15

Paul me encuentra en el sofá, sentada sobre los pies. Se queda mirándome los ojos hinchados y las mejillas lívidas. Me parece como si, en lugar de no verlo desde esta mañana, hiciera años que no lo viera.

—¿Dónde te has metido? —gimoteo.

—¿Qué te pasa? —Se sienta en el sillón y empuja sus zapatos con el pie bajo la mesa de centro. Se frota la frente para intentar eliminar el dolor de cabeza tensional que siente y suelta sin esperar mi respuesta—: Menudo día he tenido…

—Te he llamado un montón de veces…

—Sí, ya lo he visto. Lo siento, cariño, no he parado ni un momento. ¡Quién lo hubiera dicho de Gerry! Estoy afónico de tantas entrevistas como he concedido hoy. Quieren matar al mensajero…

—¡¿Dónde estabas?!

—¡No me grites! Estaba en la oficina. He tenido que aguantar a Raiph berreándome, tiene miedo de que esto influya negativamente en CPTV o en él directamente, le importa una mierda…

—¡Paul, ha venido la policía! —Su mano se detiene en medio de la frente y no puedo verle la cara—. Querían verte. Querían saber dónde estuviste el lunes por la noche.

Baja la mano hasta el brazo del sillón y se vuelve hacia mí.

—¿Y qué les has dicho?

Aprieto con fuerza un cojín contra mi estómago, como protección.

—¡Han venido por lo del asesinato, Paul! Aquí, a casa, se han sentado en este sofá, haciendo preguntas…

—A ver, Kate, no montes un drama, tranquilízate. —Deja caer la mano a su lado, tratando de quitar hierro a mis palabras.

—¡¿Que me tranquilice?! ¡Han matado a una mujer que conoces!

—¡Gracias por recordármelo, como si pudiera olvidarlo!

—Paul, ¿qué pasó el lunes? —Alzo la voz en una mezcla de ira y de pánico.

—¿Qué quieres decir con eso?

—¡Ya sabes lo que quiero decir!

—Pues no lo tengo muy claro, la verdad.

—¡¿Por qué no me cuentas dónde estuviste o lo que hiciste?!

—¡Ya te lo he contado! —Se enfada, se revuelve en su asiento y se inclina hacia delante—. Si no me crees, allá tú. Estoy demasiado ocupado como para seguir discutiendo por eso.

—¡No es tan fácil, Paul! ¿Sabes lo que he hecho esta noche? ¡Le he dicho a la policía que estabas aquí! ¡Que estabas en casa conmigo…, con tu mujer! Porque no sé dónde estabas, eso es lo que he hecho.

Me mira horrorizado, con ojos sorprendidos, muy abiertos.

—Pero ¿por qué has dicho eso?

—¡Tenía que hacerlo! ¡No sabía qué pensar, intentaba ayudar! —En un instante se levanta del sillón y avanza hacia mí—. El lunes pasó algo, lo sé. Paul, solo te pido que me expliques…

Paul explota.

—¡Crees que yo la maté! —Jamás lo había visto tan agresivo—. ¿Por qué? ¡Venga ya! —Se me acerca de una zancada, escupiendo saliva—. ¿Un crimen pasional? ¿Es eso? ¡La maté porque estaba enamorado de ella!, ¿no? ¡Me puse a tontear y se me fue de las manos…!

—¡No lo sé! ¡Dímelo tú!

—Melody está muerta, Kate. Una mujer que trabajaba conmigo ha muerto de una forma horrible. —La voz se le atasca en la garganta—. ¿Y tú crees que he sido yo?

—Se parecía a Eloide…

—¿Eloide? —Da un paso atrás y rompe a reír a carcajadas—. Así que se trata de eso. Vuelta a tus paranoias y tus celos con mi ex. ¡Han pasado diez años! —Se lleva una mano a la cabeza—. Así que yo tenía una aventura con Melody porque se parecía a Eloide y luego la maté. ¡Ah, y además hice que pareciera que lo había hecho Gerry! Por Dios, Kate, es patético. ¡No se parecen en nada! ¿No crees que me habría dado cuenta? —Lo dice muy despacio, pronunciando cada palabra como si yo fuera tonta.

Me levanto y me agarro a la chimenea con tanta fuerza que me rompo una uña. No, Paul, no lo creo, pero no puedo explicárselo de manera que pueda entenderlo. Él no ve cómo es la gente. Lo suyo es hacer cosas, no es observador. De hecho, es asombrosamente distraído. Nunca se da cuenta si me corto el pelo, y una vez que me teñí de rubio, tardó dos días en percatarse; cree que Natalie Portman es Winona Ryder; es incapaz de adivinar la edad de alguien.

—Ni siquiera te lo tomas en serio, ¿verdad?

—¿Y por qué iba a hacerlo? Es una insensatez.

—¡He mentido por ti! ¡He cometido perjurio por ti!

—Por los dos. ¡Has cometido perjurio por los dos! ¿Y ahora qué hago yo, eh? ¿Contradecirte? ¡Piensa en las consecuencias si cambias tu historia!

Avanzo hacia él hasta poder agarrarlo del brazo. Me deshago en súplicas.

—Paul, te quiero, te quiero mucho. Estoy contigo pase lo que pase. Puedes contarme lo que haga falta, lo que sea, y yo te apoyaré y te ayudaré. Solo te pido que me digas la verdad.

—¡Ya te la he dicho!

Mientras Paul rechaza mis súplicas pidiéndole que confiese, algo restalla en mi cabeza.

—No te creo —suelto de golpe, dirigiéndome hacia la cocina y regresando con la prueba, mojada y pegándose a mi piel—. Tengo tu bufanda, Paul. No la encontrabas porque Ava la había escondido. Está llena de sangre, Paul. ¿De quién es esta sangre?

La sostengo por una punta, la mancha ya no es más que un difuso borrón marrón en la lana. La sangre es muy obstinada. Al final desaparece, pero se aferra a los tejidos y las fibras. Mi marido profiere extraños ruidos, como si tratara de decir un montón de palabras a la vez. Sacude la cabeza.

—¿Pero qué coj…?

—Esta sangre es suya, ¿verdad?

Me mira como si no me hubiera visto en su vida.

—Yo no llevaba esa bufanda.

—¡No me jodas, Paul! —Sostengo en alto la fría y húmeda lana, sacudiéndola como una pancarta en un mitin.

Vuelve a pronunciar la frase, como si quisiera acostumbrarse a ella, con más énfasis.

—Yo no llevaba esa bufanda.

—No me tomes por idiota —escupo las palabras—. Sé que has estado buscando por la casa algo que no conseguías encontrar. Era esto, ¿no? ¡Dime la verdad! ¡La llevas buscando desde la semana pasada, pero Ava la cogió por la mañana antes de que la encontraras!

—Por Dios, Kate… —Su voz se apaga.

Espero, escuchando cómo mi corazón late con fuerza. Hay una extraña palidez en sus mejillas, mi guapo marido parece viejo de repente, es como si parte de la mandíbula se le hubiera aflojado. Veo llegar por fin una revelación, el aire parece estremecerse anticipando la verdad que por fin será revelada.

—Tú te pones esa bufanda mucho más que yo. —Tardo un momento en asimilar lo que dice, entonces me pongo a gritar y le arrojo la bufanda empapada mientras él recula hacia la puerta—. ¿Qué has hecho, Kate?

—¡No tergiverses las cosas! —Echo mano de los cojines y se los tiro.

—Dios mío… —Abre y cierra la boca pero sigue guardando un obstinado silencio mientras le recrimino.

—¡Quiero la verdad!

Se detiene en la entrada, mirándome.

—Me parece que ya la sabes.

Oigo cómo la puerta se abre y se cierra cuando se marcha. Grito más fuerte y luego trago saliva, consciente de que hay vecinos, de que niños inocentes duermen arriba. El pelo de pashmina frío y húmedo se me pega a las manos. Paso por encima de la mesa de centro y recojo la bufanda, la desgarro, la hago pedazos con fuerza inusitada. Le clavo los dientes, muerdo la suave lana con olor a limpio, las fibras me cubren la lengua y me hacen cosquillas en la garganta. La culpa, la rabia, el miedo y unos celos ahogados me dan nuevas fuerzas. A los cinco minutos, un nuevo estallido de lágrimas me deja temblando sobre la alfombra de la salita. He terminado la noche como la empecé: sola.