Esa mañana el pupitre situado junto al de Ale estaba desoladoramente vacío.
El chico, que casi se había olvidado de su enfado del día anterior, pensó que Ylenia lo seguía evitando y volvió a enfadarse con ella.
Claudio llegó silbando alegremente, como siempre, y le preguntó con cierta sorna:
—¿Cómo es que tu chica no ha venido hoy?
—¡Oye, que no es mi chica! Es solo una amiga. ¡Y creo que por poco tiempo!
—¡Vale, perdona! Como vais siempre emparejaditos. Bueno, si hoy no has quedado con ella, ¿te apetece que demos una vuelta por la tarde?
Aunque no lo aparentaba, Claudio tenía celos de todo el tiempo que Ale, su amigo de siempre, pasaba con Ylenia. Tenía la impresión de que a ella no le caía muy bien y, en efecto, nunca lo llamaban cuando los dos quedaban.
—Vale, de acuerdo. Si quieres, después de clase nos vamos a comer a algún sitio. ¿Qué te parece?
—Perfecto; así después nos damos una vuelta en coche. Ah, de todas formas, esta noche…
Claudio no pudo terminar la frase, porque en ese preciso instante el profesor de italiano, que acababa de entrar en el aula, empezó a pasar lista: ahora que los exámenes finales estaban cerca, se cuidaban mucho de que no los amonestaran. Así, con un gesto Claudio le hizo saber a su amigo que seguirían hablando más tarde.
En realidad, Ale no tenía muchas ganas de salir con él y se arrepintió casi en el acto de haber aceptado. Lo único que le apetecía era irse a casa a reflexionar para intentar encontrar una explicación a la extraña actitud de Ylenia, o presentarse en su casa para que le explicara por qué la noche anterior no había querido hablar con él ni siquiera bajo tortura, al menos a juzgar por el tono de su voz. Sin embargo, no se atrevía.
Al final se convenció de que un poco de distracción le sentaría bien: eso al menos le impediría pensar en ella y seguir machacándose inútilmente la cabeza.
La mañana pasó rápidamente.
Ale miraba continuamente el móvil por si Ylenia daba señales de vida, quizá para explicarle el motivo de su ausencia, pero se quedó con un palmo de narices.
A la salida los dos muchachos fueron a comer a un restaurante de pasta próximo al paseo marítimo, y después de la comida pasearon hasta el quiosco de la playa para tomar una cerveza. Aunque la primavera aún no había empezado y todavía se notaba el frío invernal, aquel sitio estaba siempre lleno de gente. Lo que Claudio deseaba en el fondo era conocer a una chica guapa, mientras que Ale esperaba que un milagro le llevase a Ylenia hasta allí: al menos se habrían aclarado las cosas entre ellos de una vez por todas.
Antes de salir del restaurante la había llamado, pero su móvil estaba apagado. Se convenció una vez más de que la chica se estaba empeñando en evitarlo y no se explicaba el motivo. Mientras caminaba en silencio con Claudio, miraba alrededor, con la esperanza de verla. Cada lugar le recordaba a ella, sentía como si una importante y preciosa historia de amor hubiese terminado, y le parecía absurdo, porque entre ellos nunca había habido nada más que un inocente beso en la mejilla.
¿Qué estaba pasando? ¿Por qué Ylenia había cambiado tan de repente, sin ninguna explicación? ¿Solo porque había tratado de besarla?
Cuanto más lo pensaba, menos comprendía. Estaba tan abstraído, que no se percató de que su amigo se había parado, porque ya habían llegado al quiosco. Siguió andando, con la cabeza ida, y solo unos metros más allá se dio cuenta de que Claudio no estaba a su lado. Se volvió y lo vio delante del quiosco, haciéndole señas para que regresara.
—¡Mira que estás distraído! Oye, ¿se puede saber qué te pasa? —preguntó asombrado Claudio cuando Ale le dio alcance—. ¿Acaso ha pasado algo con Ylenia?
Ale no sabía si debía contarle a su amigo lo que había ocurrido, pero en el fondo seguía siendo su mejor amigo y decidió sincerarse con él; a lo mejor su opinión le servía de ayuda.
—No ha pasado nada, o al menos creo que no. No lo sé. Todo iba bien hasta ayer por la tarde; luego intenté besarla, pero de manera muy inocente, me salió con absoluta naturalidad, estábamos muy cerca el uno del otro… Pensé que ella también quería que nos besáramos, o al menos esa fue la impresión que me dio…
—¿Y ella?
—Me dio una bofetada y desapareció gritando, y después no he podido hablar con ella. ¡Tú mismo lo has visto, hoy no ha venido a clase! Hace poco la he llamado, pero tiene el móvil apagado. ¡Anoche, cuando la llamé a su casa, la oí decir claramente que no quería hablar conmigo! ¡Ya no sé qué pensar; cuanto más la trato, menos la entiendo!
—¡Si quieres un consejo, debes quitártela de la cabeza! ¡Esa chica es demasiado estirada para ti! Además, no creo que su familia te acepte. Querrán para su hija a un hombre todavía más rico que ellos. Puede que sus padres le hayan prohibido verte…
—No me parecen esa clase de personas; además, en el amor el dinero no importa —dijo Ale aún más desmoralizado—. Por otro lado, ¿tú qué sabes de estas cosas si nunca te has enamorado?
—Es cierto, pero sé lo que necesitas para recuperarte. ¡Esta noche yo me encargo de levantarte la moral!
Ale supuso que su amigo iba a proponerle otra vez que salieran de putas, por eso se le adelantó, inventándose una excusa para que no le pidiese que lo acompañara.
—¡Esta noche ya he quedado, lo siento! ¡De todas formas, gracias!
—Qué pena, porque esta noche mi hermano da una fiesta en casa. Te lo iba a decir esta mañana, pero luego, como ha entrado el profe, se me ha olvidado.
—Bueno, lo siento, pero da igual. Tampoco tengo nada que celebrar…
—Pues te sentaría bien. ¿No podrías anular la cita?
—No, lo siento.
—Pero ¿con quién has quedado?
—Con una vieja amistad.
—¿Hombre o mujer?
—Eso no es asunto tuyo —dijo Ale un poco cortado.
—¡Mira que estás raro! Llama y anula la cita.
—¡Ni hablar!
Para que se callara su amigo, Ale fingió que le estaba sonando el móvil. Se apartó unos pasos y simuló una conversación, luego volvió al lado de Claudio, mientras guardaba el móvil en el bolsillo de los vaqueros.
—¿Quién era?
—La vieja amistad…
—¿Y qué quería?
—Nada, ha anulado la cita. ¿Contento?
—Claro que sí, así esta noche puedes venir a la fiesta en mi casa, ¿no? Es a las nueve y media.
—No lo sé…
—¿Qué vas a hacer en casa solo? ¡Ya no te reconozco! ¿Qué ha sido del viejo Ale?
—¡Bah! No sé, en serio. Quizá me anime más tarde…
—Sí, pero, ya que te has peleado con Ylenia, ¿con quién vas a venir?
—¿Con quién voy a ir?
—Hay que ir con pareja. Ya sabes, para que no haya líos.
—Anda, soy tu mejor amigo…
—¿Y eso qué tiene que ver? ¡Yo no organizo la fiesta, sino mi hermano!
En realidad, Claudio habría podido ceder, pero le guardaba un poco de rencor a Ale. En su fuero interno esperaba que Ylenia y él rompiesen, así ellos podrían volver a ser los amigos juerguistas y holgazanes de siempre.
—¿Y dónde quieres que encuentre a una chica para ir a la fiesta?
Ale pensó por un momento en volver a llamar a Ylenia, pero enseguida descartó la idea: era ella quien esta vez tenía que dar señales de vida.
—¡A lo mejor tendrías que volar más bajo!
—¿Volar más bajo? ¿Qué quieres decir?
Claudio señaló a una chica alta, rubia y espigada que iba sola por el paseo marítimo. Parecía muy triste, y la larga cabellera, que le despeinaba el viento, le daba un aspecto casi artificial. Era la chica más bonita, admirada y cortejada de todo el instituto. Muy pocos habían conseguido salir con ella, pero ninguno, de entre los afortunados, había logrado robarle el corazón.
—¡Lo de picar más bajo es una manera de decir! ¡Hay un abismo! Silvia es una preciosidad, ¿por qué no la invitas? Sería estupendo poder llevarla a la fiesta…
Ale no respondió y Claudio pensó que su amigo estaba valorando seriamente su propuesta. Lo miró asombrado, y luego le dijo:
—¡No me digas que estás pensando de verdad en invitarla! Oye, ¡que estaba bromeando!
—¿Por qué, qué hay de malo?
Claudio rompió a reír.
—Los chicos más guapos del instituto ya lo han intentado y ella les ha dicho siempre que no. Dudo que tengas alguna esperanza. Es una partida perdida de antemano, olvídalo.
—¿Quién te ha dicho eso? A lo mejor le gusto… Además, nos conocemos desde primaria, no veo por qué tiene que decirme que no…
—¡De acuerdo! ¿Nos apostamos cincuenta euros a que no lo consigues?
—¡Vale! ¡Pero ya puedes ir preparando el dinero, porque lo has perdido! —exclamó Ale bastante seguro de sí—. Y ahora llévame a casa, ya no me apetece ir por ahí —añadió dirigiéndose de nuevo hacia el coche.