Penture se bajó de su caballo.
—¿Qué ha pasado aquí?
—¿Por qué debería confiar en usted? ¡Me disparó, maldito bastardo! ¡Me apuntó con una pistola a la cabeza e hizo que un puñado de charlatanes sin experiencia controlaran la bala! ¿Y ahora resulta que todo este tiempo ha sido un agente doble?
Penture arqueó las cejas.
—Ya le dije por qué le estaba disparando, antes de apretar el gatillo. Quería que se aclarara y decidiera a qué bando quería unirse.
—Sí, al bando del Gremio. Y mientras tanto usted mismo era un ofan.
—Monté aquel pequeño drama para que finalmente viera el Gremio como realmente es —dijo Penture—. Le dije que escogiera un bando y usted eligió el que yo quería y de la forma que más me interesaba. Decidió ser un ofan, pero fingiendo fidelidad al Gremio. Eso era exactamente lo que yo quería.
—¡Oh! ¡Bravo!
Nick aplaudió.
Penture le dedicó una mirada fría y verde como sus ojos, luego se dirigió hacia el carruaje y abrió la puerta. Nick tuvo que concentrarse para permanecer inmóvil mientras el francés metía medio cuerpo y le tocaba la cabeza a Julia.
—¿Está inconsciente?
Volvió la cabeza con las cejas levantadas.
—Eamon la dejó fuera de combate, pero creo que está bien.
—De acuerdo. —Penture regresó junto a Nick y Leo—. La herida es real, Davenant. Creo que si examina lo que tanto le duele, descubrirá que no es más que su orgullo.
Nick no se dio cuenta de que había levantado los puños hasta que sintió la mano de Leo sobre el hombro.
—Tranquilo, Nick. Bertrand es el tío más reservado, misterioso y con el corazón más frío que jamás haya tenido la oportunidad de conocer, pero es ofan de los pies a la cabeza.
—No tengo el corazón frío —replicó Penture—, pero tampoco soy un sentimental. Y ahora, Davenant, explíquese inmediatamente.
Leo sonrió.
—¿Ves a qué me refiero? Te hemos encontrado aquí, cuidando de Julia como un héroe de la antigüedad, después de derrotar al enemigo, y a Penture no se le ocurre otra cosa que tratarte como a un criminal. Es un poco imbécil, pero le necesitamos.
—¿Confías en él?
—Sí —respondió Leo—. Y como sé que te mueres por preguntarlo, te aseguro que no se me escapa la ironía de un pocumtuk mediando entre un francés y un inglés sobre las respectivas cualidades de su honor.
Nick se sorprendió a sí mismo con una carcajada.
—No has cambiado.
—No —dijo Leo—. ¿Y tú?
Nick miró hacia el carruaje, que aún tenía la puerta abierta. Podía ver una de las manos de Julia y la forma de su cuerpo acurrucado sobre el asiento. Respiró profundamente y dirigió la vista hacia el camino, tan lejos como pudo, hasta donde se perdía entre el sotobosque.
—No lo sé —respondió.
Penture suspiró.
—¿Hemos terminado con la sesión de terapia? ¿Es tan amable de explicarnos por qué está solo con tantos caballos? Y ¿por qué se ha arrastrado un cuerpo manchado de sangre desde aquí —preguntó, señalando la mancha rojiza del camino— hasta aquellos matorrales?
Nick les explicó la muerte de Eamon, la aparición de Mibbs, cómo este lo había sobrepasado con su poder y el sacrificio que había hecho Jemison. Les describió en pocas palabras cómo Mibbs se lo había quitado de encima con un gruñido y luego se había abalanzado sobre Jemison, que tenía la pistola preparada, y cómo en el momento de la explosión los dos habían desaparecido en la nada y la bala había terminado entre los árboles.
—¿Y está seguro de que era Mibbs? —preguntó Penture.
—Seguro. —Nick señaló a Leo con la cabeza—. Pregúntele si me cree. Él lo conoce.
—Sí —dijo Leo—, me recuerda al hombre que intentó sorberme el alma a través de los ojos cuando estábamos en Chile. Un gilipollas de marca mayor.
—¿Usted también lo conoció en Chile? —Penture miró a Nick con las cejas fruncidas—. Eso no nos lo contó cuando nos explicó lo que le había pasado con Mibbs.
—No —respondió Nick—. ¿Por qué debería haberlo hecho? Usted era el regidor del Gremio y Leo, un renegado. ¿De verdad cree que los habría puesto voluntariamente sobre su pista?
Nick reprimió el impulso de mirar a Leo para ver cómo se tomaba la noticia de que, durante todo este tiempo, lo había protegido.
Penture frunció aún más el ceño.
—¿Y está seguro de que Jemison es un Natural?
—Muy seguro. No sabía nada de los viajes en el tiempo hasta que yo se lo conté. —Nick levantó una mano—. Y antes de que diga nada al respecto, Penture, se lo conté porque necesitaba su ayuda para encontrar a Julia. Y porque no tengo intención de seguir obedeciendo las normas del Gremio.
—La decisión de contárselo a Jemison le correspondía únicamente a usted y estoy convencido de que sus razones tenía para hacerlo. Me preocupa Mibbs y cómo ha podido arrastrar a un Natural con él al Río del Tiempo. Debería ser imposible.
—Es capaz de hacer cosas que nosotros no podemos —dijo Nick—. Ya se lo dije: proyectar sentimientos en las mentes de los demás, controlar la desesperación…
Penture asintió y entornó sus ojos verdes.
—Interesante. Aunque quizá Jemison le ha engañado. Quizá sí tiene el poder de viajar en el tiempo.
—¿Como usted me ha engañado a mí, quiere decir? ¿Fingiendo ser una cosa cuando, en realidad, es la contraria? ¿Aprovechándose de mi ignorancia y sirviéndose de mi orgullo para manipularme? Podría ser, pero lo dudo. Conozco bien a Jemison. Es un tipo peculiar, eso no se lo niego, pero… —Dejó que sus ojos recorrieran el cuerpo de Penture desde los pies hasta la cabeza—. No es un mentiroso.
Los ojos del francés brillaron.
—Y yo tampoco, Nick Davenant. Si vamos a trabajar juntos, será mejor que aparque esa mala opinión que parece tener sobre mí.
—Oh, por el amor de Dios —intervino Leo—. Haced el favor de calmaros, los dos. Mibbs se ha llevado a un Natural. Es capaz de invadir los sentimientos de las personas. Probablemente es del otro lado de la Empalizada y está tan interesado en encontrar a Julia que la ha estado buscando por todo el mundo y a lo largo del río. No sé si os habéis parado a pensar en ello, pero esto último da bastante miedo. Y yo pregunto educadamente: ¿qué representa que vamos a hacer al respecto?
Penture miró fijamente a Leo y, de pronto, se dibujó una sonrisa espectacular en sus labios.
—Vamos a correr —dijo— a escondernos.
—Gracias a Dios —exclamó Leo—. Pongámonos a ello cuanto antes.
Penture se echó a reír y miró a Nick.
—Vamos, Davenant, no sea así. Perdóneme. Confíe en mí. Acepte mi mano.
Le ofreció la mano derecha y Nick no tuvo más remedio que revisar otra vez el cásting. No era Cary Grant; era George Clooney.
—Está bien —respondió finalmente con un suspiro, y estrechó la mano del francés no sin cierto disgusto—. Pero antes de retirarnos como unos cobardes, ¿qué hacemos con Eamon?
Se dirigieron hacia los matorrales y contemplaron el cadáver del conde.
—Qué feo —dijo Leo.
—Bueno, está muerto —replicó Nick—. Eso suele empeorar el aspecto de cualquiera.
Leo se rió, pero Penture levantó la mano para pedir silencio. Tenía los ojos cerrados.
—Siglo XV… 1428 —murmuró, y abrió los ojos.
—Perfecto —dijo Leo—. Llévanos hasta allí. Yo lo cojo por los hombros y tú por los pies.
Penture se agachó y cogió a Eamon por los tobillos: Leo lo levantó por los hombros, con la cabeza bamboleándose de un lado a otro y el horrible rostro manchado de sangre y de tierra.
—Tú espéranos aquí, volvemos en dos segundos.
Y antes de que Nick tuviera tiempo de parpadear, los dos hombres y el cadáver desaparecieron. Pasaron más de dos segundos, casi un minuto, de hecho, pero allí estaban otra vez, Leo con un ganso asado entre las manos.
—¡El desayuno!
Julia abrió los ojos. Seguía tumbada en una penumbra deliciosa, una oscuridad salpicada de puntos de luz. Más allá de las sombras, brillaba una claridad insoportable. El aire olía a heno y a paja, y por debajo Julia creyó detectar el olor ligeramente rancio de un gallinero. De hecho, podía oír el cacareo de unas gallinas no muy lejos de allí. ¿Estaba en un granero? Abrió un poco los ojos y esperó a que se acostumbraran a la luz. Pues sí, era un granero, aunque parecía cualquier cosa menos eso. El espacio era enorme, como la nave de una catedral, levantado con grandes bloques de piedra. En las paredes, grietas anchas como aspilleras a través de las cuales se filtraba la luz del sol y proyectaba rectángulos de luz sobre el suelo y en la pared opuesta. El tejado era de madera y se levantaba sobre vigas gruesas y muy antiguas. El granero debía de tener cientos de años. Julia estaba estirada sobre una pila de heno hacia el fondo del enorme espacio. Delante de ella, la oscuridad se disolvía en la luz brillante, como si faltara toda una pared, y unas cuantas gallinas picoteaban el suelo.
De pronto, las gallinas corrieron a resguardarse en la oscuridad del granero. Tres figuras aparecieron en el espacio bañado por la luz, tres siluetas masculinas definidas por un instante en el límite entre la luz y la oscuridad. Se dirigieron hacia la penumbra del granero, y fueron definiéndose más a medida que se acercaban. ¿Debería estar asustada? No sabía por qué, pero no les tenía miedo.
Dos de ellos se detuvieron a unos metros de distancia, pero el tercero siguió acercándose hasta que Julia se dio cuenta de que era el hombre del carruaje. Se arrodilló a su lado, le sonrió y ella le devolvió la sonrisa. Estaba enamorada de aquel hombre. Levantó una mano para acariciarle la mejilla, pero él se la cogió antes de que pudiera tocarlo.
—Gracias a Dios que estás bien.
Era Nick, Nick Davenant. De repente, lo recordó todo. Era Nick. Julia dejó que los recuerdos se asentaran como el polvo. Lo quería. Él tenía una amante. Podía manipular el tiempo a su antojo. Ella también, pero él no lo sabía. Julia había huido y el horrible Eamon la había golpeado en la cabeza, pero ahora estaba en aquel granero con él y con dos desconocidos más. Y con unas gallinas.
—¿Estás bien?
Nick la estaba mirando muy de cerca y le sujetaba la mano tan fuerte que casi le hacía daño.
Julia parpadeó y retiró la mano. Él la soltó, pero no era lo que Julia quería de verdad, así que volvió a cogerse a ella.
—No tan fuerte —le dijo, y su voz era una sombra ronca y apagada de sí misma—. Oh, qué sed.
—Agua. —Nick pronunció la palabra con urgencia, por encima del hombro, y uno de los hombres se alejó a toda prisa—. ¿Te duele? ¿La cabeza?
Julia consideró la pregunta. ¿Le dolía la cabeza? Sí, decidió. Sí, aquella sensación de que el mundo estaba a punto de romperse en mil pedazos era dolor. Asintió lentamente y Nick le acarició la mano.
—Pobrecilla —dijo él.
El desconocido regresó con un cazo de agua y se lo acercó a los labios. Ella lo miró mientras bebía. Era el hombre más apuesto que había visto en toda su vida.
—Es usted el hombre más apuesto que he visto en toda mi vida —le dijo, después de vaciar el cazo.
Él sonrió y su belleza se hizo aún más evidente.
—Gracias.
Tenía un leve acento francés.
Julia miró a Nick para preguntarle si estaba de acuerdo con ella en que el francés era un hombre realmente muy apuesto y, al ver que la observaba con el ceño fruncido, no pudo evitar que se le escapara la risa. De pronto, sintió un dolor insoportable, como si le fuera a estallar la cabeza, y se llevó las manos a las sienes.
—Estás celoso —susurró—. Y yo tengo sueño. ¿Vas a dormir conmigo?
Julia observó a Nick con interés científico: se estaba poniendo colorado. ¿Había visto alguna vez a un hombre adulto sonrojándose? El color le iba subiendo lentamente por el cuello como un sarpullido para luego extenderse bajo la barba incipiente, que parecía más poblada que la última vez que la había visto, en el carruaje.
—Si vas a dormir conmigo, Nick, deberías afeitarte primero.
Cerró los ojos y dejó que el sueño se apoderara de ella.
Nick y Leo estaban cruzando un prado en dirección a una línea de árboles. Habían salido a buscar leña.
Nick no tenía ni idea de qué decir.
Leo había estado vivo todos aquellos años. Era un ofan. Sin embargo, nunca se había puesto en contacto con él, ni siquiera le había enviado un triste correo electrónico. Ya habían pasado diez horas desde el desayuno con ganso asado, y Nick y Leo no habían vuelto a hablar. Nick se había quedado en el carruaje con Julia, que seguía dormida, mientras Leo conducía. Penture había preferido seguir a la comitiva a lomos de su caballo para poder vigilar a los dos animales que ahora iban atados detrás del carruaje. Nick había tenido tiempo de sobra para recordar que quizá Leo no lo consideraba su amigo, que él había aceptado el dinero del Gremio durante nueve largos años mientras que Leo se buscaba la vida y salía adelante por sus propios medios.
Hacia el atardecer, Penture, que parecía conocer la zona como la palma de su mano, había guiado a la extraña comitiva por un estrecho camino flanqueado por prados hasta un enorme granero medieval en ruinas. Encendieron un fuego con la escasa leña que encontraron en el granero e instalaron a Julia sobre una pila de heno. Luego, Leo le dijo a Nick: «Ven, vamos a buscar algo de leña». Y ahora caminaban uno al lado del otro en silencio y alejándose del crepúsculo.
—¿Cómo está Meg?
Leo volvió la cabeza hacia él.
—Está bien. Este año cumple los setenta y cinco. Estuvo trabajando con nosotros siete años en Brasil, pero luego decidió retirarse. Ahora vive en un apartamento en El Salvador. Tiene una amante Natural, Tabitha, y las dos se dedican a disfrutar el tiempo que les queda.
—¿Ha conseguido engordar?
Leo sonrió.
—No. Dice que cree que tiene las piernas huecas, porque come a todas horas y sigue estando tan delgada como el día en que saltó.
Siguieron caminando. Los prados estaban cubiertos de hierba y la tierra, mojada. Las botas altas de ambos rechinaban por la humedad al andar.
—Es curioso verte vestido así —dijo Nick—, con estas ropas.
—Lo mismo digo. —Leo miró a Nick de arriba abajo—. Ya sé que es tu hábitat natural y todo eso, pero, cuando pienso en ti, te imagino con los vaqueros gastados que llevabas casi todos los días.
—No te imaginas cuánto los echo de menos. Es más, fue lo primero que me gustó del futuro.
—Yo no los echo de menos. Los odiaba y sigo pensando lo mismo. Claro que a mí me arrancaron de la cultura más bonita del mundo, también en cuestiones de moda.
Nick miró a su amigo.
—Me alegro de que no renunciaras a tus trenzas.
Leo se llevó una mano a la nuca e hizo pasar las tres trenzas entre sus dedos.
—Sí, bueno, algunas cosas no cambian nunca.
—Todo cambia. O al menos todo puede cambiar. Pensaba que eso es lo que creen los ofan. O lo que quieren creer.
Leo se encogió de hombros.
—Supongo que has visto las imágenes del «fin del mundo» y has oído hablar de la Empalizada.
—Sí.
Llegaron a la zona arbolada y, alejándose el uno del otro, empezaron a recoger toda la madera que iban encontrando. Cuando consideraron que tenían suficiente, se miraron y emprendieron el camino de regreso. Podían ver el camino que los había llevado hasta allí, perfectamente marcado en la hierba plateada. Sin decirse nada, acometieron una nueva ruta por la hierba y se dirigieron de vuelta al magnífico granero que se levantaba a lo lejos. Era una silueta oscura recortada en el cielo, que brillaba con aquella luz entre verde y azul tan característica de la primavera inglesa.
—¿Por qué os fuisteis?
Leo tardó en responder. Nick clavó la mirada en el granero, consciente del silencio, al que los pájaros y los insectos daban vida con sus cantos.
—Tuvimos que hacerlo —respondió Leo finalmente—. Estábamos convencidos de que algo no iba bien, aunque no sabíamos qué. No sabíamos nada del Gremio ni de su dinero, ni de su política del pasado y del futuro, pero nos dimos cuenta de que no podíamos quedarnos y formar parte del Gremio. Yo estaba convencido de que tenía que haber otras comunidades de viajeros del tiempo, gente que hacía las cosas a su manera. Abandonar el complejo fue fácil. Cualquiera podía, simplemente, alejarse andando, que es lo que hicimos nosotros. Aquella misma mañana, a primera hora.
—Pero ¿por qué no me lo dijisteis?
—No estabas preparado.
Ahora le tocaba a Nick no decir nada. Leo tenía razón: no estaba preparado. De hecho, era carne del Gremio. Millonario el resto de su vida. Demasiado acostumbrado a la seguridad y propenso a dejarse distraer por los placeres materiales de la vida. La comodidad de los vaqueros. Una vieja casa en los bosques de Vermont. Si no hubiera tenido que interpretar un papel menor en el drama del Gremio, seguiría felizmente anestesiado en el siglo XXI.
Meg y Leo no se habían equivocado al dejarlo atrás.
—Lo siento —se disculpó Leo.
Nick supo que estaba siendo sincero. Sentía que Nick no hubiera estado preparado, que Meg y él no hubieran tenido más opción que marcharse sin Nick. En otras palabras, lo sentía pero no se arrepentía.
—Entonces ¿fuisteis a Brasil? —Nick intentó controlar el tono de su voz—. Eso fue lo que me dijeron Alice y Arkady cuando les pregunté por qué os habían matado. Eso era lo que yo creía, que os habían asesinado. Y sí, antes de que digas nada, seguí adelante y acepté su dinero.
Leo dejó de andar y Nick también se detuvo. El sonido de los pájaros y los insectos resultaba ensordecedor y el cielo parecía más claro que un minuto antes, y también más oscuro, todo al mismo tiempo.
—Fuimos a Brasil —explicó Leo—. Encontramos a los ofan en Cachoeira, pero aquello era un caos. Eréndira Altukhov acababa de desaparecer intentando cruzar la Empalizada e Ignatz Vogelstein se había marchado nadie sabía adónde. Por lo visto, para criar a la hija de Eréndira, o eso me ha contado Alva.
—Sí. —Nick asintió y señaló con la cabeza hacia el granero—. Julia.
—El talismán.
Leo no parecía muy seguro de lo que estaba diciendo.
—¿No crees que Julia sea el talismán?
—No lo sé —respondió Leo, lentamente—. Alva nos ha contado la teoría de Peter y lo del anillo p’urhépecha. Peter es una joven brillante, jamás se me ocurriría ignorar nada que haya salido de su boca. Y la visión de Alva siempre es muy interesante, así que no estoy diciendo que Julia no sea importante, solo que cuando decimos que es el talismán, no sé a qué nos estamos refiriendo exactamente.
—Yo tampoco —dijo Nick—. Yo soy solo la fuerza bruta. Tú eres el cerebro.
Leo sonrió.
—Yo también tengo fuerza bruta, kemosabe. Y si estás pensando en presentarte al papel de camarada, te aviso: no necesito a nadie.
—Ni se me había ocurrido —replicó Nick—, pero avísame cuando se abra el cásting.
Reprendieron el camino de regreso.
—Llevo diez años estudiando el poder —dijo Leo, cambiando de tema—, investigando sobre el control temporal en grupo. El don cambia, ¿lo sabías? Se vuelve más extraño, y más poderoso, cuando se trabaja en grupos de tres o de cinco o de más personas, en vez de hacerlo en solitario. No creo que una sola persona, una especie de salvador, nos vaya a librar de la Empalizada. Vamos a tener que unir fuerzas.
—Alguna vez me he preguntado si la Empalizada es en realidad algo bueno —dijo Nick—. Una especie de purificador que arrasa con el tiempo y el espacio. Un nuevo comienzo. Ahn dice que no, pero…
—¿Como la danza de los espíritus? ¿Para que todo vuelva a ser bueno? ¿Jesús descendiendo sobre la tierra en forma de nube para limpiarla de todo mal? —Leo frunció el ceño—. ¿Sabes lo más curioso del fin del mundo, mi viejo amigo? Que siempre hablamos de él como si todavía no hubiera sucedido. Porque, claro, el mundo ya ha terminado muchas veces. Y cuando lo hace para unos, los otros lo recogen en los periódicos o en la televisión y lo presentan como un nuevo génesis. —Siguió caminando en silencio. De pronto, se dio la vuelta y señaló a Nick con el dedo en el pecho—. Pero quizá no para ti, Nick. Ya sabes lo que dice la canción: «Aunque cambien los mundos y obren equivocadamente, mientras quede una sola voz que pueda gritar, ¡siempre habrá una Inglaterra!».
—Eso no es justo —protestó Nick.
—Tienes razón —murmuró Leo—. No lo es.
Permanecieron allí unos segundos, con los brazos cargados de madera y la mirada perdida en el maravilloso cielo estrellado.
—Lo siento —dijo Nick, tras una breve pausa.
Al principio Leo no dijo nada, pero luego señaló hacia el cielo con la barbilla.
—Ahí tienes a Marte y a Venus.
Nick levantó la mirada por encima del tejado del granero y observó el planeta más radiante del firmamento y su compañero.
—Voy a tener que ir tras él —dijo.
Lo que no sabía era si la promesa se la estaba haciendo a Jemison, a Leo o a las estrellas que flotaban en el firmamento.