12

—¡Cariño, por fin! Esta mañana has salido tempranísimo, ni siquiera te he oído cuando te has levantado. Pero ¿dónde has estado?

Sonriendo, Giorgio le dio a Ambra un tierno beso en los labios, feliz de que su mujer siguiese siendo igual que cuando se habían casado: una mujer joven un poco nerviosa, a veces incluso demasiado, pero dulce y llena de atenciones y de afecto.

—Echa un vistazo a la calle, al camino. —Giorgio la cogió de la mano y la llevó hasta la ventana—. Tengo una sorpresa para ti.

Su mujer se acercó a la ventana, apartó la cortina y vio un Mercedes gris aparcado en el camino de delante de la villa.

—Pero… ¿es nuestro?

—Lo he alquilado esta mañana. Usaremos este hasta que lleguen los nuestros de Bogotá. Y hay algo más…

Antes de continuar cogió la caja de galletas, la abrió y sacó dos. Le dio un bocado a una con ganas y la otra se la tendió a su mujer.

—He estado en el instituto, en ese del que te hablé ayer, y he hablado con el director sobre la incorporación de Ylenia. No debería haber problemas. Es más, creo que pronto podrá volver a estudiar. ¡Le encantará! Parece un instituto estupendo, bien llevado; he visto los programas y creo que no tendrá especiales problemas de adaptación. Siempre le ha gustado leer los clásicos de la literatura italiana, y en el colegio privado al que iba en Bogotá le han dado una excelente preparación en las asignaturas más importantes. Es una buena noticia, ¿no?

Su mujer le sonrió con gratitud.

Giorgio solo necesitó unos segundos para descifrar el mensaje. Sonriéndole a su vez, le cogió la cara entre las manos y le arrancó de los labios un trocito de galleta.

—Ya te había dicho que podías confiar en mí. Ahora voy a conocer a los vecinos, nos vemos más tarde. Te quiero, cariño…

Le dio otro beso rápido en los labios y salió canturreando.

Ambra lo vio por la ventana recorrer el camino, cruzar la verja y dirigirse a la villa de al lado.

—Ojalá que haya alguna chica para que Ylenia pueda hacer pronto nuevas amigas. No soporto verla así.

—Mamá, ¿con quién hablas? —Ylenia la sacó de sus pensamientos en voz alta.

—Oh, con nadie, cariño, qué quieres, me estoy haciendo mayor y hablo sola.

Un poco abochornada, siguió fregando las tazas del desayuno.

En efecto, Ylenia, tras la euforia de la primera noche, estaba de nuevo triste y desconsolada. Había pasado buena parte de la mañana al teléfono con Ashley y se había deprimido muchísimo. Echaba de menos a sus amistades, la vida en Bogotá, sus costumbres, pero lo que peor llevaba era el silencio de su móvil, no tener noticias de alguien que parecía haberla olvidado y borrado de su vida para siempre.

Entretanto, Giorgio había llegado a la villa de los vecinos. Era un poco más pequeña y un poco más vieja que la suya, precisaba de unos pequeños arreglos aquí y allá, pero no dejaba de ser una vivienda preciosa. Llamó al timbre y esperó unos segundos.

Cuando la puerta se abrió, apareció delante de él una chiquilla un poco más baja que su hija, pero igualmente hermosa, pelirroja y con los ojos verdes, que debía de tener más o menos la misma edad que Ylenia. Y le estaba sonriendo.

—¡Hola! ¿En qué puedo servirle? ¿Qué desea?

Giorgio empezó a rascarse la cabeza, un poco azorado.

—Bueno, a decir verdad no busco a nadie en concreto. Llegué ayer de Colombia con mi familia y vivimos en la villa de al lado —dijo señalándole a la chica su casa.

—¡Ah, sí!

—Por eso he pensado venir a presentarme. Espero no haber molestado.

La chica sonrió de nuevo e invitó al hombre a pasar.

—¿Qué dice? ¡No molesta para nada! Al revés, ha hecho muy bien en venir. ¡Encantada, soy Virginia!

Se estrecharon la mano, y Giorgio entró en la casa.

—Gracias, muy amable. Me llamo Giorgio, Giorgio Luciani, encantado de conocerte.

—Por favor, siéntese en el sofá. Voy a llamar a mi hermano, espéreme solo un segundo.

Giorgio asintió, se sentó donde le había indicado la chica y aprovechó para echar un vistazo alrededor. La casa estaba bien cuidada, bien decorada y brillaba como un espejo. Minutos después Virginia regresó acompañada por un chico alto y delgado, moreno y con los ojos azules, indudablemente mayor que ella.

—Él es mi hermano Ivan.

Giorgio sonrió al recién llegado. Luego Virginia le dijo a su hermano:

—Es nuestro nuevo vecino, llegó ayer con su familia. Se llama Giovanni, vienen de Colombia.

Ivan le tendió la mano, y el hombre se apresuró a corregir:

—¡Giorgio, Giorgio Luciani! Ese es mi nombre. Espero no haber molestado.

Se fijó en el pelo mojado del chico mientras le estrechaba la mano. Ivan intuyó los pensamientos del nuevo vecino y lo tranquilizó.

—Descuide, no molesta en lo más mínimo. Acabo de ducharme. ¡Es un placer conocerlo!

—¡El placer es mío! ¿Vuestros padres no están en casa?

Silencio.

—Perdonad, ¿he sido indiscreto?

Giorgio se sintió un poco violento por la rara expresión de los dos chicos. Enseguida se dio cuenta de que había algo que no era normal.

—A decir verdad —empezó Ivan, claramente incómodo—, nuestros padres se separaron hace mucho tiempo y nosotros ahora vivimos solos.

—Disculpadme, no quería…

—Descuide —intervino Virginia recuperando la sonrisa—. Ya ni nos acordamos de eso. Por suerte nos las arreglamos bien solos. Además, hay cosas peores en la vida, ¿no?

Giorgio no pudo contradecirla, y le encantó encontrar en esa chiquilla un carácter tan optimista como el de su hija. Supuso que no tardarían mucho en hacerse amigas. Sin pensárselo dos veces, los invitó a los dos a su casa.

—Tengo una hija de aproximadamente tu edad. Dieciocho años, ¿no? Estoy seguro de que os caeréis bien. Ella todavía no ha conocido a nadie por aquí, de modo que estará encantada.

—Iré de todas formas —exclamó ella—. ¡Tengo diecinueve años, pero un año de diferencia no significa nada! ¡A mí también me encantará conocerla!

—Lamentablemente, yo no puedo —intervino Ivan disgustado—. Dentro de un rato tengo que irme al trabajo, pero le aseguro que pasaré otro día; si puedo, mañana mismo.

—¡Perfecto! Pues te esperamos más tarde, Virginia.

—¡Sin falta!

—Ahora tengo que dejaros, porque tengo que arreglar un montón de cosas. ¡Espero veros pronto, adiós y gracias por todo!

Giorgio les estrechó de nuevo la mano. La mirada de Virginia se le quedó grabada. Con lo joven que era ya había visto desmoronarse a su familia, pese a lo cual conservaba una expresión dulce y serena. Otro en su lugar sentiría rencor contra todo el mundo. Aquella chica era una cachorrita, pero muy madura para su edad.

Virginia e Ivan lo acompañaron a la puerta y se despidieron de él calurosamente. El muchacho volvió a entrar rápidamente en casa, mientras que su hermana se quedó un rato en el umbral, siguiendo al vecino con la mirada mientras se alejaba. Vio cómo abría y cerraba la enorme verja de su villa y cómo a mitad de camino una guapa chica morena salía a su encuentro, abrazándolo y dándole un beso en la mejilla. Luego, riendo, se alejaron hacia casa. No pudo ver más, porque los grandes árboles del jardín se lo impedían.

«¡Parecen una bonita familia, quién sabe si se dan cuenta de lo afortunados que son!», pensó mientras cerraba la puerta y entraba en casa. Un manto de nostalgia se le imprimió en el rostro, que se le ensombreció durante un segundo. «No debo estar triste —se dijo moviendo la cabeza—. Tengo a mi hermano, no estoy sola…»

Aquel pensamiento la hizo sonreír, se enjugó una lágrima y continuó con las tareas domésticas, que había interrumpido cuando había sonado el timbre.

—¿Piensas ir a ver hoy a los Luciani? —le preguntó Ivan antes de salir.

—No lo sé, tengo muchas cosas que hacer en casa, no sé si me dará tiempo.

—Oye, de vez en cuando puedes tomarte un descanso. ¡Desde que acabaste el instituto apenas sales! Además, me quedo más tranquilo si no te dejo sola.

Ivan le acarició el pelo con cariño.

—Anda, no soy tu perrito —protestó ella con los brazos en jarras, sonriendo y apartando la cabeza—. Ya veremos; de todas formas, te mandaré un SMS diciéndote qué hago. No vienes a cenar, ¿verdad?

Él negó con la cabeza y se encaminó hacia la salida, acompañado por Virginia.

—Venga, que si no llegas tarde… ¡Te quiero, hermanote!

Antes de que se marchara lo abrazó con fuerza y esperó en el umbral, como una esposa atenta, a que el muchacho se hubiera alejado en coche por la carretera.

Entre una cosa y otra se hizo enseguida de noche y Virginia miró alrededor, feliz de haber hecho todo lo que tenía que hacer. Así pues, decidió visitar a sus nuevos vecinos: había pasado la tarde preparando una deliciosa tarta de manzana para no presentarse con las manos vacías, esperando que les gustara.

Ya estaba lista para salir y se estaba poniendo la cazadora cuando oyó un gran trasiego en el jardín de los Luciani. Se asomó por la ventana y vio que había un gran camión aparcado delante de la villa. Unos chicos estaban llevando cajas y muebles a la casa, bajo la dirección de doña Ambra.

Supuso que era el camión de mudanzas procedente de Colombia y pensó que no era el momento apropiado para presentarse. Seguramente tenían que colocar todas sus cosas y una visita solo habría sido un engorro.

Así que se quitó la cazadora, guardó la tarta en la alacena y comenzó tristemente a prepararse una frugal cena: pan de molde con jamón y mayonesa. Luego encendió el televisor e hizo un repaso de todos los canales con el mando a distancia, pero no había nada que mereciese la pena. Cuando hubo acabado de cenar, volvió a su habitación, se echó en la cama y siguió leyendo el libro que había comprado hacía unos días.

Era una historia ambientada en la Sicilia de antaño, que narraba el amor entre una chica y un policía, forzados a dejarse por culpa de un jefe mafioso, y de su reencuentro ya mayores, convencidos de que ya no había lugar para los sueños o para el amor: en cambio, la vida es capaz de sorprenderte incluso cuando crees que ya nada maravilloso te puede ocurrir.

En su última lectura había dejado a la pobre chica a merced de unos hombres que la habían raptado, y ahora tenía curiosidad por ver qué pasaba.

Se acordó de la dependienta que le había recomendado ese libro, diciéndole que se trataba de una historia real.

Durante un instante apartó los pensamientos de la lectura.

Ella también se moría de ganas de enamorarse y asimismo, al igual que otras chicas de su edad, había perdido la fe en el amor y en la vida. Sin embargo, si aquel libro contaba una historia real, quizá aún cabía la posibilidad de vivir aquel cuento de hadas con el que tanto soñaba. ¡Quién sabe, a lo mejor incluso a los ochenta años! ¿Qué importa la edad? ¡Lo que importa es vivir tu propio cuento de hadas!

—¡Qué pena que los Luciani no tengan también un hijo! —exclamó riendo.

Aunque no lo hacía notar, en realidad se sentía muy sola y le habría encantado pasar una velada acompañada, pero esa noche había salido así.

Por la ventana que había dejado abierta alcanzaba a oír los gritos de Ylenia, quien, en el jardín, mostraba la inmensa alegría de ver a Rómulo y Remo, los dos perros de casa que ladraban y meneaban el rabo, felices de estar de nuevo con ella.

Cuando por fin todas las cajas estuvieron colocadas dentro de casa, Giorgio le informó a su hija de que pronto podría volver a un instituto muy parecido al que tenía en Colombia. Naturalmente, había elegido para ella el mejor de Livorno. La muchacha se mostró realmente encantada. Ya estaba harta de quedarse en casa y no veía la hora de hacer nuevas amistades.

Después de cenar, cuando se retiró a su habitación, Ylenia vio la luz encendida de los vecinos. Recordó lo que le había contado su padre de aquella mañana y se dijo que si la chica que vivía a su lado no había ido a verla, iría ella a llamar a su puerta.

Volvía a estar serena, quizá porque había recuperado todos los objetos de la vieja casa, que le devolvían una parte de su pasado reciente. Ahora podía empezar de nuevo. Su madre y su padre estaban cerca de ella, Rómulo y Remo estaban ahí, y una nueva amiga estaba a punto de entrar en su vida. Y, además, reanudaría los estudios, que era algo que le gustaba, y conocería a gente nueva con la que compartiría las etapas bonitas y feas de su nuevo camino. Durante un instante sintió cómo la adrenalina circulaba por su cuerpo, pero consiguió mantener la calma.

Antes de dormirse cogió el móvil y, como todas las noches, lo llamó. Y, como todas las noches, no obtuvo respuesta. Y también esa noche, mientras trataba de conciliar el sueño, volvió a hacerse mil interrogantes a los que no sabía dar respuesta.