19

Médium

—Carla, Carla —me llamaba alguien, cuando tan solo oía música, frenética, imparable, todo en derredor—. Carla, Carla. —Me zarandeó una y otra vez, hasta que finalmente consiguió despertarme.

Los ojos de Eric reflejaban una gran preocupación. Me miraba como si estuviese contemplando al mismísimo fantasma de Canterville, en mitad de aquel salón a oscuras, iluminado solo por el reflejo azulado del televisor encendido.

—¿Qué pasa? —pregunté abriendo los ojos por turnos.

Eric dio un paso hacia la pared lateral y encendió la luz.

—Estabas diciendo cosas muy extrañas, llamando a un tal Antonio a voces… —Me puso una mano en la frente y yo la aparté de un manotazo—. Eh, solo pretendo comprobar tu temperatura.

—Estoy bien. No me toques sin avisar, por tu propia seguridad, nunca. Estoy bien, he soñado cosas… ¿Y eso? —Eric tenía la caja de una ensaimada envuelta en un lazo azul bajo el brazo.

—Mis compañeros. Raquel les avisó de mi vuelta y los muy cachondos me han comprado una ensaimada, como si fuese un turista… ¿Qué has soñado?

—¿Hablaste con tu antiguo jefe?

—Sí, ya le había avisado de mi visita, pero le pedí que no comentase nada respecto a los motivos. El inspector Florida es muy rígido con los procedimientos a seguir, un hombre poco dado a la confianza con sus subordinados, pero siempre creyó en mi criterio, desde el primer al último día que trabajé a sus órdenes.

—¿Le has hablado de mí?

—No, él no se creería ni una palabra si le dijese que todo proviene de una médium.

—¿Eso es lo que soy? ¿Una médium? —repuse, sobrecogida ante aquel calificativo. Y no porque me ofendiera, sino porque ponía nombre a aquello que estaba sucediéndome, otorgándole un grado mayor de realidad.

—Vidente, médium… ¿Cómo podríamos llamar a lo que te sucede si no? Le expliqué que tenía una confidente, de la que por el momento no podía ofrecerle dato alguno, que me había llevado hasta el colgante de Ilke, y que si el lunes no había hallado nada significativo para Antonio Solís, mi actual inspector jefe, le entregaría todos los datos que obtuviese durante el fin de semana. El caso de Ilke es una espinita que tenemos clavada ambos departamentos. Sobre todo por el cómplice que quedó impune del crimen, del cual nada se supo excepto aquellos vellos púbicos. La gestión del inspector Florida fue muy atacada porque el asesinato se cometió justo antes de unas elecciones municipales… Si resolviésemos al fin el crimen, si pudiésemos dar por cerrado el caso cinco años después, sería un auténtico bálsamo para todos. Así que aquí tienes la parte más importante del archivo de instrucción, por si puede ayudarte en algo —dijo mostrándome una carpeta amarilla con gomas negras que fue a depositar sobre la mesa del salón, junto con la ensaimada.

—Dame —pedí extendiendo el brazo derecho, pero Eric hizo oídos sordos a mi solicitud y se sentó en el sofá a mi lado, aunque lo bastante lejos como para no rozarme.

—Primero el sueño. ¿Quién es Antonio?

—Un camarero. He visto a Ilke bailando como gogó en una discoteca.

—Según mis informes, trabajó al menos en tres o cuatro discotecas de la isla. Solía aguantar unos cuantos meses y en cuanto algo la molestaba, cambiaba de local. ¿Y qué pasa con el tal Antonio?

—Que ella le decía de viva voz que había quedado con «ya-sabes-quién».

—¿Con quién?

—Con «ya-sabes-quién».

—¿¿Con quién??

—Con «ya-sabes-quién».

—¿Y quién narices es «ya-sabes-quién»?

—Y yo qué sé. Eso es lo que le decía ella. Que había quedado con ya-sabes-quién. O sea que el tal Antonio sabía con quién estaba Ilke. Al parecer era un tipo casado, porque Antonio le decía que los hombres casados siempre daban problemas.

—¿Hombres casados? Ferreti no está casado.

—No creo que hablasen de Ferreti.

—¿Qué más viste?

—A ella bailando sobre un podio vestida de ángel. Estaba guapísima, era deseada por todos, como una diosa adorada por la multitud —relaté sin pudor de mostrar mi admiración por su belleza—. Llevaba el colgante en el cuello, y volví a ver su tatuaje de escorpión en la espalda. En el escenario cantaba un chico mulato, bastante atractivo, y el disc-jockey era rubio y daba saltos, la multitud estaba enfervorecida con la música… Debían de ser famosos o algo… —Y entonces relaté el resto de mi visión con lujo de detalles mientras él me escuchaba atentamente.

—¿Y no sabes qué discoteca era? ¿Algo que te llamase la atención?

—No. Era una discoteca bastante grande, situada en una nave industrial. Por lo demás, nada de particular. Había muchos espejos, muchas luces… Pero no pude ver cómo se llamaba. Lo siento.

—¿Y cómo era la canción?

—¿Qué canción?

—La que tocaban en directo. Dime cómo era.

—¿No pretenderás que te cante? —repliqué horrorizada. Mi capacidad de afinación vocal y el maullido de un gato atropellado eran almas gemelas.

—Si me dices de qué canción se trata podré averiguar quién es el cantante, y si sé quién es el cantante podré averiguar en qué discotecas ha actuado aquí en la isla y cuándo.

Suspiré clamando al cielo por ayuda divina. ¿Cómo iba a ponerme a cantar? Y además cantar para él, precisamente para él. Me moriría de la vergüenza.

—Vamos, creí que estabas dispuesta a todo por descubrir al asesino de Ilke Bressan, que querías volver a dormir tranquila…

—Deja de presionarme, ¿vale? Vas a disfrutar con esto, ¿verdad?

Él no respondió, pero su sonrisa fue reveladora. Cerré los ojos tratando de concentrarme en la melodía.

What are we supposed to do… after all that we’ve been through… when everything that felt so right is wrong… —tarareé con mi inglés chapucero.

Now that the love is gone… —concluyó la estrofa con su acento digno de Cambridge, apiadándose de mí.

—Sí, esa es.

—Es un tema de David Guetta… —afirmó como si yo tuviese que saber quién era el tal Guetta, por mí como si me decía Perico de los Palotes. Me encogí de hombros—. ¿No sabes quién es? ¿Así que mucha música de este siglo, mucho Green Day, mucho Evanescence, y no sabes quién es David Guetta? —preguntó divertido, y yo no pude evitar sonreír. Zas, en toda la boca—. Pero tranquila, aquí tienes al poli que escucha música de iglesias para ilustrarte en tu ignorancia musical. Es un disc-jockey famoso que suele ir mucho a Ibiza, y esa canción la interpreta con Chris Willis, un cantante de góspel. Estuvo de moda hace unos años y aunque no es mi estilo de música, cuando compartes piso con alguien como mi compañero Damián, o te acostumbras a oír los Cuarenta Principales o acabas jodido.

—¿Ese Guetta es rubio, con el pelo lacio…?

—Exacto. Espera —pidió, y fue hasta la mesa del salón para sacar un lustroso Ipad de un pequeño maletín negro que había traído como equipaje de mano durante el vuelo—. Y ahora mismo vamos a averiguar cuándo estuvo aquí con Chris Willis, y en qué discotecas actuó cuando estaba de moda esa canción e Ilke seguía con vida… —Buscó en la web—. Según la Wikipedia «Love is gone», que es el título de la canción, se estrenó en junio de 2007.

—¿La Wikipedia? ¿En serio?

—Mira. —Me mostró la pantalla del Ipad. Verdad verdadera. Continuó navegando por la web un buen rato—. Y aquí se resuelve nuestra duda: actuaron en Mallorca en dos ocasiones, una de ellas en agosto del 2007, en una macrodiscoteca llamada Beat Mallorca. Bien, ya tenemos el nombre de la discoteca —concluyó satisfecho con su perspicacia. También yo—. Eso fue en agosto de hace seis años, y era la primera vez que ambos visitaban juntos Beat Mallorca. Ocho meses antes del asesinato de Ilke, el dieciocho de mayo de 2008.

Aproveché que tecleaba sobre el Ipad para coger el informe de Ilke y abrirlo.

—Espera un momento, hay imágenes muy fuertes. ¿Crees que estás preparada para verlas?

—Eric, se me aparecen muertos en sueños y he visto dos asesinatos dentro de mi cabeza. ¿Puede haber algo peor?

Lo había, había algo peor, mucho peor. Ilke no me había mostrado ninguna imagen de su cadáver en mis sueños, como tampoco Maite Mendoza. Mi sueño concluía cuando lo hacía su vida, no había nada después de aquel instante, nada.

El resultado de las lesiones, su aspecto final, era algo desconocido para mí. Y ojalá hubiese continuado siendo así.

En aquella carpeta, junto a medio centenar de fotocopias con las declaraciones de los testigos, los padres, el condenado, etcétera, había varias instantáneas escalofriantes. Imágenes del lugar donde se halló el cadáver, de las salinas que habíamos visitado aquella misma tarde, así como del cadáver de Ilke rescatado de las aguas. Su pálido rostro desfigurado a base de golpes, aplastado, absolutamente deformado. Lo que quedaba de su boca, abierta, negra, con los labios consumidos por las quemaduras, y los globos oculares fuera de las cuencas rotas. Estaba completamente sucia de lodo, la boca, los ojos… todo.

Imágenes aterradoras.

—En cuanto al colgante, al escorpión de oro blanco —dijo Eric mientras buscaba entre las fotografías la entregada por los padres de la muchacha para ayudar a su búsqueda en los inicios de la desaparición—, pensamos que debió de perderlo cuando fue asaltada, aunque no logramos encontrarlo después de registrar la práctica totalidad de esa zona de S’Avall en busca de pruebas. Pero claro, esa noche hubo marea alta, a saber dónde pudo acabar el colgante o si alguien lo encontró y se lo quedó sin más. Sus padres afirmaban que ella decía haberlo comprado aquí, en la isla. Rastreamos todas las joyerías de Palma y habían vendido miles entre las turistas, al parecer ese fue el año de los escorpiones. Ilke era escorpio y supusimos que por eso eligió ese colgante.

—Pobrecilla —dije mirando aquella terrible fotografía. Prefería recordarla tan hermosa como la había visto en mi sueño, sin duda, cuando ella me miró fijamente, penetrándome con sus ojos azules.

—Las heridas son resultantes de un machacamiento contra el suelo. Y bueno, el resto ya lo sabes, a excepción del vello púbico desconocido, el ADN y demás…

—Apuntan a un inocente.

Eric me miró con recelo, pero yo no pretendía molestarle. No estaba acusándole, al menos directamente, de haber cometido un error. Él había hecho su trabajo con los medios de que disponía. Pero Mateo Ferreti era inocente y llevaba cinco años en la cárcel, era lógico que Ilke, o su fantasma en este caso, exigiesen justicia contra el auténtico asesino. Aunque en el camino estuviese contribuyendo a terminar de arruinar mi maltrecha vida.

—Bueno, hoy es viernes, y seguro que la discoteca tiene que estar abierta…

—¿Quieres ir a la discoteca? ¿Ahora?

—¿Cómo si no voy a comprobar si el tal Antonio continúa trabajando allí?

—Llamando por teléfono…

—Ya. Y suponiendo que alguien se dignara a atenderme, ¿qué le diría? Hola, buenas noches, soy policía y estamos investigando un asesinato, ¿me permitiría ver la documentación de sus trabajadores por mi cara bonita, sin orden ni nada?… A menos que prefieras quedarte aquí, me gustaría que me acompañases para identificar al individuo.

—Estoy bien, se me ha bajado la tensión, no estoy enferma. ¿A ti nunca te pasa? —Él hizo un gesto de negación, conteniendo una sonrisa—. Qué suerte la tuya. Dame media hora para arreglarme.

—Carla.

—¿Sí?

—A ver… ¿cómo puedo decirte esto sin que te sientas ofendida? —empezó con calma y lo que parecía cierto temor a mi reacción.

—Pues piensa bien el modo de hacerlo, porque si me ofendes no respondo de mis actos.

—Esa discoteca es… muy elegante. Digamos… exclusiva. De hecho es la más exclusiva de la isla.

Sonreí, entendiéndole perfectamente.

—Preocúpate por si no te dejan entrar a ti —le interrumpí, y me dirigí hacia la escalera en busca de mi habitación prestada.

Tras una reparadora ducha, me vestí y maquillé. Oí cómo Eric entraba al baño, y el grifo de la ducha mientras me ponía rímel en las pestañas ante el espejo.

Me encantaba Eric Serra y más a cada segundo que pasaba a su lado, ¿cómo evitarlo? Adoraba su seguridad en sí mismo e incluso su prepotencia, como cuando mostró su placa al botones del hotel y este salió despavorido como si le hubiesen prendido fuego en el culo.

Me gustaba su modo de hablar, los hoyuelos que se abrían en sus mejillas cuando sonreía, su fina ironía, su modo de mirarme… Si las circunstancias fuesen otras, no habría penitencia suficiente para reparar todo lo que estaría dispuesta a hacer con él.

Pero precisamente por ello debía tratar de resolver aquel asesinato lo antes posible, para así poder alejarme de él. Cuanto más tiempo permaneciese a su lado, la atracción que sentía iría en aumento e incluso podría llegar a convertirse en algo mucho más serio. Como ocurrió con Aníbal.

Si tenía claro que Eric me gustaba más que una maratón de películas de Miyazaki, también tenía claro que no quería pasar el resto de mi existencia añorándole, extrañando su cuerpo entre mis sábanas, ni poniéndole su bonito nombre a un huevo vibrador. Con un amor imposible en mi balance sentimental había más que suficiente para una vida.