La tensión internacional

En Ginebra se reunió la asamblea general de la Sociedad de Naciones para la que sería su última sesión. Negrín y Álvarez del Vayo plantearon, una vez más, el caso español, aunque el primero ya llevaba algún tiempo intentando llegar a un acuerdo con Hitler para conseguir una paz negociada, de espaldas a sus aliados comunistas. Había mantenido algunos contactos con el Gobierno nazi a través de su amante, la cantante Emérira Esparza, y el 9 de septiembre aprovechó su estancia en un congreso de fisiólogos celebrado en Zúrich para entrevistarse secretamente con un enviado de Hitler.

Éste no atendió a las peticiones y continuó reclamando la incorporación del territorio checoslovaco de los Sudetes, habitado por una importante minoría alemana. Sus exigencias parecían no tener espera y, el 12 de septiembre, durante el congreso del partido nazi, acusó al Gobierno checo de torturar a los ciudadanos de origen alemán. Se produjeron diversos disturbios y Chamberlain, jefe del Gobierno británico, voló a Alemania para calmar al enojado dictador, que no se apeó de sus exigencias y le expuso el derecho de reunificar a los alemanes que vivían fuera de las fronteras, reclamando la inmediata incorporación de los Sudetes al Reich.

Ante el temor de que estallara el conflicto, Franco había ordenado fortificar las fronteras de Francia y Marruecos, a cuyos trabajos se dedicaron 20.000 prisioneros de guerra. Francia y Checoslovaquia estaban vinculadas por un tratado donde la primera se obligaba a prestar ayuda en caso de ataque. No obstante, la opinión francesa estaba muy dividida; mientras un sector abogaba por no ceder ante Hitler, existía una amplia corriente antibelicista y una parte influyente del Ejército tampoco se mostraba dispuesta a entrar en guerra.

Los políticos ingleses estaban dispuestos a ceder y lograron imponerse. El 16 de septiembre, el Gobierno de París avisó a Edvard Benes, jefe del Gobierno checo, que le resultaría imposible declarar la guerra a Alemania si no se contaba con el apoyo británico y, en este caso sería preciso rectificar parcialmente sus fronteras.

El Gobierno republicano español procuró aprovechar estas graves tensiones para presentarse ante los Gobiernos francés e inglés como un leal aliado frente a la amenaza nazi. Negrín creía que, tarde o temprano, las democracias adoptarían una actitud de firmeza ante las amenazas de Hitler. En consecuencia, estallaría la guerra europea y, como España declararía la guerra a Alemania, obtendría la ayuda necesaria.

Negrín practicaba el doble juego de apoyarse en los comunistas y, a espaldas suyas, intentar atraerse a las democracias. Su plan parecía olvidar el rechazo que el Gobierno y los conservadores británicos sentían hacia la República española, cuyo principal aliado y proveedor de armamento era la Unión Soviética.

En este ambiente, Deladier y Bonnet viajaron a Londres para conferenciar con los ingleses. El día 19 de septiembre llegaron a un acuerdo que establecía la entrega a Alemania de los territorios checos de lengua germana. En consecuencia, Benes, el presidente checoslovaco, debió aceptar el 21 de septiembre el llamado Proyecto Anglofrancés. Al día siguiente, el embajador republicano en París, Marcelino Pascua, advirtió al Gobierno galo sobre el peligro que representaría encontrarse con otro fascismo al sur de los Pirineos.

Franco temía el estallido de la guerra europea por las mismas razones y porque obligaría a que los alemanes e italianos redujeran sus suministros a España. Parece que sus servicios secretos habían recibido informes del general Weigand y del Estado Mayor galo sobre la falta de combatividad de la población francesa. El Gobierno británico manifestó secretamente al duque de Alba, representante de Franco en Londres, que, si se declaraba neutral, cuando estallara la guerra sería respetando el territorio español y, en caso contrario, los ejércitos franceses atravesarían las fronteras de los Pirineos y Marruecos. Franco aceptó el trato y sus representantes aseguraron en Londres y París que se mantendría neutral si estallaba la guerra, a cambio de que los franceses no intervinieran en España. Su propuesta complació a los Gobiernos francés y británico, pero irritó al italiano.

Cuando Chamberlain comunicó a Hitler lo acordado con Francia, el alemán no aceptó arreglos parciales y advirtió que ocuparía militarmente los Sudetes. Entonces, el Gobierno de Praga movilizó a su ejército, y París y Londres emprendieron preparativos militares. Hitler respondió con un violento discurso, donde anunció que los Sudetes eran su última reivindicación territorial, pero que pensaba ocuparlos. Después informó al Gobierno británico su intención de ordenar la movilización general para el día 28. La guerra parecía a punto de estallar y Stalin se mostraba dispuesto a intervenir si Francia cumplía su compromiso de ayudar a Checoslovaquia.