El vello de mi brazo ondea en el agua como algas en la marea alta. Mis uñas parecen blancas como la leche contra mis dedos bronceados. Me levanto y me pongo el gorro de natación por encima de los oídos; el gorgoteo de mi propio cuerpo me distrae, y me gusta oír a mis hijos gritar y salpicar el mármol de la piscina. Ava lleva un flotador en forma de cisne; Josh ruge como un león.
Respiro hondo, junto las manos, me inclino hacia delante en el azul intenso sintiendo bajo los pies los surcos que unen las baldosas de mosaico. El otro extremo de la piscina parece muy lejano, pero estoy decidida. Me salpico un poco de agua en la cara y entorno los ojos ante el implacable sol mediterráneo. Una alta y bronceada figura en pantalón corto se bambolea ante mi mirada empañada por el agua. Paul sostiene el recogehojas a su lado, por si acaso.
—Nunca estarás más preparada, Huevito —me convence.
Estoy aprendiendo a nadar. Quizá lo siguiente que haga sea seguir un curso de cocina, pero hoy voy a llegar al final de estos veinticinco metros.
Me senté en el sofá con Marika. Tuve mi momento en el sol de la televisión. Marika se sentó más cerca de mí de lo que nunca se sentó de Colin y me cogió la mano varias veces mientras insistía en que contara mi historia a mi manera. Y lo hice. Los morados en el cuello no se me veían bajo el grueso maquillaje de televisión. Los espectadores no pudieron ver los puntos de los cortes profundos de mi espalda ni las pastillas para el dolor de costillas que guardaba dentro del bolso. Paul no estaba allí. Las pestañas de Marika bajaron con más compasión todavía cuando le expliqué que él aún estaba en el hospital, que estaba necesitando más tiempo del que los médicos esperaban para recuperarse del grave impacto que había sufrido en la cabeza. Al principio no sabían si iba a sobrevivir, pero yo confiaba en que él saldría adelante. Al fin y al cabo, era un luchador.
El agua discurre entre mis pechos debajo del bañador de una pieza. Los años de usar bikini han terminado y lamento un poco que hayan pasado. Jessie entra en la casa envuelta en un precioso pareo y un sombrero de vaquero, sosteniendo en alto un tenedor de barbacoa. Su recién separado Adam la sigue a un paso, con un gran cuenco en el que se sumergen lentamente mariscos del mercado del lugar. La rueda de la vida nunca deja de girar. Es fantástico tenerla aquí, y esta casa es lo bastante grande como para un regimiento. A Paul se le ocurrió que necesitábamos alejarnos de Londres durante un tiempo, recuperarnos, escapar de los malos recuerdos. Tenía razón; la exposición a los medios de comunicación fue intensa y, al fin y al cabo, podemos permitírnoslo.
Doy una patada desde el fondo y me alejo al estilo perrito del borde. No es muy elegante, pero es efectivo. Un poco como yo, podría decirse. He recibido cartas de admiradores en Crime Time precisamente en este sentido. Cuando se las enseñé a Paul, se preocupó por los acosadores, pero yo me reí. «¡Que no nos supere!», dije.
He aprendido a nadar con un exmarine llamado Bobby. Me regalé unas lecciones particulares.
—No querrás pillar los malos hábitos que se ven en las piscinas de todo el país —dijo, tumbándome de espaldas en el agua en el lado hondo y alineando mi cuerpo correctamente—. La clave de todo es la cabeza. La cabeza humana es muy pesada, pesa lo mismo que un melón.
Yo me incorporé hasta ponerme vertical en un ataque de pánico, escupiendo agua. Su comentario me había recordado la imagen de la cabeza de Portia abierta por la mitad por ese bate de críquet… La tenía demasiado viva y era demasiado pronto. Me obligo a borrar la imagen de mi mente, y miro a mis hijos: Josh está llevando una carretilla cerca de unos arbustos de lavanda mientras Ava lo observa, rascándose la espinilla con el pie. Llevamos a los niños a un psicólogo. Eloide nos proporcionó un puñado de recomendaciones de las celebridades. La capacidad de resistencia de los niños nos ha maravillado a todos.
Ahora me interno en aguas más profundas, sabiendo que no toco fondo. Necesito concentrarme, pero sobre todo necesito mantener la calma. Bobby dijo con aire maravillado que yo era una de sus alumnas más difíciles, que era obstinada en mi miedo.
—Todo está en la mente, Kate. Libera tu mente. —Creo que Bobby tiene algo de hippy secreto—. ¡Eso nunca va a suceder!
Por desgracia no me sirvió de consuelo. Sé que puedo y eso hice.
Marika me hizo preguntas difíciles cuando compartimos sofá. Intenté ignorar mis nervios y Livvy me mostraba los pulgares hacia arriba detrás de las cámaras.
—¿Así que durante un tiempo pensaste de verdad que tu marido, con el que llevabas diez años casada y es el padre de tus dos hijos, había asesinado a su amante y a su socio?
—Sí.
Marika suspiró de manera teatral.
—Pero ¿cómo te hizo sentir eso?
Mis nervios se esfumaron mientras miraba los brillantes labios de Marika temblar de emoción ante unas jugosas revelaciones.
—Pues muy decidida a saber la verdad. Eso era lo más importante de todo. Por mis hijos, por mí… y por Paul.
—¡Te han llamado «sabueso», como sabemos, por tu tenacidad y por tu espíritu!
—Echo mucho de menos a Lex. Solíamos discrepar, pero él era muy suyo y lo respetaba mucho. Sin su mensaje nunca habría descubierto la verdad. Creo que tengo un lado muy oscuro, estoy dispuesta a creer las cosas más terribles sobre las personas, y eso incluye a las más próximas.
—¿Ahora estás con tu marido, como pareja, como familia?
—Sí. Somos muy felices, más felices que nunca.
—Cuéntanos, Kate, ¿cómo es posible reconstruir la confianza, volver a amar, después de haber albergado esas ideas, esas terribles sospechas…, sin olvidar que tu marido tuvo una aventura que tú difundiste a toda la nación?
Paul camina por el lado de la piscina vigilándome.
—Ya estás en la mitad, Huevito.
Su vientre liso está muy bronceado. Aún está recuperando el peso que perdió en el hospital. El sol ha dibujado profundas arrugas risueñas alrededor de esos grandes ojos castaños. Jessie ha empezado a llamarlo playboy y no estoy segura de que me guste. Debería decirle que pare. Me sigue el ritmo, en silencio, me conoce demasiado bien como para no darme instrucciones. Estoy empleando el método de Bobby y ningún otro. Ahora estoy en la parte honda y noto el agua más fría que sube desde las profundidades. Nadar agota y la meta parece estar lejos.
No me anduve con miramientos. Le conté a Marika la historia de la aventura de Paul. Le conté que nos lo estábamos trabajando; que sentíamos que estábamos construyendo una relación más sincera y un agradecimiento hacia el otro; que, al haber estado tan cerca de perderlo todo, lo había perdonado por completo. No le conté lo fácil que fue. Ni por un segundo quise dejar a Paul, y todos sus gestos y sus miradas indicaban que él sentía lo mismo. Luchábamos contra un enemigo exterior decidido a destruirnos, y eso nos unió como pocas cosas pueden unir a dos personas. Cuando todo pendía de un hilo, nos dimos cuenta de la intensidad de los lazos que nos unían.
—Bueno, Kate, tú más que la mayoría tienes tus momentos más privados captados por nuestro mundo cada vez más filmado: el vídeo de la barcaza, obviamente, pero la prensa tomó también fotos de Gerry muerto en tu sala de estar, de tu hija mientras la rescataban del canal. ¿Ha llegado esto demasiado lejos?
Me encojo de hombros.
—A Lex le habría encantado. Probablemente habría dicho que era telerrealidad elevada a un nuevo nivel. Estoy tan agradecida de que Portia no lo consiguiera.
Josh persigue a Ava a través de las largas puertas correderas, John se mece en una hamaca bajo un sauce. Sarah y su familia llegan en dos días, incluso los M&Ms dice que podrían pasar por aquí a finales del verano. Todo está en paz con el mundo hasta que por accidente trago agua. Empiezo a toser y pierdo el ritmo. Paul se detiene al lado de la piscina. Me empiezo a hundir en el agua demasiado rápido y libro una lucha mental entre el pánico y la cordura a unos metros del final del horizonte de la piscina. Paul da un paso hacia el borde, moviendo el largo palo del recogehojas hacia arriba, con los sentidos alerta a lo que pueda pasar. Nos miramos a los ojos.
—Ya has hecho lo más difícil. Ya conoces el resto. ¡Vamos!
Al ver aquellos ojos, entornados como dos pequeñas rayitas contra el sol, me olvido por un momento del terror que siento y empiezo a nadar como un perrito hacia la pared.
—¡Ya casi estás! ¡Vamos, Huevito! —Ahora estoy jadeando mientras el ansiado borde de la piscina está más cerca y Paul me guía hacia la seguridad.
—¡Mamá lo ha conseguido! —grita Ava, tapándome el sol con sus rodillitas.
—¡Vamos, Kate! —grita Jessie—. ¡Haces que parezca fácil!
Yo no respondo, estoy demasiado asustada para hablar.
—Tres metros…, dos metros… —Están contando hacia atrás, Ava crispa los puñitos de emoción al acercarse—. Un metro…
Toco el borde rugoso. Estoy rodeada de aplausos como si hubiera cruzado el canal, no una piscina, pero me siento feliz de mi hazaña. Josh salta a mi lado y empieza a salpicar, y con un gran rugido John se lanza en bomba salpicándonos a todos.
Paul me tiende la mano, me saca del agua y me abraza. Sus piernas queman contra mi piel fría.
—Destapemos una botella de champán. ¡Que sea vintage!
Forwood TV no llevó a la quiebra a una de las mayores compañías del Reino Unido. Raiph encontró financiación a última hora. La velocidad con que circularon los rumores personales sobre él y el desplome del precio de las acciones pusieron varias ofertas encima de la mesa.
Envié una carta a Raiph disculpándome por lo que había pasado. No supe nada de él durante semanas y entendí, arrepentida, que lo más probable era que nunca hubiera una reconciliación, pero un día llegó un mensajero con un paquete. Dentro de una pesada caja de cartón había un precioso trozo de piedra con una minúscula criatura con muchas patas grabada en ella. No había mensaje.
Paul me acaricia la espalda mientras mi familia retoza a mi alrededor. Me llamo Kate Forman y soy muy afortunada. Hemos hecho una pausa antes de que Paul vuelva a la brecha de la tele. Una larga pausa. Cojo una toalla y me seco la cara mientras un pequeño perro negro merodea alrededor de la barbacoa.
John hace ruidos para espantarlo.
—Apuesto a que es el perro de algún paseante que ha subido desde la carretera al olor de las salchichas. —Paul se vuelve y lo miramos un momento.
Después de la entrevista con Marika, tres periódicos de tirada nacional y dos revistas de supermercado me estuvieron incordiando para que hiciera entrevistas «en casa», sesión de fotografías de maquillaje y peluquería («¡Queremos que parezcas más glamurosa!»). Las rechacé todas. Eso no es para mí. Después de nuestras perezosas y amorosas vacaciones en familia, tengo trabajo que hacer: Crime Time ha sido un enorme éxito, se habla de crear un canal por cable que pase vídeos de Crime Time sin parar. Livvy está deseosa de que vuelva, tal vez delante de la cámara. Dice que los espectadores respondieron positivamente a mi «sinceridad no exenta de sentido común», y estoy ansiosa por implicarme más. Tengo mucho en que pensar.
El perro pone las patas en la mesa cercana a la barbacoa. Paul se mete los dedos en la boca y suelta un silbido de lobo aullando que me hace dar un brinco. El perro se da por enterado y Paul le acaricia las orejas caídas, haciendo ruidos amistosos. Oigo a lo lejos la cantarina llamada del propietario, y al instante Paul indica a la bola de pelo que se largue. El perro vacila, dividido, pero por segunda vez Paul le ordena que se vaya, y obedientemente se retira por donde ha venido.
—¡Oh, querido! —Paul mira el perro con indulgencia, antes de mirarme a mí—. ¿Te encuentras bien? Pareces estar muy lejos.
Me envuelvo en la toalla. A pesar del calor que hace, tengo frío. Algo de lo que he sido testigo me molesta. El modo experto en el que ha controlado ese perro…
—Paul, ¿cómo atropellaste el perro?
—¿Qué quieres decir?
—¿Cómo ocurrió? ¿Se cruzó en tu camino o qué?
Se queda en silencio un instante.
—¿Por qué quieres saberlo?
—Tú dímelo.
Me mira con una expresión que no acierto a descifrar.
—Estaba lloviendo, de modo que no lo vi bien. Lo atropellé. Tal vez ya estuviera herido. No me saltó encima, si es eso a lo que te refieres. Estaba muy malherido, como puedes imaginarte.
Empieza a juguetear con los cordones de los pantalones. Pienso en Portia, en lo que dijo al final: «Tú crees que Paul está contigo…». Trago saliva.
—¿Sabes una cosa? Estaba convencida de que fuiste tú, de que tú hiciste todo aquello.
—¡Kate! —Parece conmocionado y da un paso hacia mí, acariciándome la mejilla con su adorable mano.
—Vamos, tortolitos, la comida ya casi está —dice Jessie al pasar.
Paul me mira durante un buen rato, la luz del sol juega en esos ojos que me atraen con toda su intensidad. Sonríe con su sonrisa pícara y me pone la mano en el hombro.
—¿No confías en mí, Kate? —Y entonces me guiña el ojo, despacio, de una manera sexy y tímida.
El sol desaparece tras una nube, aunque yo sé que el cielo está completamente azul. Me alejo un paso, sin que mis ojos abandonen ni por un momento su rostro. Pasa un rato hasta que doy unos pasos hacia delante, atraída por los lazos que nos unen. Y le devuelvo el guiño.