Livvy me mira desde el otro lado del estudio, echa un segundo vistazo, desviando su curso hacia mí.
—¡Dios! Tienes tan mal aspecto como mis sentimientos.
Invade mi espacio personal mientras me levanta la barbilla hacia su cara y examina mi sien hinchada. Me siento como una niña en la visita de la enfermera escolar. Livvy resopla a modo de desaprobación.
—Asustarás a los invitados con ese aspecto. Shaheena irá a recibirlos y saludarlos.
—Así que soy oficialmente demasiado horrorosa para trabajar en la tele —digo con la vana intención de hacer un chiste.
—Pocas personas no lo somos —responde Livvy sin darle importancia.
No tengo ganas de reírme. Noto las miradas compasivas de Shaheena y Matt, y las silenciosas miradas del director de plató y de los iluminadores. Han oído la noticia sobre Paul. Lo mencionarán en el programa de esta noche. Echo una mirada al móvil. No tengo mensajes. La policía puede retener a Paul hasta setenta y dos horas antes de dictar cargos contra él o liberarlo. Cuanto más tiempo está dentro, peor pinta tiene el asunto.
Nos reunimos para el ensayo que precede al programa en directo de esta noche. Normalmente reina una atmósfera animada, de una competitiva expectación, nos une esa camaradería de «mucha mierda», pero hoy reina un ambiente de amargura en el estudio. Ni siquiera Marika, con su traje negro y sus zapatos rojos de tacón altísimo, consigue subirnos el ánimo. Habla con vehemencia en un rincón con el editor del programa mientras subraya palabras en el guión.
Las maquilladoras van de aquí para allí, esperando que les llegue su hora dentro de poco. Chet, el director, da órdenes a gritos desde la sala de control.
—Marika, cuando te sientes en el sofá, acércate a Colin, que vuestros hombros casi se toquen, tiene que parecer que sois un verdadero equipo.
Colin intenta dar a Marika un falso abrazo de oso, pero ninguno de los dos tiene la energía suficiente para acercarse con su entusiasmo habitual. Desde donde estoy, a un lado de la acción, siento que es culpa mía, que todos me culpan a mí.
—¡Vale, Marika, vamos a ensayar la nueva posición! —grita Chet.
Marika asiente con la cabeza y coge la taza de café. Cuando empieza la música de la cabecera, Marika normalmente entra caminando al plató, deshaciéndose en sonrisas y gesticulando, pero hoy está sentada en un brazo del sofá mientras la cámara se acerca para obtener un primer plano de ella, y las luces se apagan.
—¡Eso es genial! —dice Chet.
—Nuestra misión en este programa es luchar contra el crimen en cualquier lugar y a cualquier hora. Hacer de este país un lugar más seguro para ustedes y para sus familias. —Marika hace una pausa y sacude levemente la cabeza—. Esta semana nos centraremos en un crimen que estamos decididos a resolver: el de la creadora de este programa, Melody Graham. —Marisa se levanta del brazo del sofá seguida por la cámara—. En estos momentos, nuestro propio director ejecutivo, Paul Forwood, está siendo interrogado por la policía sobre este asesinato, pero yo estoy aquí ante ustedes para hacer hincapié en la independencia editorial de Crime Time; no toleraremos ninguna interferencia en la emisión, ni por parte de los propietarios ni por parte de la cadena. Les ofreceremos la verdad y nada más que la verdad.
Marika vuelve el rostro hacia Colin, que ahora aparece en el plató junto a un mapa del bosque donde encontraron el cadáver de Melody.
—¡Dios, qué buena es! —dice Shaheena, y nos quedamos observando cómo entrevista a Colin y las preguntas que le hace sobre las intersecciones de carreteras que hay cerca de la escena del crimen, y la cronología del mismo.
Astrid y un millón de aspirantes a presentadora, todas con su mismo aspecto, deberían escuchar atentamente y aprender de la reina de la televisión popular.
Livvy se acerca por detrás de mí mientras asistimos atentos al ensayo.
—¿Sigues sin noticias de Gerry?
—Sí. —He estado comprobando el móvil del trabajo toda la mañana por si me llamaba.
—Te lo dije, no puedes confiar en un sinvergüenza como él. —Livvy sonríe complacida de que su visión del mundo no se haya visto desafiada por alguien que ha excedido las expectativas—. Creo que tenemos bastante sin él.
Livvy señala con un gesto de cabeza una imagen ampliada de Melody que se está usando como telón de fondo de una toma. Estamos allí de pie incómodas, una al lado de la otra, su jefe, mi marido, el incómodo asunto al que nadie quiere referirse.
Un poco más tarde, Marika se vuelve hacia la cámara para la despedida de la emisión.
—Recuerden, es su testimonio en su programa.
El ritmo fuerte de la música empieza a declinar y Chet grita:
—Y… ¡corten!
—¿Café? —me pregunta Shaheena, y yo asiento, guardándome el móvil en el bolso. Shaheena levanta la mirada hacia la sala de control—. ¡Uy, ojo! El gran jefe está con Nube Negra.
Levantamos la cabeza hacia el control para descubrir a George, el productor ejecutivo al que no conocíamos, y a Livvy inclinados sobre un teclado con un técnico.
—¿Qué pasa con «Este programa está dedicado a la memoria de Melody Graham, que vivió desde mil novecientos ochenta y cuatro hasta dos mil diez»? —pregunta Livvy.
—Quita eso de «la memoria de» —ordena George.
Observo a sus espaldas.
—Podrías poner «la creadora de Crime Time» —digo.
—Hagamos las cosas fáciles —responde George—. Diremos: «Esta serie está dedicada a Melody Graham» y añadiremos las fechas en los créditos del principio. —Livvy y el técnico expresan su acuerdo mediante murmullos—. ¡Dios, era muy joven! —añade con una mirada perdida—. En mil novecientos ochenta y cuatro yo estaba poniéndome ciego en Nepal.
Livvy sale de la penumbra de la sala de control y entra en el estudio.
—¡Nos vemos arriba en cinco minutos! —grita, a nadie en particular—. No lleguéis tarde.
Sky News está en el rincón de la sala de reuniones cuando llego y veo a los reporteros cruzando la base de la pantalla como si fuera el latido de un paciente en cuidados intensivos. Veo pasar el nombre de Forwood. Hay un ejemplar del Daily Mail abierto sobre la mesa. Han conseguido una foto de Paul que no había visto nunca, otra de Melody sonriendo y otra de Lex delante de la oficina. Noto cómo la sala se llena de gente a mi espalda, alguien me arrebata el periódico de las manos mientras otra persona señala con el dedo el rostro de Melody.
—Mira, también estamos en el Telegraph —dice Matt, luchando por dominar las páginas del periódico.
—¡Estamos saliendo nosotros! —añade Shaheena mientras las noticias cambian de contenido.
—¡Hala, ahí está Astrid! —exclamo mientras aparece en pantalla la entrada de las oficinas de Forwood. Están grabando al personal en la puerta. Astrid lleva un traje ajustado gris claro estilo años cincuenta, escotado, y calza tacones altos; parece una joven Marilyn Monroe.
—Esa es la idiota que olvidó tramitar el contrato de alquiler del edificio central de Londres que queríamos —se burla Livvy mientras Astrid dirige un beso hacia la cámara.
—Es la secretaria de Lex —explico.
Matt no puede evitar un silbido de apreciación… y de envidia.
—Muy bien —dice George, y dejamos de movernos nerviosos para prestarle atención—. Daos la vuelta, gente —añade, cogiéndose el puente de la nariz con el pulgar y el índice—. Sé que todos estáis especulando sobre lo que va a ocurrir en Forwood. Lo cierto es que estamos ante una situación que cambia cada día. Intentad que no os distraiga. Tenéis un trabajo que hacer aquí, así que hacedlo. Creo que al final esto será genial para Crime Time.
Livvy suelta un bufido.
—Bueno eso es la mejor actuación de un relaciones públicas que he visto en mi vida. ¡Vaya desastre!, ¿no? Los jefes son sospechosos de haberse cargado a la creadora de este programa…
—Exacto. En cada noticiario se mencionan repetidas veces los programas que Forwood ha hecho, y hablan de este como si fuera especial. Es una oportunidad de oro para nosotros, nos posicionamos como polémicos, novedosos e incluso un poco peligrosos. Ahora que han arrestado a Paul Forman…
—Ejem —Livvy no lo interrumpe y se vuelve hacia mí.
—¡Ah! —George parece sorprendido—. Eres tú.
Frunce el ceño y noto algo muy parecido a la vergüenza reflejado en el rubor de mis mejillas. Me duele el morado. Yo no soy como él esperaba, y eso le hará más fácil darme la patada, aunque seguro que usará la temida frase «dejarme ir». Da vueltas a un lápiz entre los dedos. Está nervioso. Todos en la habitación contienen la respiración y yo aguardo a que caiga el hacha.
—Es buena —añade Livvy, como si inspeccionara ganado en una feria rural—. Podría obrar en nuestro favor.
—Acusaciones de nepotismo… —George interrumpe la frase.
—Esto es la televisión —añade Livvy como si su jefe fuera un bobalicón.
George asiente con la cabeza.
—Ya te pillo. Sin embargo, la imagen pública y todo eso…
—Si Kate no ha hecho nada malo personalmente, no puedes librarte de ella. —La sensual voz de Marika interrumpe la discusión. Estoy segura de que todos han estado hablando de mí cuando yo no estaba, decidiendo si debía seguir en el programa—. Ninguna mujer debería ser condenada simplemente por estar con un hombre. En esa imagen pública es en la que debéis pensar.
George empieza a cubrirse las espaldas a la manera moderna.
—Sí, sí…
Es el momento de poner fin a mi dolor.
—Estoy preparada para irme sin armar revuelo si creéis que sería mejor para el programa.
¡Hala, ya lo he dicho!, pero con gran pesar de mi corazón. Noto muchos ojos fijos en mí. No puedo soportar la incertidumbre de que mi destino esté pendiente de un hilo.
George vuelve a dar vueltas al lápiz entre los dedos, de un modo que debería dominar, pero se le cae sobre la mesa y rueda alejándose de mí. Me doy cuenta de lo difícil que son los trucos de magia, cuántas horas de práctica se deben necesitar para conseguir el perfecto juego de manos. George aún no las ha hecho.
—No, no, quédate, pero necesitamos que trates de pasar desapercibida.
—Gracias.
No sé qué coño pensará George que es una documentalista aparte de alguien discreto.
—Bueno, volviendo al programa de esta noche…
—Tíos, ¿habéis visto la web de Lex? —pregunta Matt—. Mirad. —Sus manos vuelan sobre el teclado del ordenador portátil y le da la vuelta para que los que estamos en la sala podamos verlo—. Su tráfico ha aumentado en un cuatrocientos por cien desde ayer. Se está convirtiendo en un auténtico fenómeno. Hay una fianza de medio millón de libras por el momento. Tal vez haya una manera de que podamos subirnos a su carro para dar publicidad al programa…
—¿O imitarlo cuando llevemos a cabo campañas? —añade Shaheena.
George se anima.
—¿Lo veis?, ese es el poder de la tele y de internet. Este programa va a hacer historia. —Se vuelve hacia el editor de la web con cara sombría—. Necesitamos una reunión en cuanto salgamos al aire.
Abre y cierra la boca como un pez.
Livvy se reclina hacia atrás en su asiento, encantada del escándalo que nos enfanga.
—Esperemos que no arresten a nadie más antes de que estemos en el aire esta noche.
Todos expresamos que estamos de acuerdo con ella entre murmullos mientras nos dispersamos para hacer los últimos preparativos del programa.
Al cabo de media hora me llama Sergei, está desesperado por encontrar a Lex.
—No lo encuentro en ningún sitio. La nave ha perdido el timón, creo que fuiste tú la que lo dijo. Los empleados necesitan que alguien les dirija una charla rápida, nos están destrozando los rumores, y me temo que la gente va a empezar a hablar con la prensa a menos que Lex se pase por aquí.
—¿Has probado en su casa?
Sergei suspira como diciendo, ¿te crees que soy idiota?
—En casa, en el móvil, en el gimnasio, en casa de su madre, en sus restaurantes favoritos, en su web, en su correo electrónico. No está en ninguna parte.
Eso no suena bien. Le digo que compruebe los hospitales, tal vez el choque en la autopista tenga efectos retardados.
—Se chocó en el coche contigo dentro, ¿no?
—Es una larga historia.
—Tengo mucho tiempo.
—En otra ocasión, de veras. Aún estoy trabajando. —Cuelga desconsolado y yo intento comunicarme con John, que, para mi asombro, responde.
—Dios mío, ¿dónde está Paul?
—Aún está en comisaría. Me dijo que me largara, que no me necesitaba.
—¿Y tú crees que es buena idea?
—No, pero insistió, y ya sabes cómo es cuando está así.
—¿Van a acusarlo?
—Están esperando los resultados del análisis de sangre de la bufanda. Si no llegan en una hora más o menos, tendrán que soltarlo.
—¿Lo han maltratado?
John hace un ruido extraño a través del teléfono.
—Se trata de una acusación de asesinato, Kate, no de vandalismo en una iglesia.
—Lo siento. —Cambio de tema—. ¿Has hablado con Lex? Nadie sabe dónde está.
—No. ¿A qué está jugando? —Ahora John está cabreado.
—Si no sueltan a Paul, creo que Lex tiene que ir a la oficina mañana.
—Estoy en ello. —Hay una distracción de fondo mientras John busca algo—. ¿Te deja en paz la prensa?
—En realidad no.
—¿Cómo están los niños?
—No están en su mejor momento que digamos. —La culpabilidad me asalta mientras digo esto.
—Bueno, cuídalos, Kate.
Le doy las gracias, aunque no estoy muy segura de por qué.