—Cariño, ¿qué tal te ha ido en tu primer día de clase? —gritó Ambra desde la cocina al oír que llegaban su marido y su hija.
Ylenia fue a la cocina para responderle a su madre, donde le encantó encontrar a Virginia, que estaba ayudando a preparar la comida.
—¿Qué haces tú aquí? —le preguntó, y le dio un beso en la mejilla; enseguida fue a besar también a su madre.
—Había venido para saber cómo te había ido en el instituto, pero todavía no habías llegado y me han invitado a comer. Mi hermano se ha ido al trabajo, así que estaba sola. Tu madre ha sido muy amable.
—¡No sabes cuánto me alegro! ¡Tengo un montón de cosas que contarte! ¡Mmm, qué olor tan rico! ¿Qué hay de comer?
—Es una sorpresa, una receta de Virginia. Ve a lavarte las manos, que la comida está casi lista.
—¡Voy enseguida! —respondió Ylenia mientras corría por el pasillo.
Pocos minutos después regresó, feliz con aquel ambiente familiar y acogedor.
—Mamá, ¿cómo te encuentras en una casa tan grande? —le preguntó—. No habrá sido fácil colocarlo todo…
—Ha sido complicado, pero al final, gracias también a la ayuda del personal que el señor Malton ha puesto a nuestra disposición, me las he arreglado rápido. Ya casi he terminado. ¿Y a ti cómo te ha ido? Cuéntanos algo del instituto.
—Pues nada, todo bien. El instituto es estupendo, el director es muy amable, los programas son más o menos iguales que los que tenía, y los compañeros son simpáticos…
—¿Ya has hecho algún amigo? —preguntó Virginia intentando que no la oyera la señora Luciani.
—Bueno, sí, con un tío raro. Se llama Ale, creo. Pero no me parece muy serio. Tiene pinta de ser un fanfarrón rompecorazones, que solo piensa en una cosa —murmuró Ylenia.
—¡No creo que te convenga!
—¡Dejadlo ya, siempre hablando de chicos! —las riñó afablemente la madre—. ¡Venga, haced el favor de llevar los platos a la mesa!
Una vez que hubieron terminado de comer, las dos chicas ayudaron a quitar la mesa y a recoger, y luego se encerraron en la habitación de Ylenia para charlar con un poco de tranquilidad.
—Bueno, ¿qué me decías del tal Ale…?
—¿Ale? Ah, sí, mi compañero de clase. En fin, es mono, no puedo negarlo, muy mono… pero me ha dado la impresión de que ya estaba intentando ligar conmigo. ¡Y ni siquiera me conoce! Imagínate cómo es. —Recordando la mañana, Ylenia rió con ganas y encendió el equipo de música.
—¡Deja que yo te presente a un chico simpático, un chico perfecto para ti! —le dijo sonriendo Virginia.
—¡No, gracias, de momento no me apetece! He terminado con el amor, no quiero oír hablar de chicos durante al menos un año. Es más, considérate afortunada de que te brinde mi amistad…
—¡Qué dices! ¿Adónde han ido a parar todo el entusiasmo y el romanticismo de ayer? Me preocupas.
—Mira dónde, ahí. —Ylenia señaló la papelera con las páginas arrancadas de su diario—. ¡Ahí dentro, con todo lo que tiene que ver con ese capullo! ¡Y con mi querida amiga Ashley! Tú tenías razón, suscribo tus palabras: ¡todos los chicos son unos cabrones!
—Pero ¿qué te ha pasado para cambiar de opinión tan de repente? ¿Y quién es Ashley?
—Olvídalo, mira…
—No, venga, cuéntame… ¿Cómo vamos a hacernos amigas si no me cuentas lo que te pasa?
—¿Quieres saber lo que ha pasado? Nada especial. Sencillamente, ayer llamé a Ashley, o sea, mi ex mejor amiga, y me dijo que desde hacía meses se acostaba con mi chico. Eso es lo que ha pasado.
—¡Qué asco! ¿Y te lo cuenta ahora?
Ylenia asintió.
—¿Y él?
—¿Él? Ya no existe, está muerto y enterrado.
—¡Me lo imagino! De todas formas, no me refería a eso. ¿Cómo se ha justificado?
—No ha dicho una sola palabra, ni siquiera se ha atrevido a hablar conmigo.
—¡Qué cabrón! ¡Y ella, qué capulla!
—Mira, ya me da igual, no quiero ni pensar en ello. Es un capítulo cerrado; a partir de hoy, paso página.
—¡Estupendo! Lo siento un montón y créeme que te entiendo; es muy difícil de digerir, lo sé perfectamente.
Se abrazaron con fuerza, buscando y ofreciéndose apoyo. Ylenia derramó unas lágrimas, y su amiga guardó silencio, dándole tiempo para desahogarse. Luego, cuando se hubo calmado, Virginia pensó que era mejor cambiar de tema.
—Sé que no tiene nada que ver, pero hablas bien el italiano, ¿y eso?
—Muy sencillo, más allá del hecho de que mi familia y yo tenemos nacionalidad italiana, mi padre ha insistido siempre en que lo hablásemos en casa y en que yo lo estudiase en el colegio. Está convencido de la importancia de no olvidar los orígenes.
—¡Entiendo! Aunque el acento extranjero se nota mucho, creo que pronto se te pegará el toscano. ¡Será divertido oírte hablar con la ce aspirada! ¿Os pensáis quedar mucho tiempo en Italia?
—Sinceramente, no tengo ni idea, todo depende de mi padre y de su trabajo. Pero te diré una cosa, no me molestaría regresar a Bogotá, al menos para romperles la cara a algunos.
—Deja de hablar de ellos, solo te haces daño.
—¿Y qué quieres que haga? Es más fuerte que yo, no puedo evitarlo. —Ylenia se encogió de hombros.
—Te comprendo… solo el tiempo puede curar ciertas heridas. Sé que es una frase hecha, pero me temo que es la verdad.
—Pues espero que este año termine rápido, porque ha empezado realmente mal.
—Ahora tampoco exageres, no hace falta tanto tiempo. Verás que cuando acabes el bachillerato toda esta historia no será más que un recuerdo lejano.
—Ojalá tengas razón.
—Se me ha ocurrido una idea genial… ¿Sabes cuál es la mejor terapia para olvidar?
Ylenia sacudió la cabeza.
—¡Salir de compras! ¿Qué me dices? ¡Vámonos al centro a recorrer tiendas, verás cómo te olvidas de todos tus disgustos!
—¡Sííííííííí! —Ylenia se puso a dar saltos por la habitación—: ¡Qué idea tan fantástica, es lo que necesito! ¡Voy ahora mismo a buscar a mi padre para pedirle la tarjeta de crédito! ¡Ojalá nos acompañe!
Tras decir eso corrió escaleras abajo, seguida por Virginia, quien estaba encantada de haber conseguido levantarle la moral a su nueva amiga.