Del grupo de las Falklands partieron el Tuba y el Lively, a las órdenes del capitán Biscoe, el 27 de Septiembre de 1830, haciendo escala en las Sandwich, cuya punta septentrional doblaron el 1° de Enero del siguiente año. Verdad que seis semanas después el Lively se perdía en las Falklands…, lo que no era de esperar sucediera a nuestra goleta.
El capitán Len Guy parda, pues, del mismo punto que Biscoe, el que empleó un mes en llegar a las Sandwich. Pero desde los primeros días, muy contrariado por los hielos, más allá del círculo polar, el navegante inglés tuvo que desviarse al Suroeste hasta el grado 45 de longitud oriental. A esta circunstancia se debió el descubrimiento de la Tierra Enderby.
Len Guy nos mostró sobre el mapa, a Jem West y a mí, el itinerario de Biscoe, añadiendo:
—No debemos seguir las huellas de Biscoe sino las de Weddell, que efectuó su viaje a la zona austral en 1832 con el Beaufby y la Jane ¡La Jane! ¡Nombre predestinado, señor Jeorling! Pero esta. Jane fue más afortunada que la de mi hermano, y no se perdió.
—Adelante, capitán —respondí—. Si no seguimos a Biscoe, sigamos a Weddell. Simple pescador de focas, este hábil marino llegó en dirección al polo más allá de donde sus predecesores llegaron, y él nos indica la dirección que debemos tomar.
—Y nosotros la tomaremos, señor Jeorling. Pero si nos retrasáramos, si la Halbrane llegase al banco de hielo a mediados de Diciembre, ya sería tarde. Weddell tocó el paralelo 72 en los primeros días de Febrero, y entonces, como hace constar en su relación, ni una parcela de hielo era visible. Ningún navío ha ido más allá salvo la Jane, que no ha vuelto. Existe, pues, en esta parte de las tierras antárticas, una profunda incisura entre los meridianos 30 y 40, puesto que, después de Weddell, William Guy ha podido acercarse a menos de seis grados del polo austral.
Según su costumbre, Jem West escuchaba en silencio. Medía con la mirada los espacios que el capitán Len Guy encerraba entre las puntas de su compás. Siendo siempre el hombre que recibe una orden y la ejecuta sin discutirla jamás, iría donde el capitán quisiera ir.
—Capitán —pregunté—, ¿sin duda la intención de usted es seguir el itinerario de La Jane?
—Lo más exactamente que sea, posible.
—Pues bien: su hermano de usted se ha dirigido al Sur de Tristán de Acunha para buscar el yacimiento de las islas Auroras, que no ha encontrado, como tampoco el de las islas a las que el excabo gobernador Glass hubiera estado muy orgulloso de dar su nombre. Esto significa que él ha querido poner en ejecución el proyecto de que Arthur Pym le había frecuentemente hablado, y ha cortado el círculo polar, el 1° de Enero, entre el 41 ° y 42° de longitud.
—Ya lo sé —respondió el capitán Len Guy—, y esto es lo que hará la Halbrane a fin de tocar el islote Bennet, y después la isla Tsalal. ¡Y permita el cielo que, como la Jane, como leí; navíos de Weddell, encuentren delante de ella la mar libre!
—Si los hielos la cubren aun, no haremos más que esperar al largo.
—Eso haremos…, y es preferible adelantarse. El banco de hielo es una muralla en la que repentinamente se abre una puerta para cerrarse al momento. Es preciso estar allí para pasarla pronto, sin inquietarse por el regreso.
En el regreso nadie pensaba a bordo de la Halbrane. ¡Adelante!, hubiera sido el único grito que se escapase de todas las bocas.
Jem West emitió entonces la siguiente reflexión:
—Gracias a las indicaciones que Arthur Pym hace en su relación, no tendremos que lamentar la ausencia de su compañero Dirk Peters.
—Lo que es una suerte —respondió Len Guy—, puesto que no he podido ver al mestizo que había desaparecido de Illinois. Las indicaciones del diario de Arthur Pym sobre el yacimiento de la isla Tsalal deben bastarnos.
—A menos que no sea preciso llevar la exploración mas allá del grado 84 —observé yo.
—¿Y cómo había de ser preciso, señor Jeorling, desde el momento en que los náufragos no han abandonado la isla Tsalal? ¿Es que no lo dicen así bien claramente las notas de Patterson?
En fin; aunque Dirk Peters no estuviera a bordo, la Halbrane sabría conseguir su objeto. Pero que no se olvide de poner en práctica las tres virtudes teologales del marino: vigilancia, audacia, perseverancia. Heme aquí, pues, metido en una aventura que, según todas las probabilidades, pasará en lo imprevisto a mis anteriores viajes.
¿Quién pensara esto en mí? Pero yo estaba preso en un engranaje que me arrastraba a lo desconocido, a ese desconocido de las comarcas polares, cuyos secretos habían querido descubrir tantos audaces aventureros. ¡Quién sabe si está vez la esfinge de las regiones antárticas no hablaría por vez primera a los humanos!
Sin embargo, yo no olvidaba que únicamente se trataba de una obra de humanidad. El objeto que la Halbrane se proponía era recoger al capitán William Guy y a sus cinco compañeros. Para encontrarlos, nuestra goleta iba a seguir el itinerario de la Jane; hecho esto, bastaría con que volviera a ganar los mares del antiguo continente, puesto que no tenía que buscar ni a Arthur Pym ni a Dirk Peters, que habían vuelto, no se sabe cómo, de su extraordinario viaje.
Durante los primeros días, los tripulantes nuevos tuvieron que acostumbrase al servicio, y los antiguos, brava gente en verdad, les ayudaron en la tarea. Aunque el capitán Len Guy no hubiera hecho una gran elección, parecía haber tenido buena mano. Aquellos marineros, de diferentes países, mostraron mucho celo y buena voluntad. Sabían, además, que el lugarteniente no toleraba bromas. Hurliguerly les había hecho entender que Jem West rompería la cabeza al que no anduviese derecho. En este punto el capitán la dejaba en completa libertad.
—¡Una latitud— —decía el contramaestre— que se obtiene tomando la altura del ojo con el puño cerrado!
En esta manera de advertir a los interesados yo reconocía a mi contramaestre.
Los nuevos se tuvieron por advertidos, y no hubo ocasión de castigar a ninguno. Respecto a Hunt, cumplía su oficio con docilidad de verdadero marino y manteníase alejado de los demás, sin hablar con nadie, durmiendo en el puente, en cualquier rincón, sin querer ocupar su sido en el puesto de la tripulación.
La temperatura era aun fría. Los marineros habían conservado las blusas y camisas de lana, los pantalones de gruesa tela, el capote impermeable con capucha, muy a propósito para defenderse de la nieve, la lluvia y los golpes de mar.
La intención del capitán Len Guy era tomar las islas Sandwich como punto de partida hacia el Sur, después de haber pasado por la Nueva Georgia, situada a 800 millas de las Falklands. La goleta se encontraría entonces en longitud sobre el camino de la Jane, no teniendo más que seguirle para llegar al paralelo 84.
Está navegación nos llevó el 2 de Noviembre al yacimiento que ciertos navegantes han señalado a las islas Auroras por 53° 15' de latitud y 47° 33' de longitud occidental.
A pesar de las afirmaciones —en mi opinión sospechosas— de los capitanes de la Aurora, en 1762; del San Miguel, en 1769, del Peari, en 1779; del Prinicus y del Dolores, en 1750; de la Atrevida, en 1794; que dieron por descubiertas tres islas del grupo, no hemos visto señales de tierra en todo el espacio recorrido.
Así había sucedido a Weddell en 1820, y a William Guy en 1827. Lo mismo sucedió con las supuestas islas del vanidoso Glass. No encontramos un solo islote en la posición indicada, por más que el servicio de los vigías fuera hecho con el mayor cuidado. Es, pues, de temer que su excelencia el gobernador de Tristán de Acunha no vea jamás figurar su apellido en la nomenclatura geográfica.
Estábamos entonces a 6 de Noviembre. El tiempo continuaba favorable. Parecía que la travesía había de ser hecha con más brevedad que la de la Jane. Además, no teníamos por qué apresuramos. Como he hecho observar, nuestra goleta llegaría antes que las puertas del banco estuvieran abiertas.
Durante dos días la Halbrane sufrió un cambio atmosférico que obligó a Jem West a halar bajo, gavia, ballestilla y masteleros de juanete.
Desembarazada de las altas velas, la goleta se portó admirablemente. Con motivo de estas maniobras los nuevos tripulantes dieron pruebas de destreza, lo que les valió las felicitaciones del contramaestre, quien pudo notar que Hunt valía por tres hombres.
—¡Famosa adquisición! —me dijo.
—Efectivamente —respondí—, y que precisamente ha llegado a última hora.
—¡Sí, señor Jeorling! Pero ¡qué cabeza la de ese Hunt!
—He encontrado con frecuencia americanos de ese género en la región de Far–West —respondí—, y no me extrañaría que este de que hablamos tuviera sangre india en las venas.
—¡Bah! —dijo el contramaestre—. Hay compatriotas nuestros en Lancashire o en el condado de Kent que valen tanto.
—Lo creo, contramaestre. Usted entre otros.
—¡Eh! ¡Se vale lo que se vale, señor Jeorling!
—¿Habla usted alguna vez con Hunt? —pregunté.
—Poco, señor Jeorling. ¡Qué se puede sacar de un marsuino que no quiere trato con nadie, ni a nadie dirige la palabra!… Sin embargo, no es por falta de boca. ¡Jamás vi una semejante! Ya de, estribor a babor… Pues con tanta como tiene Hunt; no dice nada… Pues, ¡y sus manos! ¿Ha reparado usted en ellas? Desconfíe usted si quiere estrechar las de usted, señor Jeorling. ¡Seguro estoy que dejaría usted cinco dedos entre diez!
—¡Por fortuna no parece amigo de cuestiones! Todo en él indica un hombre tranquilo que no abusa de su fuerza.
—No…, excepto cuando pasa sobre una driza… Siempre temo que la polea se venga abajo, y con ella la verga.
El referido Hunt era hombre que merecía que se fijase en él la atención. Cuando recostaba contra los montantes del cabrestante, o en pie en la popa posaba la mano en la rueda del timón, le contemplaba yo no sin verdadera curiosidad. Por otra parte, antojábaseme que él me miraba también con insistencia. No debía de ignorar mi condición de pasajero a bordo de la goleta y las circunstancias en que me había asociado a los riesgos de aquella campaña. En cuanto a suponer que él pensara conseguir otro objeto que nosotros, más allá de la isla Tsalal, después que hubiéramos salvado a los náufragos de la Jane…, era inadmisible… Además, el capitán Len Guy no cesaba de repetirle:
—¡Nuestra misión es salvar a nuestros compatriotas! La isla Tsalal es el único punto que nos atrae, y si Dios nos ayuda, no iremos más allá en las regiones australes.
El 10 de Noviembre, a las dos de la tarde, el vigía gritó:
—¡Tierra a estribor!
Una buena observación hubiera dado 55° 7' de latitud y 41° 13' de longitud Oeste.
Esta tierra no podía ser otra que la isla San Pedro, llamada por los ingleses Georgia Austral, Nueva Georgia, isla del Rey Jorge, que por su situación corresponde a las regiones circumpolares.
En 1675, antes de Cook, fue descubierta por el francés Barbe. Pero sin tener en cuenta que él era el segundo que la pisaba, el célebre navegante inglés la dio la serie de nombres que hoy lleva. La goleta se dirigió a esta isla, cuyas nevadas cúspides, formidables de rocas antiguas, egnesia y esquisto arcilloso, suben 1200 toesas al través de las amarillentas nieblas del espacio.
El capitán Len Guy tenía intención de hacer escala durante veinticuatro horas en la bahía Real a fin de renovar su provisión de agua, pues las cajas se calientan fácilmente en el fondo de la cala.
Más tarde, cuando la Halbrane navegase entre los hielos, el agua dulce, fresca y limpia estaría a discreción.
Durante la tarde, la goleta dobló el cabo Buller, al Norte de la isla, dejó a estribor las bahías Posesión y Cumberland, y entró en la bahía Real maniobrando entre los restos desprendidos de la nevera Ross. A las seis de la tarde, el ancla fue lanzada en un fondo de seis brazas, y como la noche se aproximaba, se dejó el desembarco para el siguiente día.
La Nueva Georgia tiene cuarenta leguas de longitud por veinte de anchura. Está situada a quinientas leguas del estrecho de Magallanes y pertenece al dominio administrativo de las Falklands; pero la Administración británica no está allí representada por nadie, puesto que la isla no está habitada, por más que sea habitable en la estación de verano al menos.
Al día siguiente, mientras los marineros iban en busca de una aguada, fui yo a pasearme por los alrededores de la bahía Real. Estos lugares estaban desiertos, pues no estábamos en la época en que los pescadores se dedican a cazar la foca. Expuesta a la acción directa de la corriente polar antártica, la Nueva Georgia es frecuentada por los mamíferos marinos. Vi varios de ellos arrojarse a la arena, a lo largo de las rocas y en el fondo de las grutas del litoral. Bandadas de pingüinos, inmóviles, en hilera interminable, protestaban con sus roncos gritos contra la invasión de un intruso, de mí quiero decir.
Por la superficie de las aguas volaban nubes de alondras, cuyo canto evocaba en mi espíritu el recuerdo del país más favorecido por la Naturaleza. Es una fortuna que estos pájaros no tengan necesidad de ramas para anidar, pues en vano se buscaría un árbol en la Nueva Georgia. Allí la vegetación la constituyen algunos fanerógamos, céspedes descoloridos, y, sobre todo, tussok, hierba abundante que tapiza las pendientes hasta una altura de 150 toesas, y la recolección de la cual bastaría para alimentar numerosos rebaños.
El 12 de Noviembre la Halbrane aparejó bajo sus velas bajas.
Después de doblar la punta Carlota, al extremo de la bahía Real, puso el cabo al Sudeste, en dirección a las islas Sandwich, situadas a 400 millas de allí.
Hasta entonces no habíamos encontrado ningún témpano flotante, lo que obedecía a que el sol no les había aun separado ni del banco ni de los parajes australes. Más tarde la corriente les arrastró a la altura de este paralelo cincuenta, que en el hemisferio septentrional es el de París o Quebec.
El cielo, cuya pureza comenzaba a alterarse, amenazaba cargarse hacia la parte de Levante. Un viento frío, mezclado de lluvia y granizo, soplaba con regular ímpetu; pero como favorecía a nuestra navegación, no había por que quejarse de él. Lo más fastidioso era la bruma, que con frecuencia obscurecía el horizonte; pero como estos parajes no presentan peligro alguno y no había que temer el encuentro de témpanos en derivación, la Halbrane, sin grandes preocupaciones, pudo continuar su camino al Sudeste, hacia el yacimiento de las Sandwich.
En medio de aquellas nieblas pasaban bandadas de pájaros lanzando estridentes gritos, con vuelo plano contra el viento, y casi sin mover las alas, albatros, martines pescadores, petrales, somormujos que huían a la parte de tierra como para indicamos el camino.
Sin duda estas espesas nieblas impidieron al capitán Len Guy señalar al Suroeste, entre la Nueva Georgia y las Sandwich, la isla Traversey, descubierta por Bellingshausen, y las cuatro islitas Welley, Poiker, Prince’s Island y Christmas, de las que el americano James Brown, del schooter Pacific había, según aseguraba Fanning, reconocido la posición. Por lo demás, lo esencial era no arrojarse en sus acantilados, pues la vista no se extendía más que a dos o tres encabladuras, razón por la que la vigilancia fue rigurosamente establecida a bordo, y los vigías observaban el mar desde que una súbita claridad permitía ensanchar el campo de la visual.
En la noche del 14 al 15, vagas luces vacilantes iluminaron el espacio hacia el Oeste. El capitán Len Guy pensó que provenían de un volcán, tal vez el de la isla Traversey, cuyo cráter está frecuentemente coronado de llamas.
Como el oído no pudo percibir ninguna de esas detonaciones que acompañan a las erupciones volcánicas, deducimos que la goleta se encontraba a distancia tranquilizadora de los escollos de la isla. No fue preciso, pues, modificar el camino, y el cabo siguió mantenido hacia las Sandwich.
La lluvia cesó en la mañana del 16, y el viento cambió un cuarto al Nordeste. Sólo motivos de regocijo había, pues las nieblas no tardarían en disiparse.
En aquel momento, el marinero Stern, que estaba en observación en las barras, creyó ver un navío con tres mástiles, cuyo faro se dibujaba hacia el Nordeste. Con gran disgusto nuestro, el barco desapareció antes que fuese posible reconocer su nacionalidad. Tal vez era uno de los navíos de la expedición Wilkes, o algún ballenero que iba a los sitios de pesca.
El 17 de Noviembre, desde las diez de la mañana la goleta estaba en el archipiélago, al que Cook había dado primero el nombre de Southem–Thule, la tierra más meridional que se había descubierto en aquella época, y a la que se bautizó después con el nombre de Tierra de las Sandwich, nombre que este grupo de islas ha conservado en los mapas y que llevaba ya en 1830, cuando Biscoe se alejó de allí a fin de buscar en el Este el paso al Polo.
Desde entonces, otros navegantes han visitado las Sandwich, y en sus parajes se pescan ballenas, cachalotes y focas.
En 1820, el capitán Morrel fue a tierra con la esperanza de encontrar leña, que le faltaba. Felizmente, el capitán Len Guy no se detuvo con este objeto; vano trabajo, pues el clima de estas islas no permite que los árboles se desarrollen.
Si la goleta iba a hacer escala en las Sandwich durante cuarenta y ocho horas, era por ser prudente visitar todas las tierras de las regiones australes que se encontraban en nuestro itinerario. Allí podría hallarse un indicio, una huella, un documento. Partterson había sido arrastrado en un témpano. ¿No hubiera podido suceder esto a cualquiera de sus compañeros y ser arrojado sobre las islas de este grupo? Convenía, pues, no descuidar nada, toda vez que el tiempo no apremiaba. Después de visitar la Nueva Georgia, la Halbrane iría a las Sandwich, después a las New–South–Orkneys, después al banco de hielo…
El mismo día se pudo desembarcar al abrigo de las rocas de la isla Bristol, en el fondo de una especie de puertecillo natural de la costa oriental.
Este archipiélago, situado en los 59° de latitud por 30° de longitud occidental, se compone de varias islas, siendo las principales Bristol y Thule. Gran número de otras no merecen más que la modesta calificación de islotes.
A Jem West se le dio la misión de ir a Thule a bordo del bote mayor, a fin de explorar los puntos abordables de esta isla, mientras el capitán Len Guy y yo descendíamos a tierra.
¡Desolado país, sin más habitantes que los tristes pájaros de las especies antárticas! Vegetación como la de Nueva Georgia. Céspedes y liqúenes cubren la desnudez de un suelo improductivo. Tras la playa se elevan algunos delgados pinos de considerable altura, sobre el flanco de descarnadas colinas, cuyas masas pizarrosas se hunden a veces con resonante estrépito. Por todas partes espantosa soledad. Nada atestiguaba el paso de un ser humano, ni la presencia de náufragos en la isla Bristol. Las exploraciones que practicamos aquel día y al siguiente no dieron resultado alguno.
Lo mismo pasó con la exploración del lugarteniente West en Thule. Algunos cañonazos disparados por nuestra goleta no produjeron más efecto que arrojar lejos a las bandadas de petrales, y espantar a los estúpidos pájaros bobos, colocados en fila en la playa.
Paseándome con el capitán Len Guy, le dije:
—Sin duda no ignora usted cual fue la opinión de Cook con motivo del grupo de las Sandwich cuando las descubrió. Primeramente creyó que ponía el pie sobre un continente. En su opinión, desde allí se destacaban las montañas de hielo que el desviamiento arrastra fuera del mar antártico. Más tarde reconoció que las Sandwich no formaban más que un archipiélago. Sin embargo, su opinión relativa a la existencia de un continente polar más al Sur no es por eso menos formal.
—Lo sé, señor Jeorling —respondió el capitán Len Guy; —pero si ese continente existe, es preciso deducir que presenta una ancha abertura, por la que Weddell y mi hermano han podido penetrar con seis años de diferencia. Nuestro gran navegante no ha tenido la suerte de descubrir ese paso, puesto que se detuvo en el paralelo 74; pero otros lo han hecho después de él, y otros van a hacerlo.
—Y seremos nosotros, capitán.
—Sí, con la ayuda de Dios. Si Cook ha osado afirmar que nadie se atrevería a ir más lejos que él, y que las tierras, si existían, jamás serían reconocidas, el porvenir probará que se ha engañado. Ellos han llegado al 84° de latitud.
—Y ¡quién sabe si fue más allá ese extraordinario Arthur Pym!
—Tal vez, señor Jeorling; pero nosotros no tenemos que preocuparnos de Arthur Pym, puesto que él, por lo menos Dirk Peters, han vuelto a América.
—¿Y si no hubiera vuelto?
—Creo que no tenemos por que pensar en esa eventualidad —respondió simplemente el capitán Len Guy.