápido! ¡Es aquí! ¡He ganado yo!

Ale siguió a Ylenia hasta la habitación. Ella ya había salido al balcón a contemplar el paisaje.

—Es maravilloso. Esta vista quita la respiración.

—Tienes razón, pero ten cuidado, no te asomes demasiado.

—¡Sí, papá!

Ale la besó con pasión.

—¿Has visto, has visto cuántas estrellas? Ha pasado una estrella fugaz, ¿la has visto? —Ylenia daba saltitos feliz y señalaba un punto en el cielo.

—No, no la he visto.

—¡Qué pena! Eso significa que tendré que pedir un deseo también por ti. De todas formas, estoy segura de que es el mismo que el mío.

Ylenia lo besó todavía más intensamente.

—Ylenia, espera, quiero saber…

—Chissst, ahora no es momento de explicaciones, tenemos otra cosa que hacer…

—Pero yo…

Ylenia lo agarró de la corbata y lo llevó al interior de la habitación.

—¿Estás segura de que es esto lo que quieres?

—Nunca he deseado otra cosa, quiero ser tuya, Ale, quiero ser solo tuya, aquí y ahora… —le susurró echándose en la cama y haciéndolo tumbarse sobre ella—. Quiero hacer el amor contigo, Ale, ese es mi único deseo, ¿puedes cumplirlo?

Tenía los ojos cerrados y saboreaba despacio su piel, mientras él le bajaba delicadamente la cremallera del vestido y le daba besitos en el cuello.

Ale no dijo nada. Empezó a explorar con la boca cada centímetro de su cuerpo, al tiempo que el sujetador se desataba, las braguitas salían y el vestido acababa en el suelo. Su lengua resbalaba cada vez más abajo, por el cuello, luego por los pechos y por los pezones, por la barriga ya ligeramente bronceada, y a continuación todavía más abajo, más abajo, para oírla gemir, feliz y pasional. Le recorrió con las manos todo el cuerpo, mientras ella, con dedos temblorosos, los ojos entornados y una expresión indefinible en el rostro, le desabotonaba la camisa y trajinaba con los botones de sus pantalones, besándole el cuello, a la espera del momento en que finalmente sus cuerpos se convertirían en uno solo.

Y cuando ese momento llegó, mientras lo sentía moverse dentro de ella y ella también movía la pelvis para acompañarlo en el mismo baile, las palabras salieron solas de sus bocas justo en el instante más hermoso, como para rubricar la magia:

—Te quiero.

Más tarde, a saber cuánto tiempo más tarde, ambos estaban desnudos, uno al lado del otro, felices, cansados y saciados de amor. Mientras la música sonaba y las estrellas hacían de espectadoras, lo hicieron de nuevo. Ylenia habría deseado seguir sin interrupción, pero sabía que no podía abusar para no agotar su corazón enfermo. Permaneció extasiada en el aturdimiento, turbada por la inesperada realización del amor con Ale.

—Ha sido precioso…

Ylenia estaba colorada, se le había corrido un poco el maquillaje y llevaba puesta la camisa de Ale.

Con la cabeza sobre sus pechos, él dibujaba con el dedo circulitos sobre la piel delicada, que seguía oliendo a pasión.

—¡Lo sé, para mí también ha sido fantástico!

Ylenia le dio un beso en la frente. Él se sentó a su lado.

—Dime la verdad. ¿Es cierto eso que me has susurrado?

—¿A qué te refieres?

—A algo que has dicho hace poco, mientras lo hacíamos…

Ylenia rompió a reír.

—¿Cuándo, perdona? ¡Lo hemos hecho dos veces!

—Sabes a qué me refiero… ¿Es verdad que me quieres?

—Sí.

—Yo también te quiero, pero tienes que darme algunas explicaciones. Trata de entenderme, no puedo vivir así, necesito saber…

Hubo un instante de silencio que pareció durar una eternidad. Luego Ylenia se decidió. «Debo decírselo. Debo hacerlo. No puedo seguir echándome atrás. No después de esta noche. No después de lo que ha pasado. Debo decírselo aquí y ahora. Debo encontrar la fuerza. Respiro. Voy».

—Me estoy muriendo, Ale…

«Silencio. Lo miro. No me mira. Tiene los ojos perdidos en el vacío. Di algo, coño, no te quedes embobado. Habla. Te lo suplico».

—¿Perdona?

—Te he dicho la verdad. Me estoy muriendo.

—No puede ser, ¿qué significa?

—Estoy enferma, Ale, y no me queda mucho tiempo de vida. Yo… Puede que no llegue ni a ver el verano. Lo siento, amor, pero es la verdad.

—No. No es verdad. No es verdad. Por favor, dime que no es verdad. No puede ser verdad, no tiene sentido…

Ale estaba muy alterado. Podría haberse imaginado cualquier cosa menos algo así. Porque eso era sencillamente inconcebible.

—Por desgracia es cierto, amor mío, y nadie puede hacer nada. Nadie puede salvarme. Tienes que hacerte a la idea. Por favor, no te pongas así. ¡Por favor! Yo… yo no tengo miedo…

—Pero ¡no es posible! ¡Tú no puedes morir! ¡Ahora no, cuando por fin te he encontrado! ¿Cómo voy a vivir sin ti? ¡No puede ser verdad! Se podrá hacer algo, habrá alguna esperanza…

Ylenia se había prometido ser fuerte, por él, por ellos, pero la expresión desesperada del rostro de Ale era desgarradora.

—Amor, por favor, no lo hagas todo más difícil…

—¿Desde cuándo lo sabes?

Ylenia no se atrevía a confesárselo.

—Respóndeme. ¿Desde cuándo lo sabes?

—Desde hace unos meses.

—¿Y por qué no me lo has dicho antes? ¿Por qué?

—Ale, no podía decírtelo. Habrías sufrido demasiado. La única opción no egoísta era esperar que me olvidases y que yo sufriese sola en silencio, pero no he podido, porque te necesitaba, porque te quiero, Ale, te he querido desde el primer momento y te necesito…

Ale no pudo contener las lágrimas. Sin dejar que terminara la frase, la atrajo hacia sí y la abrazó con fuerza, casi hasta asfixiarla, dispuesto a defenderla de todo y de todos, incluso de la muerte, con que solo existiera la manera. Pero lo único que podía hacer en ese momento era abrazarla y llorar.

—¡Todo está bien, no te preocupes, todo está bien! ¡Ahora estoy yo aquí contigo y no te dejaré nunca, nunca, te lo juro! No llores, amor mío, no llores, estoy contigo. Saldremos de esta, te lo juro, no voy a permitir a nadie que te aparte de mi lado.

Aquellas palabras, dictadas por la desesperación y por el desconsuelo, le servían más a él que a ella. Tenía necesidad de creer, de ilusionarse. Él contra el mundo. ¿Por qué no? Por absurdo que sonase, estaba seguro de que lo conseguiría. Por amor se puede hacer todo. Él contra la muerte. De acuerdo. Por ella, daría incluso su vida.