22

—Muy bien, joven Frank, ¿de qué vamos a hablar hoy? —La tristeza de la estación fría había sido conjurada brevemente por la aparición de un sol de invierno y Feek estaba de un humor bullicioso. La luz de la mañana entraba por las ventanas del atestado estudio de Feek, orientado al sur. Podían ver a otros miembros de la comuna paseando por el patio. Cassie y Lilly charlaban no muy lejos.

A Frank le gustaban algunas cosas del estudio de Feek. La mesa de roble tenía un enorme globo terráqueo que el eminente profesor hacía girar; una calavera que le dejaban tocar; y un giroscopio que a veces conectaba para el niño. Las paredes estaban cubiertas de libros desde el suelo hasta el techo, con la única salvedad de un espejo ornamental de grandes dimensiones que colgaba sobre la repisa. Era un lugar estupendo para sentarse y dar clase, pero había en él otras cosas que resultaban menos atractivas.

Quizá fuera el olor del estudio lo que menos le gustaba. O tal vez, dado que no era capaz de diferenciarlos, fuera el olor del propio Feek. El mismo olor se había adherido al tejido de la silla en la que tenía que sentarse; flotaba sobre los numerosos estantes de las paredes; se posaba entre las fibras de la alfombra y cada vez que alguien caminaba sobre ella parecía como si lo activase de alguna manera; y brotaba de la chaqueta de lana de Feek siempre que éste se acercaba a Frank.

—He pensado —dijo Feek aquella tarde soleada— que hoy podrías afrontar un poco de eso que llamamos filosofía. ¿Sabes lo que es, Frank?

—No.

Feek se había ido tomando cada vez más interés en la educación de Frank. Betie le había comentado a Bernard que desde la llegada de Frank veía más al viejo en Ravenscraig, justo lo contrario de lo que había temido en un principio. Se había preguntado si la presencia del niño podría mantenerlo alejado. Pero Feek aseguraba que lo había impresionado la «mente inquisitiva» del niño y lo había estimulado la «frescura de su pensamiento». Tanto que ahora le daba dos clases por semana. ¿Qué mejor educación podía recibir? Frank ganaba lo que se perdía Baliol, sin duda.

—La filosofía —afirmó Feek mientras metía los pulgares por debajo del cinturón y se dirigía a Frank como si se encontrase en una atestada sala de conferencias— es la búsqueda de la sabiduría. Es una caza del tesoro. —Esbozó una gran sonrisa, complacido por haber dado con la metáfora apropiada para un niño de seis años—. No es, como algunos han asegurado, el amor de Sofía.

Frank parpadeó.

Avergonzado por la falta de eficacia de un chiste que generalmente arrancaba unas cuantas carcajadas pelotilleras, Feek dio marcha atrás en su discurso.

—Si, en efecto, sí, Frank. La filosofía es la investigación sobre la naturaleza última de las cosas, o de los principios generales de las causas de las cosas, de las ideas, de la percepción humana, incluso de la ética.

Frank dirigió la mirada hacia su madre, que seguía charlando con Lilly en el patio.

—¿Quieres que vuelva a hacer girar el globo, Frank? ¿Y tú lo paras con tu dedo? —Arrugó el entrecejo—. No, vamos, no nos rindamos tan fácilmente. No. A ver esto: la filosofía es la búsqueda de la verdad. ¿Sabes lo que es la verdad, Frank?

—Siempre está escondida.

Feek abrió muchísimo los ojos. Sus blancas cejas levitaron.

—¡Bien! ¡Muy astuto!

Frank no estaba siendo astuto. Simplemente estaba citando una de las frases de su abuela, la de que la verdad está siempre escondida hasta que te da una bofetada en la cara.

—¿Y qué es lo que se oculta detrás?

Frank pestañeó.

—Vamos, Frank, cava más hondo en busca de ese tesoro. ¿Qué secreto yace enterrado?

Frank miró el espejo que había sobre la repisa, en el que se veía el reflejo de Cassie y Lilly, hablando en el patio.

—El Hombre-Tras-el-Espejo.

Siguiendo la mirada de Frank, Feek se volvió hacia el espejo y no encontró allí más que el reflejo del niño.

—¡Curioso! ¡Muy curioso! El chico es un metafísico. ¿Y cómo aparece la vida a través del espejo?

Frank volvió la mirada hacia Feek, avergonzado de repente por la intensidad del interés del profesor. Feek se inclinó hacia él, frotándose el labio inferior entre el índice y el pulgar. Frank volvió a pestañear.

Feek se aclaró la garganta.

—Lo que quiero decir es, ¿qué aspecto tiene el hombre que hay al otro lado del cristal?

Frank se levantó de la silla y se acercó a la mesa de Feek. Señaló a la sonriente calavera que descansaba detrás del tintero.

Las nivosas cejas de Feek trepidaron de excitación.

—¡Dios mío! ¡Este niño es un genio!

Cassie se había marchado del patio con Lilly y había subido con ella a su habitación, donde ahora su amiga estaba preparando un té. Era la única que tenía una pequeña cocina en su cuarto, separada del dormitorio por una cortina. Lilly, una sicóloga clínica en paro, le había dado a Cassie algunas sesiones de terapia gratuitas desde su llegada a Ravenscraig. Cassie hacía lo que podía por participar en ellas con la mente abierta pero el interrogatorio se le antojaba un poco tenso y solía buscar excusas para no seguir adelante con el compromiso y la regularidad que Lilly parecía esperar de ella.

Lilly le tendió una taza de té.

—Parece que hoy tienes algo en mente, Cassie.

—Oh, es Frank. He echado una mirada por la ventana del estudio de Perry y no parecía demasiado feliz.

—¿Te preocupa Frank?

—¡Sí! ¡Claro! ¡Siempre! Bueno, no siempre y ése es el problema. Quiero decir que cuando tengo una de mis recaídas, así las llama Betie, hasta me olvido de que soy su madre; o sea, sé que eso debe de significar que no soy una buena madre… oh, Lilly, maldita sea. Has empezado una de tus sesiones, ¿no?, y yo sólo estaba charlando.

—Eso es lo que estamos haciendo, Cassie. Somos dos amigas que charlan.

—Lo sé, ¿pero esto es una sesión de terapia o estamos tomando un té?

—Puedo ponerme una bata blanca si lo prefieres.

—No me refiero a eso.

—Sí que te refieres a eso. Estoy tratando de ser tu amiga. Estoy tratando de ayudarte. El trabajo de preguntarte lo que eres y por qué haces las cosas que haces no termina cuando pasa la hora. Además, yo creo que nadie tiene un problema que no sea también problema de todos los demás. Hablar de la vida es parte de la vida. Y creo que es mejor que hables de las cosas que haces cuando no tienes una de tus recaídas, como tú las llamas.

—Oh, pero es que soy incapaz de recordar lo que hago en esos momentos. Ése es precisamente el problema.

—Yo creo que sí puedes, Cassie. Creo que recuerdas. Creo que puedes llegar hasta allí pero cierras la puerta. Y si recordaras, puede que no necesitaras que ocurriera tan a menudo.

—¿El qué?

—Lo que quiera que sea.

—¿Crees que Frank está bien?

Lilly suspiró.

—Creía que íbamos a hablar de ti.

—Es que Perry… bueno, a veces me da un poco de miedo.

—Perry… Perry se controla. ¿Quieres que hablemos de ti? La última vez me hablaste de la TEC que te habían dado en el hospital.

—Aún tengo pesadillas con eso. Y no puedo soportar el olor de la goma. Me pusieron una mordaza de goma.

—¿Te acuerdas de las descargas?

—Las descargas no eran dolorosas. Al menos no como podrías pensar. Era lo que había dentro de ellas. Estabas atrapada con tu mordaza y sentías una sacudida y entonces giraba una rueda, una rueda tan grande como las estaciones del año y que levantaba un viento en el interior de tu alma pero un viento con dientes que desgarraba una pequeña parte de ti y seguía adelante, llevando ese pequeño algo entre sus fauces; y después siempre me sentía enferma y no quería que volviera a pasar.

—No deberían hacer eso.

—No deberían. No se les debería permitir que ataran a la gente y la amordazaran y dieran la vuelta a esa gran rueda. No deberían.

—Quédate conmigo, Cassie y nunca volverán a hacértelo.

Cassie miró a Lilly para ver si estaba bromeando; vio que no; eligió comportarse como si lo estuviera haciendo.

—¡Jesús, menuda carga sería para ti!

—¿Dónde vas, Cassie? ¿En esos extraños y oscuros vuelos tuyos? ¿Dónde vas y qué es lo que ves?

Bernard regresó aquella tarde, exhausto por las clases que impartía en un colegio de secundaria de la zona. El entusiasmo que inicialmente le había inspirado el trabajo estaba apagándose por culpa de unos pupilos remisos y unos colegas inflexibles. Se dejó caer en una silla rumiando su viejo sueño de convertirse en arquitecto mientras Betie lo ayudaba a quitarse las botas.

—¿Dónde están todos?

—Tara está follando con Robin, Lilly está hablando con Cassie, Peregrine está dando clases a Frank —recitó Betie con voz monótona.

—O sea, que sólo Tara y Robin están trabajando —dijo Bernard.

Betie amaba a Bernard por su sentido del humor. Él sabía lo que ella estaba pensando.

—He decidido dejar de hacer la limpieza, de cocinar, de ir de compras y de pensar como una madre. He decidido dejar de comportarme como mamá.

—La única diferencia entre Martha y tú —dijo Bernard— es que ella consigue que todo el mundo haga su parte.

—Bueno, pues yo he decidido dejarlo. Ya veremos lo que pasa. Esta noche. Como de costumbre, nadie ha hecho nada.

—Oh —dijo Bernard—. Bueno, eso será muy divertido. ¿Y qué me dices de Frank? Perry pasa mucho tiempo con él últimamente. ¿Crees que todo va bien?

Frank no se sentía demasiado cómodo. El desconcertante hábito de Peregrine Feek de caminar por la habitación no cesaba. Paseaba lentamente de un lado a otro mientras hablaba sin parar de cosas que Frank no podía siquiera empezar a comprender. Feek se colocó detrás de la silla de Frank y le puso con suavidad una mano en cada hombro.

—Como puedes ver hay una razón para que la verdad insista en emerger a la superficie de las cosas y nos hable, a menudo con una voz contradictoria, Frank. Es una suerte de alquimia, una piedra filosofal si lo prefieres, en la que la unión entre los opuestos se encaja en su lugar: masculino y femenino, joven y viejo, hasta que… —y aquí Feek puso su boca muy cerca del oído de Frank y susurró la palabra— ¡Bang! El mundo tal como lo conocíamos se desploma, la superficie de la tierra se desuella e incluso la racionalidad, la propia racionalidad, Frank, se nos revela como una construcción artificial y nada más, una herramienta que nos ha sido útil hasta entonces pero ha dejado de serlo. Oh, Frank, ¿por qué tenemos que vivir nuestras vidas bajo la misma luz de los hombres menores? ¿Puedes decirme por qué?

Frank sacudió la cabeza. No podía.

Feek regresó a su silla, enfrente de Frank, y se le acercó hasta que sus rodillas estuvieron casi en contacto.

—Era una pregunta retórica, Frank. Significa que no necesita respuesta. Frank, sabes que si te quedaras a vivir en Ravenscraig con nosotros, podríamos instruirte para ser la mente más grande de todo el país. De eso no debes tener duda. ¿Te gustaría eso, Frank, mi niño? ¿Qué te parecería?

Puso la mano en la rodilla desnuda de Frank, justo por debajo del dobladillo de sus pantalones cortos, y la sacudió ligeramente.

Frank miró la mano velluda, ligeramente húmeda y cubierta de manchas y deseó que Feek la levantara. Pero Feek no lo hizo. El profesor tenía los ojos entrecerrados y sus pestañas se agitaban. Respiraba entrecortadamente e introdujo la mano por debajo del dobladillo de los pantalones de Frank.

* * *

—Las descargas —dijo Lilly— te hacían olvidar. Así es como funciona. Pero yo necesito que recuerdes.

—Es verdad. Ni siquiera recordaba el nombre de mis hermanas después de que me lo hicieran.

—¿Entonces por qué no recuerdas? ¿Por qué me da la impresión de que te estás mintiendo?

—¡No digas tonterías, Lilly!

—No es un insulto, Cassie. Todos lo hacemos. La mentira es un emblema de nuestra humanidad. Mentimos y fingimos que no mentimos. Mira este lugar. ¿Acaso no es una mentira? Todos nos adherimos a las ideas del progreso y de una sociedad mejor y eso está bien si ayuda a la gente a seguir adelante y hacer lo que debe pero en este lugar es como una broma.

—Entonces, ¿por qué te quedas si es tan malo?

—Yo no he dicho que fuera malo, o que la gente de aquí lo fuera. Al menos no todos lo son. Pero al menos me permiten ser yo misma, cosa que en otros lugares no es posible.

—Oh, ¿te refieres a lo de ser una bollera y eso?

Lilly sonrió después de un segundo.

—No te ofendas, Lilly. He pensado en eso y es cierto que algunas chicas son tan guapas que a una le gustaría arrancarles la blusa y darles un buen beso en las tetas pero eso no tiene comparación con tener a un hombre dentro, ¿sabes? O sea, cuando tus piernas y tus brazos están alrededor de un tío y él es como un niño pequeño y sus ojos se convierten en agua, ¡bueno, Dios! ¡Eso me encanta! La verdad es que sí. ¿Tú no lo prefieres?

—Se supone que estamos hablando sobre ti, Cassie, no sobre mí —dijo Lilly con tristeza—. ¿Sabes?, eres realmente preciosa, Cassie. No me extraña que vuelvas locos a los hombres. Creo que es por tu salvajismo. Quieren que los roce. Eso que tienes bastaría para despertar a un muerto. Confío en que nunca encuentren una «cura» para ello. Si lo hacen, apagarán una luz en el mundo.

—Me estás tomando el pelo —rió Cassie.

—No, la verdad es que no. Dame un poco de eso, Cassie. Dime dónde vas. Cuéntame lo que ocurrió la noche del bombardeo de Coventry. ¿Puedes hacerlo?