Ale se encontró solo en la carretera, con el único deseo de hablar con Ylenia y de verla. Eso le habría bastado para ser de nuevo feliz, pero al llamarla descubrió que su teléfono seguía apagado. Eso sí, ya era muy tarde, se dijo, probablemente estaba durmiendo.
Guardó el móvil en la guantera y apartó durante un segundo la mirada de la carretera. Cuando levantó la cabeza, vio delante un control de policía.
«¡Joder! ¡Qué idiota! ¡Tendría que haberme ido por la periferia! ¡Con todo lo que ha pasado esta noche, se me ha olvidado! ¡Coño!»
Miró por el retrovisor para ver si había más coches detrás del suyo, pero la carretera estaba desierta. Además, tenía prisa por volver a casa, destrozado como estaba, y por eso había apretado el acelerador más de lo debido. Los policías seguramente se habrían dado cuenta y lo pararían.
Sus sospechas, en efecto, se confirmaron: un policía en el centro del carril levantó el disco y le hizo señas para que se detuviera.
«¡Cono! ¡Coño, coño, coño!»
No sabía qué hacer. ¿Huir? Eso no. ¿Parar? No le quedaba más alternativa. Lo mirase por donde lo mirase, estaba metido en un buen lío.
—Deme su carnet de conducir y el permiso de circulación, por favor —dijo el policía, que entretanto se había acercado a la ventanilla.
—¡Sí, claro! —Ale, tratando de mantener la calma, le tendió el carnet de identidad y el permiso de circulación.
El hombre lo miró mal.
—¿Hay algún problema, agente?
—¿Que si hay algún problema? ¡Al menos dos! Para empezar, ¿qué hacemos con el límite de velocidad? Luego, aquí tenemos solo el carnet de identidad y el permiso de circulación. No me has dado el de conducir.
—¡Ah, sí, claro! Espere un segundo… —Ale sintió que se desmayaba, pero fingió rebuscar en los bolsillos de los pantalones.
Impaciente, el agente lo invitó a bajarse del coche.
—Oye, ¿tienes o no el carnet de conducir?
—Ejem, realmente no… —confesó el muchacho sonriendo y rascándose la cabeza.
—¿Qué quiere decir con «realmente no»?
—¡No, o sea, en realidad lo tengo!
—Pues ¿qué esperas para dármelo? ¡Deprisa, venga, que no tenemos tiempo que perder!
—¡Verá, agente, el hecho es que lo tengo… pero no lo tengo!
—¿Me estás tomando el pelo?
—No, deje que me explique, me he sacado el carnet, solo que no lo llevo encima, eso es todo, me lo he dejado olvidado en casa. ¡La verdad es que me lo ha confiscado mi padre!
—Pues estupendo. Tengo que ponerte una multa por conducir sin carnet, otra por exceso de velocidad y una tercera por no llevar cinturón de seguridad. ¡Y, ya puestos, miremos si ha pasado la itv!
Ale tenía el corazón en un puño. Ni siquiera sabía de qué le estaban hablando, pero confiaba en que todo estuviera en regla.
El policía miró el permiso de circulación y le dijo que no había pasado la itv.
—Así que en total son ochocientos euros de multa, además del secuestro del coche por la itv caducada.
El policía sacó su libreta y empezó a rellenar la primera página.
—¡No!
Ale le arrancó instintivamente el bolígrafo de la mano, con lo que lo puso aún más nervioso.
—Oye, ¿qué haces? —dijo el policía mientras hacía señas a su colega para que acudiera.
—¡Por favor! ¡He tenido una noche horrible! Le he robado el coche a mi padre para impresionar a una chica, que sin embargo no es la chica a la que realmente quiero, porque quiero en realidad a otra, que nunca me ha mirado y solo me considera un amigo. Pero la primera es la más guapa del instituto, y aun así la he rechazado después de que me confesara que siempre le he gustado, y estábamos a punto de hacerlo, se dan cuenta, pero me he echado atrás porque era su primera vez, y también por miedo a la reacción de la otra chica, la que me gusta de verdad, y la he herido seriamente, y ahora no va a querer volver a mirarme a la cara, y…
—¿Cuál de las dos? ¿La de esta noche o la que te gusta de verdad?
El segundo policía, que en el fondo solo tenía unos pocos años más que Ale, parecía interesado en la historia, pero el primero le dio un codazo en el costado.
—¡La de esta noche! ¡Y ahora no sé siquiera si he hecho bien, porque si Ylenia va a seguir rechazándome, habría desaprovechado una oportunidad magnífica! En el fondo, antes de que llegase ella, Silvia siempre me había gustado, pero ahora para mí solo existe ella y no consigo pensar en nadie más, pero a la vez no logro entenderla, porque parece que le gusto, pero cuando me acerco a ella me rechaza. Por no hablar del instituto, mis profesores me detestan, tengo unas notas pésimas y no sé si podré presentarme a la selectividad. Además, si vuelvo a suspender, mi padre me ha amenazado con sacarme del instituto y con mandarme a trabajar. ¡En fin, se lo pido, por favor, mi vida ya está bastante embrollada! ¡Pónganme la multa, pero no me secuestren el coche; si no mi padre me matará! ¡Hablo en serio, cuando quiere puede ser muy violento! ¡Se lo ruego, tengan compasión de mí!
Los dos hombres se miraron a la cara, sin saber qué hacer. Ale parecía sinceramente desesperado, y el policía más joven se había encariñado con aquel pobre muchacho.
—¿Qué le parece, sargento, si le ponemos la multa, pero no nos llevamos el coche? —propuso el policía más joven.
—En el fondo, no parece mal chico.
—¿Qué debo hacer, entonces?
—Ponle la multa y déjalo marchar.
Cuando los policías le pusieron la multa, Ale los miró, preguntándose dónde encontraría el dinero para pagarla. Suspirando se puso al volante y se encaminó hacia casa.
Una vez que hubo llegado, fue al salón para ver a su abuela. Se acercó a ella, pero parecía que, como siempre, estaba ausente. Antes de irse a su habitación le musitó al oído:
—Quizá sea mejor que la próxima vez no digas nada. ¡Vaya noche de mierda!