De los recuerdos a la historia

Acercarse a Gandesa por la carretera de Mora d’Ebre permite contemplar cómo dos cadenas montañosas dominan el paisaje desde la izquierda del camino. Son las sierras de Cavalls y Laval de la Torre, claves en la zona, donde los republicanos se parapetaron como pudieron y sobre las que lanzaron los nacionales constantes bombardeos, que, al final, resultaron decisivos. No son grandes alturas, pero sí muy escarpadas, con acusadas pendientes, en ocasiones casi verticales, plagadas de pequeños recovecos. Es fácil imaginar la atracción que tales alturas ejercieron sobre ambos bandos y la terrible carnicería que contemplaron en sus crestas y laderas. El paisaje facilita a la imaginación recrear la batalla, con las explosiones de los bombardeos reventando entre columnas de humo y polvo en lo alto de la serranía; removiendo el suelo de tierra y piedras y llenándolo de heridas cuyas cicatrices todavía se notan; en el llano, como hormigas indefensas, los grupitos de soldados moviéndose hacia el panorama azulado de las alturas, donde la muerte espera. Abajo, las ruinas patéticas del pueblo viejo de Corbera, recuerdo silencioso presidido por la masa de la iglesia con los muros martirizados por la metralla y los impactos de balas, algunas de las cuales todavía pueden verse incrustadas en la madera reseca de los dinteles, mientras, escarbando un poco en el suelo terroso, aún pueden encontrarse restos metálicos de la tragedia. Al pie del cerro, la vida sigue y, en el pueblo nuevo, algún restaurante anuncia las calçotadas del principio de primavera.

A la izquierda, las montañas azuladas prestan su telón de fondo hasta llegar a Gandesa, con los accesos dominados por el Puig d’Aliga, el Pico de la Muerte, donde se libraron los combates que decidieron la suerte del pueblo y donde la incuria histórica ha colocado el vertedero municipal.

El recuerdo y el olvido libran ahora su batalla por estas tierras donde antes se mataron los hombres. Lo que fue el puesto de mando de Franco, en el Col del Moro, es hoy un testimonio de la sociedad de consumo y su estela de residuos: plásticos, botellas, cajas y desperdicios diversos. El monumento que, en su día, levantó la Diputación de Tarragona, permanece descuidado y pasado de moda, mientras, muy cerca, pueden verse antiguas trincheras y refugios donde los años han hecho nacer las heridas, como un testimonio de la vida superando la vieja tragedia.

Otros recuerdos se conservan, en cambio, con cierto mimo. Como dos graffiti de los italianos que han sobrevivido en Caseres, donde pueden verse un retrato de Franco, un haz fascista con el perfil de Mussolini y una placa donde se dice que los legionarios italianos restauraron la iglesia devastada por los rojos marxistas. A pesar del tiempo transcurrido y de los cambios políticos, en los muros de la iglesia de Bot se conserva la leyenda «Una, Grande y Libre» con la cara de José Antonio Primo de Rivera y la lápida con los nombres de los vecinos de ideología nacional muertos violentamente durante la guerra: tres de ellos en combate y doce por la represión de 1936. Ésta eliminó al 7 por ciento de los 1.730 vecinos que entonces tenía el pueblo. De los asesinados, dos eran propietarios; uno, carpintero; y los demás, payeses. Por si fuera poco, nueve de ellos fueron asesinados el mismo día: el 15 de agosto. En su conjunto, la Terra Alta tuvo el triste privilegio de padecer la más dura represión revolucionaria de toda Cataluña, que eliminó al 10.6 por ciento de sus 21.457 habitantes.

Es igualmente lógico que en Corbera se hayan conservado otras sensibilidades. El pueblo fue largamente base de partida republicana y fue destruido por la aviación de los nacionales. El 5 de julio de 2003 se celebró en este pueblo un homenaje a los brigadistas internacionales y llegaron supervivientes de todo el mundo, acompañados por sus parientes y amigos. Pasaron el Ebro en la barca de Miravet y algunos se atrevieron a subir hasta el monumento erigido en lo alto de Cavalls. Ante la emoción de todos, un joven israelí cantó La Internacional en yidish, solo y sin acompañamiento de música, como homenaje a su abuelo brigadista, ya muerto.

Entre la concurrencia destacada la que se hacía llamar «columna valenciana», un grupo de coleccionistas e historiadores aficionados que llegó a Corbera procedente de Valencia, perfectamente vestidos y equipados como soldados del Ejército Popular. Su animador es Kristian Abad, que llegó vestido de oficial republicano, mientras sus compañeros llevaban el vestuario, fusiles, cascos y equipo propio de la tropa, además de una chica caracterizada de sanitaria. El grupo asistió muy digno a todos los actos, subió a Cavalls, con sus armas e impedimenta e hizo las delicias de los ancianos brigadistas, que se fotografiaron con ellos. Al cabo de sesenta y cinco años, un grupo de jóvenes recorría nuevamente los parajes del antiguo drama, vestidos con los uniformes de los perdedores y agitando, en el cálido aire del verano, las viejas banderas tricolores, bordadas con leyendas de las unidades históricas. No se registró ningún enfrentamiento ni incidente. Después de más de medio siglo, los españoles asumían su pasado.