32

Ylenia llevaba una hora dando vueltas en la cama porque no conseguía dormirse. Se levantó entonces para mirar el reloj, se tropezó con la alfombrilla y se cayó al suelo, causando un gran estrépito. Despertó a Virginia, que se había quedado a dormir en su casa.

—Ylenia, ¿qué pasa? —Virginia encendió la luz y encontró a su amiga tumbada en el suelo, con los ojos brillantes y terriblemente pálida—. Ven, vuelve a la cama… —La estaba ayudando a incorporarse, pero le faltaban fuerzas.

—Me he tropezado con esta maldita alfombra.

—¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? ¿No consigues dormir? —Virginia estaba francamente preocupada.

Ylenia hizo un gesto negativo con la cabeza, pero luego, ya sin poder contenerse, rompió a llorar entre los brazos de su amiga.

—Cielo, ¿qué ocurre? ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal? Estás tan pálida…

Pero Ylenia no pudo responder. Empezó a temblar y enseguida se desplomó en los brazos de Silvia.

—¡Ylenia, Ylenia!

Virginia la llamaba a gritos mientras trataba de arrastrar el cuerpo inconsciente hasta la cama, dándole suaves cachetes en la cara para que se despertara. Sin embargo, viendo que no daba señales de vida, comenzó a preocuparse seriamente.

—¡Ambra! ¡Giorgio! ¡Vengan aquí, pronto!

No podía salir corriendo a llamarlos. Estaba aplastada por el cuerpo de Ylenia y le daba miedo dejarla sola.

—¡Ambra! —gritó aún más fuerte entre lágrimas—. ¡Giorgio! Por favor, vengan enseguida, está mal…

Afortunadamente, pocos instantes después los padres de Ylenia entraron en la habitación y la ayudaron a tumbarla en la cama.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Giorgio.

—No lo sé… me he despertado y la he encontrado en el suelo. Me ha dicho que se ha tropezado con la alfombra, luego se ha puesto a llorar y se ha desmayado. No sé lo que ha pasado, yo estaba dormida. —Virginia estaba alterada y no podía parar de sollozar—. Hagan algo, por favor, está tan pálida, está mal, muy mal… ¡ayúdenla, por favor!

Ambra la cogió de la mano.

—No te preocupes, cariño, ahora estamos nosotros. Mi marido sabe lo que hay que hacer. Tú ahora ven conmigo a la cocina. Vamos a beber un buen vaso de agua, estás demasiado alterada.

—¿E Ylenia? No podemos dejarla aquí…

—Giorgio se ocupa de ella. Él ya sabe qué hay que hacer, tranquilízate. Ven, vamos.

Mientras bajaban las escaleras Virginia no dijo nada. Cuando llegaron a la cocina se puso de nuevo a hacer preguntas.

—¿Qué ocurre? ¿Por qué se ha desmayado? Estaba blanca como el papel.

—Es una larga historia. En cuanto te hayas calmado, te lo contaré todo. Pero ahora bebe, anda, y respira profundamente.

Ambra le tendió un vaso de agua, y cuando la chica se hubo calmado le explicó la situación:

—Tienes que estar al lado de mi hija, necesita la ayuda de todos nosotros. Te quiere mucho, y tu presencia va a resultarle indispensable.

Virginia no conseguía comprender, estaba asustada y preocupada, y tenía la impresión de que le ocultaban algo. En ese preciso instante entró Giorgio angustiado.

—He llamado a una ambulancia. Ylenia sigue sin recuperar el sentido y ya no sé qué hacer. ¡Llegarán dentro de un momento!

Luego volvió corriendo al lado de su hija.

Virginia se puso a llorar de nuevo.

—¿Me quieren explicar qué está ocurriendo? ¿Qué es lo que tiene Ylenia? ¿Le pasa algo?

Ambra procuraba por todos los medios disimular su preocupación por su hija, pero temía mucho por su vida.

—Virginia, escúchame, es mejor que te quedes aquí. Trata de tranquilizarte. Giorgio y yo iremos al hospital con Ylenia. Después te lo explicaremos todo, ¿de acuerdo?

La chica se limitó a asentir y justo en ese momento oyó que se acercaba la sirena de la ambulancia.

Ambra corrió a abrir la verja y rápidamente la luz roja intermitente de la ambulancia invadió todo el jardín y la entrada de la casa.

En pocos minutos los hombres de urgencias colocaron a Ylenia en una camilla y se la llevaron con sus padres, dejando a Virginia sola en la casa, llena de dudas y de miedos.

¿Qué estaba pasando? ¿Qué tenía Ylenia? ¿Por qué no se recuperaba? Tenía la cabeza llena de interrogantes.

Esperó toda la noche en la cocina, y ya era pleno día cuando por fin pudo volver a abrazar a su amiga. Era la misma Ylenia de siempre, quizá solo un poco más pálida, pero aparentemente con buena salud.

—Cielo, ¿cómo te encuentras? —exclamó Virginia estrechándola con fuerza.

—Ahora estoy bien… —Ylenia esbozó una pequeña sonrisa.

—Y muy cansada, tiene que descansar un poco —le dijo Giorgio sosteniendo a su hija.

Virginia asintió y la vio subir las escaleras, ayudada por su padre. Ambra la cogió de la mano y la llevó al sofá, donde se sentaron juntas. La abrazó con fuerza y empezó a llorar como una niña. Virginia no entendía nada, quería consolar a aquella mujer, que siempre le había parecido muy fuerte y valiente, mientras que ahora parecía de repente débil y frágil. No sabía qué hacer ni qué decir, lo único que le salió con naturalidad fue pasarle una mano por el hombro para que supiese que podía contar con ella para cualquier cosa.

—¡Perdóname, lo siento, no creía que pudiese hundirme así! —dijo Ambra cuando hubo recobrado la calma mientras se secaba los ojos con un pañuelo.

—No se preocupe.

—Creo que ha llegado el momento de decirte cuál es el estado de salud de Ylenia. Pero tengo que pedirte que seas fuerte, porque lo que voy a contarte no es agradable. Es muy importante que estés a su lado. Te quiere mucho, te considera como una hermana mayor, y para nosotros eres una más de la familia.

A medida que Ambra hablaba de la enfermedad, de las crisis, de los médicos, de los hospitales, de los tratamientos que habían probado, Virginia no quería dar crédito a sus oídos. Tras cada palabra sentía una espantosa punzada en el corazón, no soportaba lo que oía. ¿Por qué todas las personas a las que quería tenían siempre que dejarla? ¿Por qué una pobre e inocente chica tenía que ser condenada a muerte tan joven? Se sintió tremendamente pequeña ante el enorme drama que le había tocado a aquella familia. ¿Cómo iba a despedirse de la que ya se había convertido en su mejor amiga? ¿Cómo iba a conseguir estar con ella, sabiendo que tenía los días contados? ¿Cómo iba a poder seguir siendo la Virginia de siempre, ahora que conocía el triste destino de Ylenia?

El cojín que apretaba entre sus manos comenzó a empaparse de lágrimas. Ambra la abrazaba, ella también con los ojos rojos, y le pedía que fuera fuerte por las dos, por ella y sobre todo por Ylenia.

—Los médicos han dicho que estamos cerca de la fase terminal y que pronto será necesario ingresarla, porque tendrán que monitorizarla para asegurarse de que todas las constantes siguen normales, pero si no se encuentra un corazón cuanto antes… —dijo Giorgio, que acababa de llegar al salón.

No pudo terminar la frase, porque ahora él también estaba sollozando.

Virginia de pronto sintió que estaba de más, y pensó que quizá era mejor marcharse y regresar más tarde, cuando Ylenia se hubiese despertado. Los Luciani no trataron de retenerla: los dos estaban cansados, la noche en blanco en el hospital había sido extenuante, y la angustia todavía los atenazaba.

Decidieron descansar un poco. Giorgio se echó en el sofá y Ambra subió a tumbarse al lado de Ylenia, en el sitio que hasta hacía pocas horas ocupaba Virginia. De esa manera podrían afrontar enseguida cualquier eventualidad.

Durante un instante trató de imaginarse qué habría pasado si Virginia no hubiese estado con su hija esa noche y comprendió que ya no podían dejarla sola, ni siquiera un momento. Ylenia dormía tranquila. Ambra se arrodilló a los pies de la cama y empezó a rezar. Pidió morir ella en lugar de su hija. Tenía la terrible sensación de que no conseguirían salvarla y sabía que su vida dejaría de tener sentido.

Se levantó, le dio un suave beso en la mejilla y se metió bajo las mantas, pero no dejó ni siquiera un instante de observar aquella figura tan débil y hermosa.

Solamente cuando vio que abría los ojos pudo por fin encontrar un poco de serenidad. Habían pasado varias horas, y no se había dado cuenta. Estaba tan abstraída recorriendo, día a día, toda la historia de su hija, que no había advertido el paso del tiempo.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó.

—Bien, pero no consigo recordar lo que ha ocurrido.

—No tiene importancia.

—¿Dónde está Virginia?

—Se ha ido a su casa. ¿Quieres que la llame?

Ylenia asintió. Ambra se levantó para llamar a Virginia por teléfono. Pocos minutos después sonó el timbre y Virginia apareció enseguida en la habitación, se sentó en la cama y se puso a acariciar dulcemente los cabellos de su amiga. Ambra prefirió dejarlas solas y bajó al salón para desahogarse un poco con su marido.

—¡Me has dejado preocupadísima! ¡No lo vuelvas a hacer! Casi me da un infarto —dijo Virginia con los ojos brillantes.

Ylenia le sonrió y luego, sin mirarla a la cara, le preguntó:

—¿Mi madre te lo ha contado?

Virginia asintió. Siguieron unos segundos de silencio.

—Saldrás de esta, estoy segura.

—Esta noche he creído que me moría. Ha sido horrible.

—Ya ha pasado, no pensemos más en ello, ¿de acuerdo? —propuso Virginia, que no sabía qué más decir—. ¡Tu madre me ha contado que la primera palabra que has pronunciado, después de recuperar el sentido, ha sido Ale!

Ylenia se ruborizó.

—¿En serio?

—Dime la verdad: ¿es por la enfermedad por lo que lo has alejado de ti?

Ylenia no respondió, y Virginia comprendió que había dado en el clavo.

—¿Por qué has decidido privarte de la felicidad? Sabes perfectamente que estás enamorada de ese chico. ¿Por qué no le permites que esté a tu lado, ahora que más lo necesitas? ¿Qué sentido tiene que decidas por los dos? ¡Así solo estáis mal los dos! ¿Por qué no le dices qué es lo que pasa y dejas que decida él? Descuida: si no quiere, él mismo te dirá que no. Pero ¡no puedes tratarlo así, y encima sin una sola explicación! ¿Cómo crees que puede sentirse? Alejar a las personas a las que quieres no te ayudará a ti ni a ellas. Lo pasarán de todas formas mal sin ti. Es más, se sentirán traicionadas porque no las has considerado dignas de conocer la verdad. Y tendrán mala conciencia por no haber estado a tu lado como habrían querido.

Los ojos de Ylenia se llenaron de lágrimas.

—Ylenia, hazme caso. ¡Y no me salgas con que te da miedo que esté contigo solo por compasión, porque sabes mejor que yo que no es de esos! No lo conozco, pero por lo que me has contado estoy segura de que lo que más desea en el mundo es poder estar cerca de ti, en lo bueno y en lo malo. Así que piénsalo, antes de que sea demasiado tarde.

La última frase heló la sangre de las venas de ambas. ¿Cómo se puede pensar que es demasiado tarde a los dieciocho años? Es terriblemente cruel e injusto, pero la cruda verdad.

Virginia abrazó con fuerza a su amiga y le enjugó las lágrimas.

—No te preocupes, estoy contigo. Nunca te dejaré sola, te lo juro.

Luego, sonriéndole, le apretó las manos, para animar a su amiga y a sí misma, y en ese contacto el miedo a la enfermedad y a la muerte se esfumó, vencido por la fuerza de su amistad.