29

Ahn sacó lo que parecía ser un tarjetero plateado de un bolsillo oculto y lo dejó sobre la mesa, delante de él.

—Primera imagen —dijo en voz alta.

De pronto, a lo largo y ancho de la mesa, flotando a unos centímetros de su superficie, apareció una imagen tridimensional y en movimiento. Mostraba a todo color la estampa de una ciudad en llamas bajo un cielo cubierto de nubes rojas y negras. En el centro, se levantaban los restos de una cúpula. Era la catedral de San Pablo, reconoció Nick sorprendido, o lo que quedaba de ella.

—Londres, 2145 —explicó Ahn—. En mi época, Nick, el mundo está en crisis. El Gremio está desorganizado y los ofan se han aprovechado de la confusión para aumentar su poder.

Nick silbó.

—¿Y toda esta destrucción la han provocado ellos?

—Segunda imagen. —Una nueva imagen reemplazó el espectro de Londres. Esta vez era el complejo que el Gremio tenía en Santiago de Chile, del que solo quedaban las ruinas—. No —respondió Ahn—. No es cosa de los ofan. La humanidad no ha necesitado ayuda para llegar a este estado.

—Supongo que no me sorprende —dijo Nick, y nadie le llevó la contraria.

—Cerrar imagen —ordenó Ahn, y la imagen del complejo de Santiago desapareció. Ahn se guardó el tarjetero en el bolsillo—. Como quizá ya sabes, el Gremio siempre intenta no interferir en los grandes movimientos de la historia de la humanidad. Lo contrario, de hecho. Los ofan, en cambio, viven obsesionados por sus hermosos sueños. —Ahn juntó las manos por las yemas de los dedos—. En mi época, la devastación ecológica es tal y las guerras por todo el planeta, tan cruentas, que el Gremio ya no puede mantener sus operaciones a escala global. Los ofan lo tienen más fácil para reclutar nuevos miembros entre aquellos que saltan hasta nuestro mundo desolado. Aprovechándose de sus conocimientos del futuro, viajan al pasado para intentar establecer células fuertes en épocas anteriores a la nuestra. Esta en la que nos encontramos, el Londres georgiano, es uno de esos bastiones. Están haciendo todo lo posible para dejar huella aquí y ahora, porque creen que pueden influir en ciertos aspectos de comienzos del siglo XIX que más adelante serán sumamente importantes. Su objetivo es intervenir en la historia del ser humano, mantener la tierra limpia y a salvo; prevenir la devastación ecológica que acabas de ver, y la guerra…

—¿Y por qué se supone que eso es malo?

Ahn dejó que sus dedos se entrelazaran.

—Estaría bien poder volver al pasado y arreglar nuestros errores —respondió—, pedir perdón e intentarlo de nuevo, pero las cosas no funcionan así. Este nuevo horror, esta aberración en el tiempo, tiene que ser consecuencia de las manipulaciones temporales de los ofan en el futuro. Es la única explicación posible. Los ofan han cambiado algo, es imposible saber qué. Podría ser cualquier cosa. Y ahora el futuro, por muy terrible que sea, se está volviendo contra nosotros como un tigre acorralado. Estarás de acuerdo conmigo en que eso es peor que intentar sobrevivir a una época difícil.

Nick levantó la mirada hacia la lámpara de araña con sus velas escondidas, y luego volvió a mirar al regidor del futuro.

—Si no podéis saltar más allá de la Empalizada, ¿cómo sabéis que las cosas siguen yendo mal? ¿Y si es una especie de salvación? Ya sabéis, algo tipo: «La vieja edad del mundo nuevamente comienza, vuelven los años dorados, la tierra como una sierpe renueva…».

—No pensarías eso si lo vieras con tus propios ojos, si sintieras la presión, la tormenta del tiempo avanzando hacia nosotros, las ruinas apilándose unas sobre otras…

—Mi hija —se lamentó Arkady con la voz rota desde el otro lado de la mesa, como si no estuviera escuchando a Ahn—, mi Eréndira…

Ahn miró al conde y se pasó la mano por la cara, visiblemente aliviado por la interrupción.

—Mi Eréndira estaba en Brasil. Formaba parte de un grupo cuya misión era intentar atravesar la Empalizada, descubrir qué hay más allá. Los ofan formaban parte del grupo, estaban ayudando. No sé qué pasó exactamente, pero la perdieron. Había conseguido saltar más allá de la Empalizada, pero ya no pudo volver. Podían sentir que lo intentaba una y otra vez… hasta que perdieron el contacto con ella por completo.

Arkady miró a Nick y sus ojos azules eran como dos agujeros por los que se podía ver a través de su cabeza, con el cielo brillando de fondo.

—Lo siento —dijo Nick.

Arkady no respondió. No estaba escuchándolo. De hecho, ni siquiera estaba en la misma estancia que él.

—La perdieron, así, sin más —insistió, y le temblaba la voz como si fuese un anciano—. Un día, estando en el complejo de Santiago, recibí una llamada. Había aparecido. No en Brasil, sino aquí, en Londres, en 1793. Se estaba muriendo. Cogí el primer vuelo a Londres y salté hacia el pasado. La encontré con los ofan, en una casa en Chelsea. ¡Eran seguidores de ese cobarde de Ignatz Vogelstein! —Escupió el nombre—. ¡Estaba rodeada de ofan, de esa maldita chusma! ¡No con su propio padre! Pero conseguí llegar, a tiempo para darle un último beso, a tiempo para despedirme de ella.

Alice puso una mano sobre el hombro de su marido, pero él se la quitó de encima.

—No podía hablar. Solo pude sujetarla entre los brazos. Se murió en mis brazos, Nick. Su hermoso cabello se había vuelto blanco, como el mío. Seguía teniendo la cara de una mujer joven, pero con el pelo blanco. ¡Y los ojos! Nunca había visto una desesperación como aquella. Y en los ojos de mi propia hija…

Rompió a llorar, con la cara levantada para que todos pudieran ver las lágrimas. Sus enormes manos, abiertas sobre la mesa, temblaban como las de un anciano.

Mientras Arkady lloraba, se hizo el silencio alrededor de la mesa, y Nick se dio cuenta de que él también estaba llorando por Eréndira. Había sido una mujer muy valiente.

Había otras emociones en la sala, emociones dirigidas hacia él, y Nick se sentía extrañamente inmune a todas. Podía notar el poder del dolor y del miedo colectivos que emanaban de los hombres y las mujeres presentes, su rabia, la sensación de haber fallado. Alice, a quien había llegado a apreciar y admirar. Arkady, con su extraña definición del concepto amistad que le encantaba y lo volvía loco a partes iguales. Y los demás, incluida la inspectora de sanidad. Incluso Penture. Todos ellos eran personas bienintencionadas que amaban el Gremio y estaban dispuestas a hacer lo que fuera para salvarlo. Temían a la Empalizada, pero, por encima de todo, temían el fin de su fraternidad.

Penture fue el primero en romper el silencio; su voz sonó muy seria, casi como un susurro.

—Nick Davenant, ahora que es uno de los nuestros, que ha aceptado su misión y que le hemos explicado las cosas terribles que ocurren río abajo, ha de saber qué queremos que averigüe exactamente mientras tenga a Alva Blomgren entre los brazos.

Todos alrededor de la mesa permanecían inmóviles.

Ah. Nick empujó la silla hacia atrás y apoyó el peso en las patas traseras. Saatçi se acercó por detrás y le llamó la atención tocándole el hombro.

—¡La silla! —susurró con la voz estrangulada por el horror.

—Lo siento —se disculpó Nick, y se sentó bien.

Penture esperó, con el ceño fruncido y la mirada clavada en Saatçi, hasta que se hizo de nuevo el silencio.

—Durante las últimas semanas, una historia ha viajado a lo largo del cauce del río entre los pocos que han visto el futuro —dijo—. El rumor es el siguiente: hay algo en algún sitio, un objeto, que puede salvarnos del desastre que se dirige hacia nosotros y que cada día que pasa está más cerca. Quizá es algo que magnifica nuestro don o que puede alterar el tiempo de forma mecánica. No sabemos qué es. ¿Es grande o pequeño? ¿Es del futuro, de más allá de la Empalizada? ¿Alguna clase de tecnología avanzada? ¿O procede del pasado? Los más crédulos creen que tiene poderes mágicos. Otros piensan que procede del espacio exterior, o que un accidente nuclear ha provocado una mutación en algo que ya es conocido. Otros incluso creen que es obra de Dios: la salvación de la raza humana del Armagedón.

—¿Qué cree que es?

Penture dejó que una discreta sonrisa le rozara los labios.

—Ni siquiera me permito creer en su existencia. Nuestros poderes nunca han dependido de un objeto, sino de nuestras emociones, de la conexión con los sentimientos de otros seres humanos a través del tiempo. Algo sí está claro: si existe, la reciente escalada de la actividad ofan sugiere que podrían tenerlo en su poder, o que saben dónde está y están trabajando para recuperarlo. Tal vez el objeto sea el responsable de lo que está sucediendo en el futuro. Quizá es algo terrible, no algo bueno como creemos, pero si algo así existe, el Gremio debe poseerlo. No podemos permitir que los ofan aprendan sus poderes. Debemos encontrarlo antes que ellos o, si ya ha caído en sus manos, recuperarlo como sea.

—Y cree que es Alva quien lo tiene, esa cosa, ese…

—La gente lo llama simplemente «el talismán». Y si hay un solo ofan en todo el río que sabe qué es y dónde encontrarlo, esa ofan es Alva Blomgren.