29

Gasolina

El cuerpo de Ilke estaba siendo arrastrado fuera de la furgoneta. El tipo se la echó al hombro mientras ella parecía recuperar lentamente el conocimiento después del brutal puñetazo en la nuca que la había tirado al suelo. Era bamboleada como una inerte muñeca de trapo, rebotando contra la ruda espalda de su secuestrador. El hombre, de pelo rubio cortado a cepillo, llevaba una camiseta, y su nuca y su cuello eran gruesos y fornidos.

Había aparcado a la entrada de una propiedad rodeada por un murete de piedra de poco más de un metro de altura, cerrada por una gran cancela de forja oscura. A la izquierda, junto a la cancela había una alta y gruesa palmera.

Abrió el candado, la cancela crujió oxidada por el desuso y él enfiló un sendero que parecía conocer a la perfección. Había luna creciente y el sendero discurría entre vegetación. A lo lejos se veían luces de la civilización.

El dorado cabello de Ilke se movía mecido por el viento y el paso raudo de su secuestrador.

El cielo estrellado, completamente despejado, era el único silencioso testigo de aquel rapto en medio de un paraje deshabitado.

Ilke comenzó a moverse y el asesino aceleró sus pasos. Me fijé en su indumentaria: camiseta verde y pantalones de estampado militar.

Había una especie de casucha en mitad de aquella nada. Miré el horizonte: el mar se veía allá lejos, a varios kilómetros. Y casi en el límite de mi visión, hacia la izquierda, un edificio de varias plantas cuya estructura cuadrada que reconocí al instante dando un respingo: el hotel Marqués del Palmer.

Estábamos cerca de la playa de Es Molí de s’Estany, a solo unos kilómetros.

El asesino abrió de una patada la desvencijada puerta que daba al interior de la casucha.

Era un recinto pequeño, de obra, en torno a los diez metros cuadrados, abandonado. Había viejos aperos de labranza tirados por el suelo, latas de refresco vacías y una sembradora a motor.

Lanzó a Ilke al suelo cual saco de patatas y la muchacha se encogió como una araña al morir. Abrió los ojos y lo miró fijamente.

—Déjame ir, por favor… —sollozó—. ¿Por qué me haces esto? —gimió aterrorizada mientras el tipo se sacaba la camiseta, dejando al descubierto su ancha espalda tatuada—. Perdóname, por favor, cariño. Volvamos a estar juntos… —lloraba la chica mientras su asesino se arrodillaba y rasgaba en dos su camiseta de rayas—. Por favor, por favor, perdóname, cariño… Te he echado mucho de menos… —gimoteaba tratando de cubrirse mientras aquel bruto le arrancaba el sujetador; las lágrimas corrían por su bello rostro—. ¡¡Socorro!! ¡¡¡Socorrooo!!! —gritó antes de ser silenciada por un puñetazo que la tumbó de espaldas, golpeándose la cabeza contra el suelo.

Sentía ganas de gritar. Contemplar aquella brutal escena sin poder hacer nada, conociendo el desenlace, me creaba una impotencia angustiante. Pero no podía moverme, no podía dar un paso, estática junto a la puerta de la casucha, a espaldas del asesino.

Ilke no tenía ninguna oportunidad con aquel tipo, ninguna.

—No me mates… por favor… —balbucía, tratando de incorporarse medio atontada. El hombre la agarró de las piernas, tumbándola, se arrodilló junto a ella y empezó a desabrocharse la bragueta.

—Zorra, ¿de verdad creías que podías dejarme? ¿Que podías follarte a quien quisieras? —espetó. Su voz era ruda y hosca, grave, como salida de una profunda cueva—. ¿Dónde está el colgante que te regalé, eh? ¿Dónde está el escorpión?

—No me mates… por favor. Volveré contigo, te lo prometo —rogaba Ilke, aunque sabía que iba a morir, que aquel desgraciado estaba a punto de violarla y asesinarla. Alguien con quien había compartido apasionados encuentros sexuales, a quien conocía lo suficiente como para saber que jamás la dejaría salir con vida después de aquello. Así lo reflejaban sus ojos llenos de terror—. ¡Hijo de puta! —gritó de pronto, desesperada—. ¡¡Maldito hijo de puta!! —El hombre, con los pantalones y el calzoncillo por las rodillas y el miembro enhiesto al descubierto, volvió a propinarle un nuevo puñetazo que le hizo sangre en la mejilla—. ¡¡Hijo de puta!! ¡¡Hijo de puta!! ¡¡Malnacido!! —clamaba la muchacha mientras él trataba de bajarle los shorts.

Entonces ella lo mordió el brazo con fuerza y le clavó las uñas en la ingle. El mordisco fue tan profundo que le desgarró el antebrazo. Y la chica no parecía tener intención de aflojar su presa.

El bruto enloqueció, comenzó a empujarla tratando de soltarse de su dentellada, le tiró del pelo, arrancándole varios mechones. Pero Ilke no aflojaba, lo mordía con la firmeza de un cocodrilo.

El corpulento tatuado se incorporó, entorpecido por el pantalón y el calzoncillo bajados, y le propinó un puñetazo en el estómago que la hizo doblarse por la mitad, liberándolo al fin. El brazo de él sangraba mientras la muchacha se retorcía de dolor. Se subió los pantalones y la agarró del pelo con una rabia desmedida, golpeando su cabeza contra el suelo hasta destrozarla, hasta que su cráneo crujió convertido en papilla contra el cemento. Una escena absolutamente horripilante.

Tras unos instantes de desconcierto, estático, como si reflexionase acerca de lo que acababa de hacer, el hombre se agachó para comprobar si la chica continuaba con vida. La volvió y, tomando una botella blanca que había junto a un arado, le vertió un chorro de su contenido en la boca, o en lo que quedaba de ella en aquel rostro desfigurado. Entonces encendió un mechero y lo acercó a los labios, que al punto comenzaron a arder, una llama azulada seguida del repulsivo olor a carne quemada. A continuación salió fuera de la casucha y tomó un cubo de agua de un abrevadero para animales, entró de nuevo y lo vació sobre la cara inerte de Ilke, apagando el fuego que le consumía boca, lengua y garganta. Un acto terrible y espeluznante.

El asesino volvió a colocarse la camiseta y tiró de la muchacha hasta el exterior de la casucha. Allí se la echó de nuevo al hombro y fue hasta su furgoneta y la descargó en la parte trasera. Luego la cubrió con unas mantas mientras miraba nervioso los alrededores de aquel camino oscuro sin asfaltar en medio de ninguna parte. Acto seguido, se puso al volante y arrancó sin más, desapareciendo entre las sombras con su macabra carga.

Desperté sobresaltada en la cama y rompí a llorar amargamente. Eric me abrazó con dulzura, pero necesitaba espacio, me sentí como enjaulada entre sus fuertes brazos. Así que me zafé a manotazos y me senté al pie de la cama, llorando, sintiendo cómo las lágrimas resbalaban por mis mejillas.

—Sssh, tranquila —me consoló Eric encendiendo la luz y posando su mano en mi hombro.

—La… he… visto…

—Tranquila, Carla, cálmate.

—He visto cómo… le aplastaba… la cabeza… y le prendía fuego… la boca.

—¿Lo viste, viste su cara?

—No… Vi su espalda tatuada con el escorpión… y sus manos y brazos. Era alto y fuerte, no era Mateo, de eso estoy segura… Y la llevó a una pequeña casa en un campo, había herramientas de labranza… —añadí, mirándolo de nuevo. Eric se acercó y me apartó dulcemente el cabello de la cara, húmedo por las lágrimas que habían derramado mis ojos—. Le preguntó por el colgante que ella había tirado. Quería violarla, pero ella se resistió, lo insultó porque sabía que iba a matarla, estaba segura de que la mataría, y creo que lo provocó para que lo hiciese rápido… Fue horrible… ella le mordió el brazo derecho, le hizo una herida que tiene que haber dejado cicatriz… También le arañó la ingle… Oh, Eric ha sido horrible… —mascullé volviéndome, buscando su abrazo, y posé la cabeza sobre su torso. Él me acogió con ternura, entre sus piernas, recorriendo mi espina dorsal con sus manos mientras mis muslos hallaron reposo sobre sus rodillas—. Se divisaba el hotel del Palmer, en la lejanía, a varios kilómetros a la izquierda.

—Bueno, eso es importante…

—Y le prendió fuego a la boca después de haberla matado, ¿por qué, Eric? ¿Por puro sadismo?

—Creo saber por qué, y explica algo que sospechamos durante la investigación: porque la boca de Ilke probablemente había entrado en contacto con material genético del asesino, pensamos en su momento que esperma, pero según lo que me cuentas al parecer fue su sangre, de la que el asesino trataba de borrar el rastro…

—Pero no entiendo por qué Ilke me hace esto, ¿por qué? Mañana nos vamos, no hay tiempo de nada y aún no me ha enseñado la cara de su asesino… No logro entenderlo, Eric.

—No creo que puedas buscar una explicación a algo que es absolutamente irracional, fuera de toda lógica… Como, por ejemplo, es algo irracional, que con tanto roce yo me esté emocionando en un momento como este… —afirmó ligeramente acongojado pues estaba seguro de que yo podía percibir su creciente emoción presionando contra mis muslos. Comencé a reírme, a reírme y llorar a la vez, apartándome un poco de su… emoción, la distancia suficiente como para evitar el roce y así el peligro—. Mañana tomaremos el avión a las seis y media de la tarde, a las cinco hay que estar en el aeropuerto. Así que si te parece bien, quemaremos el último cartucho por la mañana. Hablaré con mi amigo Chema, que conoce a la perfección toda la zona de Ses Salines, porque es de allí. Le explicaremos todos los datos que recuerdes de la cabaña y la zona, inventando alguna excusa, y le preguntaré si nos puede indicar más o menos por dónde es, si es que con esos datos es capaz de localizarla, porque supongo que habrá decenas similares… Y tanto si es así como si no, vamos con el coche a dar una vuelta, por si reconoces el lugar o ves algo nuevo, ¿te parece? —propuso.

Yo asentí. Cómo podía ser tan encantador, tan atento, tan… distinto a como me pareció en un principio.

—¿Y si no veo nada?

—Si no ves nada, de todos modos telefonearé a mi actual inspector jefe y le pondré al tanto de todo, y después me reuniré con mi antiguo jefe para hacer lo mismo, he quedado con él a las tres en una cafetería. Te garantizo que ninguno de ellos dejará el caso en el olvido y puede que, en algún tiempo, al fin puedas verle la cara al asesino —dijo, tirando de mí de nuevo hacia él, abrazándome con dulzura.

Me dejé hacer, me dejé mimar, desoyendo la voz interior que me repetía que no debía hacerlo, que estaba comenzando a acostumbrarme a ello, al calor de mi amante pegado a mi cuerpo, a su cálida compañía en la cama.