Ale y Claudio se sorprendieron gratamente cuando llegaron a Vada. En las calles había muchísima gente, pero sobre todo chicos de su edad.
Ale señaló una plaza a su derecha.
—¡Aparca ahí!
—Pero no hay nadie aparcado…
—¿Y qué quieres que hagamos? No hay sitio en ninguna parte.
—¡De acuerdo!
Una vez que se hubieron apeado, Ale le dio una palmada en el hombro a su amigo.
—Querido Claudio, estoy seguro de que encontrarás a la mujer de tus sueños.
—¡Ojalá!
Dieron una vuelta de reconocimiento. Sin embargo, por mucho que Claudio trataba de llamar la atención de las chicas, todas parecían tener ojos solo para Ale.
—¡Uf, no me mira ninguna!
—No es verdad, esas tres, por ejemplo, te están mirando.
—¿Dónde?
Claudio volvió la vista, contento de haber encontrado por fin a unas chicas interesadas en él, pero solo vio a tres viejecitas sentadas delante de un portal, que lo observaban con curiosidad.
—¡Para, capullo! ¿Te divierte tomarme el pelo? ¡Vaya amigo, joder!
—¡Perdona, anda, no te lo tomes así! ¡Vamos a un local, a lo mejor ahí tienes más suerte! —replicó Ale riendo.
—Yo preferiría regresar a casa.
—Venga, quedémonos un rato más, estoy seguro de que esta va a ser tu noche. Mira ese bar. Parece lleno de gente, entremos ahí.
—¡Uf! ¿Sabes que me gustas más cuando estás paranoico?
Ale y Claudio entraron y se sentaron a la barra para pedir algo. Un chico muy mono se les acercó sonriendo y haciendo muecas inequívocas.
Ale rompió a reír de nuevo.
—Ves cómo has conquistado a alguien…
—¿Quieres parar? ¡Vámonos!
—¡Espera, espera un momento! ¡Esa tía te está mirando! ¡Ánimo, acércate a ella!
Ale señaló a una chica sentada a una mesita del fondo del local y empujó a su amigo hacia allí.
—No creo que sea una buena idea. No creo que a los que están con ella les guste. Ya me están mirando mal. ¡Vámonos!
—¡Todavía no hemos pedido nada! —protestó Ale, pero, advirtiendo que su amigo estaba muy contrariado, aceptó—: De acuerdo, como quieras, vámonos.
Cuando regresaron al coche Claudio se encontró con una desagradable sorpresa, una papeleta debajo del limpiaparabrisas.
—¡Coño, una multa por haber aparcado mal!
—Pero si aquí no hay ningún letrero…
Ale miró alrededor y tuvo que desdecirse enseguida. Porque sí que había un letrero, semioculto por las ramas de un árbol de la acera. Por eso ninguno de los dos lo había visto desde el coche.
—¡Esto explica que no hubiera nadie aparcado! ¿Por qué tengo que hacerte caso siempre? ¿Y ahora qué hago? Me he gastado todo el dinero que tenía en el coche… ¡No es justo!
En ese momento pasó a su lado el grupito que habían visto antes en el local, entre los que estaba la chica que miraba a Claudio.
—Fíjate quién está aquí… Tu Julieta sigue sin quitarte el ojo de encima —dijo Ale para quitar hierro al asunto.
—¡Sí, y se marcha con esos! ¡Genial!
Claudio y Ale subieron al coche.
—¡Anda, no seas así! A lo mejor la volvemos a ver, no te habrás enamorado ya…
—¿Cómo voy a haberme enamorado si ni siquiera la conozco?
—¿Y eso qué tiene que ver? Yo tampoco conocía a Ylenia cuando me enamoré de ella. ¡Así son los flechazos, guapo!
Claudio arrancó el coche y se encaminó hacia casa.
—¿Sigues enamorado de ella?
Ale guardó silencio durante unos segundos.
—Por desgracia, sí.
—Pero ¡si ya te ha rechazado dos veces! Además, te ha dicho con toda claridad que no quiere tener una relación contigo. —Claudio no lograba comprender la testarudez de su amigo.
—Lo sé, pero no puedo evitarlo. No consigo olvidarla. Por otra parte, estoy seguro de que le gusto, pese a que no quiere abandonarse a los sentimientos, y no me explico por qué. Es como si hubiera algo que la bloquea.
—¿Qué?
—Ojalá lo supiese… En las últimas semanas no he podido hablar un solo segundo con ella.
—¿Por qué no la invitas a la fiesta del instituto?
—¿La fiesta del instituto? ¿De qué hablas? No sé nada de eso.
—¿En qué mundo vives? Falta poco para que el curso termine, y en el instituto están organizando una fiesta, que siempre se hace en una discoteca. Y vendrán otros institutos.
—Ah, sí, ya caigo. La celebran todos los años, pero nunca hemos ido, ¿verdad?
—Así es, solo que he oído decir que este año, como alquilar una discoteca sale demasiado caro, probablemente se haga en la villa privada de uno de los representantes de instituto.
—¿No me digas? Una especie de fiesta de fin de curso, en definitiva.
—Sí… ¿De verdad que no sabías nada? Falta todavía más de un mes, pero en clase no se habla de otra cosa. En estos días habrá que elegir el tema de la fiesta.
—Últimamente tengo la cabeza en otras cosas. Además, dudo de que Ylenia acepte.
—¿Por qué dices eso? ¿Tú mismo no has dicho que si no lo intentas no lo puedes saber?
—Créeme, con ella las cosas son muy diferentes. Está haciendo todo lo posible por evitarme, aunque no entiendo el motivo, y estoy seguro de que nunca iría conmigo.
—Si tú lo dices… pero yo creo que tendrías que ponerla de espaldas contra la pared y obligarla a decirte la verdad. Tienes derecho a saber por qué no quiere estar contigo. De todas formas, te queda tiempo para reflexionar, la fiesta se celebrará unos días antes de los exámenes.
—Ya veremos. Es pronto para volver a casa, ¿por qué no vamos a otro sitio?
—¿Adónde?
—Vamos a tomar una cerveza al pub de siempre, seguramente habrá algún conocido.
Claudio asintió y cambió de rumbo. En el pub al que solían ir encontraron a muchos de sus amigos, y entre cervezas y risas les dieron las tres de la mañana.
—¡Coño! —exclamó Ale mirando el reloj—. Mañana hay clase, vámonos a casa, es tardísimo.
—Sí, es mejor, me está entrando sueño…
Tras despedirse, los dos muchachos se marcharon.
Cuando Ale entró en casa, como siempre caminó a oscuras por el pasillo. No podía imaginarse que su padre había puesto una silla delante de la puerta de su habitación, de modo que, por el ruido que haría al tropezarse, pudiera saber a qué hora había vuelto.
Todo, en efecto, ocurrió como estaba previsto. Ale tuvo que aguantar un fuerte rapapolvo, y cuando por fin se acostó ya eran más de las cuatro. Puso el despertador y, haciendo un cálculo rápido, se dio cuenta de que iba a dormir apenas unas horas.
Antes de cerrar los ojos oyó la sirena de una ambulancia, que rasgaba impetuosa el silencio de la noche. Apenas le prestó atención, por esa zona se oían muchas sirenas. Lo que no podía era imaginarse a quién estaba llevando al hospital en ese momento.