Recuperar la historia

La pérdida de la memoria no ha sido exclusiva de las tierras del Ebro. El silencio, la ocultación y el disimulo han pervivido hasta que la normalidad democrática ha permitido reivindicar, sin temor, el derecho al propio pasado.

Surgen en todas partes campos de trabajo, comisiones científicas y grupos de investigación en busca de las ignoradas tumbas de la Guerra Civil y de las víctimas que yacen sepultadas en el olvido. Ocultar la historia no resuelve los antiguos problemas, sino todo lo contrario. Cuando conocemos bien los errores que originaron las desgracias del pasado, estamos en disposición de aprender a no repetirlos y hasta de remediar algunas de sus consecuencias. Así lo entienden los historiadores y arqueólogos que rescatan los testimonios de las tensiones armadas desarrolladas en Europa entre 1914 y 1945, porque resultaría ilógico excavar una fortaleza púnica o una necrópolis fenicia y despreciar el legado histórico que guardan las trincheras de Madrid o las tumbas del Ebro.

El ansia de recuperar el pasado supera el campo de los historiadores y los arqueólogos porque muchas personas ajenas a los ámbitos académicos desean conocer el destino de los restos de sus familiares o sus paisanos muertos en la Guerra Civil, tanto si fueron asesinados y enterrados en cualquier cuneta o si murieron en campaña y sus cuerpos dieron en una fosa apresurada. El movimiento para recuperar la memoria histórica se ha convertido en una arrolladora petición ciudadana.

La Guerra Civil generó un patrimonio histórico que ha sufrido una prolongada ignorancia oficial, hoy rota por un interés creciente que produce numerosas publicaciones, recupera refugios, trincheras, campos de instrucción y fortificaciones, organiza rutas por los campos de batalla, colecciona materiales y rescata la historia oral en la medida de lo posible.

La batalla del Ebro, la más importante librada sobre la piel de toro, ha padecido un olvido sistemático, sin que las instituciones hayan organizado actuaciones coherentes. Así, mientras avanzaba la museización de los territorios de la batalla del Ebro, aunque lentamente y con grandes esfuerzos, se ha vetado la excavación e investigación de las tumbas de Albinyana, origen de la mayor controversia en torno a la recuperación de la memoria en Cataluña.

Albinyana no se encuentra en los espacios de la batalla sino en su retaguardia. Era un pueblo de cultivadores de viñedos que, desde diciembre de 1937, fue bombardeado por la aviación con base en Mallorca, que pretendía destruir la vía férrea.

El pueblo fue tomado por la 13.ª División el 20 de enero de 1939. La 13.ª División nacional estaba a las órdenes de Fernando Barrón. Contaba con numerosos soldados coloniales: los legionarios en las banderas 4.ª, 6.ª y 16.ª, los mercenarios africanos en los tabores 1.º, 6.º y de Ifni-Sáhara, además de batallones españoles como la 4.ª Bandera de Falange de Castilla. El conjunto de sus tropas estaba muy fogueado y habían luchado en las batallas de Brunete, Belchite y Teruel. Probablemente por la ferocidad de sus soldados africanos se había ganado su apodo: La mano negra de Fátima. El soldado republicano Miguel Gila sería capturado por estas tropas, ya terminada la batalla del Ebro. Sin más trámites, lo alinearon con sus compañeros de infortunio y los fusilaron a todos. Se salvó gracias al chapucero apresuramiento de los verdugos. Años después se convertía en un famoso humorista contando chistes de soldados en la guerra.

A comienzos de 1938, esta división había tomado Fraga y, a principios de abril, entró en Lérida.

En julio se encontraba como reserva del Cuerpo Marroquí. Cuando los republicanos cruzaron el Ebro, Yagüe ordenó que se trasladara inmediatamente a Gandesa y taponara el avance enemigo.

Después de la batalla del Ebro, cuando la división llegó a Albinyana, nadie ofreció resistencia, pero murió un número de soldados republicanos que los testigos calculan entre 15 y 56, muchos de ellos muchachos entre edades de 18 a 20 años. Parece que los vecinos se ofrecieron a enterrar los cadáveres para evitar que los nacionales los quemaran, y, en cuatro o cinco carros, los trasladaron al cementerio viejo, ya en desuso, donde fueron enterrados sin identificar porque habían sido saqueados y no quedaba documentación en sus bolsillos.

Después de la guerra, numerosas personas llegaron a Albinyana buscando noticias de sus deudos, oficialmente desaparecidos. Nadie pudo responderles y sesenta y cinco años después, la ignorancia continúa. Nadie sabe cuántos cadáveres fueron inhumados en Albinyana y cuál era su identidad.

Toda España está sembrada de tumbas ignoradas y no es preciso alejarse mucho de este pueblo para encontrar fosas comunes de «desaparecidos». En Valls están enterrados restos de unas 500 personas; en Bonastre, de unas 18; en Vespella de Gaià, de unas 30; en Salomó de unas 60, sin contar las innumerables fosas anónimas repartidas por los campos y montañas.

Sólo en la comarca del Penedés, los historiadores localizaron a principios de los años noventa más de 1.000 muertos de la Guerra Civil. Todo ello sin contar el desperdigado osario enterrado en el campo de batalla del Ebro.

En el año 2000, conscientes del problema y alentadas por los trabajos de identificación de muertos en combate que se llevaban a cabo en otros países, las universidades de Barcelona y la Rovira i Virgili, de Tarragona-Reus, propusieron estudiar científicamente la fosa de Albinyana, tras considerar que reunía un favorable conjunto de características objetivas y sentimentales.

La ley impone que todas las vejaciones requieren el permiso previo del propietario del terreno, en este caso el Ayuntamiento. La Generalitat de Catalunya no se había opuesto a ninguna excavación, sin embargo, la autoridad municipal de Albinyana impidió emprender la excavación.

La situación se mantiene congelada en la primavera de 2003, como ha denunciado el libro de David Iñíguez y Joan Santacana: Les fasses d’Alvinyana. Guerra Civil 1936-1939. El hecho ha provocado un gran debate sobre las tumbas de la Guerra Civil y ha sido denunciado, entre otras, por las asociaciones catalanas de Aviadores de la República, Antiguos Militares y de Recuperación de la Memoria Histórica.

Existe, en cambio, otro ejemplo positivo, que arranca de la incansable actividad de Josep M.ª Solé para recuperar la memoria de la batalla y museizar su territorio. Magda Gasó es museóloga de la Generalitat y, desde su despacho, impulsa un gran proyecto para el antiguo campo de batalla. Habla de él apasionadamente, con frases contundentes y precisas, que reflejan el amor a su trabajo y la determinación ante los obstáculos.

El proyecto se llama Espais de la batalla de l’Ebre porque es una apuesta por el territorio y no un museo strictu sensu. Pretende poner en consideración la región relacionada con el hecho histórico de una batalla concreta, enmarcada en una guerra determinada. No se pretende levantar un museo encerrado en un edificio, aunque algunas cosas no podrán explicarse al aire libre y debían estar en un espacio cerrado. No se trata sólo de recuperar la memoria histórica, sino también de interpretar y de hacer justicia al pasado, poniéndolo al alcance de todo el mundo. Una labor de divulgación y discusión acerca de una realidad que mucha gente conoce y que ignoran las últimas generaciones.

El territorio de la Terra Alta, donde se desarrolló lo más duro de la batalla, es la comarca más deprimida de Cataluña y con los índices económicos más bajos. El proyecto intenta ser un recurso más para ayudar a que mejore su situación. Si la batalla del Ebro arrasó esta tierra, es de justicia que su memoria recuperada la ayude en el futuro.

El proyecto se ha organizado con cinco centros de interpretación, donde se tratarán cuestiones monográficas relacionadas con la batalla. En campo abierto se recuperarán, señalizarán e interpretarán trincheras, asentamientos artilleros, fortines y obras de fortificación. Con el fin de vincularlos, se prepararán rutas que los visitantes podrán recorrer a pie, en automóvil particular o en autocares.

Es un trabajo pionero en España avalado por la Generalitat de Cataluña, el Conselle Comercal de la Terra Alta, los Ayuntamientos afectados y la Universidad Rovira i Virgili. Dirige el proyecto José M.ª Solé Sabaté, con Magda Gasó, como técnica de gestión cultural, el historiador David Tormo a cargo de la gestión sobre el terreno y un nutrido equipo de asesores y técnicos.

El calendario previsto para los trabajos abarca cinco años, cuyas prioridades anuales están establecidas. En 2003 se plantearon los proyectos, diseños gráficos y análisis de contenidos, espina dorsal del proyecto, cuya primera fase podrá inaugurarse en octubre de 2004.

Comprenderá una ruta, iniciada en el Centro de Interpretación de Corbera, para seguir por las ruinas del pueblo viejo. Desde allí seguirá a Venta de Camposines, donde se construirá un memorial a todas las personas que dejaron sus ilusiones, sus esperanzas o su vida en la batalla del Ebro. En su interior figurarán las fotografías y biografías de diez muertos desconocidos de diversas nacionalidades. En un recinto cerrado al público descansarán los restos humanos de la guerra hallados en Cataluña y que nadie haya reclamado. Seguidamente podrán visitarse una trinchera famosa, una cota que fue muy disputada y subir a la sierra de Pandols. Desde el mirador cercano al monumento a la Quinta del Biberón se contemplará el antiguo campo de batalla, con señalizaciones que identifiquen los accidentes del terreno. El recorrido terminará en Pinellde Brai, donde funcionará el primer Centro de Interpretación, llamado «Las voces del frente», sobre la información, prensa y propaganda durante la batalla.

Tras esta primera fase se iniciarán los trabajos de la segunda ruta, que probablemente comenzará en el Bajo Aragón, que tan vinculado estuvo a la batalla. En conjunto se recuperarán cinco espacios, algunos de los cuales deberán enriquecerse con materiales de la época. El de Corbera interpretará la batalla día a día, y los restantes se dedicarán a la sanidad militar, la vida cotidiana de los soldados, el paso del río y el trabajo de los pontoneros.

Así se hará realidad aquel imaginativo recuerdo que, hace años, desearon Eloi Carbó, José Carrascosa, Ignacio Salcedo y Pepe Vila. La búsqueda de la memoria dará finalmente fruto. La vieja tragedia, la batalla más destructiva y feroz librada sobre la piel de toro, se convierte finalmente en Historia. El odio, el dolor y la muerte entran en un museo para hacerse cultura.

Donde ayer se mataron los soldados, se moverá una multitud de escolares, jubilados, excursionistas, curiosos, turistas y estudiosos. Mientras recorran los terrenos y contemplen las exposiciones sobre la ferocidad y la tragedia, sin conocerse, se mezclarán los descendientes de las víctimas y de los verdugos, de los muertos y de los que mataban, de quienes combatieron movidos por ideales, entusiasmos, ilusiones y hasta fanatismos, y de quienes sólo se dejaron arrastrar por el río de la vida.

Sin que muchos se lo planteen, allí estarán todos. Entremezclados. Cediéndose el paso ante las puertas y pidiéndose perdón cuando se empujen sin intención. Conviviendo pacíficamente con quienes no son ni piensan como ellos. Compartiendo la normalidad, en los mismos lugares donde se mataron sus mayores.

Es un buen final para un campo de batalla.

Barcelona, Alella, inviernoprimavera de 2004.