Bella parecía un conejo que alguien sujetara por las orejas. Julia, en cambio, se debatía entre lanzarse a los brazos de la señorita Blomgren y llorar, o salir corriendo de la casa y perderse entre las miserables calles del Soho poseída por una ira incontenible. Pero entonces todo cambió.
Había otra persona entre las tres mujeres, un hombre negro y delgado… no, era más joven, apenas un muchacho… con el cabello corto y negro por los lados, pero erizado en una cresta verde en el centro de la cabeza. Llevaba un aro en la oreja izquierda del que colgaba una pluma de un intenso color verde. Iba vestido completamente de negro, como Julia, pero ahí acababa cualquier posible similitud entre los dos. El desconocido llevaba lo que parecían ser unas medias ceñidas y un jubón corto, solo que las medias se ajustaban perfectamente a los muslos y a las pantorrillas y brillaban con miles de pequeñas motas doradas, y el jubón no era tal cosa, sino un ancho cinturón de cuero atado alrededor de la cadera; no se extendía ni por encima de la cadera ni por debajo de la parte alta del muslo. Llevaba unas botas altas atadas con cordones dorados y rematadas con sendos lazos justo debajo de las rodillas, y una chaqueta corta de cuero negro que parecía cerrarse gracias a una cinta de metal con dientes serrados que recorría toda la abertura frontal de arriba abajo. La llevaba abierta casi por completo, y debajo podía verse un chaleco también de piel y una camisa de encaje negro tan ajustada que se le adhería al cuerpo como una segunda piel. Julia podía verle el torso a través de las florituras del encaje. Alrededor del cuello lucía una cadena dorada de la que colgaban cinco trozos planos de arcilla. Cuando los ojos de Julia consiguieron posarse de nuevo sobre su cara, el joven le estaba sonriendo y parecía que le estaba ofreciendo una mano para que la estrechara.
—Perdonad que meta la cuchara. Hola —las saludó, con un tono amigable pero un acento muy extraño; sonaba como una guitarra española pero en plano. Le dio la mano a Julia y luego a Bella—. ¿Sois ofan nuevas o qué?
—¡Por el amor de Dios!
La señorita Blomgren cogió al muchacho por el brazo y lo arrastró unos pasos, hacia la luz.
Y, de pronto, el tiempo se detuvo.
Julia lo sintió antes de que ocurriera. Afianzó las rodillas e intentó mantener una expresión ausente y los brazos perfectamente inmóviles. Gracias a Dios que estaban en una cocina oscura en el corazón del sótano de la casa. Y gracias a Dios que la señorita Blomgren parecía más preocupada por el intruso que por Julia o Bella.
—Peter, ¿qué demonios estás haciendo? —La señorita Blomgren cogió al muchacho por los hombros y lo zarandeó—. ¿Es que no ves que son Naturales? No puedes llevar ropa de otra época fuera de las catacumbas. Ni saltar directamente a la cocina. El teletransportador, ¡usa el teletransportador!
Peter se quitó las manos de la señorita Blomgren de encima.
—Tranqui. Traigo noticias importantes.
Pero la señorita Blomgren no parecía muy dispuesta a calmarse.
—¿Cómo se te ocurre preguntarles a la cara si son ofan? A estas pobres chicas, que se están ahogando en esta época fría como el hielo. Y yo tengo que verlas ahogarse. Y ¿qué haces tú? No se te ocurre otra cosa que alardear de tu don delante de ellas, el mismo don que te permite elevarte sobre el terrible curso de las aguas del tiempo. Si fueran ofan, Peter, ¿tú crees que las tendría aquí, en la cocina? No. Estaría educándolas como te eduqué a ti, en el teletransportador. Estaría enseñándoles los peligros de ser ofan, la necesidad de ser muy cauteloso con el cómo y el cuándo de nuestras apariciones.
Julia dobló los dedos de los pies dentro de los zapatos. ¡La señorita Blomgren y aquel joven eran ofan, enemigos del conde Lebedev! Esperaba que ninguno de los dos mirara en su dirección; estaba temblando como una hoja.
Peter alzó las manos sin parar de reír.
—Lo siento, ¿vale? Tengo noticias frescas. Supongo que te habrás dado cuenta de que llevo el pelo más largo, ¿verdad? —preguntó, acariciándose la cresta verde.
La señorita Blomgren se llevó las manos a la cadera.
—Esas son tus noticias.
—No. Lo que quiero decir es que he estado fuera tres meses, no tres días.
—Vale, ¿y? Archana estará contenta contigo. Has abandonado tu puesto.
—Archana me perdonará, seguro. Siempre lo hace. —Se llevó las manos a la nuca y abrió el cierre de la cadena—. ¿Ves esto? —Dejó el collar con los trozos de arcilla rotos sobre la mesa de la cocina, entre los botes de remolacha de Alva—. Y esto. —Metió las manos en los bolsillos y sacó dos palos de madera, un trozo de papel verde bastante gastado y una pulsera de colores que parecía hecha de hilo. Lo dejó todo sobre la mesa, junto al collar—. Voilà!
La señorita Blomgren no parecía impresionada.
—Ya tienes mi oficina llena de tu basura de todas las épocas, Peter. Estoy haciendo estas remolachas en conserva y tengo dos Naturales de las que ocuparme ahora mismo. Este no es el mejor momento.
—Tiene que ver con el talismán.
Julia dejó de respirar y, por lo visto, la señorita Blomgren también. Se quedó muy quieta y levantó una mano como si fuera a tocar a Peter.
—No bromees con ese tema —le dijo con un hilo de voz.
—No, lo digo en serio. He descubierto algo que podría ayudarnos a descubrir qué es.
Finge, se gritó Julia a sí misma en el interior de su cabeza. Finge que eres una estatua.
—Está bien, te escucho. Pero ve al grano, que tengo que deshacerme de estas dos chicas.
De pronto, algo en la forma en que el muchacho volvió la cara o en cómo levantó una mano para tocar la pulsera de hilo hizo que Julia se diera cuenta: Peter era una chica. Más joven que Julia. De unos dieciséis años aproximadamente.
La chica llamada Peter le ofreció la pulsera a la señorita Blomgren para que la inspeccionara.
—¿La reconoces? Es una pulsera de la amistad. Me la regaló Piper Connelly, no sé, ¿en séptimo? Piper tenía más pulseras que nadie, así que también era la más poderosa.
—Como las limas en conserva —dijo la señorita Blomgren, levantando la pulsera y sonriéndole.
Peter inclinó la cabeza a un lado.
—No, no se parece en nada a las conservas. Dios, Alva, estás obsesionada. Eres consciente de que nadie se va a comer tus remolachas en conserva, ¿verdad? Como nadie se come las judías o la calabaza en conserva.
La señorita Blomgren señaló a Peter con un dedo.
—Rápido. ¿Qué tiene que ver tu pulsera de la amistad con el talismán?
Peter cogió el collar de encima de la mesa.
—Esto es como una pulsera de la amistad —explicó, cogiendo uno de los trozos de arcilla entre los dedos—. Es la mitad de un disco de arcilla, un symbolon. Lo rompes como símbolo de tu amistad con alguien. Yo tengo cinco. Es lo que he estado haciendo los últimos tres meses.
—Te fuiste en plena guardia para hacer amiguitos y romper discos de arcilla con ellos.
—Bueno… —Peter le dio una patada con la bota a una de las patas de la mesa—. Para ser sincera, no fue idea mía. Fue idea de Melitta. En 1000 a.C.
Julia se estaba esforzando tanto para verlo y oírlo todo que era como si sus ojos y sus oídos estuvieran al acecho. Pero esta vez tenía que haber un error; Peter acababa de decir que tenía una amiga en el año 1000 a.C., pero eso era imposible.
Alva también parecía sorprendida.
—¿Has podido ir a 1000 a.C.? ¿Cómo?
—No he podido, pero esa es exactamente la cuestión: ¿por qué no podemos, Alva? Es decir, la Empalizada está en el futuro, pero todos tenemos una especie de Empalizada también en el pasado. No podemos saltar más allá de los mil años, ¿verdad?
Julia no pudo evitarlo y giró la cabeza para tener una visión mejor. La señorita Blomgren había recibido con indiferencia la posibilidad de que sí se pudiera viajar más de mil años al pasado.
—Pensé que podríamos aprender más sobre la Empalizada si estudiáramos esa otra barrera del pasado —estaba diciendo Peter cuando Julia consiguió recuperar la capacidad para comprender el lenguaje humano—. Pero resulta que mi suposición no tiene que ver con la Empalizada. Tiene que ver con el talismán.
—Sí, eso ya lo has dicho.
—Bueno, pues por eso he estado haciendo amigos río arriba para ver hasta dónde podía llegar. Estos symbolon… bueno, es lo que simbolizan: amistad. Son de la antigua Grecia. Me he hecho amiga de un tío del año 28 que se llama Kaveh. Él puede volver hasta 1000 a.C. Allí es amigo de Melitta, que me manda mensajes a mí a través de Kaveh. La idea de que todos lleváramos los symbolon fue suya…
—Qué mono —dijo la señorita Blomgren—. Sois como amigos de esos por carta.
—Es más que mono. Melitta ha hecho amigos aún más arriba del río y también tengo sus symbolon. Tengo amigos en 3000 a.C. y tú actúas como si te estuviera explicando una novela de Los cinco. —Peter frunció el ceño—. Amigos por carta. A veces eres una capulla, Alva.
La señorita Blomgren se inclinó sobre la cara de Peter y le habló con dureza.
—Creo haberte dicho que acabaras cuanto antes.
—Está bien. —Peter siguió hablando, pero muy deprisa—. Symbolon. Es uno de los orígenes del dinero. Se pasa de estos símbolos de amistad, de estos discos que se rompen por la mitad para simbolizar las dos partes de un todo emocional, ¡a romperlos por la mitad para simbolizar una deuda! Como si le debieras algo a esa persona. ¿Me sigues? Se pervierte el concepto de amistad para convertirlo en el de deuda. —Peter había empezado a agitar las manos, mientras hablaba cada vez más deprisa—. Los sentimientos y el dinero están absolutamente interconectados. Utilizamos los sentimientos para viajar, pero solo podemos hacerlo a aquellos lugares en lo que se desarrolla un tipo de economía muy concreto, ¿verdad? Solo donde hay conquistas coloniales y deuda y toda esa bazofia. La gente que vive en otras culturas diferentes simplemente sigue en su época, no saltan. ¡Y es rarísimo! ¿Por qué pasa eso? Es decir, el Gremio se desarrolla solo donde hay dinero y los ofan siempre existen alrededor del Gremio, como rémoras alrededor de una ballena. ¿Por qué, por qué, por qué?
—Por la guerra —dijo la señorita Blomgren—. Te lo he explicado un millón de veces.
—Esa es tu explicación, Alva, y es absolutamente acertada, pero hay más. Tú siempre dices que el río está hecho de dinero y sangre. Y el Gremio defiende que el dinero y la guerra son inherentes al ser humano y que el río está hecho de sentimientos y no podemos viajar a ciertas culturas porque sencillamente no funcionamos con los mismos sentimientos. Bueno, pues las dos versiones son correctas. ¡El río conecta distintas culturas a lo largo de la historia en las que los sentimientos han sido traducidos a deuda y luego a dinero! En algunos momentos de la historia, los sentimientos no se han ligado al dinero, y por eso no podemos llegar hasta ellos ni ellos hasta nosotros. Las guerras de conquista son la mejor manera de provocar esa transformación, porque se necesita una economía para alimentar al ejército en su avance. Pero ¡incluso la guerra es un síntoma, Alva, no la enfermedad en sí misma!
Peter hizo una pausa como si acabara de revelar una verdad universal, pero la señorita Blomgren seguía en silencio, mirándola fijamente. Cuando fue evidente que no iba a decir nada, Peter suspiró y retomó su explicación.
—¿No lo ves? Significa que los ofan están metidos hasta el cuello en esto con el Gremio. No hay ninguna razón estructural por la que nosotros seamos los buenos y ellos los malos. Todos surcamos las aguas del río por la misma razón. —Peter se frotó las manos, casi como si tuviera frío—. Ya sé que la idea es que el Gremio está lleno de adoradores de la guerra dispuestos a destruir el mundo con una sola mano y que los ofan son todo arcoíris y unicornios y símbolos de la paz, pero resulta que en realidad todos formamos parte de este sistema de mierda y no hay nada que podamos hacer al respecto. —Sonrió, encantada con la brillantez de sus argumentos—. ¿No es increíble?
Después de un largo silencio, la señorita Blomgren respondió con un tono de voz tranquilo y sosegado.
—La verdad es que ha sido impresionante.
Peter abrió las manos como si estuviera liberando un pájaro.
—¡Lo sé! ¡Lo sé! ¡Lo sé!
La señorita Blomgren se rió y abrió los brazos, y Peter corrió a su encuentro para recibir un abrazo.
Julia se mordió el labio, olvidó por un momento que la señorita Blomgren era la amante de Nick. ¿Cómo sería tener una madre que te quisiera? ¿Que te abrazara cuando fueras una chica lista?
—Eres una criatura increíble, querida —dijo la señorita Blomgren cuando ambas se separaron, todavía con una sonrisa en los labios—. Tú y tus amigos del pasado. ¿Se visten todos como tú?
Peter resopló.
—Obviamente, no. Dios, Alva, son de épocas distintas a la mía. ¿Cuándo te vas a meter en la cabeza que en mi época la gente se viste así?
—Olvidas que he estado en 1980 y sé que mientes. Además, es una fuerza superior a mí la que me obliga a meterme contigo. Creo que es porque sacas a la tía que hay en mí.
Era evidente que a Peter le estaba gustando aquella reprimenda.
—Tranquila —replicó, balanceando un pie adelante y atrás.
La señorita Blomgren retrocedió.
—Bueno, será mejor que intentemos inventarnos una historia que contarles a estas dos señoritas cuando reiniciemos el tiempo.
—¡Espera! —Peter cogió los dos palos de madera y se los enseñó para mostrarle que, en realidad, era un solo palo partido por la mitad—. Una última cosa. Esto —dijo, y su voz adoptó un tono pedante— es un palo tallado. Este es inglés, pero por lo visto también estaban muy extendidos en China. Le haces una muesca para marcar a cuánto asciende la deuda, lo partes por la mitad y el deudor se queda una parte y el que presta, la otra. Es como un symbolon, solo que no está relacionado con la amistad, sino con la deuda. Y adivina qué: es el precursor del papel moneda. —Cogió el trozo de papel verde y lo agitó delante de la cara de Alva—. ¡Un billete de cien dólares! Que a su vez simboliza una cantidad real de oro. Tiene valor porque todos aceptan que lo tiene, o al menos lo hacen hasta 1971, ¡que es cuando se deshacen del patrón oro y todo pasa a ser poco más que una fantasía! ¿Lo pillas?
—No. —La señorita Blomgren miró a Bella y a Julia; era evidente que estaba preocupada por ver cuánto tiempo sería capaz de seguir deteniendo el tiempo y concentrándose en lo que Peter le estaba contando—. Estás otra vez en el País de Nunca Jamás, Peter.
—Volvemos a las emociones —continuó Peter—, ¿no lo ves? El oro tenía un valor acordado entre todos, por lo que la gente que tenía mucho dinero podía decir: «Mis billetes simbolizan ese oro y la relación simbólica entre el papel y el oro hace que me sienta rico». A partir de 1971, cuando Nixon se pone en plan «Admitamos que el dinero no es más que una fantasía», la gente piensa: «¡Tío, me siento rico simplemente porque me siento rico!». —Peter hablaba a toda prisa—. ¿Lo ves? ¡No hay ningún intermediario en quien basar la fantasía! ¡Oh, Dios, puedo hacer que los sentimientos de la gente hagan el trabajo en lugar del oro! ¡Todo el mundo fingirá!, pensó Nixon.
Fingir. Siempre la misma palabra. Julia se había perdido en la historia de Peter, se estaba ahogando en ella, pero consiguió aferrarse a aquella última palabra.
La señorita Blomgren suspiró.
—Es una locura, Peter. Y, por lo que más quieras, ¿qué tiene que ver eso…?
—¡Año 1971! —gritó Peter—. ¡Es a partir de esa fecha, Alva! ¡A partir de esa fecha cuesta más saltar hacia delante! A partir del siglo XXI empieza a ser realmente difícil, y más adelante tienes que ser muy muy bueno para poder llegar a alguna parte. Pero todo comienza en 1971. ¡Es entonces cuando el futuro empieza a convertirse en una enorme cicatriz!
De pronto, guardó silencio y miró a Alva con los brazos cruzados, sonriendo.
—¿Has acabado?
—Sí, he acabado.
Alva negó con la cabeza.
—Me tenías hasta Nixon y el patrón oro, Peter. Ya sé que lo sabes todo sobre los últimos años del siglo XX, pero necesitas aprender más sobre 1815. No existe el patrón oro, ignorante. Cuando no están discutiendo sobre la Ley del Maíz, los políticos se pelean por el dinero y cómo hacer que tenga algún significado. Pasarán unas cuantas décadas antes de que exista un patrón oro mínimamente seguro. —La señorita Blomgren cruzó los brazos y sonrió triunfante—. Por esto, Peter, es precisamente por lo que creo que deberías volver a Estados Unidos, a 1987, terminar el instituto, ir a la universidad y sacarte un par de carreras. Económicas e Historia, por ejemplo. Luego ya puedes unirte a los ofan. Por el amor de Dios, podrías irte hoy mismo, invertir seis años en tu educación y volver mañana, hecha una mujer y con un título que respalde tu genialidad. ¡Nos serías mucho más útil!
La sonrisa había desaparecido del rostro de la muchacha.
—No pienso hacer eso, Alva, ¡y ya sabes por qué! Mi madre…
La señorita Blomgren levantó una mano y Peter cerró la boca.
—No sigamos por ahí, Peter. Otra vez no. ¿Y qué pasa con el talismán? Te recuerdo que has dicho que el palito de madera tenía algo que ver con el talismán.
—Sí.
—Bueno, ¿de qué se trata?
—¿No te lo he contado ya? —Peter se echó a reír—. Oh, Dios mío, si es precisamente el quid de la cuestión: el palo tallado. En inglés se llama tally stick o palo de cómputo. Tally, talismán… ¡Tienen la misma raíz!
—Ya está, esa es tu revelación. Tally suena como talismán.
—Sí.
La señorita Blomgren explotó.
—¿Eso es todo? ¿Te das cuenta de que la Empalizada nos va a destruir? ¿Eres consciente de que, si el talismán existe, podría ser lo único capaz de detenerla o, al menos, de ayudarnos a descubrir qué es exactamente? Tus juegos semánticos, tus tres meses haciéndote amiga de adolescentes del pasado, ¿me quieres decir cómo demonios se supone que nos va a ayudar todo eso en el futuro?
Peter permaneció inmóvil mientras la señorita Blomgren descargaba toda su ira sobre ella. Cuando por fin terminó, respiró profundamente y su voz adoptó una gravedad más propia de un adulto.
—Por favor, piensa en ello, Alva. Un talismán es como un palo tallado o como un symbolon, solo que no hace referencia a ninguna deuda de dinero o de bienes de cualquier tipo. Un talismán es el símbolo de la relación entre los humanos y lo sobrenatural. La relación de interdependencia, de deuda mutua, entre los seres humanos y lo desconocido, los dioses, los ancestros, incluso el futuro. El yin y el yang, por ejemplo. O cuando el hada te da una joya mágica a cambio de tu bebé.
La señorita Blomgren sacudió lentamente la cabeza.
—No me vengas con hadas y brujos, Peter. Ya sabes que no los aguanto.
—No. —La joven levantó una mano—. Deja de tratarme como a una niña y escucha. Un palo marcado es el cálculo de una deuda humana. Un talismán es la mitad de un trato mágico entre humanos y otros seres, los que sean. El talismán que vemos y tocamos puede ser una palabra o un símbolo o una piedra. La otra mitad suele ser un alma o un primogénito o alguna cosa igualmente terrible.
Julia tragó saliva; tenía la garganta tan seca que le dolía. Un talismán. Un carácter mágico. Una marca, una señal, una representación. Un símbolo. Pero ella solo era una chica de Devon, no la mitad de un pacto sellado con el mismísimo diablo.
Mientras tanto, Alva seguía negando con la cabeza.
—Tengo que despertar a estas dos chicas y seguir con mi jornada, Peter. Hemos terminado.
Pasó junto a Peter y esta la sujetó de la mano.
—Cuando buscamos el talismán, buscamos la mitad de algo. Al menos métete eso en la cabeza. Algo que está roto, una parte de un todo. Una especie de reliquia de una deuda muy valiosa que nunca ha llegado a pagarse. Por eso la Empalizada viene hacia nosotros para matarnos. A saber qué demonios es el talismán; pero, seguro que cuando lo encontremos, tiene la punta afilada.
Julia habría hecho retroceder el tiempo como el día en que Eamon había intentado matarla y lo habría detenido segundos antes de que Peter apareciera en la estancia, pero por alguna extraña razón a la señorita Blomgren y a Peter no se les ocurrió esa posibilidad. Se colocaron donde estaban justo antes de que se detuviera el tiempo y la señorita Blomgren lo reinició. Julia intentó volver a la vida a medio gesto, pero se sentía ridícula. Por suerte, era precisamente así como se sentía un instante antes de que intentaran congelarla, cuando todo lo que sabía de la señorita Blomgren era que Nick y ella eran amantes. Ahora sabía más, mucho más, y estaba todavía más perdida con respecto a qué pasos seguir. Mientras tanto, la señorita Blomgren les explicó a las dos amigas que «Petra» formaba parte del servicio y que le había parecido divertido disfrazarse y sorprender a su señora; se había escondido detrás de la puerta. ¿Ellas no la habían oído entrar? ¿No? Bueno, es que Petra era muy astuta.
Peter interpretó el papel de la subordinada arrepentida, si bien con menos convicción que Alva, y se marchó tan deprisa como había llegado, aunque esta vez utilizando los pies y la puerta.
Ahora que volvían a estar las tres a solas, la señorita Blomgren no mencionó el té y el pastel de limón, y tampoco intentó disimular que, de pronto, estaba de mal humor.
—Es hora de que se marchen —les dijo, y se dispuso a acompañarlas hasta la puerta.
Bella protestó durante todo el camino: no era justo que, por culpa de las absurdas convenciones sociales, no pudieran ser amigas; no le importaba que fuera la amante de Nick; de hecho, ¡podía casarse con él y convertirse en una mujer respetable! Al escuchar aquello, la señorita Blomgren se encaró con Bella y le recriminó su actitud.
—Está hiriendo los sentimientos de Julia, lady Arabella. Acaba de decir que está enamorada de su hermano. No solo eso, también está siendo grosera conmigo.
—¿Grosera? ¿Por qué? —protestó Bella, mientras Julia, Solvig y ella misma eran prácticamente empujadas escaleras arriba.
—Ya le he dicho que no puedo ser su amiga, milady, y usted insiste en establecer esa conexión a pesar de mi negativa. —Las guió hacia el recibidor y por la puerta de entrada—. Márchese y no vuelva —le espetó con las manos en la cintura.
Bella levantó el rostro hacia su ídolo con una expresión trágica en sus hermosos rasgos.
—Lo siento —se disculpó—. Disfruté tanto conversando con usted el día que nos conocimos… Me dijo que creía en la educación y en la igualdad. Y yo quería…
De pronto, fue incapaz de continuar.
Al escuchar aquellas palabras, el rostro de la señorita Blomgren se suavizó.
—Lo sé, querida —le dijo—, pero a veces la realidad y los sueños no son compatibles. Usted es una mujer decente y yo soy lo contrario. Así es la vida. Le deseo lo mejor y espero que encuentre lo que busca. Adiós.
Se dio la vuelta y cerró la puerta tras de sí.
Bella se volvió hacia Julia con la cara roja por la vergüenza.
—Estoy avergonzada —dijo—. No tenía ni idea. Es una mujer tan admirable… ¡Qué injusticia!
Julia le pasó un brazo alrededor de los hombros.
—Tranquila —la consoló—. Sabes que ha hecho lo correcto al rechazar nuestra visita, ¿verdad? De todos modos, te agradezco que me hayas traído a conocerla.
—¿Aunque sea la amante de Nick? Parecías horrorizada cuando te has dado cuenta.
—Así es la vida —respondió Julia con una sonrisa en los labios.
—¿Lo aceptarías? ¿Así, sin más? ¿Un hombre con amante?
—No he dicho eso.
Julia apretó el hombro de Bella y observó con preocupación la mirada confusa de su amiga. El abismo que las separaba era cada vez mayor. La pobre y hambrienta Bella no había sido consciente del festín al que Julia acababa de asistir; Julia había aprendido más de Alva y de Peter en quince minutos que en toda su vida. Y Bella, que ansiaba libertad y conocimientos por encima de todas las cosas, había asistido en calidad de invitada de piedra.
Naturales, Gremio, ofan. Todo empezaba a tener sentido, aunque fuese una auténtica locura. Los ofan podían viajar en el tiempo. Los miembros del Gremio seguramente también. Julia podía sentir la emoción que le recorría los brazos, las piernas, la sangre subiéndole a la cabeza. Ella también podía viajar en el tiempo, lo sabía, aunque tenía que averiguar cómo.
En cuanto a Nick, ¿qué era él? En parte, pertenecía al Gremio por la relación que le unía a Lebedev. Pero Alva era ofan y conocía a Nick. Eran amantes, ella misma lo había admitido. Quizá Nick también fuera ofan. O tal vez fuese un espía, pero ¿de qué bando?
Julia frunció el ceño y se volvió hacia Bella.
—Me voy a casa —le dijo—. Sola. Tú vuelve a Hatchards y recoge a Clare sin mí.