Cuando llego, Livvy hasta se ha olvidado de por qué me llamaba. Se deshace de mí con una sacudida airada de su cola de caballo mientras atiende un teléfono. El resto del día pasa volando, y en cuanto oscurece, la gente empieza a apagar portátiles y a coger bolsos y abrigos. Me preparo para salir, me pongo a recoger y limpio los surcos del teclado con un pañuelo de papel. Shaheena pasa a mi lado camino de la salida.
—Deja eso para los de la limpieza, mujer.
Asiento, avergonzada. Las viejas costumbres nunca mueren. Soy la última en salir, la culpa por haber tardado tanto a la hora de comer me encadena a mi escritorio más de lo necesario. Apago las luces al llegar a la puerta y me sumerjo en la oscuridad del pasillo. Con paso apresurado, me adentro a ciegas por el espacio desconocido, con la cabeza invadida por un pánico nervioso e irracional. Este edificio me da escalofríos. Me siento aliviada cuando salgo afuera bajo una lluvia torrencial que los ruidosos camiones levantan del pavimento al pasar. Me dirijo hacia casa, pero doy un par de pasos y no puedo evitar dar media vuelta. La calle parece vacía, pero un poco más adelante vuelvo a hacerlo. Alguien me observa, lo noto.
Acelero el paso y me vuelvo de repente en mitad de la calle, con el peso sobre mi pie adelantado, y el bolso me golpea la pierna. Prefiero hacer frente a mis miedos que acumular más desasosiego. Me quedo quieta, insegura, la lluvia intensifica las sombras y la suciedad de los rincones. Una figura oscura se despega de la pared y avanza hacia mí…
—Siempre lista para el combate, ¿eh, pequeña? —Es Lex—. Tenemos que hablar.
—¿Has hablado con Paul? —Nos apresuramos por la acera, uno al lado del otro.
Lex se echa a reír.
—¿Con quién, con mi socio? —Lo dice con un ademán sarcástico, la lluvia empieza a caer con más fuerza—. Tengo el coche a la vuelta de la esquina. Vamos, Kate, dejemos de mojarnos.
—Tengo que ir a casa.
En realidad, lo que quiero decir es que necesito desesperadamente llegar a casa; en cuanto he cruzado las puertas del edificio, mi corazón y mi cabeza han vuelto a centrarse en mis hijos, en mi necesidad de volver a entrar en contacto con ellos después de una larga jornada laboral.
—Ya te llevo yo. Debes de estar cansada después de todo el día ahí dentro. —Se mete por una calle lateral y abre con el mando la puerta del pasajero de su coche de color oscuro. Caigo en la cuenta de que el color encaja con el del vehículo que busca la policía—. Vamos.
Hay algo en su conducta que no me gusta. No es que sea corpulento, está delgado pero es fuerte… Las salpicaduras de lluvia me ayudan a deshacerme de tales pensamientos. Me estoy poniendo melodramática, es ridículo. Hace más de diez años que lo conozco, soy la mujer de su mejor amigo. Teniendo en cuenta lo que ha pasado, no es raro que quiera hablar.
Mientras me pongo el cinturón, cierra su puerta y arranca con un chirriar de ruedas.
—Se me ocurrió venir a ver las nuevas oficinas.
—Lo de «nuevas» es mucho decir.
—Quién lo iba a imaginar, tú trabajando para mí, Kate. Pero luego pensé que si entraba ahí dentro, un asesino en potencia, podría asustar al personal… A lo mejor Livvy salía por piernas, pero a ti no te asusto, ¿verdad, Kate? —Suelto una exclamación cuando gira para meterse en la calle principal sin mirar siquiera a los lados—. Y ambos sabemos por qué, ¿verdad?
Observo cómo se mueve la aguja del cuentakilómetros.
—¿Cómo va tu campaña en internet?
—Bueno, mejor que no malgastes el dinero haciendo apuestas, Kate; al fin y al cabo, tú sabes que yo no la maté.
Se pasa un cruce sin mirar, y el sonido de bocinas furiosas nos persigue. Trato de mantener la calma.
—¿Cómo voy a saberlo yo, Lex? Resulta que quedaste con ella esa noche, cosa que olvidaste mencionar en su momento. ¿Por qué no lo dijiste?
—Fue ella la que concertó la cita. Quería que habláramos sobre un contrato. ¿Cómo iba yo a saber que la iban a asesinar esa misma noche?
—¿Y por qué no se lo contaste a la policía desde el principio? Ocultarlo te hace parecer mucho más sospechoso.
Lex resopla.
—¿Ahora te crees una experta en criminología o qué? No hay evidencia física que me relacione con ella…
—Así que estás a salvo.
Lex gira el volante y vira bruscamente a través de dos carriles, en dirección hacia un hueco que hay junto a la verja que nos separa de los coches que van en sentido contrario, o de los camiones, pues veo a uno pisar el freno inútilmente sobre la calzada empapada. Lex gira en redondo y esquivamos al camión por centímetros. Me doy cuenta de que el sonido que sale de mi boca es un grito.
—¡Que nos vamos a matar! ¡Para!
Lex acelera hacia el noroeste de Londres, alejándose de mi casa.
—Pararé cuando tenga que parar.
—¿Por qué haces esto? —Tengo las piernas rígidas, apoyadas contra la parte delantera del asiento, preparándome para el inevitable impacto.
—¡Ahora empezamos a entendernos! ¿Por qué? ¿Qué motivo tengo para estar tan enfadado? Hablemos de motivos, Kate. ¿Por qué mata la gente? Por pasión o por dinero. Alguien me la está jugando, Kate. Alguien que sabía que yo la vería esa noche, que sabía que me podía cargar el muerto. Alguien que quiere joderme.
—¡Pero la policía no te ha acusado! ¡A quien sea, le ha salido mal!
—¡De momento! Sabemos muy bien que constantemente se acusa a gente inocente. Y en este caso el motivo no son los celos, ni la venganza, ni una ñoñería amorosa, es el dinero. Sigue el dinero, Kate. Soy director de una compañía que se está vendiendo a plazos: el primero hace dos años, el año pasado otro poco, y el último plazo, el premio gordo, se cumple en cuestión de semanas. Con el último pago es cuando pillamos pasta de verdad, ¿no es así, Kate? Es cuando CPTV saca la cartera y nos liquida la factura. Pero si me acusan de asesinato, se considerará que no soy apto para ocupar el cargo que ocupo y me dejarán fuera. Ni más ni menos. —Levanta las manos del volante y chasquea los dedos mientras el coche vira peligrosamente hacia el quitamiedos—. Estoy catalogado como «mal socio».
—¿Como qué?
—¡Se me considera «mal socio» y me quedo sin mi parte de Forwood! —Lex se acerca por detrás a un coche con tres pasajeros en el asiento trasero. Toca el claxon y veo a través de la lluvia cómo los pálidos óvalos de sus caras se vuelven para mirar—. ¡He trabajado veinte putos años! ¡Veinte años echando el bofe… y me vienen con estas!
—¡Está rojo! ¡Está rojo, Lex! —El coche de delante ha cambiado de carril y nosotros vamos directos hacia un cruce de cuatro direcciones atestado de coches—. ¡Más despacio!
Lex pisa el freno y patinamos con tal brusquedad por nuestro carril que me veo proyectada hacia delante y retenida con fuerza por el cinturón de seguridad.
—¿Y sabes lo que pasa entonces con mi cuarenta y cinco por ciento de Forwood? —Se inclina hacia mí, el olor a neumático quemado se esparce por el coche—. Se divide entre los demás accionistas. —Nos miramos el uno al otro en silencio. Cambia el semáforo, y una salva de bocinazos estalla detrás de nosotros porque Lex no se mueve—. ¿Por qué no me dices tú quiénes son? —Alguien grita una obscenidad desde su ventanilla—. ¿No tienes ganas de charla? Déjame que te ayude: Paul…
—¡Oh, venga ya!
—Y tú y John. —Lex suelta una risa grave y cruel—. ¿Te parece una ridiculez? ¡Yo te diré lo que es ridículo! ¡Que tú tengas la posibilidad de quedarte una parte sin haber trabajado por ello! ¡No como yo! —Su ira se inflama de nuevo y sale chirriando del cruce—. ¡Y para colmo hoy recibo una carta de tu cuñado recordándome las cláusulas de «mal socio», solo para restregarme un poco más la mierda por la nariz!
Si no consigo controlar la situación, nos mataremos.
—¡Estás desvariando, Lex! La policía fue a interrogarte igual que me interrogó a mí.
—¿A qué fuiste a las oficinas, Kate? ¿Qué parte del cuento tejido por tu amado esposo no te creíste? —El coche se aproxima a una colina y se mete en un paso subterráneo—. ¡O tal vez, no fueras a buscar algo, Kate! ¡A lo mejor fuiste a dejar algo! Puede que tú y él, y su puto hermano, por lo visto, estéis todos en el ajo.
—Yo no tengo la respuesta, Lex, hay cosas que no tienen ningún sentido. Pero quiero averiguar la verdad, ¡y no la voy a conseguir quemando rueda por la A-40 hasta que nos matemos! Tengo tanto que perder como tú. —Lo oigo maldecir pero continúo—. De hecho, tengo mucho más que perder que tú. —Ahora me toca a mí enfadarme—. Puede que tú pierdas dinero, pero yo puedo… ¡perderlo todo! —Se me quiebra la voz. Me vuelvo y lo miro desafiante—. ¿Sabes una cosa, Lex? No pienso rendirme. Por muy suculentos que sean los paquetes de acciones, pienso encontrar la respuesta, sea la que sea. Lo que yo haga luego con esa información es otra cosa, pero la encontraré.
No lo estoy arreglando. Lex pisa más el acelerador, con una sonrisa jugueteando en los labios.
—¡Qué gran discurso, qué intenciones tan nobles! Estás hecha un sabueso, ¿eh? —Me pongo más rígida en el asiento ergonómico del coche. Pasamos a toda velocidad junto a una señal que indica que los tres carriles pasan a ser dos—. Olfateando el rastro, corriendo detrás del palo que te tiran. Es un buen nombre para un programa de televisión, Sabueso. La nueva y exitosa serie de detectives.
—¡Lex, Lex! —Nuestro carril se está estrechando, ahora mismo sus ocurrencias mediáticas me importan una mierda.
No me hace ni caso, murmura como si estuviera soñando.
—Sabueso, la mujer que puede oler el engaño…, cuya obstinación…
No lo escucho, miro los conos de señalización y los insistentes mensajes de reducción de velocidad.
—¡Lex! ¡Frena, por Dios!
Se queda sin carril, y una furgoneta le impide echarse a un lado. Lo oigo maldecir por lo bajo hasta que un terrible ruido metálico desgarra su lado del coche y damos vueltas en redondo por la doble calzada, rebotamos contra la valla central, giramos sobre el arcén y volvemos de nuevo a la carretera, y a cada crujido siento un abrumador deseo de oler a mis hijos por última vez, porque, a la hora de la verdad, no creo en nada salvo en mi amor por ellos, y con la vibración de cada golpe mi dolor por no poder volver a verlos se multiplica. Lex grita por encima del chirrido de los frenos, suenan más bocinas y luego, tan repentinamente como empezó, acabamos parados en un terraplén de hierba, con la parte trasera del coche sobresaliendo en el arcén.
Me quedo muy quieta, sintiendo cada latido de mi agradecido corazón, tomando cada bocanada de aire como si fuera la primera. Me las arreglo para darme la vuelta y veo faros de coche en ángulos desconcertantes y oscuras sombras que corren hacia nosotros. Con una oleada de alivio, me doy cuenta de que, al menos, no hemos chocado con otro vehículo. Algo tibio me gotea por la sien.
—Sabueso. Así te voy a llamar a partir de ahora, Kate. Una ocurrencia solo para nosotros dos. —Se ríe con sarcasmo—. Será nuestro pequeño secreto. No se lo diré a nadie, te lo prometo. Espero que estés a la altura del nombre.
Lex sigue con ese rollo de los programas de televisión, y mi furia salta por los aires.
—¡Chiflado de los cojones! —vocifero.
—Te has hecho un corte. —Busca algo en su bolsillo, sin apartar los ojos de mi cara.
—¡No, me lo has hecho tú! ¡Has perdido la cabeza!
—¿Qué buscabas en mi oficina, Kate? Venga, ¡el tío Lex necesita saberlo!
—¡¿Qué estaba buscando?! —digo a voces—. ¡No te enteras de nada! ¡Tú solo eres capaz de pensar en una cosa…! ¡Que si dinero por aquí, que si estatus, que si dinero por allá! ¡Menuda mierda! Hay miles de motivos que eres incapaz de imaginar. Y sí, eso era lo que yo estaba buscando, una razón tan poderosa como para matar a una chica. Dominio. ¡Ahí tienes un motivo! ¿O vergüenza, tal vez? ¡Ah, pero tú nunca la has tenido, ¿verdad?! Por Dios, por lo que sé podrías haberla matado porque por fin habías dejado de cagarla y, horror de los horrores, habías empezado a confiar en ella y te estabas enamorando. ¡Y luego intentas matarme a mí! —Me abalanzo hacia él y lo abofeteo con fuerza mientras gente que no consigo enfocar abre mi puerta de un tirón, se oyen gritos y manos intrusas intentan cogerme.
—¡Está conmocionada! —grita alguien.
—No, no lo estoy.
Lex saca un pañuelo y lo sostiene sobre mi corte.
—¡Tienes que confesar, Kate, estoy con el culo al aire! Estás encubriendo a Paul y averiguaré por qué.
—¡Hay que sacarlos del coche! ¡Podría explotar! —Una voz se propaga por el aire.
Casi me caigo al salir por la puerta y camino vacilante terraplén arriba mientras Lex se apoya en el techo de su magullado coche de gama alta. Me gustaría pulverizar algo con mis propias manos, pero en vez de eso me pongo a correr.
—¡Ayudad a esa pobre mujer! —grita un hombre.
Cuando ya estoy casi arriba, me acuerdo de que me he dejado en el coche mi bolso con la información conseguida en casa de Melody. Me doy la vuelta y veo a Lex que viene tras de mí, pendiente arriba, con mi bolso en la mano.
—Dame eso.
Lex me lanza una mirada de triunfo.
—Creo que debería conservarlo hasta que me digas lo que quiero saber. —Jadea por el subidón de adrenalina que le ha dado después de haber sobrevivido al accidente, igual que yo.
Extiendo la mano.
—Da-me e-so.
—Venga, Sabueso, ¿qué pista me vas a dar a cambio?
Damos vueltas uno en torno al otro, jadeando y sin decir palabra. Mi conmoción es tal que ni siquiera puedo hablar.
Un hombre llega corriendo y coge a Lex por el brazo.
—¡Deberían esperar a la ambulancia! —Se acerca más gente, y nuestro combate de voluntades se interrumpe.
—Tienes que aprender una lección muy importante en la vida, Kate. —Sostiene el bolso en alto, la carpeta azul lechoso de Melody oculta a solo unos centímetros de su línea de visión—. Nunca te interpongas entre un hombre y los millones que puede ganar.
Me tira el bolso a los pies y se da la vuelta para afrontar la situación.