10

Cuando el Rolls-Royce (fabricado, recordó Nick tras un momento de confusión inicial, por BMW) dejó Saint James’s Square en dirección a Pall Mall, Nick cerró la mampara que los separaba del chófer.

—Antes de que lleguemos a Guilford Street —les dijo a Arkady y a Alice—, quiero que me contéis la verdad. Esta mañana no tenía ni idea de qué me estaba pasando o de cómo defenderme. Quiero que me expliquéis las reglas del tiempo. No las del Gremio; las del tiempo.

—«El naufragio y no la historia del naufragio —recitó Alice con la mirada ausente—. El objeto en sí mismo y no el mito».

—Adelante, Alice. No quiero saber más de esa chorrada del Nivel Uno de seguridad. Eres la regidora del Gremio. Lo sabes todo.

Alice contempló el lujoso interior del Rolls-Royce.

—¿No es increíble? Una niña, robada por un comerciante de esclavos… y ahora mírame. —Negó lentamente con la cabeza—. Nunca deja de ser increíble, Nick.

—No lo dudo.

Alice se puso cómoda en su mullido asiento de piel.

—El Gremio es una organización enorme y muy muy antigua, pero el tiempo lo es más. Es más grande, más antiguo y muy extraño. Te voy a contar lo poco que comprendemos, pero ten en cuenta que hay cosas que escapan a nuestro entendimiento. También hay otra gente ahí afuera, gente que no forma parte del Gremio, que tiene una opinión distinta del tiempo; gente que está intentando aprender a utilizarlo para controlar el mundo.

—Ah.

Así que Leo y Meg tenían razón. Había otros.

—Lo que sí sabemos con certeza —continuó Alice— es que el don siempre se manifiesta con un salto hacia el futuro.

—¿Por qué? Si podemos saltar hacia atrás, ¿por qué el primer salto siempre es hacia delante?

Arkady apartó la mirada de la ventanilla.

—Porque, cuando te enfrentas a la muerte, piensas: «¿Qué puedo hacer para salvarme? ¿Qué puedo hacer a continuación?». Piensas proyectando hacia el futuro, creando una esperanza, ¿entiendes? Por eso te desplazas hacia delante.

—Vale. —Nick frunció el ceño—. Supongo que eso lo entiendo, pero ¿qué pasa con el gran secreto, eso de que todos podemos saltar hacia el pasado? ¿Cómo funciona eso?

—Es muy difícil —dijo Alice—. Se necesita mucha concentración y años de entrenamiento. Consiste en mirar hacia atrás, en buscar entre los recuerdos y los sentimientos del pasado. Hay algunos lugares, tanto físicos como temporales, a los que parece que no podemos volver. No podemos saltar a las cicatrices, por ejemplo, donde los sentimientos están grabados directamente en el lecho de la roca. Tampoco podemos viajar a ciertos eventos masivos, como la destrucción de Cartago. Son tan intensos, tan completos en sí mismos y para sí mismos, que repelen el pasado y el futuro. Y no podemos utilizar la desesperación, porque es inerte. Los sentimientos que nos permiten saltar han de implicar movimiento, ya sea hacia delante o hacia atrás.

—Pero en todas partes tiene que haber cicatrices. Seguro que aquí mismo ha pasado algo horrible. Un cavernícola mató a otro en… —Nick miró por la ventana, tratando de localizar el cartel de una calle—. Aquí mismo, en Shaftesbury Avenue, hace veinte mil años.

—Sí, seguro. Hasta el último centímetro del planeta está sembrado de momentos felices y momentos tristes, pero yo no te estoy hablando de personas individuales y de sus sentimientos. Ni siquiera de muertes individuales. Eso no son más que gotas de agua, Nick, pequeñas e insignificantes. Viajamos en corrientes, en emociones colectivas. Los sentimientos de la humanidad como un todo, no de los individuos que la forman.

—Pero en sentimientos positivos como la felicidad, nunca la desesperación.

Alice sonrió.

—¡La felicidad! Tan hermosa y, al mismo tiempo, tan efervescente, tan individual. Es difícil usarla. Pero sí, normalmente escogemos eso que tú llamas sentimientos positivos para viajar, porque es mucho más agradable. Dime, ¿qué es un sentimiento positivo? A menudo es difícil estar seguro. La pérdida de uno es la ganancia de otro, la racha negativa de alguien puede ser positiva para otra persona. Imaginemos que quiero ir a un sitio en el que se practique el sacrificio humano. Podemos percibir el miedo del hombre que se expone, generación tras generación, al puñal del sacerdote. Podría viajar en ese sentimiento, pero prefiero hacerlo en el orgullo que siente por haber sido el elegido. O, mejor aún, en la sensación de alivio de los demás, cuyo mundo recuperará el equilibrio gracias a esa ofrenda.

—Santo Dios. —Nick observó el plácido rostro de Alice—. ¿Me tomas el pelo? ¿Utilizas los sentimientos de quien se beneficia de la tortura y la opresión para viajar? ¿Del caníbal que disfruta de su comida?

Alice sonrió.

—¿O del marqués al que le gusta un poco de azúcar en el té? Es un digno hijo de la Ilustración, lord Blackdown. Es enternecedor. ¿Acaso he usado las palabras «tortura» u «opresión»?

—Entonces ¿qué es lo que intentas decir?

—Simplemente esto: podemos usar cualquier sentimiento producido por una cultura determinada, aunque solemos preferir los que tienen que ver con la plenitud y la satisfacción. Pero, de verdad, lo importante no es el espectro del sentimiento, sino su movimiento, la tendencia a alejarse del momento en que se siente. Eso es lo que utilizamos.

El coche tomó una curva cerrada y Nick tuvo que sujetarse del asa que colgaba sobre la ventanilla.

—¿Y yo podría aprender a hacerlo?

—Sí, si el Gremio decide entrenarte. Se necesita mucho tiempo para aprender a saltar de forma segura y precisa. Ni te imaginas lo complicado que es encontrar una corriente que te lleve a donde quieras. A veces, la clave puede estar en el sentimiento más impensable. Cuando dominas el proceso, tu capacidad para la empatía está calibrada tan al detalle que, a veces, ya no parece lo que es. Puedes llegar a sentir que no tienes corazón, Nick.

—Un auténtico drama, Alice.

—Te parecerá muy gracioso —replicó ella, sin darle mayor importancia a la ironía de Nick—, pero cuando vuelvas al pasado, comprenderás que las dificultades no han hecho más que empezar. Arkady se encargará de llevarte, así que no tendrás que preocuparte por el viaje en sí, pero cuando estés allí comprenderás lo difícil que es. Para empezar, tendrás que enfrentarte a tu antigua personalidad. No podrás cambiar el futuro o, mejor dicho, solo podrás alterar los detalles más insignificantes, cosas que luego puedan incorporarse a la corriente del río sin que se note la diferencia.

—No podré matar a Hitler —dijo Nick.

—No podrás matar a Hitler. Tampoco podrás devolverle Hawái a la reina Liliuokalani, ni salvar a Malcolm X, ni a Juana de Arco, ni a los príncipes de la torre. Pero ¿cosas más pequeñas, más normales, propias del día a día? Por qué no. Puedes enamorarte, tener hijos, ¿a quién le importa? Lo hace todo el mundo. Incluso matar a alguien. Son pequeños remolinos en el cauce del río, nada más.

—¿Puedo matar a «alguien» pero no a Hitler? No tiene sentido. ¿Alguien ha intentado saltar hacia el pasado, o hacia el futuro, para matarlo?

—Hay muy pocas personas que cambien verdaderamente el mundo, Nick, ya sea para bien o para mal. Y es el propio río el que se encarga de convertir a la gente en personajes importantes. ¿Quién soy yo para imponer mi criterio? Puede que si mataras a Hitler, el río sencillamente crearía otro a su imagen y semejanza.

Nick se echó a reír con incredulidad.

—¿Que quién eres tú para imponer tu criterio? ¡Eres la regidora!

Arkady se golpeó las rodillas con las palmas de las manos.

—¿Por qué cuando se habla de viajar en el tiempo, la discusión siempre acaba siendo si habría que matar o no a Hitler? ¡Así convertimos a Hitler en un lugar común! La cuestión es esta: tú eres pequeño y el río, grande. Vive, ama, muere, amigo mío, que el río seguirá su curso.

—Parece como si quisieras que eso fuera verdad. Y al mismo tiempo te diera miedo que no lo fuera.

Alice y Arkady lo miraron fijamente con los labios firmemente sellados.

—Está bien —dijo Nick tras un silencio incómodo—, intentaré controlarme para no acabar salvando el mundo o creando una nueva raza de asesinos megalómanos.

Algo parecido al rencor retorció la boca de Alice.

—¿Y cómo sabes que no formas parte ya de esa raza?

—¿De la raza humana, Alice? Sí, tengo el carnet que lo demuestra.

Nick sintió la intensa mirada de la regidora y vio que se esforzaba en reducir las llamas de su ira y convertirlas en simples ascuas. Luego cerró los ojos, un gesto que no quería decir que se rindiera. Con los párpados cerrados, habló con la voz tranquila y pausada de una líder.

—Tenemos que cambiar el rumbo de esta discusión o nos arriesgamos a acabar discutiendo por el significado de la historia, en lugar de proteger su devenir. —Abrió los ojos de nuevo—. Nick, ¿tienes alguna pregunta más sobre el río?

Él esperó unos segundos antes de responder, mientras su propio enfado se disipaba.

—Según tú, no podemos cambiar el futuro. ¿Y darle la vuelta? ¿Hacer que vaya hacia atrás?

—Rotundamente no. El río de la historia siempre quiere moverse hacia delante. Es lo que siempre ha hecho y lo que siempre hará. —Alice se sacó una petaca plateada del bolsillo de la chaqueta, le guiñó un ojo a Nick y desenroscó el tapón. Luego inclinó la cabeza hacia atrás y bebió—. Es whisky americano, de centeno, como Dios manda. Piensa en esto. Ahora ya sabes que puedes regresar al pasado, acompañado quizá por algún compañero, como nadadores surcando las aguas. Nadando a contracorriente, como he dicho antes. Pero ¿qué pasaría si cambiaras el sentido de las aguas y me hicieras devolver el whisky a la petaca? ¿Deshacer algo que ya he hecho? Yo quería beber y no quiero deshacer esa acción. Estarías luchando contra mis deseos, contra mi sentido de mí misma y de lo que he conseguido. Estarías luchando contra el fluir de mis sentimientos, contra mi movimiento río abajo. ¿Lo entiendes? Cambiar el sentido del tiempo sería una habilidad increíble, sin duda. Una habilidad imposible, Nick. El río siempre presiona, siempre empuja hacia delante. No permite más que una pequeña ola de vez en cuando. La corriente siempre fluye hacia el mar.

—Si es imposible cambiar el curso del río, si no podemos hacer retroceder el tiempo ni cambiar la historia, ¿para qué me mandáis de vuelta a 1815?

—¡Ah! —Alice se golpeó la punta de la nariz con el dedo índice—. ¡Una pregunta muy apropiada! Verás, la historia de la humanidad y la del Gremio son dos cosas distintas, aunque están íntimamente conectadas. Y es que el Gremio tiene un único objetivo, Nick, que afecta a todas nuestras decisiones, incluida la de no revelar a nuestros miembros la naturaleza de sus poderes. Ese objetivo es la protección de la historia de la humanidad en su conjunto, la protección del pasado. Una sola persona que regresa al pasado apenas puede cambiar nada. Pero ¿y si en vez de una fueran miles? No sabemos qué pasaría, aunque sí estamos seguros de una cosa: sería el caos. La devastación más absoluta. Ese es nuestro mayor temor. Por eso vigilamos el río y nos aseguramos de que su curso es el que debe ser, profundo e inalterable.

Alice había apoyado una mano en la rodilla de Arkady y él tenía un brazo alrededor de sus hombros. Aquella pareja había viajado en el tiempo, como él. Habían sido arrancados bruscamente de su realidad, apartados para siempre de todos sus seres queridos. Y allí estaban, atravesando Londres tras la estela del Espíritu del Éxtasis que decoraba el capó de su Rolls-Royce, y parecían muy cómodos en sus papeles de señora regidora y esposo. Cómodos, enamorados, poderosos. Quizá habían olvidado la soledad.

—Todos queremos volver a casa —dijo Nick.

A Alice se le escapó la risa.

—¿De verdad piensas que eso es lo que quiere la gente? ¿Crees que, si los miembros del Gremio supieran que pueden viajar en el tiempo, volverían a la Edad Media a cultivar nabos y a esperar a que la peste se los llevara por delante?

Nick se miró las manos, que descansaban sobre sus muslos. Las uñas, limpias y cuadradas. Las medias lunas que asomaban bajo las cutículas.

—Yo salté desde Salamanca —dijo, escogiendo las palabras con cuidado—. Un infierno provocado por el hombre, un infierno que yo ayudé a crear. He rebanado el cuello de muchachos que deberían haber estado en casa con sus madres. He pisoteado los cuerpos destrozados de hombres a lomos de mi caballo, hombres de mi propio ejército. He escalado…

De pronto, guardó silencio.

Badajoz. Las murallas, rodeadas de montañas de cadáveres. Los días posteriores… Levantó los ojos y miró a la pareja con la esperanza de que lo entendiera.

—Hoy —explicó, intentando controlar el temblor de su voz— he experimentado la sensación más devastadora de toda mi vida, peor incluso que el día más triste de todos los que pasé en España. —Desvió la mirada hacia la ventanilla del coche durante más de un minuto, con los ojos ausentes como si no viera nada al otro lado el cristal, y luego continuó sin mirar a Arkady o a Alice—. No quiero decir con eso que haya experimentado lo peor, porque sé que no es así. Otros han sufrido mucho más que yo. Hoy, sin embargo, he sentido que me perdía en un remolino de desesperación más ancho que toda mi vida, más profundo que mi alma, que reconozco que es bastante superficial; mucho más grande que la capacidad de mi corazón para seguir latiendo. —Se volvió de nuevo hacia la pareja—. No me interesan vuestros cálculos sobre la empatía ni la gloriosa misión por la que protegéis el río de la historia. Yo solo quiero vivir mi vida y quiero poder hacerlo con mis propias emociones, por muy jodidas que sean. Tengo una casa a la que llamo hogar y me gustaría poder volver a ella sin atravesar el tiempo, solo el espacio. En un avión, a poder ser de Virgin Atlantic. —Sonrió ante sus propias pretensiones—. Primera clase. —Bajó la mirada mientras hacía girar el anillo, que reflejaba la luz que entraba por la ventanilla—. Rechazo el citatorio directo.

—No puedes —dijo Alice con delicadeza—. Y lo sabes.

—Pero esta vez lo rechazo.

—No puedes.

—Os devolveré el dinero, ya se me ocurrirá la manera. Quiero dejar el Gremio.

—El dinero es algo simbólico, Nick. Venga, hombre, que el Gremio te necesita.

Él negó con la cabeza.

—El Gremio me da igual, Alice. ¿De verdad crees que me voy a dejar arrastrar de vuelta a una época de mi vida por la que ya he llorado suficiente, para matar y quizá para morir por una organización que me ha ocultado la verdad sobre mis poderes durante todos estos años? Ni pensarlo.

—¿Por qué matabas franceses en España, Nick? —La voz de Alice sonaba cada vez más baja, más susurrante—. «Gritad: ¡Dios con Enrique, Inglaterra y san Jorge!» ¿No era así?

—No. —Nick los señaló con el dedo, a los dos, tan seguros y perfectos en su Rolls-Royce—. Malditos seáis. —Vio que el cuerpo de Arkady se tensaba, se preparaba para reaccionar, y él también hizo lo propio, agudizando los sentidos al máximo y concentrándolos en el ruso que se sentaba frente a él—. Ya no soy aquel hombre —añadió con voz ronca por la tensión—, ni tampoco aquel soldado. Todo cambia con el tiempo.

—Te equivocas, nada cambia —replicó Alice—. Mírate, tienes los puños cerrados. Mira a mi marido. Está tenso como un muelle. Eres quien eres. El río fluye hacia el mar.

—Quiero dejarlo.

—No puedes.

El coche se detuvo lentamente y el chófer tocó en el cristal de separación con el sello que llevaba en el dedo. Habían llegado al Hospital de Huérfanos.

Media hora más tarde, estaban los tres sentados en un reservado del Lamb, un pub al principio de Lamb’s Conduit Street que ya existía en tiempos de Nick y que ahora tenía un aspecto muy diferente, con el típico interior de cuchitril victoriano.

—No es una cicatriz —dijo Arkady.

Aún tenía los ojos rojos. Se había colocado frente a la verja de entrada al recinto, con los brazos abiertos, aspecto de santo y las mejillas empapadas en lágrimas. Alice le había dado a su marido todo el tiempo que necesitara, ignorando por completo a los curiosos que se paraban a mirar. Pasados unos minutos, Arkady se había reunido con Nick al otro lado de la calle, al abrigo de la estatua de una mujer con una urna en las manos. Desde allí, ambos habían observado a Alice, que se paseaba como un sabueso por delante de las verjas de entrada, arrugando la nariz como si pudiera oler el pasado.

—Pero es algo, eso seguro —replicó Alice.

—Sí —convino Arkady—, pero hay demasiados sentimientos diferentes y muchos de ellos se proyectan hacia el futuro. Tristeza, emoción, añoranza, todos mezclados.

—Yo no he podido sintonizar todas esas vibraciones místicas —intervino Nick—, pero estuve allí una vez a finales del siglo XVIII

—¡Cállate! —Alice miró a su alrededor, pero la cristalera que protegía el reservado le bloqueaba el campo de visión—. Por el amor de Dios, Nick.

—Lo siento —se disculpó él, y bajó la voz—. Estuve allí una vez con mi madre, de pequeño, y si sirve de algo, recuerdo que fuimos muy insolentes.

Alice sonrió y se llevó su pinta de cerveza a los labios.

—Insolente, ¿eh? Apuesto a que eras un caballerito encantador.

—Si tú lo dices…

La regidora apartó su cerveza a un lado.

—Bueno, pues ya sabemos que no es una cicatriz, pero ¿qué significa eso con respecto a lo que hemos visto hoy? Arkady, ¿has sentido el peso de la desesperación mientras estabas allí de pie? Porque yo no, en absoluto.

—No. —Arkady se encogió de hombros—. Pero todos esos bebés… No he podido evitar llorar.

—Sí —dijo Alice con delicadeza—. Sí, mi amor.

Puso la mano sobre la de su marido.

Nick se llevó su pinta a la boca y dejó que la deliciosa cerveza le limpiara la garganta. Arkady era como un niño grande, pensó, que siempre necesitaba el consuelo de Alice.

—¿Por qué te has puesto a llorar?

—Mis lágrimas eran muy antiguas; las he derramado antes y seguro que las volveré a derramar en el futuro. —Apartó la mano de la de su mujer y las juntó bajo la barbilla. El anillo de rubí brillaba en su dedo como las ascuas de un fuego mal apagado—. No creo que las emociones que Nick ha sentido esta mañana frente a las puertas del recinto fueran las del Hospital de Huérfanos —le dijo a Alice—. Diría que eran emociones del propio señor Mibbs.

—Sí —asintió Nick—, tiene sentido. Y ya me había inspirado miedo antes, en Euston Road. Diría que lo que he notado no era una especie de miedo histórico, a menos que me digáis que entre Judd Street y Euston Road hay un árbol que se utilizaba para ahorcar a gente o algo así.

Alice lo miró.

—Pues podría ser. En Marble Arch hay una cicatriz precisamente por ese mismo motivo.

—Tyburn.

—Sí.

Arkady extendió las manos.

—Pero Nick ya lo ha dicho antes. Ese hombre utilizaba las emociones para controlarlo, no los pensamientos. Que el ataque ocurriera cerca del Hospital de Huérfanos es solo circunstancial.

—Esa es una posibilidad muy interesante —dijo Alice—. Podría ser un nuevo avance, una nueva manera de utilizar el río. Lo han descubierto y han decidido ponerlo a prueba con miembros del Gremio.

—¿A quién te refieres? —dijo Nick, arqueando las cejas.

Alice y Arkady lo miraron un instante con gesto serio. Luego Alice cogió aire y lo soltó por la nariz.

—La razón por la que te necesitamos, Nick… la razón por la que vamos a llevarte de vuelta a tu época natural, es porque está a punto de estallar una guerra en esa era. Será una guerra por el destino del pasado, por el propio devenir de la historia.

Por fin las cartas estaban sobre la mesa. Nick tenía razón desde el principio. Estaba allí para matar.

—Ya te he comentado que hay otros —continuó Alice—, gente que vive al margen del Gremio. No están de acuerdo con nuestros principios. Creen que deberíamos intervenir en la historia, que deberíamos cambiarla. Están experimentando con su poder, intentando averiguar más cosas acerca de él. Algunas de las cosas que han descubierto recientemente en… —Alice miró a Arkady y él asintió—. Las cosas que han descubierto en Brasil son alarmantes.

¡Brasil! Así que Meg sí había escuchado a Alice hablando por teléfono el día del mercado, en el lavabo. Estaba diciendo la verdad. Y él era, como siempre, un gilipollas que se merecía que sus amigos lo abandonaran. De repente, Nick sintió un extraño alivio. Quizá Meg y Leo seguían vivos y habían conseguido llegar a Brasil.

Alice estaba mirando a Arkady, y Nick siguió la dirección de sus ojos. El ruso tenía la mirada perdida en la distancia, una distancia que solo él era capaz de ver.

—Arkady, cariño. Vuelve con nosotros.

El ruso se concentró de nuevo en la pequeña mesa del pub y se enjugó los ojos con el dorso de la mano.

—Sí, sí. Brasil. Un país precioso.

Alice le habló con dulzura, acariciando la abundante cabellera blanca de su marido.

—Iba a hablarle a Nick de los orphan.

—¡Los orphan! Bah —exclamó Arkady con desprecio.

Alice se volvió hacia Nick.

—Los orphan son como una espina que llevamos clavada en el costado —le explicó—. Y lo han sido desde… ¡uf! Desde siempre. Pero las cosas están cambiando. No podemos seguir así, enfrentándonos continuamente por cosas sin importancia. Nos jugamos demasiado. Los orphan han descubierto algo, una nueva habilidad o, quizá, un objeto que intensifica su poder. Sea lo que sea, debemos conseguirlo.

—Espera, vas demasiado deprisa. ¿Por qué utilizas la palabra en inglés? ¿Y por qué los llamáis huérfanos? Parecen sacados de Oliver Twist.

Alice se echó a reír.

—¡Orphan no! ¡Ofan! —Le deletreó la palabra—. El nombre es una contracción del término hebreo «ofanim».

—¿Y qué demonios significa?

—¿Has oído hablar alguna vez de la visión de Ezequiel? ¿De los ángeles que transportan el trono de Dios?

—Ezequiel…

Nick intentó recordar.

—Ezequiel tuvo una visión en la que vio unos extraños ángeles. Cada uno de ellos tenía cuatro caras y muchas alas. Lo veían todo, podían viajar en cualquier dirección y nunca dormían. —Alice cerró los ojos y citó de memoria—: «Y oí el sonido de sus alas cuando andaban, como el sonido de muchas aguas, como la voz del Omnipotente, como el ruido de muchedumbre, como el ruido de un ejército».

—Vale —dijo Nick—. Entonces estos ofan, que son los malos, ¿son como ángeles deformes?

—Pues claro que no. Son humanos, como tú y como yo. Es solo un nombre. Significa que nos vigilan, que pueden viajar por el río en cualquier dirección, que tienen la legitimidad y la verdad de su lado, etcétera, etcétera. Obviamente —añadió Alice con una sonrisa en los labios—, nosotros también creemos que la legitimidad y la verdad están de nuestro lado.

—¿Y Mibbs es uno de estos ofan?

Alice miró a Arkady.

—¿Tú qué crees?

—Puede ser —respondió el ruso—. Pero… —Se encogió de hombros—. No lo creo. Al menos a mí no me lo ha parecido.

—Pero tiene que serlo —replicó Alice—. Es la única explicación posible. Puede que eso que hace con los sentimientos sea la nueva habilidad que han descubierto. ¿Qué otra cosa podría ser ese hombre? ¿Una especie de pistolero solitario?

Arkady bebió un buen trago de cerveza y luego se limpió la boca con el dorso de la mano.

—No lo sé. Los ofan son cobardes por naturaleza. Pero ¿esto? ¿Esta forma de control sobre los sentimientos? No parece algo propio de ellos. Son estúpidos y descuidados, siempre persiguiendo fantasías, siempre creyendo que las cosas pueden cambiar. Idealistas. —Frunció el ceño, con la mirada clavada en la cerveza—. No tienen huevos para ser como Mibbs.

—Esperad, ¿me estáis diciendo que vuestros enemigos son un puñado de idealistas? ¿Hippies que viajan en el tiempo? No dan mucho miedo, la verdad.

—Vaya si dan miedo —dijo Arkady—. Nos roban a nuestros hijos. Les enseñan cosas horribles. Les llenan la cabeza de sueños.

—Arkady. —Alice le hizo callar—. Por favor. —Luego se dirigió de nuevo a Nick—. A Arkady nunca le han gustado —le explicó, con una tímida sonrisa en los labios—, pero es así. Son un grupo más o menos disperso de gente que no está de acuerdo con el Gremio y que piensa que nuestro don es más poderoso de lo que creemos. Se han vuelto muy poderosos en varios momentos de la historia. En otros están más desorganizados. En algunos, incluso, trabajamos en asociación con ellos y la gente puede ser ofan y pertenecer al Gremio al mismo tiempo. Ahora, sin embargo, tenemos razones para creer que han cambiado drásticamente y se están convirtiendo en una amenaza real. Como he dicho antes, han encontrado algo y ese algo les ha permitido alterar… Bueno, eso ya te lo contará el regidor… —De pronto, bajó la voz—. En 1815. Es más asunto suyo que mío. —Miró a Arkady—. Creo que Mibbs es una pista de lo que los ofan han aprendido a hacer, aunque no forme parte de sus filas.

—No han cambiado tanto, Alice —se burló su marido—. Aún siguen removiendo cielo y tierra para encontrar… —De repente, dejó la frase a medias y apuró la cerveza de un solo trago—. ¡En cambio, nosotros! —Levantó el vaso vacío por encima de su cabeza—. Somos el Gremio. Los machacaremos. ¡No hemos protegido el río durante tanto tiempo, trabajando tan duro, para que luego vengan ellos y lo arruinen todo! —exclamó, y dejó el vaso de nuevo sobre la mesa con un sonoro golpe.

—Claro que sí, querido mío. —Alice le acarició la mejilla con los nudillos—. Y tanto si Mibbs es ofan como si no, sus días de clandestinidad han acabado. El gremio lo está buscando. He enviado la grabación a Chile y pronto la mandaré a todo el mundo, junto con su descripción por los canales del tiempo. Estoy convencida de que se oculta en algún lugar, pero cuando vuelva a aparecer, lo encontraremos.

Nick se apoyó contra la pared del reservado y entornó los ojos, de manera que la luz eléctrica del pub perdió intensidad hasta transformarse en lo más parecido al tenue resplandor de las velas. Los ofan. Dejó que aquel nombre penetrara en su cabeza. No orphan. Ofan. Ángeles temibles de múltiples caras. Cuerpos hermosos y andróginos, alas de luz y de sombras, ojos rebosantes de visiones. Voces elevándose al unísono como el rugido de las aguas. Elevándose, luchando, pero siempre contenidos por una mano implacable. Siempre hacia abajo, siempre hacia las llamas eternas.

Nick cerró los ojos por completo.

Badajoz.