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—¡Ay! —Virginia había entrado a oscuras en la habitación de su hermano y se había tropezado con la mesilla, haciéndose daño en la rodilla.

—¿Qué pasa? —Ivan se despertó de golpe y encendió la luz.

—Pasa que el despertador lleva sonando un rato, pero no te despiertas. Creo que dormías profundamente, por eso he venido a despertarte.

—Pero esta mañana no tengo que levantarme tan pronto…

—Entonces, ¿por qué ha sonado el despertador?

—No lo sé, me olvidaría de apagarlo anoche. Déjame dormir un rato más, estoy muerto de cansancio —dijo Ivan mientras volvía a taparse con las mantas.

—Vale, te despertaré más tarde. Dulces sueños.

Virginia se acercó a su hermano, le dio un beso en la frente y se inclinó para apagar la lamparilla. Involuntariamente, antes de apretar el botón, tiró unas fotos al suelo.

—Epa… ¿Y estas fotos? —preguntó agachándose para recogerlas.

Ivan abrió con esfuerzo un ojo y la tranquilizó:

—Nada, son las fotos que tomamos anoche a los clientes de las prostitutas. Me olvidé de dejarlas en la comisaría, porque las guardé en el bolsillo equivocado, pero volveré esta tarde para presentar las denuncias.

Entre las muchas imágenes, Virginia reparó especialmente en tres. Sin que lo notase su hermano, las cogió y se las guardó en el bolsillo, luego apagó la luz y salió de la habitación de Ivan.

Extrajo del bolsillo las fotos y las observó mejor. No cabía duda.

—¡Qué cabrón! —exclamó mientras entraba dando un portazo en su habitación.