Le tocó a Gordon encargarse de los preparativos del funeral de Martha y una de las primeras cosas que hizo fue preguntarle a Frank si quería ayudarlo. Fue a la granja para hablar con él. Una lo envió a la casita de Annie Trapos, donde Frank estaba manejando un hacha. Ya le habían contado que su abuela había muerto.
Gordon le pidió que lo ayudara con el embalsamamiento y la preparación del cadáver. Si ayudamos a Martha ahora, le explicó, ayudaremos a los otros más adelante. Frank lo entendió a la perfección. Dijo que lo haría y regresó a la casa de Aida y Gordon y al taller de embalsamamiento del camino de Binley.
Esta vez Aida no asistió al proceso. Se marchó con las gemelas mientras Gordon y Frank preparaban el cuerpo para el velatorio. Gordon dijo:
—Ahora recuerda, Frank. Ésta no es Martha. Es sólo el envoltorio en el que vino al mundo.
Frank se mostró solemne y diligente en todo. Entre Gordon y él hicieron el trabajo, casi siempre en silencio. Gordon se mostró encantado con lo mucho que el niño había aprendido durante su anterior estancia.
—Serías un estupendo embalsamador —señaló.
—No —replicó Frank—. No me gustaría estar haciendo esto todo el rato.
Gordon lo pensó un momento y a continuación asintió.
—Sí. No todo el mundo está hecho para esto. Mira, muchacho, yo me encargaré de los cortes. ¿Quieres lavarla?
Frank no necesitó que se lo pidiera dos veces. Era un acto de amor. Ahora era el Duende de la Muerte, moviendo su varita. Gordon tuvo que utilizar la suya en las comisuras de los labios de Martha para eliminar la tensión del labio superior. A continuación sacó la bomba con los productos químicos y empezaron a embalsamarla. Frank bombeó con fuerza. Gordon preparó el drenaje.
—Diez litros —dijo Frank.
—Te has acordado, chico. Te has acordado.
Se encargó de la cavidad abdominal mientras Frank le cepillaba el pelo a su abuela y se encargaba de algunas de las tareas que normalmente hubieran recaído sobre Aida. Le aplicó vaselina a la cara y le pintó los labios. Perfiló las cejas con el lápiz de ojos. Aplicó un poco de colorete en sus mejillas. Gordon levantó la mirada e hizo un gesto de aprobación.
—Tienes unas manos muy suaves, Frank. Yo no lo hubiera hecho mejor. Y no se lo digas a la tía Aida, pero ella tampoco.
Entre los dos vistieron a Martha con la ropa limpia que Aida les había dejado. Frank le limpió los zapatos, se los puso en los pies y le ató los cordones. Finalmente la metieron en el ataúd. Frank la encontró sorprendentemente ligera. Gordon intuía sus pensamientos.
—Parecía más grande cuando estaba viva, ¿eh? Toda esa fuerza en una mujer tan pequeña. Ya no las hacen así.
Les llevó un buen rato pero Gordon concluyó que habían hecho un buen trabajo. Tenía un carrito en el que subieron el ataúd. A continuación la llevaron al salón, donde se celebraría el velatorio. Gordon dijo que aún faltaba un tiempo para que llegara la familia y llevó a Frank al baño para que se levara y se pusiera su mejor ropa, porque tenía que pasar de ser el embalsamador de Martha a uno de los asistentes a su funeral.
Aida tapó los espejos del salón y quitó el reloj de la repisa. Los familiares empezaron a llegar hacia las seis de la tarde. Sólo estaba invitada la familia más cercana: las siete hijas de Martha con sus maridos y sus seis nietos. Habría más invitados al funeral, que se celebraría al día siguiente, pero para las Vine los velatorios eran privados.
Ina y Evelyn fueron las primeras en llegar, seguidas poco más tarde por Una y Tom y sus hijos y a partir de entonces la casa no tardó en llenarse. Cassie y Betie acababan de llegar de sus respectivas lunas de miel. Betie fue la que peor se lo tomó y Cassie trató de consolarla.
—Estaba preparada, Betie. Mamá estaba preparada.
—Ya lo sé —dijo Betie mientras se sonaba la nariz con un pañuelo que le había dejado Tom—. Pero yo no.
Todas ellas tocaron por turnos el cuerpo frío de Martha porque de pequeñas les había dicho que si tocas un cadáver, su espíritu nunca vendrá a atormentarte. No es que todas ellas creyeran en aquella superstición, pero lo hicieron porque Martha les había dicho que lo hicieran. Entonces Ina se quitó las gafas y les preguntó si podían cantar «Quédate a Mi Lado» a pesar de que el momento indicado para ello era el funeral. Así que lo hicieron.
No temo a ningún enemigo, si Te tengo para bendecirme.
Nada me pesará, ni lloraré de amargura.
¿Dónde quedó el aguijón de la muerte?
¿Dónde, Sepulcro, tu victoria?
Mas yo triunfaré, si Tú estás a mi lado.
Pero no cantaban bien y algunos de ellos ni siquiera podían cantar. Betie no pudo impedir que se le quebrara la voz de pura pena; y la de William pareció desplomarse por entero a mitad de canción; y la voz de Frank fallaba en las notas más agudas. No pudieron seguir. Y cuando terminaron de cantar se abrazaron unos a otros y en aquel momento la ternura de la familia fue casi más difícil de soportar que la aflicción.