—¡Ha traído un perro a casa!
Bella entró gritando en el salón y sorprendió a Clare y a Julia, que estaban en el sofá, inclinadas sobre la funda de cojín que Clare estaba bordando, intentando contar puntos.
—No entiendo dónde me he equivocado —dijo Clare, alzando la vista hacia su hermana y volviendo a bajarla—. Pero mira aquí. —Levantó el bastidor para que Julia pudiera ver a qué se refería—. La mano de Apolo está torcida.
—¡Oh, a quién le importa! —Bella le arrancó el bastidor de las manos y lo lanzó, aguja incluida, sobre una silla vacía—. ¿Me habéis oído? Nick ha traído un perro. Hacedme sitio. —Bella se sentó entre Clare y Julia y les pasó el brazo alrededor de los hombros—. ¿No os parece maravilloso que estemos todos juntos?
—Lástima que no vuelvas a tener once años.
Clare cruzó los brazos; se negaba a sentirse cómoda en aquella situación.
—Se llama Solvig y es hembra —continuó Bella, ignorando a su hermana—. Es enorme. Podré ir a cualquier parte con ella. Ya veréis cuando la conozcáis.
Se levantó con la misma rapidez con la que se había hecho sitio entre las dos amigas y desapareció por la puerta del salón, llamando a su hermano a gritos.
Julia se levantó a recoger el bastidor de la silla con gesto tembloroso. Nick estaba de nuevo en casa.
—¿Te encuentras bien?
—Sí —respondió Julia, abrazándose al bastidor.
Hacía apenas unos días, había sido capaz de rebelarse contra la depravación de su primo Eamon, incluso había hecho retroceder el tiempo para evitar que la matara. Ahora, en cambio, rodeada de amigos y de lujo, tenía la sensación de estar desequilibrada, vacilando entre el miedo, la alegría y una confusión absurdamente femenina.
—Ven, siéntate.
Julia obedeció y Clare le quitó el bastidor de las manos, sin dejar de acariciarle la mano.
—Todo saldrá bien —le dijo, casi como si pudiera leerle la mente.
Julia no dijo nada, solo observó a su amiga mientras desenredaba los hilos de su labor.
—Ya sabes que soy una solterona, una guía de monos —dijo Clare tras unos segundos—. ¿Sabes qué significa eso?
—Que no estás casada.
—Sí, me refiero a «guía de monos». ¿Qué significa esa expresión tan maravillosa?
—Oh, Clare.
—No, Julia. Dímelo. —Levantó los ojos del bordado—. Dímelo a la cara.
—Que como no has conseguido casarte y tener hijos, estás condenada a guiar a los monos hasta el infierno.
—Exacto. —Clare se recostó sobre los cojines—. ¿Sabes? Resulta bastante impresionante oírtelo decir así.
—¡Tú me has obligado!
—Sí, culpa mía. ¿De verdad crees que eso es lo que me pasará?
—No, por supuesto que no. Por supuesto que no, Clare, no seas boba.
Clare se arregló la cofia.
—Sé que no iré al infierno ni organizaré desfiles de monos mientras esté allí. Ni siquiera creo en el infierno.
—¿No?
—No. ¿Tú sí?
—Pues… yo… —Julia se dio cuenta de que nunca había pensado en ello—. Sí, supongo que sí.
—Oh —exclamó Clare—. Qué curioso. Siempre he pensado que el infierno era solo una historia inventada para atemorizarnos y obligarnos a hacer lo que los demás quieren.
—Hablas como mi abuelo.
—Me lo tomaré como un cumplido, supongo. La cuestión, Julia, es esta: nos amenazan, látigo en mano, para que seamos buenas y hagamos lo que ellos quieren. Muchos látigos son imaginarios, o al menos eso creo yo. El infierno, por ejemplo, y los monos. Otros, en cambio, son muy reales. La pobreza. El odio. La soledad. —Clare pasó la mano por encima de su Apolo deforme—. Yo tengo suerte. Tengo amigos, familia, un techo bajo el que cobijarme y no me falta el dinero. ¿Sabes qué significa eso para mí?
—¿La felicidad?
Clare miró a Julia y no fue felicidad exactamente lo que esta vio en el rostro de su amiga. Sin embargo, Clare sonrió.
—Sí, exacto. Felicidad. Y un ápice de libertad. Pero tú eres huérfana, Julia. Y aún tienen que pasar tres años para que heredes.
Julia parpadeó. Últimamente, aquellas preocupaciones más mundanas habían quedado enterradas bajo problemas más urgentes. Sin embargo, seguían allí, esperándola, del mismo modo que la tos sobrevive a una fiebre.
—Quiero que sepas que puedes vivir con nosotros el tiempo que quieras —continuó Clare, acomodándose para seguir con el bordado del cojín—. No te apresures a casarte para librarte de nosotros o para librarnos a nosotros de ti.
—Gracias —consiguió replicar Julia.
Clare le acarició la mejilla con el dedo cubierto por el dedal.
—Si te soy sincera, Julia, no temo por ti. Siempre has tenido la cabeza bien asentada sobre los hombros.
Julia se rió.
—¡Gracias! Hasta ahora no he tenido oportunidad de usarla demasiado, encerrada en el castillo Dar.
—No, no —dijo Clare—. En mi opinión, cualquiera que consiga sobrevivir más allá de los dieciocho años con su carácter intacto debería ser tratado como un héroe. ¡Una persona así ha de tener el valor de Jasón y la fuerza de Hércules! La mayoría de los mortales no lo conseguimos, ¿sabes? Emergemos al otro lado de la infancia como espectros, no como gente de verdad.
Se dio la vuelta y miró hacia el enorme retrato de la familia Falcott que dominaba una pared entera del salón.
Julia también contempló el cuadro. Normalmente, evitaba mirarlo porque no le gustaba lo que el pintor había hecho con cada uno de los miembros de la familia. Bella y Clare eran todo cabello y flores, y el séptimo marqués parecía un cura afable y un tanto monótono, cuando en realidad había sido un hombre ególatra y egoísta que no pensaba en nadie más que en sí mismo. La marquesa estaba representada como un ángel resignado y sufridor, lo cual seguramente había favorecido su opinión de sí misma. Pero la peor parte de todo el retrato era el joven Nicholas, quien, como nuevo marqués, era el centro alrededor del cual discurría todo el movimiento de la obra. El pintor lo había representado mucho más luminoso (cabello dorado, ojos azules) de lo que realmente era, pero no era eso lo que repelía a Julia. Era la forma en que el joven de la imagen se inclinaba hacia delante, llamando la atención, el labio de arriba, demasiado rosado, retirado en una sonrisa de complacencia consigo mismo. Aquel no era Blackdown, nunca lo había sido. O quizá sí había sido Blackdown, pero no Nick.
Miró a Clare y vio que ella tampoco estaba impresionada.
—Mi madre adora este cuadro —dijo.
—Justo estaba pensando que debe de ser un consuelo para ella —replicó Julia.
Clare puso los ojos en blanco.
—Por favor. Sé sincera. Representa a la familia que le gustaría que fuéramos. Su marido parece que la adora, sus hijas son un par de bellezas bobaliconas y su hijo, un Adonis engreído. Ni siquiera nos parecemos a nosotros mismos, es como si no tuviéramos carácter propio. Me parecen todos un aburrimiento. Y seguramente se pueden decir muchas cosas de los Falcott, pero no que seamos aburridos.
—Encuentros con hombres a medianoche en la cocina, conversaciones sobre una posible revolución… Lo siento, Clare, eres una joven tediosa. Tan cargante…
Clare sonrió, pero, de pronto, su mirada se volvió más intensa.
—Dime la verdad, Julia. ¿Crees que Nick ha vuelto cambiado?
Julia dejó que sus ojos se posaran de nuevo sobre el cuadro.
—No lo sé —dijo.
Clare la estudió un instante, suspiró y se sentó nuevamente en el sofá.
—Perdóname —se disculpó—, no tienes que responder si no quieres.
Julia frunció el ceño.
—Creo que ha cambiado tanto que está irreconocible. Ya está. ¿Satisfecha?
—¡Qué quisquillosa eres! —exclamó Clare, entre risas—. Pero sí, tienes razón. Yo opino lo mismo, aunque no sé explicar cuál es la diferencia. El cuadro no consigue captar su esencia, lo representa mal, así que no tiene sentido buscar en él una pista que pueda ayudarnos. Mira qué altivo parece, cuando en realidad estaba superado por los acontecimientos. De repente, sin previo aviso, era marqués de Blackdown. Mi madre se volvió… no. Mi madre decidió motu proprio volverse imposible. No dejaba de exigirle cosas y nada le parecía bien. —Clare dejó el bastidor a un lado y contempló el rostro pintado de su hermano—. Nick desapareció. Mucho antes de desaparecer en España, ya lo había hecho dentro de sí mismo. Luego se vio engullido por la universidad, Londres y, finalmente, la guerra. —Se volvió hacia Julia—. Mi hermano es un hombre rico y poderoso. Muchas mujeres lo escogerían por su dinero y por su posición social.
Julia no respondió y el silencio se fue alargando en el tiempo. Clare ya la había incitado a hablar de Nick una vez, pero esta vez no pensaba morder el anzuelo.
Finalmente, Clare bajó la mirada y la clavó en sus propias manos.
—Bueno —dijo—, solo espero que la mujer que lo escoja sea capaz de… —Levantó la mirada y observó nuevamente el cuadro—. Que sea capaz de verlo como realmente es. Supongo que eso es lo que estoy intentando decir. Una mujer que lo vea como realmente es.
—Lo que no comprendo es cómo has podido ganarte el amor incondicional de este animal en una sola mañana —le dijo Bella al marqués cuando los tres hermanos, más Julia y Solvig, salieron media hora más tarde a pasear por el parque.
Blackdown había entrado en el salón con aquella perra enorme y fea, y había sido como si llevase la primavera con él. Algo bueno le había pasado, pensó Julia mientras Nick le sonreía y la invitaba (a ella y a sus dos hermanas, claro está) a dar un paseo. Algo que le había dado un nuevo sentido de la determinación.
Hyde Park a mediodía mostraba un verde resplandeciente y fresco tras la lluvia del día anterior; el sol brillaba en el cielo y Julia iba cogida del brazo de Blackdown. Las hermanas del marqués bromeaban con él sobre su ridícula perra, que llevaba una de sus enormes patas vendada. Durante aquella hora, quizá fueron dos, el mundo era un lugar perfecto. El conde estaba en Devon con Eamon y, por ella, podía quedarse allí para siempre. Que el demonio se los llevara al infierno a los dos.
Solvig tiró de Bella unos pasos por delante y Clare fue detrás de ella.
—A que adivino lo que estás pensando.
La voz de Nick era íntima, solo para los oídos de Julia.
—Son pensamientos sanguinarios, te lo advierto.
—Cuéntamelos cuanto antes. —Blackdown apretó el codo de Julia contra su cuerpo—. Quiero conocer tus deseos más oscuros.
—Me estaba imaginando a Eamon y a tu conde precipitándose los dos a las llamas de un fuego abrasador.
—Mmm. —Por un momento, pareció que trataba su respuesta con el interés de un estudioso—. ¿Un fuego abrasador como el del infierno o un fuego abrasador cualquiera en Devon? ¿Sería un castigo en vida o después de la muerte? ¿Por qué crímenes habrían de ser castigados? Eamon lo entiendo perfectamente. Me gustaría ser yo quien lo empujara al interior de ese fuego, si me concedes ese honor. Pero ¿Arkady por qué? ¿Es que no ha sido agradable contigo?
Julia deseó haberse mordido la lengua. Obviamente, Blackdown no era consciente de que ella sabía lo del conde y sus poderes.
—Es solo que no me gusta —respondió—. No puedo evitar sentir que no me mira con buenos ojos.
Blackdown siguió caminando unos segundos en silencio.
—No importa lo que él piense de ti, Julia. Eamon merece el fuego eterno que le reservas, pero Arkady no es nadie. Olvídalo.
—Para ti sí es alguien.
Blackdown se detuvo y la miró.
—Arkady no es nadie para mí, ¿lo entiendes?
—Creo que sí.
Pero Julia sabía que aquello no era así.
—Pues no parece que lo entiendas. Algo te preocupa.
—Tú me dijiste… aquel día… que no eras libre.
—Aquel día. La primera vez que besé tu dulce boca. ¿Es a ese día al que te refieres? —Miró a su alrededor. Sus hermanas caminaban unos metros por delante y no había nadie cerca que pudiera escuchar la conversación—. Ahora mismo no hay nada que anhele más que poder besarte de nuevo, aquí mismo.
—Arruinarías mi reputación. —Julia se echó a reír—. La de los dos, de hecho.
—Sería una hermosa ruina.
De pronto, Julia lo sorprendió, a él y a sí misma, poniéndose de puntillas y dándole un beso rápido en los labios.
—Ahí lo tienes. No eres el único que se atreve.
—¡Julia!
Ella lo miró con las cejas levantadas.
—Te gusta pensar que eres el único con valor suficiente.
—Oh, no pienso eso. —La sonrisa había desaparecido de sus labios—. Es tu valor el que me da valor a mí. De hecho, creo que deberíamos seguir caminando, cuanto antes.
Y le ofreció el brazo.
Julia se cogió a él y retomaron el paseo. Clare, Bella y Solvig les sacaban ya mucha ventaja; un poco más adelante, el camino desaparecía entre los árboles.
—¿Has leído el poema? —preguntó Blackdown con el tono serio y directo de un profesor de escuela.
A Julia la cabeza le daba vueltas. En ese momento, apenas recordaba una sola palabra del poema. Acababa de besar a Blackdown, allí mismo, a plena luz del día. Y a él le había gustado. Sentía la sonrisa que amenazaba con dibujarse en sus labios.
—Oh —respondió, con aire despreocupado—. Es bastante bueno.
—Bastante bueno. ¡Menuda picaruela! —El camino se abrió paso entre los árboles; de pronto, era como si estuvieran a solas rodeados por un mundo verde—. Así que no te ha impresionado, ¿eh? —preguntó Falcott—. Uno de los poemas más eróticos de la literatura inglesa.
Julia se encogió de hombros.
—No mucho.
Con un rápido movimiento, la cogió por la cintura y la atrajo hacia él; ella se rió, pero la expresión del rostro de Blackdown era seria.
—¿De verdad, Julia? Me gustaría poner a prueba hasta qué punto lo has entendido.
Julia apoyó las manos en su pecho.
—Suéltame, provocador. Lo he entendido perfectamente.
Blackdown la soltó y se cogió de nuevo de su brazo.
—Está bien —dijo, mientras retomaban el paseo—, pues respóndeme a esto. ¿Qué dice John Donne sobre la libertad?
Julia abrió los ojos como platos.
—¿Sobre la libertad? No es a lo que le estaba prestando atención del poema precisamente.
—¿Y te atreves a decir que lo has leído con atención? Muy mal, señorita Percy. Me decepciona.
—Oh. —Julia esbozó una reverencia—. Señor maestro, lord Blackdown, señor. No sabe cuánto siento haberle decepcionado. —Levantó una mano con la palma hacia arriba—. Estoy preparada para mi castigo.
—No, Julia, escucha. —Le cogió la mano y le dio un beso en la palma, y luego la sujetó con fuerza mientras seguían caminando—. El poema no habla solo de… —Julia casi podía oír los engranajes de la cabeza del marqués buscando la palabra adecuada; le gustó que escogiera la más sencilla—. No habla solo de sexo. Escucha. —Y recitó de memoria—: «Goces, descubrimientos, mi libertad alcanzo entre tus lazos».
Siguieron caminando en silencio; Julia podía sentir cómo perdía todo el valor por momentos.
—No entiendo lo que dices, milord.
—Otras veces me has llamado Nicholas. Por favor, ahórrame el trato de lord.
—No puedo llamarte Nicholas en público. Eres Blackdown.
—No soy Blackdown.
La voz de Nick sonó dura y sus dedos se cerraron con demasiada fuerza alrededor de los de Julia.
—¿No? —Levantó la mirada hacia el rostro contrariado del marqués—. ¿No es ese tu signo más característico?
Él relajó la mano.
—Lo siento. —Consiguió esbozar una tímida sonrisa—. Ya sé que no tiene sentido, pero es que he pasado años liberado de ese hombre y no le eché de menos. Ahora he vuelto y me cuesta hacer las paces con él.
—Sufrías de amnesia.
—Sí —respondió él lentamente—. Esos años, me olvidé de quién era y me convertí en un hombre nuevo. Un hombre llamado Nick Davenant. Ahora que he regresado, me doy cuenta de que no me interesa el gran marqués, ese tal lord Blackdown.
Julia no dijo nada, pero le sujetó la mano con fuerza. Nick Davenant.
Mientras tanto, Nick (Julia ya no podría pensar nunca más en él como Blackdown) bajó la mirada hacia sus manos entrelazadas.
—La última vez que tratamos un tema tan grandioso como la libertad, después de besarnos, al borde del bosque…
—Me dijiste que no eras libre.
—No me refería a otra mujer, Julia.
—Lo sé. Hablabas del conde.
Él la miró fijamente.
—¿Cómo lo sabes?
Julia quería gritar la verdad; no, quería susurrarla como la pluma que arrastra el viento, pero, en vez de eso, clavó los ojos en el suelo y aceleró el paso, tirando de la mano de él. ¿Quién era Nick Davenant, aquel hombre nuevo? No podía permitirse el lujo de confiar en él… o de romper la promesa que le había hecho a su abuelo.
Salieron de entre los árboles y Nick volvió a cogerle el brazo con el decoro debido, pero Julia podía sentir la tensión que emanaba de su cuerpo. Cuando habló, su voz sonó grave y urgente.
—¿Qué sabes del conde Lebedev? ¿Qué sabes sobre mí? ¿Qué sabes sobre… sobre tu abuelo?
—¿Sobre mi abuelo? —Julia sintió que el corazón le daba un vuelco. Se estaban acercando peligrosamente al meollo de la cuestión. ¡En cualquier momento le preguntaría sobre el tiempo!—. Nada —respondió, y recordó la imagen de su abuelo en su lecho de muerte, suplicándole que fingiera, que no confiara a nadie lo que era capaz de hacer—. ¡Oh, Dios! —exclamó, dominada por una repentina sensación de pánico.
Nick la sujetó de nuevo de la mano, sin importarle quién los pudiera ver.
—¡Mírame!
Julia levantó la mirada lentamente.
—¿Qué sabes de tu abuelo?
Ella intentó apartarse.
—¡Suéltame!
Nick le soltó la mano, pero su voz se volvió más urgente.
—Puedes confiar en mí, Julia. No te traicionaré. Soy… ¡Maldita sea, dame otra vez la mano, por favor! Necesito tocarte.
Julia levantó la mano, sintiendo que de alguna manera todo aquello era irreal, y él la cogió y se la llevó al pecho.
—Me considero unido a ti. Y también libre. ¿Lo entiendes? Aquel día en la lluvia, te dije que no era libre, pero retiro esas palabras. Recuerda el poema, Julia. «Mi libertad alcanzo entre tus lazos». ¿Lo entiendes?
—Creo que sí. —Podía sentir el latido de su corazón y que el pánico remitía—. No… no sé por qué me preguntas por mi abuelo.
Nick la miró fijamente a la cara.
—¿De verdad no lo sabes? ¿No sabes nada?
—En realidad, no sé si sé algo. ¡Mi abuelo no me explicó nada! —Julia sacudió la cabeza, intentando deshacerse de tanta soledad y tanto miedo—. ¡No sé nada!
—Tenemos que hablar —dijo Nick, y le soltó la mano—. En privado. Y cuanto antes.
—No puedo decirte nada —le susurró Julia.
Nick frunció el ceño, con el rostro desolado. De pronto, levantó la vista. Sus hermanas los miraban desde más adelante.
—Debemos seguir caminando.
La cogió de nuevo del brazo y retomaron el paseo en un silencio tenso; el codo de Julia estaba tan firmemente sujeto contra las costillas de Nick que podía sentir cómo se movía su cuerpo bajo la gruesa tela del abrigo.
—¿Qué es el conde Lebedev para ti? —preguntó, aprovechando que Bella y Clare volvían a distraerse con los juegos de Solvig.
Nick hinchó los carrillos y soltó el aire lentamente mientras buscaba las palabras adecuadas.
—En cierto modo, Arkady es un soldado como yo, pero no sé si somos camaradas o enemigos. Es muy difícil, casi imposible, de explicar.
—El conde Lebedev tiene alguna clase de poder sobre ti —dijo Julia—, pero ¿quizá no tanto como él cree? ¿Es así?
Nick asintió.
—Hasta cierto punto, estoy ligado a él. Arkady no cree que yo sea libre, más bien considera que soy su lacayo. Por el momento, debo seguir fingiendo. Tiene que parecer que hago lo que él ordena. Pero estoy decidido a recuperar la libertad, Julia, y nunca te traicionaría en beneficio suyo. ¿Lo entiendes ahora?
Así que los dos estaban fingiendo.
—Sí —respondió ella, esta vez con más seguridad—. No eres libre, pero quieres serlo. Arkady es tu amigo, pero también tu enemigo. Estás buscando una forma de salir de todo esto, un camino que te lleve… —Guardó silencio y lo miró fijamente, no a lord Blackdown sino a Nick Davenant, el hombre que había olvidado todos sus viejos prejuicios y modales, sin los cuales era mucho más feliz—. Un camino que te lleve a quien realmente eres —terminó.
La expresión de seriedad del rostro del Nick se mantuvo imperturbable.
—No solo que me lleve a mí; a ti también.
Julia necesitó una fracción de segundo para saber con certeza que lo amaba.
—Sí —asintió—. A mí también.
Clare, Bella y la perra se habían detenido un poco más adelante y estaban jugando con un palo. Nada podría haber sido más prosaico que aquella escena. Tres hermanos y una amiga paseando por el parque, ni siquiera en la mejor hora para hacerlo. Sin embargo, Julia se sentía una mujer nueva, de los pies a la cabeza. El aire que le llenaba los pulmones era distinto. Y cada vez que se atrevía a levantar la vista hacia Nick, él la estaba mirando.
—¿Cómo lo haces? —preguntó Nick.
—¿Qué hago?
—Cada vez que intento mirarte sin que te des cuenta, me descubres. Haces brujería.
—Quizá eres tú el que me descubres a mí cuando intento mirarte en secreto.
Julia reconoció aquella mirada al instante y sintió un cosquilleo en la piel; pero Solvig, a pesar de la pata vendada, había corrido hacia ellos y ahora brincaba alrededor de su ídolo y, por tanto, también alrededor de Julia, con la cara levantada e irradiando amor por los ojos.
—Se me ocurre el nombre de cierta dama que sería la más feliz del mundo con una simple mirada tuya —bromeó Julia, señalando a Solvig.
—Basta, Solvig. —Nick ordenó a la perra que se pusiera en el lado opuesto a ella—. Vaya, Julia, parece que vas a tener que competir por mis atenciones.
Julia se soltó de su brazo.
—Oh, no. Me rindo.
A pesar de las protestas de Nick, aceleró el paso hasta reunirse con Bella, y Clare se detuvo a esperar a su hermano.