34

Tres días más tarde, aún no habían compartido ningún secreto. Julia solo había visto a Nick en dos ocasiones, ambas durante el desayuno y siempre en compañía del servicio o de la marquesa. Todos los días Bella comentaba lo tarde que había regresado su hermano la noche anterior y especulaba sobre lo mucho que estaría divirtiéndose en lo que a ella le gustaba llamar «los antros de perdición de Londres».

—Ya basta —le espetó Clare, mientras las tres amigas se dirigían a Hatchards con Solvig tirando de su correa de piel y dos sirvientes siguiendo al cuarteto—. Nick no es un libertino, Bella. Y gracias a Dios que no naciste hombre, porque es evidente que te dedicarías en cuerpo y alma a encender los rescoldos del infierno y a avivar las llamas del vicio desde el primer hasta el último día del año.

—Por supuesto que lo haría. —Bella acarició la cabeza del animal—. Solvig podría ser mi cancerbero, ¿verdad que sí?

Al escuchar su nombre, la enorme criatura levantó la cabeza. Con el paso de los días, Solvig había demostrado ser una completa cobarde, hasta el extremo de huir de un ratón en la cocina e intentar esconderse bajo las faldas de la cocinera, un episodio que había terminado con su expulsión permanente del sótano.

—Además —continuó Bella—, si lo sé todo sobre las actividades recientes de Nick es porque lo escuché ayer por la noche cuando fui a Almack con madre. Si los rumores son ciertos, se ha estado prodigando por toda la ciudad. Julia, es una pena que no puedas asistir a ningún baile mientras estás de luto. Te estás perdiendo toda la diversión.

Julia se permitió un instante de autocompasión. Era cierto. Clare se quedaba en casa con ella casi todas las noches, pero Bella y su madre asistían a bailes y visitas y mascaradas noche tras noche. Bella siempre volvía a casa con la historia de alguna nueva intriga o de un escándalo del que había tenido noticia la noche anterior, y que últimamente siempre giraba alrededor de Nick, maldita fuera.

—Quizá el año que viene —dijo Julia.

—Sí. Todavía no he conocido a un solo hombre soltero con el que me imagine casada, así que supongo que tendré que volver el año que viene. ¡Será maravilloso! —exclamó Bella, y se cogió del brazo de su amiga.

—¿Y qué oíste anoche sobre Nick? —preguntó Julia, tratando de aparentar indiferencia.

—Buen intento, Julia —se burló Bella entre risas—, pero a nosotras no puedes engañarnos. Sabemos que bebes los vientos por él, ¿verdad, Clare?

—¡Arabella! —exclamó Clare.

—Oh. Esto es muy serio. —Bella miró a Julia y levantó las cejas repetidamente—. ¿Es Nick el elegido?

—Por favor —dijo Julia—, no digas nada más.

—¿A pesar del rumor que escuché ayer por la noche sobre él? ¿Puedo contarlo? Solo si las tres acordamos no creérnoslo.

Clare puso los ojos en blanco.

—Nos lo contarás con o sin nuestro permiso, Bella, así que adelante.

—Bien. —Se cogió de los brazos de Clare y Julia, y las apretó contra su costado—. Por lo visto, últimamente Nick se ha dejado ver en compañía de la meretriz más hermosa de Londres a la que, según cuentan las malas lenguas, le ha estado profesando atenciones en todos los locales y las fiestas de la ciudad. Por lo visto, es una mujer alta y elegante, rubia, con los ojos de un color violeta casi mágico, y se comenta que Nick le ha regalado un collar de amatistas que hace juego con sus ojos…

Clare frunció el ceño.

—Será mejor que dejemos de hablar de tonterías cuanto antes. Ni una palabra más. Ya hemos llegado a Hatchards.

Le entregó la correa de Solvig a uno de los sirvientes y entró en la librería.

Bella siguió a su hermana, no sin antes guiñarle un ojo a Julia.

Y así fue como uno de los momentos que Julia llevaba esperando toda la vida se fue al traste en cuestión de segundos. Siempre había pensado en Hatchards con auténtica reverencia, y no veía el momento de poder recorrer sus estanterías y escoger ella misma lo que le apeteciera leer. Ahora, sin embargo, en lugar de disfrutar del olor a cuero, papel y tinta, le apetecía más retorcerle el cuello a Bella con una mano y con la otra hacer lo propio con el de Nick. Ella era el talismán. Podía manipular el tiempo. El conde Lebedev estaba ahí fuera, listo para matarla. Y en lugar de ocuparse de cualquiera de esos problemas, todos ellos muy reales, allí estaba, en una librería a punto de ponerse a llorar, imaginando a su pretendiente besando a otra mujer. Una rubia cargada de amatistas.

Bella le tiró de la manga. Parecía arrepentida, o al menos todo lo arrepentida que podía estarlo un demonio con cuernos, cola y la horca en la mano.

—Estás muy seria —le dijo—. Lo siento mucho si te he hecho sentir mal.

Julia apretó los labios y no dijo nada. Prefirió observar las hileras de libros y a los hombres y a las mujeres que paseaban por la tienda, mirándolos en silencio, sin dirigirse la palabra. Unas veinte personas en veinte mundos diferentes. Mundos de conocimiento, de belleza, de romance, de descubrimientos.

—Déjame que te lleve a visitar a mi amiga, la misma de la que te hablé el día que fuimos a la heladería —dijo Bella—. Podemos dejar a los sirvientes aquí y llevarnos a Solvig. Nadie se atreverá a decirnos nada si vamos con un animal tan grande como un poni. A Clare no le importará, así tendrá un par de horas para pasearse por la librería.

Julia volvió la cabeza y miró por la ventana; fuera brillaba el sol y hacía un día estupendo de primavera. Unas veinte personas más pasaban por delante de la tienda, de camino a sus vidas, algunas alegres, otras tristes… ¿Cómo saberlo?

En los dos últimos días, y le resultaba un tanto humillante reconocerlo, Julia había subido en dos ocasiones a la cúpula. Las dos veces se había dicho a sí misma que era para practicar. Y lo había hecho. Había conseguido hacer retroceder el tiempo unos segundos y detenerlo durante cuarenta minutos. Era un poder emocionante y terrorífico al mismo tiempo. Y solitario.

Había albergado la esperanza de que Nick subiera también a la cúpula y la sorprendiera practicando. Que descubriera su secreto, lo compartiera con ella, lo entendiera, sin tener que tomar la decisión de contárselo. Notaría un cambio en el tiempo, subiría a la cúpula y la encontraría en su burbuja de realidad atemporal. Entraría en la burbuja…

Por desgracia, la cúpula y sus fantasías no eran más que castillos en el aire.

Se dio la vuelta y miró a Bella.

—Sí —le dijo—. Vamos.

Había una buena caminata entre la elegante Hatchards y Soho Square, que se encontraba en el límite de una gran zona proletaria. Julia descubrió, no sin cierta alegría, que, a pesar de su espíritu aventurero, Bella no era tan inconsciente como aparentaba. Las llevó hacia el norte por la zona de construcción que estaba transformando la vieja Swallow Street en la muy cacareada New Street, mucho más espectacular y grandiosa, y luego, en lugar de cortar por las calles oscuras y ruidosas de Soho, giraron a la derecha por la siempre transitada Oxford Street. Solvig empezó a ponerse nerviosa y a tirar de la correa, y Julia se sorprendió al descubrir que también ella sentía una emoción cada vez más intensa, como si estuviera volviendo a casa.

—¡Ya hemos llegado y Solvig lo sabe!

Bella señaló una bonita casa amarilla que daba directamente a la plaza desde la esquina sur de Carlisle Street. Julia observó la fachada. Nunca antes había estado allí y, sin embargo, algo vibraba en el ambiente, una felicidad que le resultaba familiar pero que no lograba identificar. Mientras subían la escalera, Julia se dio cuenta de que se había cogido con fuerza al pasamanos de hierro y que estaba conteniendo las lágrimas; aquel edificio le transmitía la misma sensación que el castillo Dar antes de la llegada de Eamon, cuando su abuelo aún vivía.

Bella llamó a la puerta y al otro lado apareció un diminuto anciano vestido de negro que, al ver a la perra, retrocedió espantado. Solvig, en cambio, parecía encantada de verlo e intentó entrar en la casa, a pesar de los esfuerzos de Bella por retenerla.

—No. Perro no. —El anciano no parecía dominar el idioma—. Quédese perro.

—No le estamos ofreciendo a la perra —dijo Bella—. Siéntate, Solvig. —La bestia tenía las patas delanteras apoyadas en los hombros del anciano y le estaba lamiendo la cara—. ¡Abajo! —Con un fuerte tirón de la correa, Bella consiguió apartar a Solvig sin caerse escaleras abajo hasta la calle—. Hemos venido a ver a la señorita Blomgren.

—Sí, sí…

El hombre las miró de arriba abajo mientras se sacudía los pelos de la perra de la chaqueta.

—Conocí a la señorita Blomgren la semana pasada, en la plaza…

—¿Qué ofreció a usted?

—¿Ofrecerme? Nada, nada. Estuvimos hablando sobre la educación de las mujeres…

El anciano abrió las manos y levantó la vista hacia el cielo.

—¡Educación! ¿Por qué no ha dicho? Señorita Blomgren ayudará. Pero perro no.

Bella se irguió cuan alta era.

—No necesitamos la ayuda de la señorita Blomgren. Hemos venido a visitarla. Yo soy lady Arabella Falcott y ella es la señorita Percy. Haga el favor de anunciar nuestra presencia. Con el perro.

El anciano las guió al interior de la casa.

—Señorita Blomgren está en cocina. Sígame. Anúnciese usted misma. —Abrió una puerta—. Por aquí —dijo, mostrándoles una escalera—. Lleven perro.

Y desapareció.

Julia y Bella observaron la escalera que se perdía en la oscuridad, por la que ascendía un olor intenso, a medio camino entre lo dulce y lo amargo. No se parecía a nada que Julia hubiera olido antes. También le pareció captar la presencia de una especia que no consiguió reconocer y el olor fuerte del eneldo. De hecho, el olor era tan intenso que resultaba casi desagradable, con un regusto ácido que le llenó los ojos de lágrimas.

Bajaron por la escalera. Al fondo encontraron una puerta a la derecha y otra a la izquierda, más pequeña y de aspecto antiguo. El olor resultaba abrumador.

—¿Hola? —gritó Julia.

De pronto, oyeron el sonido de una tos y la puerta de la derecha se abrió, dejando escapar un espeso vapor vinagroso. Solvig ladró una vez, visiblemente emocionada, y corrió al interior de la estancia.

—¡Solvig! —La voz sorprendida de una mujer se abrió paso entre el vapor, seguida de otro ataque de tos—. ¿Qué haces tú aquí? —El vapor empezó a disiparse y por fin pudieron ver a la dueña de la voz, una mujer alta vestida con un sencillo vestido de fabricación casera y el pelo recogido bajo una cofia blanca, excepto un mechón de un rubio casi blanco que le caía por el cuello. Tenía las manos y los brazos manchados de rosa casi hasta los codos—. ¡Oh, hola! Siento lo del olor. He añadido el vinagre con la olla demasiado caliente.

Hablaba con un ligero acento extranjero.

—Hola, señorita Blomgren —la saludó Bella, ofreciéndole una mano—. Nos conocimos en la plaza hace algo más de una semana. ¿Se acuerda de mí? Bella.

Julia creyó percibir una cierta irritación en el rostro de la señorita Blomgren, que rápidamente disimuló bajo una sonrisa adorable.

—¡Bella, claro que la recuerdo! Qué sorpresa. Y trae a Solvig con usted… ¿De dónde la ha sacado?

—¿Conoce a Solvig? Mi hermano la trajo a casa a principios de esta semana.

—¿Su hermano? Ah, así que es usted una mujer de buena familia, Bella. No lo sabía.

—Sí, supongo que debería habérselo dicho cuando nos conocimos, pero la conversación me pareció tan interesante y nos despedimos con tanta precipitación al llegar a su casa… —Bella miraba a la otra mujer con la adoración incondicional de quien se encuentra ante su ídolo, pero la señorita Blomgren parecía ajena a dicha adoración y tampoco parecía preocupada por lo inapropiado de que una joven de buena familia como Bella, a la que había conocido por casualidad en la calle, la visitara en la cocina de su casa. Se volvió hacia Julia—. ¿Y cómo se llama usted?

De pronto, Julia se encontró mirando el par de ojos violeta más grandes y hermosos que jamás hubiera visto. La mujer arqueó lentamente las cejas bajo la atenta mirada de Julia, que dijo su nombre con gesto indeciso, como si fuese tonta.

—Qué nombre tan bonito. También lo tenemos en Suecia, pero lo pronunciamos diferente: Yulia. Significa «juventud», ¿lo sabía? —La señorita Blomgren levantó una mano y le acarició la mejilla con un dedo teñido de escarlata—. Es usted joven y adorable. Qué ojos tan bonitos. Oh, querida, le he manchado la mejilla. Es de las remolachas… Las estoy haciendo en conserva. Quería hacer para todos. Qué ilusa. Siento que me están consumiendo la vida por momentos. —De pronto, cogió el borde de su delantal y escupió en él para limpiarle la mejilla a Julia, tal como lo haría una madre—. Ya está, como si nunca hubiera ocurrido. —Su sonrisa se hizo más profunda, más real—. Esos ojos… Me recuerdan a los de otra persona, alguien a quien quise mucho. —Observó el rostro de Julia con una expresión triste y ausente en el suyo. Luego sacudió la cabeza—. Es bueno ser joven, Julia. Disfrútelo. Yo ya tengo cuarenta y tres años. Parece sorprendida. Lo sé, soy una mujer con suerte. —Sacudió una mano como si su aspecto no tuviera ninguna importancia—. La belleza de la juventud es un regalo, pero desaparecerá. Los recuerdos, en cambio, se van acumulando y nunca se van. O al menos tardan mucho, mucho tiempo en desaparecer. —Suspiró y pareció que se centraba—. Y bien —continuó, mirando esta vez a Bella—, estoy en pleno proceso de conserva y no lo puedo dejar. Si quieren, pueden sentarse y tomar el té aquí mismo mientras yo sigo trabajando. ¿Les apetece un trozo de pastel de limón? Está muy bueno.

—No sé si deberíamos… —Julia miró a Bella un tanto desesperada, pero su amiga sonreía como si todo fuese muy normal. ¿Acaso no se había dado cuenta de que la señorita Blomgren era la amante de Nick? Lo conocía, eso seguro, y también a Solvig—. Tengo… tengo que volver a casa.

—¿Por qué? —preguntó Bella; era la inocencia personificada—. ¿No te apetece un trozo de pastel? Si te encanta.

La señorita Blomgren se desató el delantal.

—Solo una taza de té y un trocito de pastel. Luego le pediré a Edvard que las lleve a casa en carruaje. —Colgó el delantal en un gancho junto a la puerta y se quitó la cofia de la cabeza. Su hermosa melena rubia, tan rubia que casi parecía blanca, cayó como una cascada sobre sus hombros y por la espalda abajo. Julia contuvo una exclamación de sorpresa y la señorita Blomgren la miró—. Sí, mi pelo. Es bonito, ¿verdad?

Julia reconoció, aunque sin demasiada convicción, que en circunstancias normales aquella absurda mujer le habría caído bien al instante. Ahora, sin embargo, cada nueva muestra de las perfecciones de la señorita Blomgren solo hacía que se sintiera más y más pequeña. Era como si un animal la devorara por dentro, probablemente una rata. Así que aquello eran los celos…

—Es muy bonito —respondió, y su voz le sonó extraña.

La señorita Blomgren la miró sorprendida.

—Parece muy afectada, querida. ¿Se encuentra bien? ¿Es el olor de la remolacha? Lo que necesita es una taza de té y un buen trozo de pastel. Verá qué rápido se recupera. —La señorita Blomgren se volvió hacia Bella—. Escuche, lady Falcott. Les voy a servir té y pastel, a usted y a su amiga, y luego las enviaré de vuelta a casa. No debe visitarme nunca más. ¿Se puede saber qué estaba haciendo sola en Soho Square? ¿La hermana de un marqués? ¿Departiendo con desconocidas y sin comentarles el pequeño detalle de su título? Jamás se me habría ocurrido darle conversación si hubiera sabido quién era. ¿Es que no se da cuenta de que, si la ven conmigo, podrían destruir su reputación? ¿No se da cuenta de que soy cortesana?

—¿De veras? —Bella miró a su heroína con una cierta alarma en la mirada, que rápidamente se transformó en regocijo—. Pero ¡eso es maravilloso! —Se dio la vuelta y miró a Julia—. Ya te dije que era maravillosa. —Se acercó a su amiga y la miró más de cerca—. ¿Se puede saber qué te pasa? Pareces un ganso a punto de perder la cabeza. ¿Te molesta que la señorita Blomgren sea cortesana? —Se volvió hacia su anfitriona—. Le pido disculpas por mi amiga. Se crió en el campo y encima está enamorada. No se la puede responsabilizar de sus reacciones, pero le aseguro que ninguna de las dos la juzga por…

La señorita Blomgren interrumpió a Bella.

—¿Está usted enamorada, Julia? Es un sentimiento maravilloso, ¿verdad? Pero también terrible.

—Al parecer, está enamorada de mi hermano, Nick —dijo Bella—. Y acaba de descubrir que mi hermano tiene una amante, una hermosa criatura con la que se pasea por Londres y a la que agasaja con joyas.

Julia cerró los ojos. Aquel era, sin lugar a dudas, el peor día de toda su vida. Quizá si mantenía los ojos cerrados y se negaba a abrirlos…

De pronto, sintió el contacto de unos dedos fríos en el dorso de la mano y abrió los ojos. Algo parecido a la histeria se estaba acumulando en su interior y amenazaba con desbordarse. Cuando levantó la mirada, se encontró con los ojos violeta de la señorita Blomgren, rebosantes de simpatía hacia ella.

—Sí, ya veo —dijo. La cogió de las manos, manchándolas con el jugo rosado de la remolacha, y la besó en ambas mejillas—. Qué delicia. Son perfectos el uno para el otro.

—¿Conoce a Nick? —preguntó Bella—. ¿Por qué no lo ha dicho antes? ¡Oh! Fue usted quien le dio el perro. Por eso Solvig la conoce. Pues claro.

—Mi querida y estúpida niña. —La señorita Blomgren miró a Bella y sacudió lentamente la cabeza, sin soltar las manos de Julia—. ¿Es que no ve por qué está tan triste su amiga? Lo ha sabido desde el primer momento. Yo soy la amante de Nick.