38

Jessie quita la cadena de la verja metálica del exterior de su estudio, peleándose con el cerrojo en la oscuridad.

—Sé que es un coñazo, pero el otro día cometieron un robo con alunizaje en la tienda que hay calle abajo.

—Creí que la habían cerrado en los noventa.

—Ha vuelto a abrir con la recesión, por lo visto.

No creo que ningún ladrón piense que merece la pena estropear un coche para robar uno de los cuadros de Jessie, pero no le doy más vueltas. Allí está, eso es lo principal, lo único que importa. Tengo un poco de margen para pensar en lo que voy a hacer ahora. No puedo volver a casa por muy desesperada que esté por ver a los niños; la policía me detendría como principal sospechosa del asesinato de Lex.

—¿Cómo estás? ¿Has conseguido arreglar las cosas con Paul? —La miro sin comprender, mientras se toca la sien con un dedo y subimos las escaleras de su estudio—. ¡Espabila, Kate! Creías que Paul tenía una aventura.

Es como si el tiempo se hubiera encogido y yo hubiera avanzado largos trechos sin parpadear. Una aventura. ¡Qué pintoresco suena eso y qué lejos estamos ya de esa fase! Jessie ha estado metida en su burbuja creativa, tan desinformada e inconsciente como la limpiadora inmigrante recién llegada. Entramos en el estudio, cuelgo el bolso y me siento en un banco de colegio salpicado de barniz, junto a una estufa de butano.

—Por cierto, tengo una reunión de negocios dentro de media hora, más o menos. Sé que es un poco tarde, pero la pobre no pudo hacerme otro hueco en su agenda. Así que tendrás que ser breve, luego podremos salir a tomar una copa.

—Han asesinado a Lex. —Jessie deja de moverse, sin que el lienzo sea un apoyo útil en sus manos—. He encontrado su cadáver. La policía creerá que yo lo maté, ya creen que maté a Melody. —En el rostro de Jessie veo una expresión que me resulta más familiar al amanecer: incomprensión pasmosa—. Han usado el mismo método en los dos… —me contengo al darme cuenta de que tengo que volver al principio. Observo cómo parpadea y sus cejas bailan mientras lucha por procesar lo que acaba de oír.

—¿Por qué? —Ahora se está enfadando—. ¿Por qué han matado a Lex?

—No lo sé. Debió descubrir algo.

—¿Qué descubrió, Kate? ¡Piensa!

—No lo sé.

Estudio las uñas quebradizas de Jessie mientras aferra el lienzo, veo padrastros afilados como cuchillas asomando hacia el cielo, resecos debido al aguarrás y al frío de los estudios, agrietados por el trabajo en el tajo artístico. Las manos dicen mucho de una persona. Las uñas de Melody eran cortas y estaban pintadas de azul eléctrico y no pegaban con el vestido; las manos de Paul son cálidas y suaves, acostumbradas a hacer clic de una presentación de PowerPoint a otra.

—Algo lo bastante crucial como para que mereciera la pena matar por ello.

Jessie coloca el lienzo contra la pared, se restriega las manos en los pantalones manchados de pintura y se abraza las rodillas, como si intentara protegerse de lo que está oyendo.

—¿De veras crees que ha sido Paul?

Rompo a llorar de impotencia.

—¡No lo sé, pero de qué otro modo podría ser! Portia le ha proporcionado a Paul una coartada…

—¿Portia Wetherall?

—La misma.

—Mi reunión de negocios es con ella. Estamos tratando de encontrar una solución al problema del encargo de Raiph. A Raiph no le gusta.

—¡Oh!

—Insistió en verlo cuando acababa de empezarlo; Raiph quería ver los progresos de mi obra, algo que normalmente nunca permito, ¡pero Portia me obligó, y ahora Raiph quiere que la cambie, aunque no esté acabada! Todos se creen que son los malditos Medicis, dando órdenes a las personas que tienen a su alrededor.

—¡Oh, querida! Yo le hablé bien de ti a Portia, pensé que te resultaría de ayuda.

—Bueno, a la luz de la «evolución», como dirían los americanos, de mi carrera, parece una inversión de sentido común para Raiph, ¡y aun así no está contento!

—¿Dónde está?

Se dirige hasta el fondo del estudio y quita un trozo de tela que protege un lienzo. El cuadro es del estilo habitual de Jessie, vibrante, colores primarios que sangran unos en otros, ojos en forma de plato sobre la carne de una cara rosácea. El traje gris de Raiph es solo un esbozo, pero se perciben los inicios de unos enormes y distorsionados hombros. Es un arte que exige atención, muy distinto a las acuarelas que cuelgan de la pared de una cadena de restaurantes.

—¿Por qué ha reaccionado de ese modo? Ya sabía cuál era tu estilo.

—No le gusta lo que he escrito.

La «firma» de Jessie es una palabra o frase que flota en un espacio de color chillón que se extiende junto a la cabeza de su modelo. En ese cuadro, letras de color esmeralda bailan junto a la cara de Raiph: «Verde verde hierba».

Suena el móvil de Jessie.

—Ahora mismo bajo —dice volviéndose hacia mí y percatándose de mi expresión de alarma—. Es Portia…

—No veo a nadie…

—¿Estás segura? ¿Quieres preguntarle por la coartada que le ha proporcionado a Paul?

Cruzamos una mirada de entendimiento.

—No le cuentes lo de Lex —le digo—. Dudo que ya sea de dominio público.

—La haré subir.

Coge las llaves y desaparece por la puerta; al cabo de unos momentos las dos entran en la habitación.

Cuando Portia me ve, lanza una exclamación y, entre aspavientos, me abraza fuerte y me besa en ambas mejillas como si desafiara la opinión pública.

—¡Dios, la que os están haciendo pasar a ti y a tu familia! —Yo me quedo muda mientras ella prosigue—. Sé que es difícil pero no deberías leer lo que escriben de ti, recuerda que es solo entretenimiento a tus expensas. Sin embargo, creo que Paul ha tardado mucho en apartarse del centro de atención. Necesitáis un relaciones públicas, alguien que pueda representar a vuestra familia y hablar en vuestro nombre. En estas ocasiones se necesita tener a un profesional de vuestro lado. —Se sienta en el banco, abre el bolso y saca el teléfono—. Estáis dando tumbos de aquí para allí ante los focos de los medios, pero es hora de que recuperéis el control. Bueno, conozco una empresa muy buena de gestión de la reputación, cuyo jefe es un viejo amigo mío, deberías llamarle. Di que vas de mi parte, por favor. —Saca una agenda de piel del bolso, arranca una hoja de papel y escribe un número—. ¿Es este tu bolso? —Mete el papel debajo de mi bolso—. Sobre todo, enviadme la cuenta a mi despacho.

—¿Quieres beber algo, Portia? —pregunta Jessie, y Portia acepta un vaso de agua.

Sus pulcros zapatos y su caro traje pantalón tienen un aspecto cómico en esta ratonera, lo más probable es que le manguen el descapotable en cualquier momento, pero ahora parece estar disfrutando.

—Si crees que puedo hacer algo más por ayudaros, por favor, llamadme. Lo digo en serio.

—¿Por qué le diste a Paul una coartada?

Portia ni se inmuta, se vuelve directamente hacia mí. Está acostumbrada a preguntas incómodas.

—Le di una coartada porque nos vimos. ¿Supongo que querrás saber todo lo posible sobre lo que ocurrió con Paul la noche en que asesinaron a Melody?

—Sí.

—Es comprensible.

—¿Por qué os visteis?

Portia da un sorbo de agua, mira a su alrededor en busca de algún sitio donde dejar el vaso y lo deja en el suelo. Hace una pausa, piensa lo que va a decir.

—De acuerdo, Kate. A menudo me he preguntado qué te contestaría si me lo preguntaras, pero después de pensarlo creo que lo mejor es decir simplemente la verdad. Si dices la verdad, después no te pueden pillar. —Siento cómo el pánico me sube por la columna vertebral—. Intentaré ser tan exacta como pueda sobre el tiempo, pero no puedo estar cien por cien segura de la hora que era cuando nos vimos.

—¿Qué hora era?

—Las diez y media, tal vez las diez cuarenta y cinco.

Jessie se queda mirándome, sorprendida. Ha tenido que esforzarse en recordar el día que ocurrió algo, por no hablar de las divisiones de una hora.

—Hablamos en mi coche, en parte porque estaba diluviando. Fue un encuentro muy breve. —Portia se levanta del banco y se pone despacio detrás de él.

—¿Y por qué…?

—Soy la presidenta de una compañía que factura alrededor de dos billones de libras al año. Soy la capitana de un barco que muchos desean pilotar, si me perdonas la analogía. Desde la primera parte de la venta de Forwood, Paul ha sido un accionista de CPTV. Los votos de los accionistas son importantes para decidir la dirección de la compañía y la persona que dirige dicha compañía. Yo estaba captando la opinión de Paul, por decirlo de algún modo.

—¿Por qué no lo dijiste desde el principio? ¿Por qué Paul lo mantuvo en secreto?

—Me temo que tendrás que preguntárselo a él. No quiero anticiparme a lo que dirá Paul, pero supongo que si él te contara lo de un encuentro de noche en un coche, parecería un poco… turbio. Cuando la policía me hizo preguntas concretas, pude corroborar su versión. Supongo que Lex tampoco sabía nada de nuestro encuentro…

—¿Por qué no?

—Lex y Paul son socios a partes iguales en Forwood, pero en el supuesto de que eso cambiara…

—¿Eso está cambiando?

—Son hipótesis. Quería a Paul de mi lado. Creo que es una estrella en alza. Siento que podemos trabajar muy bien en el futuro, y le estaba exponiendo mi caso. Para serte franca, prefiero tenerlo a él a bordo que a Lex. —Portia traslada su mirada de mí a Jessie—. Los socios fundadores pierden el control de su compañía, es algo que sucede todo el tiempo. Los bloques de poder y las alianzas cambian con una rapidez sorprendente. Así son los negocios. No estaría haciendo mi trabajo si no prestara atención a este tipo de cosas.

—¿Es ilegal? —pregunta Jessie.

—No seas ridícula. —Portia se echa a reír y pasa por delante del retrato de Raiph—. Con los años he descubierto que las personas que tienen menos experiencia sobre las relaciones comerciales son las que piensan en ellas en términos más melodramáticos, sean periodistas, guionistas de Hollywood… o artistas. —Esboza una sonrisa de triunfo—. La realidad es solo una gran cantidad de trabajo diligente y respetuoso de la ley.

Portia contempla el cuadro durante un buen rato, entrando de verdad en él, y luego profiere una carcajada grave.

—Así que es esto lo que está causando tanto follón. —Y después de un silencio prosigue—: Me gusta, Jessie, de verdad, pero, para empezar, tienes que ser lista, y eso implica una solución intermedia. Eso se aplica a cualquier transacción, desde los negocios hasta el arte.

Portia tiene una voz adorable. Es suave y melodiosa, pero llena de serena autoridad. Cuando habla, simplemente te dan ganas de escucharla. La imagino en una sala llena de hombres subyugados por ella.

—Hasta los artistas tienen que comprometer su visión o sus ideales de vez en cuando.

—Yo no pienso hacerlo —prorrumpe Jessie—. Si traicionas tus ideales, estás muerto artísticamente.

—¿Paul estaba borracho cuando lo viste esa noche?

Portia se vuelve hacia mí, confundida por el hecho de que aún siga con el mismo tema.

—No, no lo parecía. —Vuelve a ese discurso sobre el negocio dirigido a Jessie—. Todos trabajamos duro. Jessie, te pasas horas trabajando duro en este estudio que supongo que es demasiado frío en invierno y sofocante en verano; Kate mueve demasiados platillos, y se pregunta cuándo van a caerse; yo me dejo la vida en la oficina. Todos queremos que se nos recompense ese trabajo. La recompensa llega de muchas maneras…

—¿Fuiste tú la que citaste a Paul? —insisto.

—Sí, fui yo la que acordó la cita.

—¿Cómo? ¿Cómo lo hiciste?

—No lo recuerdo exactamente, pero es probable que hablara con él.

—Por eso odio los encargos —gimotea Jessie—. O compras la visión del artista o lo dejas en paz.

—Raiph compra tu visión —la aplaca Portia—, pero el quid de la cuestión es lo que Raiph no quiere. —Señala las palabras en el lienzo—. Raiph quiere cambiarlas.

—¡Raiph no hace concesiones! —digo.

Portia me mira con pesar.

—Cuando llegas a ser tan poderoso como él, no tienes por qué hacerlo.

—Además, ¿qué significa eso al fin y al cabo: «Verde verde hierba»? —pregunto, poniéndome de pie al lado del lienzo.

Ahora Jessie se anima.

—Es de la canción de Tom Jones, sobre un hombre que sueña en la casa de su infancia y su belleza y su inocencia, cuando en realidad es un condenado a muerte y solo volverá a casa en un ataúd.

Me vuelvo hacia Portia e intercambiamos una mirada.

—¿Y qué importa…? —pregunto.

—Estoy haciendo una proclama sobre lo lejos que ha llegado, desde lo que parece un idílico pueblecito irlandés, la inocencia de su juventud ha sido corrompida por la dureza del entorno de los negocios. Está mentalmente condenado a muerte, atrapado detrás de los barrotes de la personalidad que ha construido.

—¿Y te sorprende que no le guste?

Portia interviene.

—Creo que yo podría hablar con Jessie sobre un punto de vista más… complaciente… que hiciera feliz a Raiph.

Jessie se atrinchera.

—Está convirtiendo mi arte en una fruslería sin relevancia de esas que se cuelgan encima de la chimenea. Para el caso podría convertirme en una decoradora de interiores…

—De esas que van colocando almohadones en lugares estratégicos —digo.

—¡Sí, una jodida distribuidora de almohadones!

Portia se ríe.

—Ya veo por qué sois amigas. A mí personalmente me encanta tu trabajo, Jessie, podrías escribir cualquier cosa en mi retrato y lo encajaría bien. Me molesta que Raiph se me adelantase y te lo encargara él primero, para ser sincera. Ahora siento que no puedo pedirte uno; no quiero que me vean como una imitadora de sus ideas. Tienes que ser muy cuidadosa sobre cómo te posicionas en el negocio de los medios de comunicación y en el mercado del arte.

—¡Claro que puedes tener un cuadro!

Ahora es Jessie la que adopta una actitud comercial, al oler otra posible venta. Me estoy aburriendo, Portia ni siquiera comprende la importancia de esta conversación sobre la coartada, pero para mí es de vida o muerte. Es el momento de sacarla del perímetro de seguridad de manera traumática.

—Han asesinado a Lex.

Ahora consigo que reaccione, ahora soy el centro de atención. Portia pierde la compostura un momento mientras me mira fijamente y creo adivinar el miedo en sus ojos.

—No lo sabía.

—No lo sabe mucha gente. —Se produce un incómodo silencio.

—¿Cómo murió?

—Del mismo modo que Melody.

—¿Un imitador? —Saca el teléfono con mano temblorosa. Está a punto de marcar, pero lo piensa mejor—. ¿Sabes alguna cosa sobre «Sabueso»? Raiph preguntaba por ello.

Me siento despacio en una silla salpicada de pintura para intentar disimular mi conmoción. Quiero que mi voz parezca normal.

—¿Sabueso? —Me encojo de hombros—. No lo sé. ¿Cuándo te lo preguntó?

—Hace unos días. Lex había dicho que era su próxima campanada.

Sacudo la cabeza, la palabra aparece ante mí cada vez más definida mientras me recorre una sensación de euforia. Te pillé, Raiph.

—¿Kate? ¡Oh, Kate!, yo creo que… —Jessie está mirando la calle a través de los grandes ventanales del estudio.

Algo en su voz me incita a ir pitando a echar un vistazo, y de inmediato sé lo que necesito saber. Dos coches patrulla se han detenido fuera, y formas oscuras se dispersan por sus puertas abiertas. Cojo la bolsa y corro hacia la salida.

—¡Kate! —grita Jessie a mis espaldas—. ¡Espera!

No, no puedo esperar, Jessie. No tengo tiempo. No volveré a esa celda a esperar impotente que otros escriban mi historia por mí. Con esta nueva información vital puedo escribir yo misma el final, aún tengo el control. Jessie me ha agarrado y me mete algo en la mano. Me está dando la llave de su bici.

—Ve por la escalera que está al final del pasillo, más allá de los lavabos.

Portia da unos pasos rápidos hacia nosotras, con rostro severo.

—Jessie, podrías estar siendo cómplice de una criminal. Eso es un delito grave.

Mi vieja amiga se vuelve hacia mí mientras unos golpetazos en la puerta con algo pesado resuenan en la escalera. Me coge por los codos, los aprieta fuerte contra mis costados, más con la esperanza de que sea inocente que con pruebas que la respalden.

—Sin transigencia —susurra con sentimiento.

Luego aprieto a correr volviendo la mirada hacia una Portia atónita y bajo los peldaños de cinco en cinco antes de salir por la puerta de incendios y alejarme en la bici por el callejón de atrás lleno de basura; el casco se balancea en la cesta rota de plástico mientras traqueteo por los adoquines desiguales.