—¡Kate, ven, corre! ¡Corre! —me grita Paul desde la salita.
Hoy es día laborable, estoy vestida desde las siete de la mañana y atosigando a los niños desde las siete y media. Me aseguro de que nada pueda desbaratar mis cuidadosos planes para llegar a tiempo, muy concentrada y ocurrente. Intento dejar a un lado a los periodistas de la calle y las revelaciones sobre Lex mientras ayudo a Ava a abrigarse para el recorrido hasta el colegio. Trato de ahuyentar los pensamientos más oscuros sobre mi propio marido a los rincones más recónditos de mi mente.
—Ya voy —murmuro, comprobando que llevo en mi bolso todo lo necesario para las largas horas que tengo por delante.
Están emitiendo el noticiario matinal y Lex aparece delante de lo que debe ser el exterior de la comisaría. Un grupo de gente se empuja para coger sitio, y Lex empieza a hablar.
—Me han interrogado sobre el asesinato de Melody Graham, pero me presento aquí esta mañana como hombre inocente. Ustedes me conocen como el rey del reality…
—¡Madre mía, ni ahora es capaz de ser modesto!
—Chisst… —dice Paul.
—No puedo sentarme de brazos cruzados cuando una mujer a la que conocía y respetaba ha muerto de forma tan trágica y sin sentido. Así que les ofrezco a ustedes, a los espectadores, la posibilidad de mantener fresco su asesinato en la memoria del público. Hoy depositaré medio millón de libras en una cuenta en una casa de apuestas en línea. Usted, el espectador, puede apostar si yo he asesinado a Melody. Si se me declara culpable de este crimen durante los próximos dos años, pagaré el doble del dinero que hayan apostado. Lo pagaré incluso si muero. Si durante los próximos dos años no me declaran culpable, donaré su dinero a Victim Support, organización benéfica que ayuda a personas afectadas por delitos con violencia.
Lex caldea su discurso y la gente lo escucha con atención.
—Pueden encontrar las bases y todos los requisitos en mi página web lexwoodesinocente.com y en YouTube.
—Por el amor de Dios, menudo bastardo arrogante —dice Paul, sacudiendo la cabeza con asombro y echando mano de su móvil.
—Tiene que haber sido muy duro para él —añado—. Parece muy enfadado.
—Lex siente la cultura popular, la lleva en la sangre.
Seguimos escuchando a Lex.
—Quiero encontrar al asesino de Melody. Exijo que lo encuentren. No descansaré hasta que así sea.
Contemplo en la tele cómo la multitud pulula en torno a Lex y le lanza preguntas desde todas direcciones.
—Menudo caos de investigación, ¿no? —Me vuelvo hacia Paul—. En realidad, la policía no tiene un sospechoso, ¿no te parece?
Como si respondiera a la pregunta que acabo de formular, una reportera, que agacha la cabeza para apartarse el pelo que el fuerte viento le pone en la cara, dice:
—Puede que los detectives que están llevando este caso no se sientan muy cómodos esta mañana, momento en el que Lex Wood, segundo sospechoso en el asesinato de Melody Graham, ha sido puesto en libertad sin cargos. Gerry Bonacorsi habló ayer largo y tendido con la policía, pero hoy sigue en libertad. Al parecer, la falta de evidencias físicas y de muestras de ADN está dificultando los intentos para que este destacado caso concluya de manera satisfactoria. Por el momento —abandona todo intento de controlar el pelo y se planta frente a la cámara casi de lado— la policía no parece estar más cerca de los motivos por los que Melody Graham fue asesinada o de quién la mató.
—Papi, hazme una pirueta —dice Ava, balanceándose en la puerta de la salita—. Papi…
El canto de sirena de su hija acaba alejando a Paul del teléfono y mira hacia abajo con indulgencia.
—Claro, cariño.
Coge a Ava por las manos y la balancea elevándola por el aire, donde su grito de alegría rebota en el techo. La baja y la coge por la cintura, la gira, la pone cabeza abajo y le hace cosquillas; es como si sujetara a un hada que se monda de risa y se retuerce como un saco de culebras. Le apoya la cabeza en el suelo y ella se dobla hasta acabar erguida.
—¡Otra vez! ¡Otra vez!
—Tengo que irme, cariño.
Ava se sostiene de puntillas con expresión extasiada.
—¡Otra vez, papi, por favor! —La adoración que siente Ava por su padre es completa. Trato de fijar este momento para recordarlo siempre, porque no tengo recuerdos de mi padre haciéndome algo así.
—Si Ava se porta bien, jugaremos a los tiburones cuando yo vuelva. —La besa en lo alto de la cabeza y la mece de lado a lado, mirándome.
Se aleja de mala gana hacia la puerta mientras Ava salta de un pie al otro, expectante.
—Si llama Lex, dile que me llame de inmediato —dice Paul mientras sale de casa sin darme un beso.
Nuestras recientes disputas han abierto unos extraños vacíos entre nosotros; nos deslizamos uno alrededor del otro evitando el contacto físico accidental. Su cuerpo, sus sonidos y olores se han convertido de pronto en desconocidos para mí y no puedo recordarlos aunque lo intente. Ha empezado a ponerse camiseta al acostarse, como si la desnudez resultara ahora inapropiada. Al terminar el día, nos metemos en la cama y cada uno se aferra a su borde como el marinero a un tronco después de un naufragio. Solo en mis largas horas de insomnio me lo encuentro a veces enroscado a mí, con su nariz en la hendidura entre mis omoplatos. Cuando despierto por la mañana, él ya se ha levantado.
Asiento mientras cojo mi móvil, que me avisa la llegada de un mensaje de texto. Esperaba que fuera de Eloide, que ya ha mandado tres en lo que va de mañana, pero es de Lex. «Nos vemos hoy. No se lo digas a Paul».
La tristeza se apodera de mí. Su amistad se está agrietando y a su relación empresarial pronto podría pasarle lo mismo. Josh baja las escaleras haciendo ruido y con el labio inferior caído en un gesto de enfado. Intento revolverle el pelo, no me puedo resistir.
—¡Déjame! —Me aparta la mano con brusquedad.
Todo está cambiando en el tablero de la vida y nos vemos obligados a tomar nuevas posiciones. Si han soltado a Lex, pronto arrestarán a otra persona. Lex quiere quedar conmigo, pero antes tengo que ir a otro sitio… a trabajar.
Un dolor agudo me sube por la pierna.
—¡Ay! ¡¿A qué viene eso?!
Josh acaba de darme un fuerte puñetazo.
—¡Nunca me haces caso! Quiero ir solo al colegio. No quiero ir contigo.
Siempre he sabido que, un día u otro, acabaría pidiéndome algo así. Otra atadura con la infancia que hay que cortar. Pero no había caído en la cuenta de lo mucho que duele.
—Vale, podemos hablarlo con papá esta noche. —Hago una pausa—. Josh, ¿alguien te ha dicho algo desagradable en el colegio sobre…?
—¡Déjame en paz! —grita.
Supongo que eso es un sí.