Alva lo llevó hasta el sótano. De camino, pasaron por delante de la cocina, donde Solvig dormía profundamente, con la pata ya vendada y haciendo vibrar con su sonoro ronquido todas las ollas de cobre que colgaban de las gruesas vigas. Alva se agachó, sacó una de las pequeñas losas de piedra del suelo y cogió una llave antigua y una linterna de plástico azul de debajo. Volvió a dejar la piedra en su sitio, metió la llave en la cerradura de una puerta más pequeña que estaba frente a la de la cocina y la abrió. La hoja de madera giró sobre las bisagras con un chirrido metálico y se abrió a un agujero negro del que salía un aire frío y con olor a limpio. Agachó la cabeza para entrar.
—Las catacumbas —anunció, y le hizo un gesto a Nick para que la siguiera—. Por favor, cierra la puerta detrás de ti y pasa la llave. —Sujetó la linterna mientras Nick metía la llave en la cerradura—. No la pierdas —le advirtió—. La necesitaremos para volver.
Nick se guardó la llave en el bolsillo, el mismo en el que guardaba la bellota, y siguió a Alva.
—¿Adónde vamos?
—A Soho Square, pero por debajo —dijo ella—. Ya lo verás. —Se dio la vuelta y enfocó la linterna hacia lo que parecían los estantes de una alacena—. Mis encurtidos —dijo, señalando una fila de botes; luego siguió adelante, iluminando con la linterna paredes de piedra, techos abovedados y un suelo de losas.
—¿Quién construyó esto?
—Los romanos. Se prolongó en varias ocasiones durante la Edad Media. Es perfectamente seguro. Mira esto. —Alva levantó el haz de luz de la linterna y Nick vio que el estante de piedra que recorría todo el pasillo, casi tocando el techo, estaba lleno de huesos cuidadosamente colocados formando pilas, cada una de ellas rematada por una calavera que les sonreía desde las alturas—. Tomamos estas catacumbas en 1320, pero no nos pareció bien retirar los huesos, así que están por todas partes.
—Tétrico.
—De hecho, algunos de ellos son ofan. Gente que quería quedarse aquí. Personalmente, yo prefiero un ataúd de cristal como el de la Bella Durmiente.
—Eso es más tétrico aún.
—Ya sabes lo que dicen, que para gustos…
Alva bajó la linterna hacia el suelo y siguió avanzando.
Unos metros más adelante, empezaron a encontrar estanterías de madera en la parte baja de las paredes, repletas de libros encuadernados en cuero y pergaminos enrollados, la mayoría en bastante mal estado.
—Calaveras y libros —dijo Nick—. Precioso.
—Miradas limpias, corazones llenos.
—Estás enferma.
—Posiblemente.
Alva se detuvo y enfocó la linterna hacia otra puerta. Era enorme y describía un círculo perfecto. Parecía hecha con el corte transversal de un árbol enorme y, de hecho, podían verse los anillos concéntricos, cientos de ellos, cada vez más pequeños. Del centro colgaba una aldaba grande y negra con el esmalte pulido hasta el metal allí donde generaciones de manos la habían sujetado.
Alva llamó tres veces, pero no pasó nada.
—Maldita sea. —Volvió a llamar, pero esta vez más fuerte. Nada—. Peter debería estar de servicio —dijo—. Seguro que se ha ido por ahí a gorronear cigarros o a aburrir al primero que encuentre con su última obsesión. La muy…
—¿Peter es una mujer?
—Esperemos que lo sea algún día —respondió Alva—. Tiene quince años, que en su caso son como nueve.
Levantó la aldaba una tercera vez y llamó repetidamente durante al menos treinta segundos.
Por fin oyeron un ruido al otro lado, el sonido de un madero siendo retirado a un lado de la puerta, seguido de una retahíla de palabrotas y maldiciones, tras lo cual la puerta se abrió en silencio.
Al otro lado había una mujer asiática, vestida con vaqueros y un jersey de lana roído. Tenía un puño apoyado en la cadera y con la otra mano sujetaba una lámpara de queroseno.
—Hola, Archana —la saludó Alva—. Soy yo. Siento molestarte.
Archana se dio la vuelta sin decir ni una sola palabra y regresó por donde había llegado.
—Está enfadada con Peter, no con nosotros —dijo Alva alegremente—. ¿Me ayudas a cerrar esto?
Nick cogió el madero y lo colocó de nuevo a lo largo de la puerta.
—No es tecnología punta, precisamente —dijo, recordando la puerta de metal que protegía la sala en la que se habían reunido en casa de Bertrand Penture—. El Gremio tiene un sistema mucho más moderno para mantener fuera a los intrusos.
—Sí, bueno, les gusta sentirse importantes. Vamos, sígueme.
A partir de allí, el pasillo describía una pendiente descendente. Las paredes estaban forradas de estanterías hasta la altura del pecho y luego de armarios con las puertas de cristal; por encima, todavía podían verse las pilas de huesos. Las estanterías y los armarios estaban a reventar de libros y papeles, intercalados con instrumentos musicales, relojes oxidados, juguetes, pilas de marcos de fotos vacíos, botellas polvorientas, espadas, una tetera y de vez en cuando algún fémur extraviado. De pronto, el pasillo se bifurcó, primero a la izquierda, desviación que Alva ignoró, y luego a la derecha. Alva accionó un interruptor y se encendieron ocho o diez bombillas eléctricas.
—¿Electricidad? ¿Cómo es posible?
—Un generador —respondió Alva, y apagó la linterna—. No es muy potente y solo puede alimentar unas cuantas bombillas a la vez, así que confiemos en que nadie encienda nada más o nos quedaremos a oscuras. —Aquel pasillo era como los demás, abovedado y lleno de estanterías y armarios desordenados, pero esta vez también había puertas, cinco a cada lado, de madera y no muy altas—. Son nuestros despachos —explicó Alva—. Todos los que están asignados a esta época tienen uno. El mío es el tercero de la derecha, pero apenas lo uso. De hecho, está lleno de cosas de Peter y seguramente le dejaré que se lo quede.
—¿Solo sois diez?
—Sí, más o menos. Otros van y vienen. No podemos mantener a más de diez personas en esta localización, pero esperamos poder expandirnos. Le hemos echado el ojo a un par de propiedades… —Alva se acercó al interruptor para apagar las luces, pero antes de que pudiera tocarlo, saltaron con un sonoro «pop»—. Mierda. —Encendió otra vez la linterna—. Yo ni siquiera estoy a favor del generador. Es el proyecto mimado de Archana, pero es curioso cómo acabas usando las cosas solo porque están ahí.
A Nick la cabeza empezaba a darle vueltas.
—¿Qué es este lugar? ¿Qué hacéis aquí?
Alva sujetó la linterna debajo de su barbilla, convirtiendo su hermoso rostro en una parodia de sí mismo.
—Destruir el futuro —respondió con una voz de ultratumba—. ¡Destruirlo para siempre!
—Ya —dijo Nick—, eso es lo que me dijeron.
—Seguro que sí. Ven conmigo. —Alva se alejó a toda prisa como el Conejo Blanco de Alicia en el País de las Maravillas, pasando junto a las omnipresentes estanterías—. Todo esto son bibliotecas —explicó, señalando con la mano hacia una serie de pequeñas puertas de madera que se abrían a la derecha.
—¿Bibliotecas? Y entonces ¿qué son los libros de los pasillos?
—Excedentes. Está todo bastante desorganizado, la verdad, incluso las bibliotecas. Hace un par de generaciones que no tenemos archivista. Ah. —Señaló hacia una puerta por debajo de la cual asomaba un hilo de luz—. Eso es el laboratorio de Archana —dijo—. Si estuviera de mejor humor, te la presentaría, pero ahora mismo no creo que sea muy buena idea.
—¿Cómo puede soportar trabajar en un agujero en el suelo?
—¡No des por hecho que es un agujero solo porque esté bajo tierra, sea húmedo y haga más frío que en una tumba! El laboratorio de Archana es cálido y está lleno de luz.
—Vale, pero… se supone que esto es un cementerio. Es lo único que digo.
—¡Tecnicismos!
Siguieron avanzando.
—Muy bien, ya hemos llegado. El teletransportador. —Alva tocó la manilla de una puerta cuadrada—. Alguien lo bautizó así porque es por aquí por donde entramos y salimos de otras épocas de la historia. Ya sabes, como en Star Wars. «Teletranspórtenos, Scotty».
—Eso es de Star Trek, no de Star Wars.
—Ah, ¿no son lo mismo? Parece que alguien estuvo viendo mucho la tele en Chile.
—Era prácticamente lo único que nos dejaban hacer.
Alva suspiró.
—Qué suerte. Adoro la televisión, pero yo salté a 1790. Era analfabeta, solo hablaba sueco y lo único que sabía hacer era acarrear agua, plantar remolachas y rezar. El Gremio me encerró en un castillo horrible en Escocia con una pelirroja de Azerbaiyán y un maníaco sexual de Alsacia-Lorena. Aprendí a leer con el New England Primer, que serviría para volver loco a cualquiera, y luego seguí con un curso avanzado de David Hume… Pero dejémoslo aquí. —Abrió la puerta del teletransportador—. Bonito, ¿verdad?
Nick entró en la estancia.
—Pero ¡si es un pub!
Y lo era. A primera vista, era como la perfecta posada de pueblo de su época. Acogedora, con techos bajos y vigas al descubierto, las chimeneas siempre encendidas y sillones grandes y confortables junto al fuego. También había sólidas mesas de roble para comer y velas repartidas por toda la sala. Sin embargo, una segunda mirada revelaba una máquina de pinball en una esquina, una diana para dardos en la pared y una repisa de la chimenea repleta de novelas de bolsillo con una calavera haciendo equilibrios encima. En otra esquina, un gramófono abría su enorme boca roja hacia la sala, y junto a la barra, apoyado contra la pared, descansaba un piano vertical de color amarillo con un extraño símbolo dibujado sobre las teclas: una rueda con muchos radios y rodeada de ojos. Sobre el piano, una tuba y un trombón, y sobre la banqueta, un banjo. Un poco más a la derecha, colgaba del techo una bola de discoteca.
Nick giró sobre sí mismo, tratando de captar todos los detalles.
—¿Cuál es la idea?
Alva se apoyó en el quicio de la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho.
—Aquí es donde nos reunimos casi todas las noches. Los ofan que están aquí de visita y los que vivimos aquí permanentemente. Pasamos el rato, bebemos, hablamos, tocamos juntos, bailamos… Nos peleamos, reímos, nos enamoramos, rompemos… Discutimos sobre quiénes eran los ofan y quiénes somos nosotros y qué deberíamos intentar ser. Es un lugar de comunidad, supongo. Lleva aquí desde siempre y está tan cargado de sentimientos, posee un sentido tan fuerte de pertenencia y de propósito, un flujo constante de sentimientos en todas las direcciones, que es muy fácil saltar hasta aquí. La gente viene y se va desde aquí con la misma facilidad con la que se sientan o se levantan del taburete de un bar. Y para los que nos reunimos aquí todas las tardes, bueno, sabemos que estamos alimentando la atmósfera, asegurándonos de que no desaparezca. —Miró a Nick y sonrió—. ¿Te parece que tiene sentido?
Nick asintió.
—Lo tiene. Casi puedo sentirlo.
Alva le puso una mano en el brazo.
—No, todavía no. Pero… —Entró en la estancia—. ¿Te apetece una cerveza? Ya sé que aún es pronto…
Otra cerveza matutina con otra poderosa viajera del tiempo que estaba a punto de zarandear los cimientos de su realidad. Nick abrió las manos.
—¿Cómo podría decir que no?
Alva entró en la barra y sirvió dos jarras de cerveza, una para cada uno. Nick pasó una pierna por encima de un taburete y la observó.
—¿Adónde va el humo de las chimeneas? No recuerdo que haya salidas de humo en Soho Square.
Alva le pasó una de las jarras.
—Ya no estamos debajo de la plaza. Las catacumbas se extienden por las calles colindantes. Estas chimeneas están conectadas con una casa de la superficie. —Tomó un trago de su jarra. Detrás del bar, con las gafas sobre la nariz y la cofia escurriéndose lentamente de lo alto de su cabeza, parecía cada vez menos real, pensó Nick, y más una criatura salida de un sueño. Solo le faltaban los bigotes de gato o las alas—. ¿Qué es el Gremio? —preguntó, y lo hizo como si no supiera qué era, como si fuese una niña inocente.
—¿Es una pregunta retórica?
Nick rodeó la jarra con la mano. No era de plata, pensó, sino de peltre. Esperaba que fuera peltre del siglo XXI y que los ofan estuvieran al corriente del peligro de intoxicación por plomo. Se llevó la jarra a los labios, bebió y disfrutó de la suavidad de la aleación contra los dientes y de cómo afectaba al sabor de la cerveza, cómo la suavizaba. Más sensaciones que había olvidado.
Alva puso los codos en la barra, cruzó los dedos creando una especie de cuna y apoyó la barbilla en ella.
—Estoy esperando una respuesta.
—El Gremio es una organización —respondió Nick—. Una corporación. Un gobierno.
—Sí… es todas esas cosas. Pero ¿qué más?
—Alice Gacoki… es la regidora en el siglo XXI…
—Ya sé quién es.
—Dice que el Gremio se está preparando para entrar en guerra con los ofan, así que supongo que el Gremio también es un ejército.
—En guerra… —Alva suspiró y toda la magia desapareció de su rostro. De pronto, volvía a ser lo que era en realidad: una mujer con preocupaciones y frustraciones—. ¿Utilizó la palabra guerra?
—Sí.
—¡A veces Alice puede estar tan ciega!
—Ella dice lo mismo de ti, ¿sabes? Y todos ellos parecían estar de acuerdo con lo de la guerra. Penture y Ahn y Arkady y la inspectora de sanidad…
—¿La qué?
Nick alzó una mano.
—Mejor no quieras saberlo.
—Por la cara que pones, ¡estoy segura de no querer saberlo!
—Se llama Marjory Northway.
Alva frunció la nariz como si hubiera olido algo podrido.
—Es una auténtica… da igual. Digamos que no es lo suficientemente cálida para ser lo que estaba a punto de llamarla.
Nick arqueó las cejas.
—Vaya, eso es que no te cae bien.
—Decir que no me cae bien es quedarse corto. Me sorprende que a ti sí te guste.
—No me gusta.
—Pero te acostaste con ella.
—Oh, Dios mío. —Nick empujó el taburete hacia atrás y se puso de pie—. ¿Tú también lo sabes?
Alva aplaudió y se echó a reír.
—¡No lo sabía! ¡Lo he adivinado! ¡Y tú has caído en mi trampa!
—Estás loca. Todos lo estáis. Gremio, ofan… completamente chalados.
Nick bebió un trago.
—Sí, puede ser, pero estamos locos de formas diferentes. ¿Nos sentamos?
Se subió las gafas por el puente de la nariz, cogió su jarra, salió de detrás de la barra y se sentó a una de las mesas.
Nick hizo lo propio al otro lado de la mesa. Su superficie era de roble y las vetas de la madera brillaban bajo la luz de las velas. El fuego de las chimeneas envolvió a Nick; podía sentir las corrientes y los remolinos del tiempo a su alrededor, delicados, sugerentes.
—Me gusta el sitio —dijo Nick, estirando las piernas por debajo de la mesa—. Si esto es una locura, es una muy agradable.
—Sí, y queremos que siga así. Al menos antes sí se mantenía. Antes de que todo cambiara. —Apoyó los codos en la mesa y se inclinó hacia él—. ¿Te lo han contado?
—¿Lo de la Empalizada?
—Sí. La Empalizada, el talismán… Todo.
Nick entrelazó los dedos detrás de la cabeza y se recostó en su silla.
—Dudo mucho que me lo hayan contado todo, Alva. El Gremio es muy quisquilloso en cuanto a la información, pero sí, cuando dices «Empalizada» y «talismán», sé a qué te estás refiriendo. Se supone que debería sacarte qué es el talismán y dónde está. Quizá lo guardas en el canesú con las gafas.
Alva le dedicó su sonrisa más superficial, pero se marchitó enseguida.
—No tengo demasiada fe en que un objeto mágico nos salve de la Empalizada. Pero nos estamos adelantando a los acontecimientos. Estabas respondiendo mi pregunta. Creo que has dicho que el Gremio es una empresa, un gobierno… Y según Alice y compañía, ahora también es un ejército.
—¿El Gremio nunca ha ido a la guerra hasta ahora? ¿Nunca ha habido un gran enfrentamiento Gremio-ofan?
Alva respondió que no con la cabeza.
—No, nunca. No éramos enemigos exactamente. Más bien rivales. A veces incluso rivales de esos que se caen bien.
—¿Enemigos que se caen bien? Pero si Arkady os odia. Y cuando digo que os odia, quiero decir que os odia hasta la médula. Dice que los ofan mataron a su hija.
Alva se estremeció.
—Oh, Nick —dijo—. Tú no lo entiendes porque te has unido a nosotros… tarde. Después de la muerte de Eréndira. Después de que el futuro se plegara sobre sí mismo y la Empalizada empezara a retroceder hacia nosotros. —Se apretó el puente de la nariz con el pulgar y el índice y cerró los ojos—. Ahora todo es diferente. Antes, el Gremio era el Gremio y los ofan éramos los ofan. Nosotros experimentábamos con nuestros poderes, ellos insistían en que ya sabíamos suficiente. Nosotros buscábamos conocimiento, ellos estabilidad. Nosotros éramos pequeños, ellos grandes. Nosotros éramos modernos, ellos estaban anticuados. Bla, bla, bla. Nos disgustábamos mutuamente, pero con cordialidad. Ahora, sin embargo…
Bajó la mano y las gafas volvieron a su sitio. Sus ojos se encontraron. Miró a Nick y por un momento parecía perdida y desamparada, la mujer que vivía al borde del tiempo.
—Di —le pidió Nick a Alva—, ¿y ahora?
—Es difícil saber qué quiere decir «ahora» cuando la Empalizada se acerca día tras día. Supongo que quiero decir que ahora las líneas de combate están más definidas y recorren el río de arriba abajo. Los rumores vuelan: que si la Empalizada es culpa de los ofan, que si existe un talismán que podría salvarnos, que si los ofan nos escondemos… Todos estamos desesperados y la desesperación es mala consejera. El Gremio se está armando contra nosotros como si la culpa de lo que está pasando fuera nuestra. ¡Estúpidos! Luchar contra nosotros no detendrá la Empalizada.
Apretó los labios, luchando contra sus propias emociones.
—¿Cómo sabes que la culpa no es de los ofan?
—¡Nadie sabe de quién es la culpa! Quizá sea nuestra. Puede que nuestros experimentos hayan alterado algo. Lo dudo, pero no lo puedo afirmar con rotundidad. Sin embargo, esa no es la cuestión. Si la Empalizada la provocamos nosotros, no sabemos cómo ni cuándo. Matarnos no serviría de nada. La Empalizada seguiría avanzando.
—Pero Eréndira…
—Murió más allá de la Empalizada. Estaba intentando atravesarla, tratando de aprender la técnica. La Empalizada no es culpa de Eréndira. —Alva se mordió el labio y se le escaparon las lágrimas—. Aunque sí la mató. Y ahora el Gremio está dispuesto a declararnos la guerra, dicen que para salvar el mundo, pero en realidad lo hacen por Arkady, por su dolor. Es venganza, pura y dura.
—Seguro que no —dijo Nick—. La guerra es un asunto muy serio.
—Sí, pero también es un negocio. El Gremio siempre se ha aprovechado de la guerra. —La voz de Alva estaba cargada de amargura—. Y ahora ellos hacen el trabajo directamente.
—Me he perdido, Alva. ¿El Gremio prospera gracias a la guerra?
—¡Por supuesto! Si existen es gracias a las guerras de los Naturales, guerras de conquista. El Gremio patrocina esas guerras y luego recoge lo que ha sembrado. Además, ¿cómo saber qué fue antes? ¿Los ejércitos o el Gremio?
—¿De qué demonios estás hablando?
Alva resopló. A la luz de la chimenea, sus ojos despedían una intensidad luminosa.
—De acuerdo, lo siento. Volvamos a empezar —dijo, y extendió las manos—. Siempre decimos que el tiempo es un río. Lo describimos con esas palabras tan a menudo que tendemos a olvidar que es solo una metáfora. Pero ¿qué otra cosa, además de un río, se dice que fluye?
—¿El pelo?
Los ojos violeta de Alva parpadearon, una sola vez.
Y, de pronto, Nick lo supo. Era esa sensación, cuando uno empieza a comprender algo, cuando sabe que la burbuja está a punto de estallar y que en cuestión de segundos verá el mundo de una forma totalmente distinta a como lo ve ahora.
—El dinero —dijo lentamente—. El dinero fluye.
Alva asintió.
—El Gremio es… ¿un banco?
—Sí. Comercia en futuros. De hecho, aquí el plural está mal usado. Comercia con futuro. Con el futuro. Uno, singular e inalterable.
—Vale —dijo Nick, visiblemente emocionado—. ¡Ya lo entiendo! El Gremio especula con la incertidumbre de los mercados futuros. Fondos de inversión.
—Sí.
—Pero no necesitan especular, ¿verdad? Pueden invertir sobre seguro porque conocen el futuro.
—Exacto.
—Y por eso el pasado debe permanecer inalterable, para que el futuro también permanezca inalterable. Creía que eran ricos porque conocían el pasado, pero es porque conocen el futuro. ¡Saben todo lo que va a pasar hasta el fin de los días!
—Pero ahora el fin de los días ha cambiado —dijo Alva, con un tono de voz muy suave—. ¿Entiendes, Nick, por qué están desesperados? ¿Por qué estamos desesperados? El fin ha girado sobre sí mismo y ahora se dirige hacia el principio.
Nick miró a Alva y ella le devolvió la mirada. La expresión de su rostro era tan plácida que parecía que estuvieran hablando del tiempo. Por primera vez, Nick se paró a pensar qué era realmente la Empalizada y qué significaba. Se cogió a la mesa medio segundo antes de que el pánico cayera sobre él con toda su fuerza, pánico en forma de río, gélido y profundo, que le estaba llenando de agua los pulmones, los ojos…
—¡Nick!
Alguien estaba gritando su nombre.
—¡Nick!
Sintió un cosquilleo en la cara, como el ala de una mariposa. Y luego un dolor agudo parecido al aguijonazo de una avispa.
Se llevó la mano a la mejilla y oyó una risa. Abrió los ojos. Se encontraba en el suelo del pub y Alva estaba inclinada encima de él.
—¿Qué ha pasado?
—He tenido que darte un tortazo, igual que tuve que darle un tortazo a Henry —dijo ella, sonriendo.
Nick se levantó y se dejó caer de nuevo en la silla.
—Estoy empeorando —se lamentó con la cabeza apoyada en las manos—. Cuanto más consciente soy del río, más me arrastran sus aguas. Estaba pensando en la Empalizada y…
Alva le puso una mano en el hombro.
—Eso es porque no estás entrenado —le dijo—. Te han mandado al pasado sin entrenamiento y esperan que estés a salvo. Es como si te montas en un avión y en pleno vuelo el piloto te pasa el control del aparato y te dice que debes aterrizar.
Nick gruñó.
—Pues entréname, por el amor de Dios. Estoy en forma, no soy tonto del todo, soy un soldado… ¡Entréname!
—El entrenamiento puede durar meses, Nick. Tienes que aprender a saltar y hacerlo con seguridad…
—Sí, sí, lo sé. Ya me lo han dicho. Se necesita mucho tiempo. Pero tiene que haber algo que pueda hacer para evitar perder el control cada vez que pienso en el río.
Alva se sentó al otro lado de la mesa.
—Cuando te pasa, ¿qué sientes?
—Que el tiempo me atraviesa como una estampida, como una ráfaga de viento o como… bueno, como un río. Y yo soy un pequeño bote, o una hoja, sujeto por un hilo…
Se dio cuenta de que tenía la mano en el bolsillo y sacó la bellota.
—¿Qué es eso?
Nick cerró la mano. No quería que ella la viera.
—Una bellota. —Alva respondió su propia pregunta—. El fruto de la tierra sin cercar.
—¿Perdón?
—Es el significado de la palabra bellota, al menos en inglés. «El fruto de la tierra sin cercar» —explicó Alva, con una sonrisa en los labios.
Nick apretó la bellota con fuerza y respiró hondo.
—Estoy enamorado —dijo.
Alva abrió los ojos como platos, pero no dijo nada.
—Y esta bellota… es… me recuerda ese amor. —Se sentía mejor ahora que por fin se lo había confesado a alguien—. No sé por qué, pero es así. —De pronto, se sentía más tranquilo. El silbido en los oídos había desaparecido. Miró a Alva y sonrió—. Ya lo sabes. Ese es mi secreto. Tú tienes la Empalizada y el talismán y los viajes en el tiempo y estas catacumbas. Yo tengo una bellota.
Alva asintió.
—Entiendo.
Bebió de su jarra y Nick hizo lo propio de la suya. Era un momento de… camaradería.
—¿Te puedo preguntar una cosa? —dijo Alva, tras unos segundos en silencio—. Esa bellota, ¿es de aquí? Quiero decir, ¿es de 1815? ¿O del siglo XXI?
—Sí, es de ahora.
Alva se mordió los carrillos.
—Me pregunto… —Golpeó la mesa con la punta del dedo índice—. Creo que esa bellota podría ser tu salvación. No puedo enseñarte a saltar en un solo día, pero quizá sí puedo enseñarte a echar el ancla en esta época. ¿Confías en mí?
—Por supuesto.
Alva sonrió.
—Lo dices muy convencido; tú, que se supone que vas a traicionarme.
—Creo que ya sabes que soy…
De pronto, guardó silencio.
—¿Que eres un ofan?
Nick frunció el ceño. No sabía si aquello era lo que iba a decir. Alva negó con la cabeza.
—No, da igual. No necesito que me jures lealtad. —Se puso de pie—. Venga, levántate. Quiero probar algo.
Nick hizo lo que le pedía.
Alva lo cogió de las manos.
—¿Vamos a saltar? Esto es lo que hizo Arkady cuando…
—No te preocupes. Estás en el teletransportador. Como mucho, saltarás a algún bar ofan del siglo XV y ellos te mandarán aquí de vuelta. Creo que podría funcionar. Voy a empezar a saltar contigo, pero te soltaré justo cuando entremos en el río. Cuando eso pase, quiero que pienses en la bellota. Úsala para quedarte aquí, para resistirte a la fuerza del río. No quiero que la toques; este es un ejercicio mental, Nick, no sobre la bellota en sí misma. —Le apretó los dedos—. ¿Preparado?
—¡No! ¿Qué vas a hacer?
Pero ya lo estaba haciendo. Saltar con Alva no se parecía en nada a saltar con Arkady. Con él, la sensación estaba localizada en la barriga, pero con Alva estaba claramente en la cabeza. Vértigo… se estaba precipitando al vacío, sus pensamientos volaban lejos… y entonces Alva le soltó las manos y Nick sintió que se perdía, que se alejaba por un túnel largo y oscuro…
La bellota. Le había dicho que pensara en la bellota… que no la cogiera. Hazlo con la mente. Hazlo con la mente. Imaginó la bellota, su superficie marrón brillante, la rugosidad de la caperuza… Julia. Los ojos negros de Julia. La suave mano de Julia sobre su mejilla, los besos, dulces y urgentes…
Cuando abrió los ojos, todavía estaba en el pub y se sentía fuerte, muy vivo, con los pies firmemente plantados en el suelo. Alva le sonreía. Nada había cambiado.
—¿Lo ves? —dijo—. La bellota te mantendrá aquí. Es lo único que tienes que hacer la próxima vez que te pase.
—¿Piensas que es posible parar la Empalizada?
Nick estaba detrás de la barra lavando las jarras en una palangana con agua y jabón. Alva estaba sentada delante de él, comiéndose un paquete de patatas fritas con sabor a cordero y menta que había sacado de un cajón. Las había descrito como «de las malas de verdad, de los ochenta».
—No —respondió ella—, no lo pienso, lo creo. Pero las creencias son más frágiles que los pensamientos. Creo que la Empalizada puede ser revertida, pero quizá me equivoco.
—No puedes equivocarte —dijo Nick, con la voz ronca—. Seguro que hay esperanza.
Puso las dos jarras boca abajo encima de un trapo de lino y apoyó ambas manos en la barra con los codos doblados.
—Eso espero, pero mis creencias se basan únicamente en la naturaleza humana.
—Entonces estamos condenados. —Nick cogió una patata de la bolsa y se la metió en la boca—. Los humanos somos la escoria de la tierra.
Alva inclinó la cabeza a un lado.
—Puede ser —dijo—, pero existimos y, por tanto, tenemos que intentar hacer el bien y no el mal. —Abrió la bolsa plateada por un lateral para que fuese más fácil coger las patatas—. Tenemos talentos, desde el oído perfecto a la excelencia en las artes o la genialidad para las ciencias. Normalmente decimos que esas habilidades son regalos de Dios. Entonces ¿por qué el Gremio se cree con derecho a decirte que ese don que posees, esa capacidad para manipular el tiempo que compartes con una pequeña fracción de tus semejantes, es demasiado peligrosa para que la utilices? Al fin y al cabo, si no pudiéramos utilizarla, no existiría.
—Quizá es una maldición. Hay gente capaz de hacer cosas terribles y hacerlas muy bien, y por ello no los animamos a que sigan.
Alva puso los ojos en blanco y se metió una patata en la boca.
—Por favor. Tú sabes que nuestro don no tiene nada que ver con ser un psicópata. Si hay algo que nos une a los ofan, que nos define, es que queremos saber más sobre nuestras habilidades. Ahora que se acerca la Empalizada, creemos que podrían usarse para ayudar, pero el Gremio está destruyendo lentamente todas las posibilidades con su cuento sobre proteger el río. Declararnos la guerra, por el amor de Dios, sería como declararle la guerra a la Isla de los Juguetes Perdidos.
Nick se echó a reír.
—Los Juguetes Perdidos se reúnen para salvar la Navidad.
Alva se tocó la nariz con la punta del dedo.
—¡Bingo!
—Estás loca.
—Eso ya lo he admitido antes, pero que sea un poco paranoica no significa que no estén esperando ahí fuera. El dinero y el poder del Gremio… No, permíteme que vaya más allá: la propia existencia del Gremio depende de la guerra y, como fue así como empezaron, ahora son incapaces de imaginar una alternativa que no implique su fin. El omega debe seguir al alfa. El problema es que su fin es el fin de todos. No nos dan ni una oportunidad. ¡Ni siquiera nos dejan saber lo que está pasando!
Nick negó con la cabeza mientras cogía una patata especialmente oscura y crujiente del montón, cada vez más pequeño.
—Creo que estás exagerando, Alva. ¿Qué demonios quiere decir que la existencia del Gremio depende de la guerra?
Se llevó la patata a la boca y la partió en dos. No hay nada como las grasas trans, pensó.
Alva, mientras tanto, lo miraba fijamente, sin dar crédito a lo que acababa de escuchar.
—Seguro que ya lo has descubierto tú solito: la guerra es la máquina de reclutamiento del Gremio.
Nick se tragó la patata y le devolvió la mirada.
—Tonterías. Puede que sea una organización codiciosa y hermética, pero quieren acabar con el sufrimiento. Por eso nos recogen, nos sacan el polvo y nos ponen a aprender finés medieval…
Alva alzó las manos al cielo.
—Vamos, Nick, usa la cabeza. Tú mismo saltaste desde una batalla. Yo también. Mi pueblo estaba siendo saqueado y yo… Bueno, no importa. —Se quedó callada un instante, haciendo una hilera de patatas encima de la barra. Cuando levantó la mirada, habló con una certidumbre sosegada—. ¿Qué es el Gremio sin sus cientos de trabajadores, Nick? ¿Sin los zánganos que lo hacen funcionar? Nueve de cada diez saltamos desde una guerra, ¿lo sabías? —Cogió una patata de la hilera, la aplastó entre los dedos y dejó que los trozos cayeran sobre la mesa—. La guerra afecta a nuestra conexión con el tiempo natural. —Rompió otra patata—. Nos hace saltar como peces en el río. Y el Gremio nos espera con las redes preparadas. Se quedan con algunos de nosotros, al resto los devuelven al río.
—¿Qué demonios quieres decir con eso? Recogen a todos los que encuentran.
—¡Oh, no, por supuesto que no! —Alva se quitó los restos de patata de los dedos—. Piensa en Chile. ¿Quiénes eran tus compañeros? —Se llevó los dedos a la boca y chupó la sal y el aceite—. ¿Recuerdas a algún loco? ¿Algún homicida? —Se metió el pulgar en la boca y le dio el mismo trato que al resto de los dedos—. ¿Algún inválido? ¿Algún tullido?
—No.
—Exacto. Y eso solo con los filtros más evidentes. Hay muchos más. La guerra traumatiza a la gente y el Gremio necesita que sus miembros estén asustados, pero no rotos. Ni que puedan llegar a romperse. El miembro modélico nunca es un artista ni un ermitaño ni un visionario con tendencia a la soledad; el Gremio quiere gente que juegue en equipo. Y tampoco son, al menos no en general, ministros o capitanes de barco; tampoco quiere líderes ni gente con aspiraciones. Echan las redes en busca de trabajadores, seguidores, burgueses. Gente que quiera asentarse y rehacer su vida lo mejor que pueda.
—Supongo que eso me describe a mí. —Nick cogió un trapo y empezó a limpiar la barra—. Pero en Chile tenía dos amigos… Uno era un genio. Tenía un don para los idiomas, lo más increíble que haya visto en mi vida. Y no era del tipo obediente. La otra persona tampoco.
—Ah, pero también echan el anzuelo en busca de otra clase de peces. —Se inclinó sobre la barra y tocó el anillo de Nick—. Peces como tú. Hombres y mujeres que fueron poderosos en su época, bien porque nacieron para serlo o bien porque poseen una belleza extravagante o una personalidad arrolladora o un genio fuera de lo normal. Tú, por ejemplo, eres marqués, lo cual implica poder. Eso es lo que vieron en ti cuando saltaste.
—También belleza y genio, seguro.
Alva inclinó la cabeza.
—Por supuesto, milord.
—¿Y los que no pasan el listón? ¿Se convierten en ofan?
—No, no necesariamente. —Alva torció los labios en una sonrisa un tanto culpable—. No somos salvadores. Solo somos un refugio para aquellos que logran encontrarnos. Como mínimo, nuestros miembros tienen acceso a un buen pub.
Nick no pudo reírse al escuchar aquello. ¿Cómo sería saltar… a la nada? ¿Ser considerado demasiado raro o demasiado apasionado para entrar en el Gremio? ¿Y no encontrar nunca a los ofan?
Alva apoyó la barbilla en las manos y observó a Nick.
—Nos estás juzgando —le dijo.
—Lo siento por los demás —comentó Nick.
—El mundo es un lugar cruel. Y los ofan somos egoístas. No somos una organización secreta, pero tampoco nos anunciamos. Si nos encuentras, te puedes unir a nosotros. Enseñamos a cualquiera que nos lo pida, igual que yo te estoy enseñando algo a ti. Y respondemos cualquier pregunta. Pero tienes que encontrarnos y preguntar. —Se encogió de hombros—. Al menos, no somos caníbales alimentándonos de la destrucción del mundo.
—¿Y el Gremio sí? —Nick colgó las dos jarras ya secas en los ganchos que había sobre la barra—. Dices que usan la guerra para reclutar. ¿No podría ser que eso que tú llamas «reclutar» ellos lo vean como una forma de salvar a gente como yo de los horrores de los conflictos entre los Naturales?
—Sí, eso es lo que ellos creen. Y seguro que también te han dicho que el Gremio es una organización con presencia en todas las épocas. Pero eso no es cierto, Nick. Antes has dicho que el Gremio es un banco y tenías razón. ¿Todas las culturas del planeta tienen o han tenido bancos? ¿En todas las épocas? No. Sigue el dinero, sigue la economía mercantil, sigue el flujo… y encontrarás al Gremio. ¿No hay dinero, no hay economía de mercado? Tampoco hay viajes en el tiempo ni Gremio. Así de sencillo.
—¿Y?
Alva golpeó la barra con las manos y sus ojos se encendieron como las luces negras de una discoteca.
—¡Es evidente! ¿Cómo se crean los mercados? ¡Con ejércitos! ¡Pon un ejército en movimiento y verás que fluye el dinero! Haz que se traslade y podrás ver una economía incipiente florecer a su paso, porque los ejércitos tienen que comer, Nick. Los ejércitos cobran. Convierte a tus granjeros en soldados y luego en consumidores. Ahora imagínatelo a lo grande. Imagina el mundo en guerra a través del tiempo y del espacio. Mueve tus ejércitos y tu dinero cada vez más lejos, más rápido, más profundamente… Antes de que te des cuenta, ya tienes un río. En ese río lo que fluye no es agua, Nick, ni amor. ¡Lo que fluye es sangre y dinero!
Nick bajó la mirada hacia la bolsa de patatas vacía, la cogió e hizo una bola con ella. Las guerras no podían ser culpa del Gremio, ni las guerras ni el dinero. Sin Gremio, las alcantarillas de las ciudades no rebosarían amabilidad entre iguales. Sin dinero, la gente no se echaría a las calles a cantar el «Cumbayá». Sin guerras, el dinero no se convertiría en papel sin valor alguno. Suspiró y buscó un cubo de basura. No encontró ninguno, así que miró a Alva.
—¿Qué hacéis con el concepto anacrónico de basura?
—Déjalo por ahí. Gordon es el camarero. Él se ocupará.
Nick abrió la mano y la bolsa se abrió con un leve crujido. Cogió un trapo y se limpió el aceite de los dedos. El silencio duraba ya demasiado, tanto que se había convertido en algo incómodo.
—Siento haberme dejado llevar. Mi amante… —Alva hizo una pausa—. Ignatz Vogelstein, que murió hace poco, solía darme cuerda solo para ver cómo me aceleraba.
—No pasa nada —dijo Nick.
—No. Todo esto es demasiado para ti solo. —Bajó la mirada hasta sus dedos, largos y desnudos—. Ahora mismo estarás eliminando a los ofan de tu lista de teóricos de la conspiración. Y quizá sí lo somos. ¿Quién sabe? La cuestión es que, tenga o no razón sobre el pasado del Gremio, todos estamos de acuerdo en que el futuro, la Empalizada, es inaceptable.
—Sí —dijo Nick—, tienes razón. Y soy un adulto, no tienes que protegerme de tu versión de la verdad.
—Es solo que el plan del Gremio, que consiste en seguir haciendo lo mismo de siempre, con la distracción añadida de matar ofan, no nos va a salvar de la Empalizada. Quizá sí existe un talismán. Tal vez podamos encontrarlo y usarlo. Creo que es más probable que tengamos que seguir los pasos de Eréndira y arriesgarlo todo para encontrar el cambio que necesitamos… y que incluso así es posible que fracasemos.
Nick miró a la mujer hermosa y contradictoria que tenía delante. Puta, filósofa, reina. Cuando aceptó la invitación para tomarse una cerveza con ella, ya se imaginaba que acabaría hecho un lío, pero lo que no sabía era que todo su mundo acabaría reducido a un montón de añicos en aquel extraño simulacro de pub.
—Por los clavos de Cristo —dijo.
—Sí. El señor de los clavos lo comprendió y no fue el único. Mucha gente es capaz de ver el bosque más allá de los árboles, tanto Naturales como ofan.
—¡No me digas que Jesús era un ofan!
—No te preocupes. —Alice se bajó del taburete—. No creo que se pase por aquí.
Nick se rió, un tanto vacilante. Nick le dedicó una breve sonrisa, que no tardó en desaparecer.
—La situación no podría ser más preocupante —dijo—. El futuro ha cambiado, a pesar de la intervención del Gremio. Están asustados y hacen bien. Su propio futuro, su esclavo dócil y miserable, se ha vuelto contra ellos. Contra todos nosotros.
—Como un tigre acorralado. Esas fueron las palabras que utilizó Ahn.
—Sabe de lo que habla.
Alva se dirigió hacia la puerta, la abrió y, dándose la vuelta, miró fijamente a Nick, que seguía detrás de la barra como un conejo ante los faros de un coche.
—¿Quieres volver conmigo al mundo real o prefieres quedarte y ser el nuevo encargado del pub?
Nick estaba en la escalera de la casa de Soho Square. Solvig iba atada a una correa de cuero y se la iba a llevar a casa con él. A pesar de sus protestas, ahora el enorme animal le pertenecía y además parecía saberlo. Esperaba tranquilamente a su lado, jadeando alegremente, sin apartar la mirada de Nick.
En cuanto a Alva, la intensidad a la que había sucumbido en las catacumbas se había dispersado como la niebla.
—No te preocupes por el fin del mundo —le dijo—. ¡Somos viajeros del tiempo! Remontaremos la corriente con nuestras pequeñas barcas y la volveremos a bajar hasta que consigamos dar con la solución. De momento, a ti y a mí nos toca jugar al marqués y la amante. ¿Volveremos a vernos?
—¿De verdad tenemos que seguir con la farsa? Yo creo que no hace falta.
—Por supuesto que sí. El Gremio debe creer que me has engañado y que estoy encantada contigo. Todos estamos buscando el talismán, ¿recuerdas? ¿Y si lo encontramos tú o yo? Si el Gremio cree que me has conquistado, tendremos muchas más posibilidades de venderles una mentira sobre su localización. Entonces qué, ¿esta noche? ¿Cenamos en algún sitio público?
Nick suspiró.
—De acuerdo.
Alva se echó a reír.
—¡Me recuerdas a Ignatz! Era igual de gruñón.
—¡Lo último que quiero es recordarte a tu amante!
Alva lo miró fijamente, sorprendida, y los ojos se le llenaron de lágrimas. Nick preferiría haberse tragado la lengua. ¿Cómo había podido decir algo tan cruel?
—Oh, Dios mío, lo siento. Solo quería decir… No era mi intención…
—No, tranquilo. Sé lo que querías decir. —Alva se enjugó las lágrimas en silencio con un pañuelo—. Y yo no quería decir que me recordabas a él como amante. Es que… —Inclinó la cabeza hacia un lado—. Le echo de menos. Era un viejo cascarrabias y un vividor empedernido, pero le quería mucho. Era un sabio, un maestro, un gran ofan…
—¿Era un ofan? El Gremio cree que tu amante era un Natural. Un ricachón inglés.
—Son idiotas —respondió Alva, y sonrió—. Y en su idiotez residen nuestras posibilidades de éxito. Antes de que te vayas, tengo que contarte lo único que sé acerca del talismán. La única cosa que el Gremio desconoce. —Le miró directamente a los ojos—. Decidí confiar en ti desde el primer momento, Nick, y no te he pedido que me prometieras nada, pero lo que te voy a explicar… no se lo puedes contar a nadie del Gremio.
Nick miró por encima de la cabeza de Alva, hacia la plaza. ¿Podía confiar en él? Apoyó una mano sobre la cabeza de Solvig y sintió la calidez segura e inocente del animal. Solvig lo había escogido a él a pesar de que no la necesitaba. Ni siquiera la quería. Y los ofan parecían haberlo escogido a él también, por las mismas oscuras razones.
—Lo prometo —dijo, devolviéndole la mirada.
Ella habló con tranquilidad, sin susurrar, sin añadir drama al asunto.
—Cuando cambió el futuro y descubrimos la existencia de la Empalizada, Ignatz y todos los más cercanos a él nos dedicamos al estudio. Éramos trece. Montamos una estación de observación ofan cerca de Cachoeira, en Brasil, e intentamos averiguar todo lo que pudimos sobre la Empalizada. Entonces Eréndira desapareció y no pudimos encontrarla. Cuando Ignatz volvió a Inglaterra y a finales del siglo XVIII, estaba destrozado. Eréndira desapareció, aunque solo para morir. Ignatz llamó a Arkady, que llegó justo a tiempo para abrazarla mientras ella se apagaba. Ignatz estaba desconsolado. Dejó Londres y a la comunidad ofan que había aquí. Se pasó los últimos veinte años de su vida prácticamente solo, enterrado en el campo. Venía a Londres muy de vez en cuando y solo para verme a mí. Los ofan casi se olvidaron de él y el Gremio le perdió el rastro; creían que estaba muerto. Y entonces, hará un mes más o menos, recibí una carta suya. Era críptica hasta la saciedad; me explicaba que se estaba muriendo de una enfermedad que avanzaba rápidamente, pero también me decía que sabía con certeza que el talismán no era solo un rumor. Era demasiado peligroso darme los detalles por carta, decía, pero me pedía que me apresurara a encontrarlo antes que el Gremio. Era todo lo que ponía en la carta. La firmaba sin una señal de cariño, sin un saludo personal. Al día siguiente llegó otra carta, también escrita con la letra de Ignatz pero entregada por un mensajero especial. La abrí, pensando que en ella sí se despediría de mí, pero la página estaba en blanco excepto un símbolo que solo he visto en otro sitio.
—¿Dónde?
—En el diseño del anillo de Eréndira.
—Entonces ¡ese anillo es el talismán! Es la deducción más lógica. ¿Cómo es el anillo?
—Es pequeño, pero intrincado. Es una herencia familiar desde hace generaciones. El símbolo es abstracto; no lo reconocerías a menos que alguien te lo señalara. Es un ojo dentro de un círculo.
—¿La enterraron con él? ¿O se lo dejó a alguien?
—La última vez que vi a Eréndira, mientras se moría, el anillo había desaparecido. Hasta entonces, lo había llevado siempre.
—Entonces lo tiene que tener Arkady. Seguro.
—Ah, pues no lo tiene él, porque lo pidió después de la muerte de Eréndira y se puso furioso cuando nadie supo decirle dónde estaba. Por lo visto, uno de los bisabuelos de Eréndira, que trabajaba el cobre, fue asesinado durante la conquista española y el posterior saqueo del pueblo p’urhépecha. Una de sus hijas salvó este anillo y se lo pasó a su hija, que a su vez se lo pasó a la madre de Eréndira. Esta mujer estaba lo suficientemente descentrada para enamorarse de Arkady Altukhov, tener a Eréndira y dejarle el anillo a su hija. Pero cuando Arkady llegó junto al lecho de muerte de Eréndira, el anillo ya había desaparecido.
—Así pues, debemos encontrar un pequeño anillo de cobre, que no tenemos ni la menor idea de dónde puede estar. De algún modo, mi intervención en la búsqueda es vital, pero no conozco en persona a ni uno solo de los personajes involucrados en toda esta historia. —Nick se echó a reír—. ¿Por dónde demonios se supone que debo empezar? Y ya que estamos, ¿por qué yo? ¿Por qué no estoy aún de vuelta en Vermont, montado en mi camioneta?
Solvig ladró al sentir la ira que desprendía la voz de Nick, que le acarició una oreja mientras fulminaba a Alva con la mirada. Ella se limitó a sonreír.
—Pobre Nick. En realidad, nada de esto te incumbe directamente. Lo importante son tus tierras y tu posición. Arkady te trajo de vuelta a esta época por dos razones que ni siquiera él sabe y que están relacionadas entre sí. Primero, quería que lo ayudaras a acercarse al castillo Dar, donde sabe que está pasando algo extraño. ¿Qué mejor forma que estar ligado a la propiedad vecina? Segundo, se le ocurrió la idea peregrina de que un marqués joven y viril como tú sería capaz de arrancarme todos mis secretos. Fue una idea absurda que yo misma alenté, porque también necesito tu ayuda. Ya ves, Nick, yo también quiero ir al castillo Dar a buscar el talismán. La razón por la que el castillo Dar está tan relacionado con los viajes temporales es porque mi amante, el gran maestro y estudioso ofan, era tu vecino. Para los ofan y para el Gremio su nombre era Ignatz Vogelstein, pero tú lo conoces como Ignatius Percy, difunto conde de Darchester.