Un lacayo esperaba junto a las puertas que daban a la terraza.
—Si es tan amable de seguirme, milord.
Era un hombre de poca estatura, con un acento muy marcado que Nick fue incapaz de reconocer. Guió a Nick a través del salón, donde los bailarines se preparaban para la siguiente pieza, a través de unas puertas en el otro extremo, por un pasillo y luego por una escalera hasta el piso superior. Finalmente, llegaron a una pequeña puerta de madera de aspecto anodino a la que el lacayo llamó tres veces con movimientos rápidos, hizo una pausa y volvió a llamar otras tres veces, mucho más rápido.
La cerradura se abrió desde dentro con una serie de suaves clics que a Nick le recordaron al mecanismo de una cerradura electrónica. Cuando por fin se abrió, Penture los estaba mirando.
—¿Están solos?
—Sí —respondió el lacayo.
—¿Nadie los ha seguido?
—No.
—Bien. Entren.
Penture se apartó a un lado y Nick siguió al lacayo hasta el interior de la estancia, mirando hacia atrás para comprobar que, efectivamente, el lateral de la puerta era de metal brillante y la cerradura parecía la de la cámara acorazada de un banco.
La estancia era grande, sin ventanas, y parecía mucho más antigua que la casa que se levantaba a su alrededor. El fuego que quemaba en la chimenea, pequeño en comparación con el tamaño de esta, creaba un foco de luz en la pared opuesta; aparte de eso, la única iluminación provenía de los candelabros que colgaban de la pared. Una mesa enorme tallada de estilo jacobino ocupaba el centro de la sala, rodeada por una amalgama de sillas de estilo moderno. El suelo era de mosaico, claramente romano, aunque Nick no podía ver la imagen del centro. Solo unos brazos y unas piernas, y la cabeza de una serpiente, asomaban por debajo de la mesa. El techo abovedado era normando, y las paredes estaban cubiertas de tapices que, bajo la luz tenue de los candelabros, parecían mostrar el cultivo de tulipanes en unos paisajes holandeses salpicados de molinos de viento. Sobre la mesa, justo en el centro, colgaba una grotesca lámpara de araña de cristal blanco que Nick reconoció como la obra del siglo XXI de Dale Chihuly. En su interior bulboso, brillaban las llamas de algunas velas, pero la luz no se vertía hacia el exterior. Bajo la lámpara, un jarrón lleno de tulipanes blancos parecía emitir su propia luz, como las criaturas marinas que brillan en la oscuridad.
Nick pensó que era una de las estancias más feas que había visto en toda su vida, por mucho que cada uno de sus elementos por separado fuera único y refinado.
Un grupo de gente emergió de entre las sombras para darle la bienvenida. Estaban Arkady, a quien Nick reconoció por la altura y por la mata de cabello blanco. Y la mujer que iba cogida de su brazo era Alice Gacoki, vestida con un traje chaqueta más propio del siglo XXI: camisa blanca y pantalones y chaqueta negros. A los otros dos no los conocía: un asiático de mediana edad, envuelto en una tela dorada que se movía casi como un líquido, y una mujer con un verdugado y un petillo bordado con rosas Tudor.
—Nick. —Alice le dio un abrazo y se dispuso a hacer las presentaciones—. A Arkady y a Bertrand ya los conoces, por supuesto. —Cogió una mano del hombre de dorado—. Él es el regidor Ahn Jun-suh, de mediados del siglo XXII.
—Llámame Ahn —dijo el hombre, soltando la mano de Alice para ofrecérsela a Nick.
—Nick Davenant.
—Encantado de conocerte.
—Y este —continuó Alice, poniendo una mano sobre el hombro del lacayo— es Mürsel Saatçi. Esta noche hace el papel de sirviente. En realidad, es el secretario de Bertrand y el pilar del Gremio en esta época.
—Davenant.
Saatçi estrechó la mano de Nick; tenía un aire de hombre agradable y servicial.
Por último, Alice señaló a la otra mujer de la estancia.
—Ella es mi amiga Marjory Northway. Es la jefa de los servicios de inteligencia de mediados del siglo XV aquí, en Gran Bretaña, aunque a veces trabaja en otras épocas. De hecho, se ocupó de estudiarte durante tres meses, Nick, y gracias a su trabajo tú recibiste el citatorio. Te recomendó encarecidamente.
¿Aquella mujer con una gorguera del tamaño de un tapacubos le había estado espiando? Nick la observó con detenimiento, pero era incapaz de ver más allá de las vestiduras de estilo isabelino. Llevaba la cara pintada de blanco y los labios y las mejillas, de rojo. Toda ella desprendía un intenso olor a rosa.
De pronto, los ojos de la mujer brillaron y su máscara se partió en dos para mostrar una sonrisa de dientes absolutamente perfectos.
—Hola, mister Inglaterra —dijo, exagerando el acento del sur—. ¿Qué tal te va con los quesos?
La verdad golpeó a Nick con la fuerza de un martillo. La última vez que había visto a aquella mujer, iba vestida con vaqueros y llevaba el pelo recogido en una coleta. Se estaba despidiendo de él a través de la ventanilla abierta de su BMW, mientras se alejaba por el camino de entrada de su casa de Vermont a primera hora de la mañana. Aquella sería la última vez que la veía, o eso había pensado Nick entonces.
La inspectora de sanidad.
Los dientes, blancos y rectos, brillando en aquella boca roja como la sangre. Se había acostado con ella, por el amor de Dios, y todo para librarse a sí mismo y a Tom Feely de las esposas de la FDA. ¿Lo sabían todos los presentes? Miró a su alrededor. Todos lo observaban como si aquello fuese una obra de teatro. Pues muy bien, si eso era lo que querían, se aseguraría de que tuvieran asientos en primera fila.
Le lanzó una sonrisa a Marjory para que supiera que sabía que ella sabía que él lo sabía y que todo aquello le parecía incluso divertido.
—Espero haber recompensado los duros meses de trabajo —le dijo, cogiéndola de la mano—. Perseguir a un granjero por todo Vermont. Seguro que el siglo XV es mucho más emocionante.
Ella se inclinó en una graciosa reverencia.
—Recompensada con creces, gracias —respondió, sonriéndole tímidamente.
El acento del sur había desaparecido, dejando tras de sí un sutil deje en las palabras. Nick se daba cuenta ahora de que, en realidad, nunca se había ocultado. De hecho, su coche, aunque estuviera viejo y oxidado, era un BMW.
—Me alegro —le dijo, y la ayudó a incorporarse. Luego miró a los demás, con la mano de Marjory aún en la suya—. Encantado de conoceros a todos —continuó—, pero en especial a mi encantadora espía. —Se inclinó en una reverencia, lamentándose por no tener un sombrero que quitarse de la cabeza—. Me alegro de haber pasado la inspección.
—Y con nota.
Nick le besó la mano.
El grupo entero se rió al unísono; al parecer, les había gustado el espectáculo. Nick rió con ellos, pero en realidad se reía de sí mismo y de sus contradicciones. ¿Por qué le había molestado tanto que le pidieran que se acostara con Alva, que era una mujer hermosa y compasiva? Con la inspectora de sanidad no le había importado lo más mínimo hacerlo para salvar la granja de Feely, y eso que no era tan encantadora como Alva.
Nick miró a Penture con una media sonrisa en los labios, decepcionado consigo mismo.
—Oiga, regidor, ahora que la señorita Northway ha decidido que he aprobado, explíqueme exactamente qué quiere de mí.
—Por supuesto —asintió Penture, y abrió las manos para abarcar a todos los presentes—. ¿Nos sentamos?
Se distribuyeron alrededor de la mesa. La silla de Nick era pequeña y de madera; parecía cortada a partir de un modelo de cartón y unida con clavos de latón. La inclinó hacia un lado para admirarla. El diseño era fascinante.
—Veo que le gusta —dijo Saatçi mientras apartaba la suya, una Saarinen con forma de tulipán que a Nick le parecía horrible—. Esa es una silla muy poco habitual. Breuer la diseñó en 1930 para la residencia de una universidad. Con los años, acabaron todas en la basura, que es de donde la rescaté yo. Por desgracia, estaba rota. —Saatçi acarició la hermosa madera dorada de la silla—. La traje aquí y la arreglé. Tuve que lijarla para eliminar las pintadas —explicó, poniéndose colorado—. ¡Jamás había visto pintadas como esas! Pero ahora ya está limpia y como nueva.
Nick se sentó en ella.
—Es muy bajita.
—Era una universidad de mujeres.
—Ah.
Nick estiró las piernas por debajo de la mesa e imaginó las generaciones de estudiantes que se habían sentado allí antes que él para colmar de conocimientos sus cerebros, las mismas jóvenes que habían grabado sus sueños y sus deseos en aquella madera que ahora había recuperado su estado original gracias a la lija de Saatçi. La emoción que le producía la idea se fue desvaneciendo lentamente. Miró a su alrededor, a los hombres y a las mujeres reunidos allí para contarle cuál era su misión.
—Está bien —dijo—, pues que empiece la fiesta. ¿Qué queréis de mí?
—Me alegra que esté dispuesto a colaborar —dijo Penture—. Empecemos por ese hombre al que usted llama señor Mibbs. Me gustaría que nos lo contara todo sobre él, si no le importa.
Nick miró a Alice y luego explicó a los allí presentes todo lo que sabía, excluyendo de nuevo la parte de Leo.
—Dice que era capaz de controlar sus emociones —dijo Penture cuando Nick terminó—, hasta tal punto que usted temió por su vida.
—Sí. Era como si intentara matarme de desesperación.
—¿Matarlo de desesperación? Pero no podemos usar las emociones como armas, y mucho menos la desesperación.
—No es el primero que me lo dice. —Nick sonrió—. Y, sin embargo, eso fue lo que sucedió. Por suerte, soy un tipo alegre y sobreviví.
Penture juntó las manos sobre la mesa, miró a Nick y luego se volvió hacia Alice.
—¿No se ha vuelto a ver a Mibbs en el Londres de tu época desde aquel extraño encuentro?
—No —respondió Alice—, ni en Londres ni en ningún otro lugar ni época. Ha desaparecido.
Penture asintió.
—Ciertamente es muy extraño. Ese hombre es capaz de hacer cosas con el río de los sentimientos de las que nosotros no somos capaces, además de dominar la única emoción que nos repele. —Los extraños ojos verdes del francés no se apartaban de Nick—. Entiendo que nos está contando toda la verdad sobre sus experiencias.
—Por supuesto.
—¿Crees que es un ofan? —le preguntó Ahn a Penture.
—Quizá. Quizá no.
—Yo no lo creo. —Arkady frunció el ceño—. Los ofan siempre están con sus tonterías sobre el conocimiento y la felicidad. Se visten como vagabundos. Ni se les ocurriría intentar dominar la desesperación.
—Arkady —intervino Alice—, esto ya lo hemos hablado antes. Tienes que aceptar la posibilidad de que Mibbs sea un ofan, que sea la clave de sus acciones. Los ofan que tanto odias, los revolucionarios que mataron a Eréndira, se han dispersado. Nunca obtendrás la venganza que tanto deseas, querido. Vogelstein seguramente está muerto. Las cosas han cambiado. Nos jugamos demasiado para enfrentarnos a ellos en tus términos. Debemos luchar contra los ofan como Gremio y para proteger el río, no porque tú tengas el corazón roto por la muerte de tu hija y quieras vengarla.
Arkady empujó su silla hacia atrás y se puso en pie de un salto. Levantó la mirada hacia la lámpara y luego miró a su esposa.
—Y esto lo tengo que escuchar de ti —dijo en voz baja, mirando a Alice—, de mi mujer, ni más ni menos.
—Ahora te hablo en calidad de regidora —replicó Alice con voz calmada—. Y sabes que lo que digo es la verdad.
—Siéntese, Altukhov —intervino Penture, dirigiéndose al conde con gesto compasivo.
El viejo ruso miró a su alrededor, pero nadie dijo nada. Tras unos segundos interminables, volvió a sentarse y cruzó las manos sobre la mesa, con los ojos clavados en el anillo que llevaba en el dedo. Alice puso la mano sobre la mesa, cerca de las de su marido para que él pudiera verla, pero no intentó tocarlo.
Después de un momento de silencio respetuoso, Penture centró la atención nuevamente en Nick.
—Alice y Arkady me aseguran que es usted leal al Gremio y que está preparado para unir sus fuerzas a las nuestras en la batalla contra la insurgencia ofan. ¿Es eso correcto?
Nick no respondió.
—Cuando le he ido a buscar, he visto que ya conoce a su objetivo. Entiendo que ha asumido la misión que Arkady le encomendó.
Nick permaneció en silencio.
El regidor se recostó en su silla y un mechón de cabello negro le cayó sobre la frente. Sus labios dibujaban una fina línea. Realmente poseía la belleza propia de una estrella de cine, quizá no tanto a lo Gary Cooper, decidió Nick, y sí más a lo Gregory Peck.
—¿El suyo es el silencio del que recapacita, del petulante que se resiste o directamente del imbécil, señor Davenant?
—Nick… —intervino Alice.
Penture levantó una mano para hacerla callar.
—Rechazo la misión —dijo Nick—. Cuando acepté ayudar al Gremio, creí que lo haría como soldado y no como gigoló.
Penture dejó que una leve sonrisa le tocara los labios.
—Siento mucho que malinterpretara la naturaleza de su misión —aclaró—, pero me temo que no tiene elección. La pérdida de la señorita Blomgren es una oportunidad que no podemos dejar pasar. Necesita un nuevo amante y usted tiene el estatus y el dinero para llamar su atención.
—Seguro que hay otra manera.
Penture hizo un gesto de impaciencia muy francés, como si estuviera sujetando un pájaro entre las manos y, de pronto, lo liberara.
—¡Es usted exasperante!
—Se lo dije —intervino Arkady, sin levantar la mirada—. Es un monaguillo.
—Alva Blomgren es la mujer más hermosa de todo Londres y una reputada cortesana —le dijo Penture a Nick—. Además, es la cabecilla de un círculo de ofan que se han establecido en Soho Square. Hace años que sabemos de sus actividades, pero hasta hace poco no había sido necesario tomar medidas contra ellos. Parecían poco más que un grupo inofensivo de disidentes, un poco ridículos incluso, con sus extrañas teorías. Por desgracia, las cosas son diferentes. Es posible que tengamos que eliminar a los ofan de la faz de la tierra para siempre, pero primero necesitamos saber más de lo que se traen entre manos. Le necesitamos como espía, no como asesino.
—No me interesa.
—¡Oh, por el amor de Dios! —Alice puso los ojos en blanco—. Primero Arkady y luego tú. ¡Os comportáis como niños!
—Permítame que le hable de Alva —dijo Penture—. Saltó desde 1348 hasta 1790. Era una adolescente que, de pronto, se había visto liberada de una aldea medieval asolada por la peste. Fue la recluta más brillante que el Gremio había visto en décadas. Todo el mundo creía que sería una líder. Por aquel entonces, la regidora, mi predecesora, era una mujer llamada Hannelore von Trockenberg. Un genio. Bajo su mandato el Gremio fue tan poderoso como en cualquier otra época. Nunca tuvo un trato de favor con nadie, excepto con Alva. Hannelore la adoraba. Alva siempre estaba a su lado. Pero un día… Incluso ahora me cuesta creerlo. Alva nos informó de que no estaba interesada en ocupar un cargo dentro del Gremio, que prefería utilizar su estipendio anual para abrir un burdel de clase alta en Soho Square y que ya se había establecido de manera encubierta como cortesana del más alto nivel.
Nick arqueó las cejas.
—Menuda despedida. ¿Por qué lo hizo?
Penture se encogió de hombros.
—¿Quién sabe? Pero la ira de Hannelore no tenía límites. Era como si su propia hija se hubiera metido a prostituta. Desde aquel momento, Alva ya no contó con el favor de la regidora. Siguió recibiendo su estipendio, tal como dictan las leyes del Gremio, y participó en las actividades principales, pero, si Hannelore escuchaba su nombre o la veía, el enfado le duraba días. Todos empezamos a invertir nuestro tiempo en intentar que las dos mujeres nunca coincidieran. Luego, unos años más tarde, Hannelore se estaba muriendo y quiso verla. Alva vino. Pasaron una hora a solas y, cuando se marchó, Hannelore nos llamó a Saatçi, a otra persona y a mí. Nos dijo: «Esa mujer es una traidora, es una ofan. Y, si lo es, a partir de ahora los ofan son una amenaza para el Gremio». Poco después nos dimos cuenta… —Penture guardó silencio un instante—. Nos dimos cuenta del daño que los ofan ya le habían hecho al río.
Nick se puso bien los puños de la camisa.
—Siento que os encontréis en una situación tan complicada —dijo—. Y me halaga que creáis que mis habilidades como amante derribarán las defensas de la mujer a la que acabáis de describir como un genio del sexo, la política y los negocios. Espero que no os ofendáis si os digo que sois todos unos ilusos. El sexo solo hace que la gente sea más ella misma. Una mujer poderosa y hermética solo se vuelve más poderosa y más hermética cuando se deja llevar por la pasión. En cambio, ¿un tipo sencillo y confiado como yo frente a una mujer como Alva Blomgren? —Se encogió de hombros—. Me pondría a cantar los secretos del Gremio en lo alto de los tejados y volvería sin haber averiguado nada de ella.
—¿Por qué crees que no te hemos contado ningún secreto del Gremio? —le espetó Arkady.
Penture levantó una mano para hacer callar al ruso.
—Así que por eso Arkady le llama monaguillo. Es usted beligerantemente puro. —El regidor se encogió de hombros—. Que así sea. No puedo obligarle a caer en los brazos de Alva. Y quizá tiene razón cuando dice que no le cantaría todos sus secretos en plena pasión. Es usted más inteligente de lo que creía. En cualquier caso, su misión es infiltrarse entre los ofan y descubrir los secretos de Alva. Veamos… —Miró a su alrededor—. ¿Qué otra habilidad posee nuestro amigo el señor Davenant, además de ser un donjuán? ¿Hacer quesos? ¿Sería capaz de ganarse la confianza de Alva con un buen trozo de cheddar?
—De hecho, se le da bien la administración agrícola en general —apuntó Marjory Northway alegremente—. Tiene un par de explotaciones orgánicas más en Vermont.
—Parece que ya lo tenemos. —Penture miró a Nick con insistencia—. Estoy seguro de que la mujer más fascinante en la era de la moda y del romance caerá rendida a sus pies cuando escuche sus aventuras en el campo. ¿Algo más?
Nick se rascó la cabeza.
—Es lo mejor que encontrará. Claro que también puedo matar franceses en el cuerpo a cuerpo…
A Penture le brillaron los ojos.
—¡Ah! —exclamó, entrelazando los dedos y haciéndolos crujir.
—Chicos… —Alice dejó bien clara su exasperación—. Por favor, comportaos. —Le dio la espalda a Penture y se dirigió a Nick como si fuese la única persona en la sala—. Por favor, escúchame. Por muy desagradable que te parezca el trabajo, me temo que debemos insistir. Si puedes hacerlo sin acostarte con ella, mejor que mejor. Nos da igual el método.
—A mí no —intervino Arkady, levantando por fin los ojos de sus manos entrelazadas—. ¡Hazlo por mí, Nick!
—Tiene que ser usted, señor Davenant —insistió Penture.
—Ah. —Nick se volvió hacia el regidor y le apuntó con el dedo—. Por fin vamos dejando las cosas claras. Aquí lo importante no es el sexo o la posibilidad de tener que matar. Ni siquiera se trata de Alva, sino de mí. ¿Por qué? ¿Por qué tengo que ser yo? ¿Por qué arrancarme de una vida feliz solo para hacer un trabajo insignificante, un trabajo que cualquiera podría hacer? ¿Por qué yo?
Los ojos de Penture brillaron.
—Porque sí —respondió, con un hilo de voz—. Porque sí.
Nick negó con la cabeza.
—Tendrá que hacerlo mucho mejor.
—No sigas por ahí, Nick —le advirtió Alice.
—¿Por dónde? —Nick se volvió hacia ella, dominado finalmente por la ira—. Amenazas vacías e informaciones a medias, es lo único que me habéis ofrecido hasta el momento. Dame una sola razón por la que yo mismo no debería unirme a los ofan.
Alice frunció los labios sin apartar la mirada de Nick, con el rostro sombrío y decepcionado; suspiró y se dirigió hacia Penture.
—Estamos en su era, regidor, no en la mía. ¿Cómo quiere proceder?
Penture entornó los ojos.
—Hay momentos en la vida, Nicholas Davenant, en los que uno debe optar por un bando. Ocasiones en las que, aunque no se tenga toda la información, hay que decidir si actuar por una causa o por otra. Hoy es una de esas ocasiones. Permítame que le ayude a tomar una decisión. La única decisión correcta.
Penture le hizo un gesto con la cabeza a Saatçi y la tensión en la sala aumentó por momentos. Nick podía sentir aquel nerviosismo, aquella emoción compartida, avanzando por la estancia con la pesadez de un líquido aceitoso. Y, de pronto, todo a su alrededor se movió, cambió, se transformó de un simple sentimiento a una manipulación evidente del tiempo. El aire a su alrededor se volvió más denso; era la profundidad y la anchura del tiempo compactado dentro del espacio. Los demás se habían puesto de pie. ¿Qué estaban haciendo? Ah… Saatçi tenía una pistola plateada en la mano digna de una película del Oeste. Se la entregó a Penture, que la levantó lentamente y apuntó a Nick entre los ojos.
—Oh, Dios mío. —Nick se echó hacia atrás en aquella silla demasiado pequeña e intentó cubrirse con los brazos—. Todo esto es una farsa. ¿De dónde ha sacado esa cosa, de una película del Oeste?
Penture apretó el gatillo.
En el mismo instante, el tiempo se endureció alrededor de Nick. Estaba inmovilizado, aunque seguía siendo consciente de todo. Los demás estaban de pie junto a sus sillas y Nick podía sentir que dirigían sus poderes hacia él para mantenerlo inmóvil. La pólvora prendió emitiendo un destello y una voluta de humo ascendió lentamente hacia el techo. De pronto, la bala apareció por el cañón de la pistola y surcó el aire en dirección a la cabeza de Nick. Penture dejó el revólver sobre la mesa y habló. Su voz era inquietantemente regular en su velocidad. ¿Cómo lo hacía?
—Como puede ver —dijo—, esta bala va directa hacia su cerebro, señor Davenant. Si no la apartamos de su curso, lo matará. Experimentará una muerte lenta y dolorosa: primero notará el contacto con la bala, después esta se abrirá paso a través de la piel y luego se deformará mientras le atraviesa el cráneo. Por suerte, cuando le vuele la parte trasera de la cabeza ya no podrá sentir lo que le está pasando. Le sugiero que escoja un bando. Parpadee si está de acuerdo.
Alice habló con urgencia.
—Nick, mi buen amigo. Siento que hayamos tenido que llegar a esto. Nos gustas mucho y te admiramos, pero no tienes elección.
Nick escuchó lo que le decía mientras observaba la trayectoria de la bala hacia su cabeza. Curiosamente, no tenía miedo. El proyectil había empezado a deformarse a medida que cogía velocidad. Fascinante.
Tantas lealtades confrontadas. El Gremio, sus hermanas, Julia… incluso Kirklaw y Jemison. Y ahora tenía que sumar a Alva. Tenían razón sobre ella: era una mujer encantadora y ya se había ganado su afecto. No era por su belleza, ni tampoco por haberlo rescatado cuando las aguas del río habían estado a punto de arrastrarlo hacia aquel recuerdo de rabia compartida, aquel deseo de sangre colectivo. Era porque le había ofrecido algo (sexo) y, al recibir un no por respuesta, se había retirado sin inmutarse. Como un caballero. No había calumniado a sus hermanas, ni le había recordado todo lo que le debía y, por supuesto, no le había apuntado a la cabeza con una pistola. No había intentado obligarle a aceptar con discursos sobre el deber o sobre las deudas. En vez de eso, le había dicho que, si quería, podía contar con su amistad. Y luego, por ninguna razón en concreto más allá de una simpatía mutua e instantánea, le había revelado el mayor de sus secretos. Era una ofan. En lugar de advertirle de que mantuviera la boca cerrada, o de decirle que ahora debía obediencia a una hermandad del conocimiento, se había llevado un dedo a los labios antes de darse la vuelta y desaparecer. Como si confiara en él, cuando era evidente que era un espía del Gremio.
La bala ya estaba muy cerca; si pudiera usar los brazos, la desviaría de su trayectoria él mismo. Pero, aparte de los párpados, sus captores no le dejaban mover ni un solo músculo.
Mientras la bala se acercaba tanto que ya no podía enfocarla con la mirada, pensó que no había nada como ver la propia muerte a cámara lenta para arrojar algo de luz sobre una situación. No tenía la menor intención de convertirse en el buen soldado y donjuán al servicio del Gremio, pero se le estaba acabando el tiempo para discutir.
Tenía que fingir que haría lo que le pidieran. Aprendería todo lo que pudiera sobre los ofan, pero no compartiría la información con el Gremio. Parpadeó una vez. Sí, Bertrand Penture, estaba preparado para escoger un bando. El bando de los ángeles.
Cuando la bala le rozó la frente, con la suavidad de una gota de lluvia, Penture la cogió y se la guardó en el bolsillo. El tiempo recuperó su curso normal y Nick sintió que le subía la sangre a la cabeza. El aire que tenía en los pulmones salió disparado de una sola bocanada; se desplomó sobre el suelo e intentó recuperar el aliento.
Todos permanecieron en silencio, esperando a que Nick se recuperara. Saatçi le sirvió una copa y la dejó a su lado.
Cuando pudo respirar con normalidad, se bebió el contenido de la copa de un trago sin preguntarse qué era aquel licor que le abrasaba la garganta.
Penture lo observó mientras bebía.
—Es usted un hombre valiente —le dijo.
—Me gusta el melodrama —respondió Nick, y dejó la copa sobre la mesa—. He de decir que esta escena me ha parecido más propia de uno barato, pero al menos me ha llamado la atención. Le aplaudo.
Le sorprendió ver a Penture sonreír, una sonrisa grande y natural. El gesto bastaba para transformarlo de político estirado a rufián encantador, con un solo hoyuelo en la mejilla: de Gregory Peck a Cary Grant.
—Gracias —dijo Penture—. Fui actor en mi vida anterior. Me alegro de que nuestra pequeña actuación le haya convencido de sus lealtades.
Nick juntó las manos como si rezara.
—«He aquí la sierva del Señor».
—¡Mi monaguillo! —proclamó Arkady—. Ya os dije que entraría en razón.
Alice, por su parte, se inclinó sobre la mesa y cogió a Nick de la mano.
—Gracias, amigo mío. Por favor, perdónanos.
Va a ser que no, pensó Nick para sus adentros, pero cuando habló, fueron otras las palabras que salieron por su boca:
—De verdad, no hay nada que perdonar.