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Tengo la esperanza de que dos paquetes de ganchitos en el camino de vuelta del colegio, caramelos y gominolas en la puerta de casa, tebeos delante del vídeo, comida para llevar seguida de pastel de chocolate y juegos de ordenador basten para comprar la tranquilidad de mis hijos. Los profesores me han dicho que estaban bien, pero yo los observo con atención mientras están sentados en la salita, encorvados frente a Disney al tiempo que un rastro de migas y azúcar se asienta en las fibras de la alfombra.

Después de acostarlos, me instalo abajo con las sobras: unas cuantas gominolas, patatas fritas frías, una cerveza y un paquete de tabaco sin abrir; a medida que mi vida se desintegra, resurge mi yo preadolescente; vuelvo a ser la fumadora y la bebedora de cuando tenía veinte años. Me siento delante del ordenador con la memoria USB llena de archivos de casa de Melody. El nombre de Paul introducido en la opción Buscar me devuelve ochocientos setenta y un resultados. «Graham» y «Melody» devuelven hojas de gastos, temas fiscales, varios contratos y los acuerdos de confidencialidad firmados para tratar lo de Crime Time. Un tostón. El nombre de Lex da lugar a cincuenta y cinco archivos, algunos son esbozos de programas y en uno se detalla cómo funcionaría en la práctica el sistema de votación del público en Crime Time. De momento, es lo más interesante que he encontrado, fluye la creatividad de Lex, está claro que tiene asimilado el concepto, y sus ideas sobre la participación del público dan en el clavo; está convencido de que será un éxito y se jacta de que se podría vender en muchos países. Me descubro sonriendo; puede que esté un poquito tarado, pero hay que reconocer que es brillante; es el rey del reality, para qué engañarnos. La palabra «Forwood» es desalentadora, arroja cuatrocientos documentos. Tengo que afinar más la búsqueda, así que pruebo con «Px», una firma que Paul utiliza a veces. Aparecen dieciocho archivos. Echo una ojeada a unos cuantos antes de dar con un intercambio de correos entre Paul y Melody en los que queda patente lo entusiasmada que está Forwood con la idea de Crime Time y una efusiva respuesta.

En el siguiente correo hay un cambio de tono.

Querida M,

Siento si la reunión te resultó complicada. L está muy entusiasmado con este programa y algunos de sus puntos de vista son muy incisivos. Espero que podamos llegar a un acuerdo en la siguiente reunión que satisfaga a todas las partes.

Px

El siguiente archivo procede de la cuenta de correo personal de Melody, <mg26@hotmail.com>, y va dirigido a Paul.

Querido P,

Estoy muy molesta con todo esto. Es increíble que él me pregunte si hablo en serio cuando sabe perfectamente que sí. Puede que yo sea joven, pero tengo todo el derecho a tomarme mi tiempo y a solicitar asesoría legal sobre mi posición. No quiero que me intimiden.

Mx

Luego viene una amenaza en toda regla. Desde <mg26@hotmail.com>.

Puede que a L no le guste, pero tengo todo el derecho de presentar la idea en cualquier otro sitio. Ya he repetido muchas veces que solo quiero un precio y un trato justos por este programa. Las presiones que él reciba de la competencia me traen sin cuidado, como te podrás imaginar.

Mx

A lo que Paul respondió:

Estás en tu absoluto derecho de intentar vender tu idea allí donde creas conveniente, no faltaba más. Sigo creyendo que nosotros somos la compañía que mejor puede convertirla en un producto televisivo vendible, presentable y de éxito, y espero que podamos convencerte de ello. De no ser así, te deseo lo mejor de aquí en adelante.

Px

El siguiente correo es inquietante.

Querido P,

Anoche te llamé tres veces pero acabé colgando el teléfono. Pensé que sería mejor escribirlo y dejar que lo asimiles, que decirlo en frío por teléfono. Cuando salí para ir al lavabo, me quedé fuera y oí lo que L decía sobre mí. Me disgustó, pero estaba demasiado enfadada y trastornada como para comentarlo en la reunión. Pensé que acabaría diciendo cosas de las que luego me arrepentiría, así que me mordí la lengua… No como él. Para empezar, no tengo que firmar su contrato si no quiero. Sé que estoy en mi derecho, y lo que él dijo puede considerarse intimidación. Me da igual si se acaba el tiempo, no es mi problema.

Las demás cosas que dijo sobre nosotros… Bueno, ¿qué puedo decir? Me sentí avergonzada y me enfadé, por ti y por mí. Dijo delante de John que «lo tengo mal contigo». ¿Qué quiso decir con eso, que voy por la vida como una loca necesitada? Y ya para rematarlo, decir que os voy a denunciar a ti o a él por acoso sexual si no me salgo con la mía es una calumnia. Por eso me fui de la reunión sin concretar ni acordar nada, por mucho que me sacara de quicio. La conclusión es que no puedo trabajar con él, lo que significa, por mucho que me pese, que no puedo trabajar contigo.

Mx

Trato de imaginar por un momento cómo debió ser aquella reunión; una mujer joven con una buena idea intentando que los depredadores de la tele la tengan en cuenta pero no la devoren. Se comportó mejor de lo que yo habría sido capaz. Ahí está la prueba de lo despectivo que pudo llegar a ser Lex respecto a su ambición y su talento, de hasta qué punto sospechaba que ella estaba enamorada de Paul. Lo único que no sé es si era recíproco.

Este cruce de correos me ofrece una visión más clara de cómo discurre la pesadilla de Lex, en especial si eres una mujer joven y de buen ver. Lex será un borde, pero no es tonto; ¿se preguntaría después si se había pasado de la raya, si se había encontrado esta vez con la horma de su zapato? «Nunca te interpongas entre un hombre y los millones que puede ganar». Seguramente Melody habría tenido motivos para una denuncia por acoso sexual si hubiera querido. Hasta puede que dispusiera de pruebas, más claras incluso, de algo así. Combinadas con los «rumores sexuales» que Lex ha ido capeando a lo largo de los años, son motivo suficiente para que los inversores lo tilden de «mal socio». Por eso quería Lex conseguir lo que hubiera en casa de Melody, para saber hasta qué punto estaba ofendida, pero él no podía ir en persona porque podía levantar sospechas, y Astrid, su antena parabólica, no fue capaz de captar la desesperación de su jefe. Melody era lo único que se interponía entre Lex y su fortuna, y él lo sabía. ¿Por eso quedó con ella después, la misma noche del crimen? ¿Iba a suplicarle o ya tramaba algo?

Cojo el teléfono y marco el número de Lex. Quiero oírlo maldecir y poner el grito en el cielo mientras lo acorralo, pero me sale el frustrante «el número al que llama está apagado o fuera de cobertura en este momento. Por favor, inténtelo más tarde». Ya lo creo que lo intentaré, no podrás detenerme.

Me muerdo las uñas, inicio sesión en el portátil y me voy a ver la página lexwoodesinocente.com. Han entrado unos cien mil visitantes desde el miércoles. Hay fotos suyas con varias celebridades y en la rampa para minusválidos de la comisaría. El propio Lex, o alguien que haya contratado, ha puesto enlaces a las noticias de prensa relacionadas, y hay un montón. Siempre ha sido un maestro de la autopromoción y del marketing viral, y lo que mejor sabe hacer es venderse a sí mismo. La frase «Apueste contra mí si cree que soy culpable» decora la parte superior de la página. Muy bien, Lex, ahí va un mensaje. Apuesto cien libras a que estás metido hasta el cuello. Recibo un mensaje de respuesta automática en mi bandeja de entrada.

Gracias por preocuparse por el asesinato de Melody Graham. Al participar en esta página web, ayuda a mantener la presión para que la policía resuelva este crimen y a que no decaiga su vigencia ante el público. Yo no la maté, y es más importante que nunca que la policía no ceje en la búsqueda de quien lo hizo.

Un canal de noticias online discurre por la parte superior de la pantalla, y mi ojo capta algo relacionado con Forwood TV. Se ha hecho pública la noticia de que Paul ha sido arrestado, y dos minutos después empieza a sonar el teléfono. No puedo eludir a la madre de Paul, histérica y desafiante. Me cuesta quince minutos de difícil persuasión convencerla de que no venga a «ayudar». Antes preferiría estar en la cárcel con Paul que tenerla por aquí danzando y socavando la crianza de mis hijos. «Oh, yo ese canal no lo veo nunca» o «No creo que haga falta que los niños lleven botas de agua en la ciudad». A ella le sigue mi propia madre, que encuentra por fin una circunstancia que encaje con su tedioso fatalismo. «Si hace falta, podéis veniros a casa conmigo», dice esperanzada. ¡Caramba! ¡Gracias! Es la mejor oferta que me han hecho nunca… Voy cambiando de canales distraídamente mientras hablamos, y me detengo cuando veo a Gerry en una reposición de Inside-Out, haciendo flexiones en su celda sin camiseta. La tele tiene bajado el volumen, así que cuento veinticinco flexiones de Gerry mientras mi madre parlotea. Los músculos de su espalda se abultan bajo la piel con el movimiento. Se pone en pie mientras mi madre se despide, y sonríe a la cámara en la parte superior de la pared antes de disparar con un arco imaginario una flecha directa hacia mí.