14

—¿Qué has hecho hoy? —le preguntó Nick a Arkady con una copa de coñac en la mano, después de que Clare se retirara tras la cena.

—Me he pasado todo el día en Stoke Canon, sentado en la posada y escuchando conversaciones. Casi todos hablaban de ti.

Nick sonrió; Arkady, no.

—Te lo estás pasando demasiado bien jugando a ser el gran marqués —le dijo—. Recuerda que estás aquí para hacer un trabajo.

Nick bebió de su copa.

—Pues yo creo que ya lo estoy haciendo, el trabajo para el que nací: soy el marqués. —Miró por la ventana; fuera, la oscuridad era impenetrable—. Sé que este estilo de vida tiene los días contados. De hecho, ya es cosa del pasado. Cada vez hay más fábricas y el tren ya es casi una realidad. Lo que no puedes es traerme aquí de vuelta y esperar que no rescate los viejos hábitos del pasado. Dijiste que disfrutaría volviendo a ser el marqués, pero no es placer lo que siento. Simplemente es… —Nick hizo girar el líquido ambarino de su copa—. Como tiene que ser. Me siento en casa.

—Escúchame. —Arkady dejó su copa de balón sobre la mesa y se inclinó hacia delante, con los codos afilados clavados en las rodillas—. Cuando te dije que disfrutarías siendo otra vez el marqués, también te advertí de que no sería más que una fantasía, ¿verdad? Sabes perfectamente qué pasará después. Eres un viajero del tiempo, no puedes revolcarte en los placeres del presente como si fueses un cerdito feliz. Si estás aquí, vestido de esta guisa, no es por ti ni por tus hermanas; tampoco es por tu familia, ni por los arrendatarios de tus tierras, ni por tu título. Estás ahí sentado, bebiendo este coñac que fue destilado antes de que María Antonieta perdiera su hermosa cabeza en la guillotina, gracias al Gremio. Y es precisamente por el Gremio por lo que regresamos y nos ponemos estos disfraces.

—Tú dijiste que el Gremio quería que me convirtiera en un aristócrata, que por eso me permitieron conservar el anillo. Lo supieron desde el primer momento. Ahora, por fin, lo he recordado todo. Este es mi hogar. Mi familia. Mi tierra. —Nick hizo girar el anillo en el dedo—. Soy un Blackdown.

—¡Bah! —Arkady cerró los puños y luego volvió a abrirlos, extendiendo sus largos dedos todo cuanto pudo—. ¡Eres Nick Davenant! ¡No lo olvides! Esta época a la que hemos regresado te quiere, intenta seducirte con sus cantos de sirena, y tú te estás dejando. Se lo dije a Alice, que quizá eras demasiado débil. Pero ella dijo que no, que eres fuerte.

—Yo nunca quise esto —dijo Nick casi en voz baja—. Os pedí que me mandarais de vuelta a Vermont. Os dije que este trabajo no era para mí.

La expresión de Arkady se suavizó con algo parecido a la compasión.

—¿Crees que no te entiendo? Yo también lo perdí todo cuando salté. Recuerda que fui yo quien te enseñó a sentir el tiempo, mi querido monaguillo, a sentir la forma en que se ralentiza y se detiene y luego vuelve a acelerar. Yo te enseñé a salir de la corriente, te enseñé esa sensación tan hermosa. Intenta sentirla ahora, cómo el tiempo te arrastra consigo. Venga, inténtalo. ¿Puedes? Es el tiempo el que mueve tus brazos, tus piernas, tus pensamientos. ¿Recuerdas esta mañana, cuando me has cogido de la pechera del camisón?

Nick se acordaba de que el marqués se había puesto al mando de la situación y, a excepción de una hora por la mañana, la misma que había pasado primero hablando con Jem Jemison y luego dándole vueltas a la cabeza, ya no había soltado las riendas en todo el día. Había paseado por sus tierras, saludado a los arrendatarios e inspeccionado la granja de la propiedad. También había tenido tiempo para contemplar extasiado a la desconocida del caballo. Incluso ahora podía sentir al marqués en su interior, ofendido y furioso, deseando hablar.

—Si te he cogido de la pechera de tu camisón, que en realidad es mi camisón, es porque te lo merecías.

Arkady lo miró fijamente con una expresión de seriedad en sus hermosos ojos azules.

—No. —Negó con la cabeza—. No te rindas. Vuelve conmigo, Nick Davenant.

Nick miró a su amigo con los labios firmemente apretados. La voz del ruso sonó tranquila.

—Crees que eres un hombre singular, Nick, un individuo. Un gran marqués, solo superado por un duque, ¿no es así? Crees que controlas tus propios sentimientos, pero el tiempo, Nick, el tiempo está por todas partes. El Volga: Reina de los Ríos. El Mississippi: Padre de las Aguas. El Amazonas: el Río Mar. El Río del Tiempo, Nick, es mil veces mayor que cualquiera de ellos, tan ancho y profundo como el universo. Si lo intentas, sentirás que nadas en sus aguas. Te mantiene a flote y la sensación es muy agradable, pero también puede arrastrarte hacia el fondo. Viste tus ropas de dandi y bebe todo el coñac que quieras, pero no te rindas, Nick. No te ahogues.

—¿Ahogarme? ¿Qué quieres decir con eso? Deja de hablar con metáforas.

Arkady se reclinó en su asiento, deslizó el anillo que también él llevaba en el dedo hasta el nudillo, lo empujó de nuevo hacia arriba y repitió el proceso. Estaba buscando las palabras adecuadas, algo que Nick nunca le había visto hacer hasta ahora.

—Metáforas, es todo lo que tenemos.

—Sí, seguro —replicó Nick—. Apuesto a que eres capaz de hablar claramente, aunque solo sea esta vez. Quieres que sea el marqués y, al mismo tiempo, que no lo sea. ¿Por qué?

—Alice te explicó que viajamos gracias a los sentimientos. Son como tu máquina del tiempo; ella te lo contó así, ¿verdad?

—Sí.

—Y tú creíste que lo entendías. Nick, has saltado al pasado, conmigo como guía. Te has reincorporado al río en tu época natural, estás recordando los sentimientos de esta era, y piensas: «¡Soy el marqués de Blackdown! ¡Ahora lo recuerdo!». Bah, pobre diablo. En realidad tú no recuerdas nada, ¡es el río el que se acuerda de ti! Fluye a tu alrededor, a través de ti; te arrastra hacia el fondo. A menos que respetes su poder.

—¡«Pobre diablo»! Espero que eso sí sea una metáfora, Arkady…

Pero el ruso no estaba para distracciones. Tenía los ojos entornados y la mirada perdida en algún punto por encima del hombro de Nick.

—Las emociones humanas. Si juntas millones de almas, puedes crear el estado de ánimo de una época determinada. Da igual que discutan, que se odien, que se peleen entre ellas. Todas juntas tienen el poder de crear eso, ese estado de ánimo. En esta época. En tiempos de guerra, de hambrunas, de riqueza y felicidad. El estado de ánimo de una era. ¿Qué puede ser más poderoso que eso?

—¿Es lo que hacéis con nosotros, con los que saltamos y nunca llegamos a conocer la verdad? ¿Nos ahogáis en la nueva era de forma que nunca podamos alcanzar nuestro verdadero potencial?

Los ojos del ruso se volvieron a posar sobre Nick.

—No había pensado en ello de esa manera —dijo—. Haces que suene muy mal. Creo que lo que hacemos lo hacemos por compasión, pero es eso, sí: ahogamos a los miembros del Gremio en sus nuevas realidades.

—Y yo subí a la superficie para coger aire, ¿verdad? Por primera vez, en 2013, cuando me tuviste que pisar en el salón de la casa Falcott. Estaba sintiendo el pasado, contemplando la repisa de la chimenea justo donde le falta un trozo, a punto de tocar el pasado.

Arkady asintió con una sonrisa en los labios.

—Eres un hombre muy sensible, Nick Davenant, muy apasionado detrás de ese sólido muro de piedra tras el que te proteges. Eso es bueno. Sin embargo, el otro día removiste el tiempo con la añoranza que sentías por tu casa. Hiciste lo mismo en el coche, ¿recuerdas?, cuando pasábamos por el castillo Dar. No estás entrenado y lo más probable es que no hubieras saltado, pero ¿y si lo hubieras hecho? Un hombre aparece en el pasado de la nada, sentado a medio metro del suelo y avanzando a cincuenta kilómetros por hora. —No pudo contener la risa—. ¡Habrías acabado hecho una pizza en medio de la carretera!

Nick clavó la mirada en el fuego de la chimenea. Su don necesitaba expresarse por sí mismo, necesitaba recibir entrenamiento, pero el Gremio insistía en mantenerlo en la inopia.

Arkady se inclinó hacia delante y, cubriendo la distancia que separaba sus dos sillas, posó una mano sobre el hombro de Nick.

—Amigo mío —le dijo—, ¿crees que me gustan los secretos? ¿Crees que me gusta mentir? Pues no, te lo aseguro, pero créeme cuando te digo que es la única manera. El pasado debe permanecer en el pasado, Nick.

—¿Por qué?

—Para proteger el futuro. —Arkady hablaba convencido de sus palabras y con la frustración del profesor que tiene un alumno obstinadamente estúpido—. Es evidente.

—Pero ¿por qué? ¿Por qué es tan importante el futuro?

Arkady sacudió lentamente la cabeza.

—Mi querido monaguillo —dijo, y su voz sonaba extrañamente cariñosa—, tú solo tienes que creer.

—No soy ningún monaguillo.

Arkady se reclinó en su silla.

—No, no eres un monaguillo, y creer no es fácil, pero inténtalo. Solo te pido una cosa: mantente a flote. Recuerda. Esta era quiere ahogarte, quiere arrastrarte hacia el fondo. Nada en las aguas del río, pero no te ahogues. Estamos aquí para luchar contra los ofan y yo no quiero perderte por tu marquesado. Eres Nick Davenant, del Gremio.

Nick miró a su amigo a los ojos y asintió. Sí, ahora podía sentirlo, la fuerza que le arrastraba a ser otra persona, alguien del pasado, a dejarse llevar por las aguas, a ser el marqués de Blackdown, marqués, héroe de guerra, protector de mujeres, amo benevolente, y nada más. Estaría bien olvidar a Nick Davenant, olvidar el siglo XXI, olvidar el maldito Gremio. Pero Arkady tenía razón. Sería como ahogarse en su propia tormenta personal. «Son ahora perlas lo que eran ojos… Hora tras hora doblan campanas de las ondinas bajo las aguas».

De repente, Arkady se levantó de la silla, como poseído por una energía repentina.

—¡Ya basta! Puedo olerlo en el viento, el ofan que hemos venido a buscar desde tan lejos. Está cerca, pero se esconde. ¿Quién será? Me paso el día escuchando a los campesinos hablar de ti. No tienen otro tema de conversación. Qué triste que perdieras la memoria, qué maravilloso que hayas regresado, qué contenta que debe de estar tu pobre madre. Aún no he oído nada que pueda sernos de ayuda.

Nick hizo girar el coñac dentro de su copa.

—Quizá el ofan sea yo.

Arkady se volvió bruscamente hacia él y lo señaló con el dedo.

—No bromees con algo tan serio. ¡Los ofan! —exclamó, casi como si escupiera la palabra—. Mataron a mi hija, ¿te lo he contado alguna vez?

Nick silbó una nota grave.

—No, no me lo has contado.

—Bueno. —Arkady se pasó una mano por la cara—. Pues la mataron, a mi pobre Eréndira. Pero ya es cosa del pasado.

—No sabes cuánto lo siento. Alice y tú lo tuvisteis que pasar muy mal.

—No era hija de Alice. Nació antes de que la conociera. Eréndira era hija de una amante que tenía en Sudamérica, hace muchos muchos años. Era una joven brillante… —Arkady cerró los ojos y expulsó el aire entre los dientes—. Pero dejémoslo ya. Dejémoslo.

—Lo siento.

—Amigo mío, soy yo quien siente cargarte con esta vieja pena mía. Ahora ya lo sabes. Nunca bromeamos sobre ellos. Si los ofan están intentando establecerse aquí y ahora, en la pequeña Stoke Canon, los encontraré.

Los dos permanecieron en silencio durante un buen rato, Nick observando el color cambiante de las ascuas y Arkady de pie, mirando por la ventana. Cuando este rompió finalmente el silencio, parecía un poco molesto, a juzgar por el tono de su voz.

—Tus campesinos ingleses no son muy amigables.

Nick se echó a reír.

—Espero que no los hayas llamado campesinos a la cara.

Arkady se dio la vuelta, de espaldas a la ventana, y extendió las manos.

—No he tenido oportunidad de llamarlos nada. Me bebo su cerveza y como su comida, pero nadie se digna a hablar conmigo. Soy extranjero, además de un desconocido.

—Pero tú has estado escuchando.

—Sí. Lo que hablan de ti, básicamente. También un poco sobre el nuevo conde, lord Dar-no-sé-qué.

—Darchester.

—Eso. Hay un nuevo conde y todo el mundo lo odia. Pienso, quizá es un ofan, así que echo la silla hacia atrás para escuchar la conversación que están manteniendo detrás de mí. Me entero de que es un hombre feo y viejo, pero ya tiene una joven amante, o eso dicen ellos. La conocen desde antes de que él llegara. Es joven y muy bonita, pero dicen que podría ser hija de una prostituta. Su madre es la culpable de que esté con el conde.

Nick frunció el ceño. No recordaba a ninguna mujer del pueblo que respondiera a esa descripción.

—¿Una chica de la zona?

—Sí, eso dicen, pero creo que un ofan no tendría una amante que la gente pudiera reconocer; no se arriesgaría tanto. El conde no es nuestro hombre.

—Me pregunto si la mujer que he visto hoy mientras paseaba podría ser la amante del conde.

—¿Es guapa?

—Creo que sí. Estaba bastante lejos y el sol me daba de cara. Pero tiene un cuerpo bonito y monta como una valkiria. Jamás habría dicho que era la amante de un hombre mayor, pero ha pasado tanto tiempo que creo que ya no entiendo a las mujeres de esta época. —Nick tomó un sorbo de coñac—. Si es su amante, quizá esté abierta a un pequeño devaneo.

—¿Le robarías la amante a tu vecino? ¿Es esa la clase de hombre que eres aquí, en el pasado?

Nick sonrió.

—No… robar no. ¿Qué te parece tomar prestada?

—¡Bah! ¡La soltería! Créeme, a veces es difícil estar casado con la regidora. Lo sabe todo. Mi correa es muy corta. Solo hace falta que le sonría a una chica en esta época para que ella lo sepa dentro de doscientos años.

—No te gustaría que fuera de otra manera, Arkady. —Nick apuró la copa y se levantó—. No intentes engañarme.

Le sorprendió ver que el ruso se ponía colorado.

—Sí. La quiero más que a mi vida. Ella es como el latido de mi corazón.