Los nacionales llegan al Ebro

El día 3 de noviembre, las tropas de Mizziam, apoyadas por carros de combate, tomaron El Pinellde Brai, cortaron la carretera que llevaba a Gandesa y llegaron al margen del Ebro, cortando en dos la zona ocupada por el V Cuerpo. Los grupos de republicanos que todavía resistían en puntos aislados de las estribaciones de Pandols perdieron todas las posibilidades de retirarse. Sin embargo, dos brigadas y cuatro batallones del Ejército del Este, que habían sido enviados como refuerzo, pudieron salvarse cruzando el río por Benifallet.

Las divisiones nacionales 84.ª y 74.ª llegaron al Ebro el día 4 y, al día siguiente, se apoderaron de Miravet, que había intentado defender la 42.ª División republicana.

El día 5 continuó el avance de los nacionales. Sus divisiones 1.ª y 82.ª giraron a la izquierda para cortar la carretera de Venta de Camposines a Mora. Simultáneamente avanzó la artillería hasta quedar en condiciones de bombardear todos los puentes y las posibles concentraciones de tropas y material al otro lado del Ebro. El día 6, divisiones descansadas de los nacionales relevaron a las de primera línea sin detener el avance hasta ocupar Benissanet y toda la carretera.

Para aliviar, en lo posible, la situación en el Ebro, tropas republicanas llevaron a cabo dos operaciones de distracción el día 7. Una en el frente del Segre y otra en la zona de Sagunto, intentaban atraer la atención enemiga y entretener sus reservas. Lograron cierto éxito, pero se había planeado como acciones menores y con poca fuerza, de modo que por su escasa envergadura fueron incapaces de modificar la situación.

En aquella misma jornada, la 84.ª División nacional cruzó la carretera de Camposines a Mora y ocupó la punta Picosa con otras de menor altura. Mientras tanto, la 1.ª División entró en Mora de Ebro y la 53.ª División avanzó para tomar algunas alturas menores, cerca de Venta de Camposines. Los agotados republicanos, desmoralizados por la derrota y los bombardeos, exhaustos por el esfuerzo y las privaciones, no podían mantener una sería línea defensiva ante aquel avance arrollador.

El V Cuerpo de Líster estaba prácticamente deshecho y Modesto ordenó a Tagüeña que tomara el mando de todas las tropas que todavía se encontraba en la orilla derecha del Ebro, con instrucciones de resistir para evitar que fueran aniquiladas, aunque con completa libertad de movimientos.

Sobre todo, durante las madrugadas, grupos de hombres y unidades completas abandonaban sus posiciones hacia retaguardia. Durante toda la noche del día 7 y la madrugada del 8, aprovechando un eclipse de luna, atravesó el Ebro una interminable hilera de vehículos. Líster, su Estado Mayor y dos divisiones destrozadas abandonaron el campo de batalla por el puente de García para llegar a la orilla izquierda. Desde allí, la artillería republicana intentaba apoyar a las tropas de Tagüeña, que permanecían en la otra ribera, aunque su eficacia resultaba escasa porque muchas piezas estaban en mal estado y las municiones fallaban con frecuencia.

Rafael Pérez, con otros cuatro soldados del grupo de observación de la 11.ª División, había resistido, aguantando los bombardeos durante el día y aprovechando la calma nocturna para retirarse. Cada día sufrían más bajas y estaban más agotados. Como estaban separados del grueso de su unidad, aquella noche se durmieron sin enterarse de que la división se preparaba para cruzar el río y la maniobra se llevó a cabo con tanto sigilo que, al salir el sol, los cinco soldados se encontraron solos y abandonados en la mitad del campo. Su única compañía era el numeroso material que sus compañeros no habían podido transportar y se encontraba tirado por todas partes: mantas, municiones, cascos, macutos, incluso algún fusil.

Echaron a correr hacia el río, esperando su última oportunidad y llegaron a la orilla sin resuello.

Allí no quedaba nadie, no había puentes ni pasarelas ni medio alguno. El Ebro bajaba muy crecido y resultaba una temeridad intentar cruzarlo a nado. Decidieron buscar una barca por las inmediaciones. Lo hicieron febrilmente, temerosos de que aparecieran los nacionales, hasta que encontraron una barca muy pequeña sin remos. Desmontaron una caseta destinada para guardar aperos, con la intención de utilizar dos tablones como remos. Como sólo cabían dos en la barca, dos hombres se embarcaron con la promesa de regresar con otra más grande para buscar al resto. Los otros tres permanecieron escondidos y comidos por los nervios, mientras escuchaban ruidos y voces lejanos, que se suponía que venían de los nacionales. Entonces llegó la barca y se tiraron a ella alocadamente. El enemigo los había descubierto y comenzó a dispararles. Las balas silbaban sobre sus cabezas y una de ellas se clavó en la pastilla de jabón que uno de ellos llevaba en la mochila. Impulsados por el miedo, remaron desesperadamente y pudieron llegar al a otra orilla sin más percances. Entonces se pusieron a cubierto de los disparos que hacían desde la otra orilla. Hasta que anocheció y fueron en busca de sus compañeros de la división.