La conferencia de Múnich

Durante aquella misma mañana, Chamberlain propuso a Hitler y Mussolini celebrar una conferencia. El dictador italiano desconocía qué propósitos escondía Hitler y aceptó desempeñar el papel de árbitro europeo porque le proporcionaba protagonismo e Italia no estaba preparada para participar en una guerra.

Aquel mismo día, Negrín comunicó al embajador Pascua que debía informar sobre la disposición del Gobierno republicano, sin embargo, no le transmitió nuevas instrucciones.

Franco, sin conocer qué política seguían Roma y Berlín, ofreció al embajador alemán Eberherd von Stoherer la utilización de los puertos españoles por la flota germana en caso de crisis.

El 29 celebraron las Cortes republicanas una de sus últimas sesiones, en el monasterio de Sant Cugat de Vallés. Negrín expuso su política y recibió el apoyo de todos los grupos, aunque con algunas reservas. Después de consultar con sus ministros, tomó la palabra para responder que, en aquellas circunstancias, era preciso un Gobierno con autoridad y no era posible gobernar mediatizado. Deseaba ser aceptado como presidente sin reservas de ningún tipo.

Aquella misma jornada se reunieron en Múnich los políticos interesados y, durante la noche, se plegaron a las exigencias de Hitler, acordando que los checos abandonarían el territorio de los Sudetes, que sería incorporado al III Reich, mientras Francia y Alemania se comprometían a garantizar la pervivencia del resto de la amputada Checoslovaquia. El 30 de septiembre se publicó una declaración de no agresión angloalemana y, el 1 de octubre, el territorio de los Sudetes quedó incorporado al Reich.

El acuerdo disipó los temores de guerra europea y malogró los planes republicanos. El 29 de septiembre, Chamberlain trató con Mussolini la posibilidad de encontrar también una solución negociada en España y lo habló con Hitler el 30. En ningún caso acordaron proseguir las negociaciones. Toda mediación estaba condenada porque Hitler no deseaba la paz en España, sino una victoria rotunda de Franco, con la intención de que éste creara un régimen fuerte y se uniera al Eje Roma-Berlín. Mussolini estaba satisfecho porque había desempeñado el papel de hombre bueno y las potencias confiaban que, en el futuro, podrían contar con él para evitar otra crisis.

Para Francia, el acuerdo de Múnich suponía una derrota moral y la pérdida de sus posiciones en Europa, ya seriamente dañadas desde la militarización de Renania. El fracaso francobritánico ante Hitler desplazó el equilibrio europeo a favor de Alemania y arruinó treinta años de esfuerzos diplomáticos. Entraron en franca agonía la Sociedad de Naciones, la política del Frente Popular, y se vitalizó tibiamente la buena relación anglofrancesa.

El desenlace de la crisis repercutió en la guerra española y evidenció que las democracias no deseaban entrar en un conflicto, y a la República no le quedaba más opción que lograr un armisticio o resistir. Negrín prefería lograr una paz negociada y sondeó qué apoyos podría conseguir en el exterior. Sabía que, para pactar con las democracias, necesitaba cortas sus alianzas con la Unión Soviética. Así, solicitó a Francia e Inglaterra 500.000 fusiles, 12.000 ametralladoras, 1.600 piezas de artillería, 600 aviones y 200 carros, asegurando que, si los recibía, reduciría la influencia de los comunistas y hasta podría ganar la guerra.

No consiguió la ayuda que había solicitado. Si las democracias no habían hecho nada para salvar a Checoslovaquia, menos harían por la República. Tras el pacto con Hitler, la guerra de España dejó de ser una amenaza para la estabilidad europea y Negrín se encontró abandonado a su suerte.

En un intento de lograr una salida pactada a la guerra, el 21 de septiembre había anunciado que retiraba a todos los voluntarios extranjeros que luchaban con el Ejército Popular y solicitó una comisión de control. Todos los internacionales fueron retirados del frente y concentrados en retaguardia a la espera de la evacuación. Para muchos de aquellos voluntarios el futuro resultaba incierto: los oriundos de países en los que gobernaba el fascismo no podían regresar; otros, de vuelta a sus democracias, serían objeto de discriminación o persecución, acusados de comunistas.

Para Franco, el panorama quedó despejado después de Múnich. Si las potencias fascistas le habían apoyado hasta entonces bajo cuerda, ahora no tenían problemas para hacerlo, pues se había asentado el prestigio de Hitler y Mussolini y confirmado la política de apaciguamiento de las democracias.

Ciano informó al embajador británico de que se retirarían 10.000 italianos de España y no se enviarían más tropas, aviones ni pilotos. El 1 de octubre, Franco culminó sus inacabables gestiones con la Italia fascista y firmó un decreto que licenciaba a los italianos que llevaran luchando más de dieciocho meses. El 15 de octubre embarcaron en Cádiz italianos que regresaban a su patria y se reestructuraron las tropas de Mussolini que permanecían en España. Las dos divisiones italianas, llamadas Littorio y 23 de Marzo, se disolvieron para formar la División de Asalto Littorio, con 12.000 italianos, con otras tres divisiones mixtas con mandos italianos y tropa española, llamadas respectivamente Flechas Negras, Azules y Verdes.

Igualmente permaneció en España una fuerza blindada de 100 carros de combate ligeros, una artillería con 600 piezas, y tropas de ingenieros y servicios, todos ellos con italianos.

Coincidiendo con la repatriación, el Gobierno de Londres reconoció la anexión de Etiopía a Italia. Por su parte, Berlín, el 7 de noviembre, entregó a Franco 50.000 fusiles, 2.000 ametralladoras y un centenar de piezas de artillería, en cambio no se triplicaron los efectivos de la Legión Cóndor, como había solicitado su jefe, Von Richthofen.

Después de Múnich, Stalin se encontró aislado internacionalmente, perdió las esperanzas de aliarse con Francia e Inglaterra contra Hitler, y comenzó a evolucionar para aproximarse al dictador alemán, con la intención de lograr un acuerdo que facilitara sus ambiciones respecto a Europa oriental. En todo este juego de alianzas y tensiones europeas, la pervivencia de la República española ya no le interesaba a nadie.