La mañana pasó rápido. Los chicos y las chicas se divirtieron haciéndose preguntas, inventándose e imaginándose lo que iba a caer en las pruebas escritas. Comieron alegremente bocadillos, luego se tumbaron todos juntos en la arena a descansar. Solo al atardecer se despidieron para volver cada uno a su casa.
Ale, antes de marcharse, buscó a Virginia, pero no la encontró, lo que lamentó mucho. Dio alcance a Claudio en el coche y lo encontró blasfemando como un loco.
—Oye, ¿qué te ha pasado?
—¿Que qué me ha pasado? Mira…
Ale miró el costado del coche y vio una raya blanca que iba de un extremo a otro.
—¿Te das cuenta? Algún cabrón me ha rayado todo el costado con una llave. ¡Mi coche… era nuevo!
—No la tomes conmigo, yo te he señalado otro sitio, y has sido tú quien ha querido dejarlo aquí.
—¡Tú cierra el pico, que hoy me caes fatal!
—¡Anda! Y no te enfades, es solo un coche.
—¿Solo un coche? Yo te… —Claudio se mordió la mano para no terminar la frase, sin duda carente de palabras dulces.
Se puso al volante y durante buena parte del camino no pronunció palabra. Cuando ya casi habían llegado, Ale recordó lo que le había dicho Virginia por la mañana y le habló de ello a su amigo.
—Esta noche hay una fiesta en el paseo marítimo. ¡Con baile en la playa y barra libre en el quiosco! ¿Te apetece ir? Tengo dos invitaciones.
—¿También irá Virginia?
—Sí.
—Entonces has conseguido olvidar a Ylenia, ¡por fin!
—¡En absoluto!
—Uf, ¿cuándo vas a aceptarlo? Si quieres un consejo, encuentra a una que te haga perder la cabeza, solo así te desengancharás. ¿No te lo ha dicho ella misma? ¡Puede que Virginia sea quien te alivie de tus penas de amor!
—¡Otra vez con lo mismo! Nos vemos esta noche, ¿vale? —Ale se apeó del coche.
—Vale, hasta luego —se despidió el amigo antes de dar marcha atrás y alejarse.
Bajo la ducha, Ale no hizo más que pensar en las palabras de Claudio. Por desgracia, esta vez tenía razón, realmente había llegado el momento de olvidar a Ylenia de una vez por todas, no le quedaba elección y no podía seguir esperando en vano. Ahora que se habían terminado las clases, solo la vería en los exámenes y después probablemente nunca más. Virginia, aunque no era tan guapa como ella, tenía un encanto especial: lo había impresionado muchísimo y estaba seguro de que la atracción era recíproca. Quizá Claudio había dado en el clavo: Virginia sería quien lo haría olvidar su triste amor no correspondido.
Esa noche, cuando llegaron al paseo marítimo, Ale se asombró de sí mismo: se moría de ganas de volver a ver a la chica a la que había conocido por la mañana. ¿No sería ella la auténtica mujer de sus sueños? Lo cierto es que no le costó mucho encontrarla, porque, en cuanto los dos amigos se acercaron a la barra del chiringuito para pedir algo de beber, ahí estaba ella.
—¿Tú qué haces aquí?
—¿Cómo que qué hago? ¡Trabajo! —Virginia sonrió, y a Ale le pareció la sonrisa más hermosa del mundo.
—¡No me lo habías dicho!
Ella se limitó a sonreírle de nuevo. Con la música a todo volumen, que retumbaba en los altavoces colocados justo encima de sus cabezas, era realmente imposible oír algo incluso a pocos centímetros de distancia.
Virginia le dio a entender con la mano que sería mejor continuar con la conversación más tarde, porque en ese momento tenía que atender a mucha gente.
Claudio y Ale se lanzaron entonces a la pista, donde bebieron y bailaron cuanto quisieron. Por fin, al final de la fiesta, destrozados, volvieron a sentarse a la mesita del chiringuito, y Ale y Virginia encontraron un rato para estar a solas.
—Me alegro de ver que sigues vivo, después del balonazo de esta mañana.
Estaban paseando por la orilla, ella llevaba las sandalias en la mano y dejaba que las olas del mar le rozaran los pies.
—Ya, por desgracia sigo vivo.
Virginia paró de golpe y lo fulminó con la mirada.
—No digas tonterías. ¿Sabes cuántos chicos querrían gozar de tu salud?
—Hablaba por hablar… lo único que pasa es que estoy pasando por unos días malos, eso es todo —se justificó Ale levantando las manos como para decir que no tenía ninguna intención de compadecerse de sí mismo.
—No, no, perdóname tú, no quería ser agresiva, pero es que hace un tiempo descubrí que mi mejor amiga está a punto de morir, por eso me pongo muy susceptible cuando se toca el tema, aunque sea solo en broma…
—Caray, se está muriendo, lo siento, debe de ser terrible, pero ¿cuántos años tiene? Y, si puedo preguntar, ¿cuál es la causa?
—Tiene solamente dieciocho años y padece una horrible enfermedad de corazón que nadie ha podido diagnosticar con exactitud. Yo lo he sabido hace poco, ella lo sabe desde hace varios meses. Es realmente complicado, trato de estar cerca de ella, pero no sé cuál es la mejor forma de actuar.
Virginia se sentó en la orilla y empezó a dibujar circulitos en la arena con el dedo.
—Ya, claro… Pero ¿no hay esperanza de que se recupere? —preguntó Ale sentándose a su lado.
—No. Para ella ya no hay esperanza…
Como no sabía qué decir, Ale prefirió guardar silencio. Nunca se había visto en una situación así.
Luego, para romper el embarazoso silencio, Virginia continuó:
—¿Y a ti cómo es que te molesta tanto estar vivo?
—No es que me moleste, es solo que, como te decía, no paso por un buen momento. La chica de la que estoy enamorado no me da bola.
—Qué tonta…
—¿Quién?
—¡La chica de la que estás enamorado!
—¿Y por qué?
—Si yo fuese ella, no te rechazaría.
Virginia oyó que la llamaban y se volvió de golpe. El dueño del chiringuito, su jefe, le hacía gestos para que regresara, porque había clientes.
—Lo siento, pero me tengo que ir.
—¡Espera! —la detuvo Ale reteniéndola por la manga—. ¿Volveré a verte?
—Si quieres…
—¡Claro que quiero! —Ale ya había decidido: ella era la chica que le quitaría a Ylenia de la cabeza.
—Pues ya sabes dónde encontrarme. —Virginia consiguió soltarse y se fue corriendo.
Ale se quedó unos segundos mirándola, admirando su cuerpo esbelto, que le recordaba mucho el de Ylenia. En ese preciso instante Claudio, que se había quedado solo en el chiringuito, al ver regresar sola a Virginia, se acercó a su amigo.
—Y bien… ¿cómo ha ido?
—¿Qué quieres decir?
—No lo sé, qué habéis hecho, qué os habéis dicho.
—Nada especial, ¿qué quieres que nos dijéramos?
—¡Vale, vale! Escucha una cosa, hace un rato he conocido a una chica muy mona, así que me voy a dar una vuelta con ella. Tú arréglatelas por tu cuenta. Total, creo que ya están a punto de cerrar.
—Oye, antes llévame a casa, ¿no?
—¡Andaaa! —Claudio se alejó sin darle a Ale tiempo de replicar.
Al quedarse solo, Ale decidió volver al chiringuito de Virginia. En vez de sentarse a una mesa o de aproximarse a la barra, bordeó el chiringuito y entró por la parte de atrás. La encontró de espaldas, fregando vasos, se le acercó y le puso una mano en el hombro. Pillada de sorpresa, Virginia dio un respingo y soltó un vaso en la pila, que se hizo añicos. Se hirió ligeramente un dedo mientras recogía los trozos de cristal.
—¡Ay! —exclamó llevándose el índice a la boca.
—¡Espera, déjame ver!
—¡No, es solo un arañazo! Déjalo… ¿Qué sigues haciendo aquí?
—¡Te había dicho que quería volver a verte!
—¡No creía que tan pronto! —dijo Virginia riendo.
Ale extrajo del bolsillo la cartera y buscó algo en su interior.
—¿Cuánto te queda? —preguntó mientras le vendaba el dedo herido con la tirita que encontró.
—Ya casi he terminado. ¿Me esperas en las mesitas? ¡Si el dueño te encuentra aquí, no va a hacerle ni pizca de gracia!
—¡Vale!
Pocos minutos después, Virginia terminó el trabajo y él le propuso dar un paseo por el muelle, para seguir charlando.
—¿Hace mucho que trabajas aquí? Nunca te había visto.
—No, solo desde hace unos días.
—Entiendo. Debe de ser muy pesado. ¿Y acabas siempre tan tarde?
—No siempre, depende de las noches.
—¿Y cómo vuelves a casa? ¿Viene a buscarte tu novio?
—Normalmente viene a buscarme mi hermano —respondió Virginia a la vez que sacaba de los bolsillos dos latas de cerveza y le tendía una.
Ale cogió la lata, la abrió y la chocó suavemente contra la de ella.
—Entiendo. ¿También tu novio trabaja hasta tarde?
—¿Qué es esto, un interrogatorio?
—Perdóname, era solo por hablar de algo…
—Tranquilo, estaba bromeando. ¿Estás seguro de que te encuentras bien?
—¿Quién, yo? ¡Claro! No estoy borracho, si es a lo que te refieres.
—¿Estás seguro? —Virginia se llevó la lata a la boca.
Ale la imitó.
—¡Quizá un pelín!
—En cualquier caso, ahora mismo no hay ningún novio… —Y tomó otro sorbo.
—¡Qué raro! —Ale apuró la cerveza de un trago.
—¿Por qué te parece tan raro?
—Suponía que una chica tan guapa como tú tendría una cola de pretendientes en la puerta de casa…
Virginia se sentó en un enorme escollo.
—¿Y quién te dice que no es así?
—¡Si fuese así no estarías aquí perdiendo el tiempo con un mamonazo como yo!
—Ven aquí, siéntate, ¿qué haces ahí de pie?
—¿No te da miedo que intente aprovecharme de ti?
—No, estás demasiado borracho para hacerlo.
—Tú misma.
—Y dime, ¿con cuántas chicas ha funcionado?
—¿Qué?
—¡Esta táctica! —Virginia se tumbó sobre el escollo.
—Yo no uso tácticas…
Ale se le acercó. Ambos estaban echados sobre los escollos, con las manos detrás de la cabeza, uno al lado del otro, mirando el cielo estrellado.
—¡Ya, claro! Me recuerdas a mi ex.
—¿En serio?
—Sí, era igual que tú. Muy dulce y romántico, hasta que descubrí que se iba de putas porque no le satisfacía el sexo conmigo.
—¿En serio?
—Sí, en serio. Pero tú no me pareces esa clase de chicos.
—¿Cómo lo puedes saber?
Virginia lo miró mal.
—No, la verdad es que no soy de esa clase.
Durante un minuto se hizo el silencio, que de nuevo rompió ella.
—Háblame de ti. Tienes hermanas, hermanos, dónde vives, qué haces en la vida…
Y más cerveza. Ale, que se había terminado la suya, apuró también la que le quedaba a Virginia.
—No tengo hermanos ni hermanas, vivo solo con mi padre. Mi madre murió hace tiempo. Está también mi abuela, pero es como si no estuviese.
—¿Por qué?
—Hace cosa de tres años dijo que había visto a la Virgen y desde entonces se pasa el día rezando, sin hablar con nadie. Vive completamente ajena al resto del mundo. ¿Y tú?
—Yo vivo con mi hermano desde que mis padres se separaron hace dos años.
—Debes de sentirte muy sola…
—Sí, también porque mi hermano trabaja de policía en la ciudad, así que nunca está.
—Entiendo. Entonces necesitas a alguien que te haga compañía.
—¿Qué haces?
—¿Tú qué crees?
Los labios de Ale encontraron los de Virginia.
—¿Cuánto has bebido?
—¡Un poco!
—¿Me quieres?
—Sí, te quiero…
Y así, quizá por la cerveza, a la que no estaba acostumbrada, o por la magia de la noche de verano y la presencia inesperada de aquel chico rubio tan guapo, Virginia se abandonó inexplicablemente. Ella, tan racional y tan poco dada a las aventuras, sintió que se imponía la fuerza de la pasión, que la pasión mandaba sobre ella como nunca antes. Algo había ocurrido y se encontró con Ale encima, con la poca ropa que llevaban tirada alrededor, y descubrió que en ese momento no habría podido desear nada diferente de lo que estaba ocurriendo.