Habían caminado hasta allí sin intercambiar una sola palabra y ahora estaban de pie bajo la lluvia en el límite del bosque, el mismo lugar en el que se habían encontrado por casualidad el día del funeral del séptimo marqués de Blackdown. Después de aquella primera vez había habido una segunda, no hacía demasiado tiempo, y una tercera, el día del beso contra el tronco del árbol… Nick buscó la bellota en el bolsillo. Se volvió para mirar a Julia y descubrió que ella le estaba sonriendo. Julia se puso de puntillas, le pasó las manos alrededor de la nuca y tiró de él para darle un beso. Como aquella otra vez, tenía los labios mojados por la lluvia, fríos y perfectos. Nick le rodeó la cintura y la atrajo lentamente hacia él, sintiendo la perfección con la que se complementaban sus cuerpos, incluso a través de la ropa empapada. Deslizó una mano por su espalda hasta llegar a la nuca, rompió el beso y la miró a los ojos, que le sonreían desde abajo.
—Ahora sabes que no tengo ninguna amante —le dijo.
—Sí.
—Y que cuando te dije que te quería, aquel día en la cúpula, lo decía de verdad.
—Creo que siempre lo supe —dijo Julia.
—Pero te acostaste conmigo, a pesar de que creías que Alva era mi amante.
La miró fijamente a la cara. Estaba muy seria y, a la vez, parecía a punto de reírse, como si le pareciera muy cómico.
—Cállate.
Julia le puso un dedo en los labios y luego bajó la mano hasta el pecho.
Tenía razón. No tenía que seguir hablando. Le pasó los brazos alrededor de la cintura y la levantó del suelo para que le resultara más fácil besarlo.
Cuando por fin se separaron, Nick la cogió de las manos y los dedos de Julia se cerraron alrededor de algo que él había estado sujetando.
—¿Qué es esto? Te lo he visto otras veces.
—Es una bellota. —Nick levantó la mirada hacia los árboles—. De uno de estos robles. La recogí del suelo aquel primer día, después de besarnos, y desde entonces la he llevado conmigo.
Se la dio y ella la hizo rodar entre sus dedos. Los ojos de Julia eran oscuros y profundos como el bosque que se levantaba a sus espaldas. Por la expresión de su cara, Nick no sabía qué estaba pensando.
—¿Puedo quedármela?
—Sí. —Respondió sin pensarlo, pero cuando vio que la lanzaba hacia campo abierto, no pudo reprimir una exclamación de sorpresa—. ¡Espera!
—No. —Julia levantó una mano y le impidió correr a recogerla—. Quiero que hagas una cosa conmigo.
—¿Qué?
—¿Confías en mí?
—Por supuesto.
—Mejor, porque quiero que mi primera vez sea contigo —dijo Julia, y le sonrió.
Julia se puso de puntillas, dio a Nick un beso rápido en los labios y le cogió la mano. De repente, sin previo aviso, saltó a las aguas del río y lo arrastró con ella.
No se parecía en nada a la primera vez que había saltado desde el campo de batalla, o a cuando lo había hecho en compañía de Arkady. Esta vez era como caer sobre un colchón de plumas, o mejor aún, saltar a las aguas de un océano de plumas y abrirse paso entre sus olas, suaves y brillantes.
De pronto, el mundo volvió a materializarse a su alrededor y los dos se encontraron de nuevo en la misma colina, bañados por la luz de la tarde y cobijados bajo las ramas de un roble magnífico. El bosque que tenían detrás hacía apenas un minuto había desaparecido y el roble dominaba toda la colina en solitario, como un glorioso monumento a sí mismo. Nick soltó la mano de Julia y giró lentamente sobre sí mismo. A lo lejos, pradera abajo, estaba la mansión Falcott y en la dirección opuesta podía ver el castillo Dar, el mismo que, en el futuro que él conocía, el que había recorrido montado en un coche con Arkady, había desaparecido. Entonces, en su lugar se levantaba un enorme cobertizo lleno de cosechadoras. Y, sin embargo, allí estaba. El mítico castillo Dar.
¿Estaban en el pasado? No, aquello era el futuro, seguro. A lo lejos podía ver los aerogeneradores de un campo de molinos de viento girando perezosamente, con las aspas reflejando los destellos rosados del atardecer.
Nick cogió de nuevo la mano de Julia. Ella también estaba mirando a su alrededor, un poco asustada, un poco orgullosa, todo al mismo tiempo.
—¿Este es el aspecto que tiene el futuro?
—No —respondió Nick—. O al menos, no el futuro que yo conozco.
—En ese futuro, el roble no estaba aquí —dijo Julia, y le brillaban especialmente los ojos.
—No. —Nick le apretó los dedos—. No, amor mío, no estaba aquí.