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—¿Me quieres decir por qué me has pedido que le contara una mentira a Ale?

—No me apetecía hablar con él.

—¿Por qué eres tan cabezota? ¿Cuándo comprenderás que tu forma de comportarte es injusta? ¡Quizá crees que así él sufre menos, pero te equivocas! Si realmente sientes algo por él, debes decirle la verdad y explicarle el motivo de tu continuo rechazo.

Giorgio no solía meterse en las cosas de su hija, pero esta vez el asunto era demasiado importante.

—¡Virginia me ha dicho lo mismo, pero yo no quiero! Vosotros no lo entendéis, no podéis entender cómo me siento… —Ylenia rompió a llorar y se encerró en su habitación.

Cuando por fin estuvo sola empezó a pensar en Ale, en todos los momentos que habían pasado juntos, en cómo la hacía sentirse bien y en la manera en que se habían dejado la última vez, pero sobre todo en lo fría que había estado con él. Cada recuerdo era una punzada en el corazón. ¡Cuánto le habría gustado tenerlo a su lado en esos días difíciles! ¡Cuánto le habría gustado hablar, desahogarse, sincerarse con él! Y desde que había sabido lo que había pasado con Silvia… Qué amable había sido ella, debía de querer mucho a Ale. Silvia había ido a verla a su casa para contarle lo que había ocurrido en la fiesta. Le dijo que era una chica afortunada: solo una tonta rechazaría a Ale. Haría bien en no dejarlo escapar. Al sentirse acusada, Ylenia se vio obligada a contarle toda la verdad, y a partir de ese momento se hicieron amigas.

Y Silvia también estuvo a su lado en aquellos días difíciles, sobre todo desde que Virginia empezó a trabajar en la playa y se veían menos. Lamentablemente, ella también le repetía hasta la saciedad que disfrutara de los momentos que le quedaban sin pensar en las consecuencias, hasta donde le fuera posible.

Pero ¿qué podía hacer, llamar a Ale y decirle que lo quería? ¿Y si él, entretanto, la había olvidado o se había enamorado de otra? Probablemente, la habría tomado por una pobre loca, dada su total falta de coherencia.

¿Qué era lo mejor que podía hacer? ¿Quién podía saberlo? Ylenia se arrodilló delante de su cama y con las manos juntas y los dedos entrelazados comenzó a hablar en silencio con Dios, para pedirle un poco de consuelo, una señal, algo que le indicase qué era lo mejor que podía hacer, el camino correcto. Estaba tan absorta en sus oraciones que no reparó en que alguien llamaba a la puerta. Cuando oyó que la abrían se volvió de golpe.

No daba crédito a sus ojos. ¿Acaso era aquella la señal que esperaba? ¿Esa era la forma en que Él atendía a su plegaria? Cómo saberlo, lo único que sentía era que el corazón le estallaba de dicha. Se arrojó literalmente a sus brazos.

—¡Ale, amor mío, te echaba tanto de menos! —le dijo sollozando.

Ale se quedó de piedra al oír aquellas palabras, paralizado, embelesado, incapaz de distinguir el sueño de la realidad.

Ylenia, Ylenia, Ylenia. Todos esos meses lo único que había tenido en la cabeza era aquel nombre. Nada más que ese nombre. ¿Y ahora? Y ahora ella estaba allí, delante de él, llorando entre sus brazos, diciéndole que lo había echado de menos. ¡Ella, que lo había apartado, ella, que había jugado a ese juego cruel, acababa de llamarlo «amor mío»!

—¿Ylenia? —susurró—. ¿Eres tú?

—¡Claro que soy yo! ¿Quién voy a ser?

—¿Me repites lo que acabas de decir?

Ale estaba como en trance, solo era consciente de la respiración y del dulce perfume de la piel de ella. Ylenia bajó la cabeza y sin hablar se acurrucó entre sus brazos, haciéndose pequeña e indefensa, con la única necesidad de ser mimada y amada.

—¿Por qué has venido? —preguntó con un hilo de voz.

—Quería invitarte a la fiesta de fin de curso —explicó él sintiéndose espantosamente tonto pero a la vez tremendamente feliz.

—Contigo me iría hasta el fin del mundo.

Ylenia se había puesto colorada, había vuelto a ser la Ylenia que tanto le gustaba, tímida, hermosa, frágil. Su Ylenia.

—Ylenia, pero… ¿a qué se debe este cambio de repente? ¿Qué ha pasado? Todos estos meses, y ahora… No comprendo. ¿Me quieres dar una explicación? ¡Tienes que darme una explicación; si no me volveré loco!

Ella le puso un dedo en la boca.

—Ahora no, por favor. Te lo explicaré todo mañana por la noche, en la fiesta, pero ahora no. Ahora solo abrázame.

Ale no entendía nada, pero obedeció. Para él tampoco había nada más hermoso que tenerla entre sus brazos, no quería estropear ese momento con preguntas inútiles, sobre todo porque ahora, por primera vez, la boca de Ylenia buscaba la suya, discreta, pasando primero por el cuello, la barbilla, las mejillas, un breve beso cada vez, para luego posarse dulcemente en sus labios. Ahora saboreaba la auténtica felicidad, aquella extraña dama que, en ese preciso instante, llamaba a la puerta para poder entrar; mientras sus lenguas, ebrias de amor, se buscaban y se entrelazaban, descubrió por primera vez qué significa formar una unidad.

También a él, en ese momento, se le reveló aquel gran misterio que llaman amor.